Retumbaban hoy en el planeta taurino los ecos de la entrevista más íntima de Morante de la Puebla a Jesús Bayort y Raúl Doblado en ABC. Estremecían su mirada en las fotos, esas frases de su temor a enloquecer, de lo inolvidable olvidado, como esa faena del rabo de Sevilla que recordaban todos los que llenaron el Senado en la entrega de más categoría de un premio Nacional de Tauromaquia. Porque no ha habido otra igual, mal que le pese al ministro Urtasun. «¿De Cultura? Pues vaya cultura», decía Morante en la conversación abecedaria, plasmada fenomenalmente por mi compañero Jesús.Pues de cultura taurina se habló en la entrega del premio, en la que se extendió como ninguna la figura de Andrés Roca Rey. Del peruano salió hablando todo el mundo tras su rotundo discurso, en el que tapó las bocas de los antis como las tapó en las últimas Fallas cuando reventó la puerta grande. «Al ministro de Cultura, al señor Urtasun, le digo que aquí estamos; no necesitamos su permiso», espetó en una frase de desafiante wéstern. Y estalló entonces una ovación de gala, a la par que la Fiesta seguía «adelante con la fuerza de quienes la defienden y de quienes llenan las plazas». Y de esto último sabe más que ninguno el número uno de la taquilla, que esta vez sí aprovechó la fusión de cine y toreo tras su ausencia en otras ‘plazas’ de la gran pantalla.Fue un día grande para la tauromaquia, quizá el más grande, donde premiados y público celebraron al toro bravo y al torero como héroe más allá del despacho del ministro de turno. Allí estaba Serra, que citó con la mano izquierda para llevar al séptimo arte una película que es mucho más que de toros. Como lo era la entrevista a Morante, mucho más que toros: la vida misma, el desafío continuo a la vida y la muerte, a un dolor que a los seres especiales les hace crecerse. «No sé cómo no me ha pasado nada», decía Roca Rey tras el percance más brutal que han visto nuestros ojos y llevado como nunca al cine.Con bravura, y sin perder la liturgia, se celebró el toreo para disgusto de quienes quieren arrinconarlo en la cuneta de la historia. Y, por eso, seguíamos dando las gracias a Urtasun los que contemplábamos el efecto rebote de su censura. La casta, la brava (no se confunda, señor ministro), no se negocia, aunque en Plaza del Rey sigan con sus sainetes descolonizadores y culturales. «Los artistas -señaló Albert Serra- tienen la obligación de hacer siempre lo contrario a lo que se espera de ellos».Este galardón a Serra -momentazo su reencuentro con el protagonista de ‘Tardes de soledad’- viene a ser la confirmación de que el toreo es un fenómeno cultural de primer orden, capaz de dialogar con la tradición y con la vanguardia sin perder su esencia. Porque al otro lado, ‘ex aequo’, estaba la distinción a los ganaderos, a los vigilantes del campo, sin los que la ciudad se quedaría hueca como un museo sin momias. Nadie sabe qué sucederá esta temporada, pero si no vuelve la cordura ministerial, en el Senado están preparados para acogerlo y la Fundación del Toro, que ha hecho un trabajo formidable, dispuesta a coordinarlo. Pataleen las plañideras que buscan una España despojada de su piel brava, pues irremediablemente está sostenida por siglos de arte, de sangre y de arena. Por miles de ‘Tardes de soledad’.Posdata: con el artículo terminado y ya publicado, me asomo a Instagram y me topo con este comentario de Miguel Abellán: «Admirado José Antonio, por todos es sabido que un día tuvimos un ‘pequeño’ desencuentro que por mi parte algún día seguro olvidaré, porque, por encima de todo, nunca quebró mi admiración y respeto por quien considero un genio y un artista sin parangón. Es por eso mismo que mi deseo de que recupere su salud mental, artística y plena alegría es mi anhelo como el de todos los que le esperamos vestido de luces, haciendo lo que solo usted sabe. Tómese el tiempo que necesite, maestro. Ánimo, compañero». Retumbaban hoy en el planeta taurino los ecos de la entrevista más íntima de Morante de la Puebla a Jesús Bayort y Raúl Doblado en ABC. Estremecían su mirada en las fotos, esas frases de su temor a enloquecer, de lo inolvidable olvidado, como esa faena del rabo de Sevilla que recordaban todos los que llenaron el Senado en la entrega de más categoría de un premio Nacional de Tauromaquia. Porque no ha habido otra igual, mal que le pese al ministro Urtasun. «¿De Cultura? Pues vaya cultura», decía Morante en la conversación abecedaria, plasmada fenomenalmente por mi compañero Jesús.Pues de cultura taurina se habló en la entrega del premio, en la que se extendió como ninguna la figura de Andrés Roca Rey. Del peruano salió hablando todo el mundo tras su rotundo discurso, en el que tapó las bocas de los antis como las tapó en las últimas Fallas cuando reventó la puerta grande. «Al ministro de Cultura, al señor Urtasun, le digo que aquí estamos; no necesitamos su permiso», espetó en una frase de desafiante wéstern. Y estalló entonces una ovación de gala, a la par que la Fiesta seguía «adelante con la fuerza de quienes la defienden y de quienes llenan las plazas». Y de esto último sabe más que ninguno el número uno de la taquilla, que esta vez sí aprovechó la fusión de cine y toreo tras su ausencia en otras ‘plazas’ de la gran pantalla.Fue un día grande para la tauromaquia, quizá el más grande, donde premiados y público celebraron al toro bravo y al torero como héroe más allá del despacho del ministro de turno. Allí estaba Serra, que citó con la mano izquierda para llevar al séptimo arte una película que es mucho más que de toros. Como lo era la entrevista a Morante, mucho más que toros: la vida misma, el desafío continuo a la vida y la muerte, a un dolor que a los seres especiales les hace crecerse. «No sé cómo no me ha pasado nada», decía Roca Rey tras el percance más brutal que han visto nuestros ojos y llevado como nunca al cine.Con bravura, y sin perder la liturgia, se celebró el toreo para disgusto de quienes quieren arrinconarlo en la cuneta de la historia. Y, por eso, seguíamos dando las gracias a Urtasun los que contemplábamos el efecto rebote de su censura. La casta, la brava (no se confunda, señor ministro), no se negocia, aunque en Plaza del Rey sigan con sus sainetes descolonizadores y culturales. «Los artistas -señaló Albert Serra- tienen la obligación de hacer siempre lo contrario a lo que se espera de ellos».Este galardón a Serra -momentazo su reencuentro con el protagonista de ‘Tardes de soledad’- viene a ser la confirmación de que el toreo es un fenómeno cultural de primer orden, capaz de dialogar con la tradición y con la vanguardia sin perder su esencia. Porque al otro lado, ‘ex aequo’, estaba la distinción a los ganaderos, a los vigilantes del campo, sin los que la ciudad se quedaría hueca como un museo sin momias. Nadie sabe qué sucederá esta temporada, pero si no vuelve la cordura ministerial, en el Senado están preparados para acogerlo y la Fundación del Toro, que ha hecho un trabajo formidable, dispuesta a coordinarlo. Pataleen las plañideras que buscan una España despojada de su piel brava, pues irremediablemente está sostenida por siglos de arte, de sangre y de arena. Por miles de ‘Tardes de soledad’.Posdata: con el artículo terminado y ya publicado, me asomo a Instagram y me topo con este comentario de Miguel Abellán: «Admirado José Antonio, por todos es sabido que un día tuvimos un ‘pequeño’ desencuentro que por mi parte algún día seguro olvidaré, porque, por encima de todo, nunca quebró mi admiración y respeto por quien considero un genio y un artista sin parangón. Es por eso mismo que mi deseo de que recupere su salud mental, artística y plena alegría es mi anhelo como el de todos los que le esperamos vestido de luces, haciendo lo que solo usted sabe. Tómese el tiempo que necesite, maestro. Ánimo, compañero».
LA HORA DE LA VERDAD
«Aquí estamos, señor ministro; no necesitamos su permiso», dijo la figura peruana antes de la entrega del premio a Albert Serra, que puso la guinda: «Los artistas tienen la obligación de hacer siempre lo contrario a lo que se espera de ellos»
Retumbaban hoy en el planeta taurino los ecos de la entrevista más íntima de Morante de la Puebla a Jesús Bayort en ABC. Estremecían esas frases de su temor a enloquecer, de lo inolvidable olvidado, como esa faena del rabo de Sevilla que recordaban … cada una de las personas que llenaron el Senado en la entrega de más categoría de un premio Nacional de Tauromaquia. Porque no ha habido otra igual, mal que le pese al ministro Urtasun. «¿De Cultura? Pues poca tendrá», venía a decir Morante en la conversación abecedaria.
Pues de cultura taurina se habló en la entrega del premio, en la que se extendió como ninguna la figura de Andrés Roca Rey. Del peruano salió hablando todo el mundo tras su categórico discurso, en el que tapó las bocas de los antitaurinos como las tapó en las últimas Fallas cuando reventó la puerta grande. «Al ministro de Cultura, al señor Urtasun, le digo que aquí estamos; no necesitamos su permiso», espetó en una frase que habría firmado cualquier pluma épica de la literatura. Y estalló entonces una ovación de gala, a la par que la Fiesta seguía «adelante con la fuerza de quienes la defienden y de quienes llenan las plazas». Y de eso sabe más que ninguno el número uno de la taquilla.
Fue un día grande para la tauromaquia, quizá el más grande, donde premiados y público celebraron al toro bravo y al torero como héroe más allá del despacho del ministro de turno. Allí estaba Serra, que citó con la mano izquierda para llevar al séptimo arte una película que es mucho más que de toros. Como lo era la entrevista a Morante, mucho más que toros: la vida misma, el desafío continuo a la vida y la muerte, a un dolor que a los seres especiales les hace crecerse. «No sé cómo no me ha pasado nada», decía Roca Rey tras el percance más brutal que han visto nuestros ojos y llevado como nunca al cine.
Con bravura, y sin perder la liturgia, se celebró el toreo para disgusto de quienes quieren arrinconarlo en la cuneta de la historia. Y, por eso, seguíamos dando las gracias a Urtasun los que contemplábamos el efecto rebote de su censura. La casta, la brava (no se confunda, señor ministro), no se negocia, aunque en Plaza del Rey sigan con sus sainetes descolonizadores y culturales. «Los artistas -señaló Albert Serra- tienen la obligación de hacer siempre lo contrario a lo que se espera de ellos».
Este galardón a Serra -momentazo su reencuentro con el protagonista de ‘Tardes de soledad’- viene a ser la confirmación de que el toreo es un fenómeno cultural de primer orden, capaz de dialogar con la tradición y con la vanguardia sin perder su esencia. Porque al otro lado, ‘ex aequo’, estaba la distinción a los ganaderos, a los vigilantes del campo, sin los que la ciudad se quedaría hueca como un museo sin momias.
Nadie sabe qué sucederá esta temporada, pero si no vuelve la cordura ministerial, en el Senado están preparados para acogerlo y la Fundación del Toro, que ha hecho un trabajo formidable, dispuesta a coordinarlo. Pataleen las plañideras que buscan una España despojada de su piel brava, pues irremediablemente está sostenida por siglos de arte, de sangre y de arena. Por miles de ‘Tardes de soledad’.
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