Alguien refiriéndose al inmenso Charles ‘Valor de Ley’ Portis (de paso: ¿hay alguien allí que de tres golpes y se disponga a traducir sus otras cuatro novelas aún inéditas en nuestro idioma?) lo definió con un «como Cormac McCarthy, pero divertido». Siguiendo esa misma idea, podría definirse a Paul Murray (Dublín, 1975) con un « como Jonathan Franzen, pero gracioso ». Porque — lo saben quienes ya rieron y temblaron con la maravillosa y para Murray consagratoria ‘Skippy muere’ (en Pálido Fuego)— ‘La picadura de abeja’ es, de nuevo, una de esas novelas deprimentemente alegres o alegremente depresivas. NOVELA ‘La picadura de abeja’ Autor Paul Murray Editorial Anagrama Año 2025 Páginas 720 Precio 25,90 euros 4Como ya lo fueron la citada odisea escolar de Daniel ‘Skippy’ Juster en 2010. O —antes y después— ‘An Evening of Long Goodbyes’, del 2003, con ‘héroe’ digno de acompañar a esos canallas del irlandés por opción/adopción J . P. Donleavy. O la meta-farsa delillo-pynchoniana sobre el mundo de las finanzas retratado en ‘The Mark and the Void’, del 2015. Pero ahora ‘La picadura de abeja’ —como sucede con mucho de lo de Jonathan Coe— duele más y provoca muchas más de esas sonrisas que, a menudo, derivan en gemido y mueca. La muy celebrada (hasta por el poco fácil de conformar y de sonreír y de asustar Bret Easton Ellis ) ‘La picadura de abeja’ es una novela con aguijón. Y de lo que se ocupa/desocupa es de la decadencia y caída de los Barnes: una familia feliz pero más que lista para descollar en el arte de la infelicidad. Y, sí, los Barnes en verdad podrían apellidarse Murphy porque, de pronto, todo empieza a salirles mal y entrarles peor aún cortesía de una de esas crisis económicas nacionales que golpean aún más duro en lo privado. vaciando y frenando la concesionaria de automóviles que los mantenía en movimiento. Y quien más la siente y padece es la adolescente y poco agraciada Cass, quien sólo quiere dejar atrás su opaca vida provinciana para brillar en Dublín mientras adora a su mejor amiga Elaine con quien mantiene una adictiva relación siempre al borde de lo tóxico. Proliferación epidémica de pequeñas catástrofes con la que se va imponiendo la certeza de un naufragio Mientras, Imelda, su legendariamente hermosa madre, añora un amor como el de ‘Los muertos’ de Joyce y monologa casi en trance con sintaxis-dicción de Molly Bloom; su hermano PJ ha sido abducido por pantallas PLAY AGAIN para distraerse del posible GAME OVER del matrimonio de quienes lo engendraron mientras no puede evitar lo que ocurre en su hogar como lo que sucede en el de ‘Cementerio de animales’ de Stephen King ; y su padre, Dickie, sueña búnker-utópicamente con construir algo digno de ‘La costa de los mosquitos’ (que también pican). Y los cuatro, alternativa y cuasi faulknerianamente (Murray es un maestro en lo que hace a la modulación de voces diferentes para hablar una misma historia) narran y protagonizan su lado de esa caída libre tribal. Acontecimientos que se precipitan con cada vuelta sin retorno de página. Proliferación epidémica de pequeñas catástrofes con la que se va imponiendo la certeza de un naufragio sin tierra firme a la vista y en el que no hay botes para todos y sálvese quien pueda . Y los adultos piensan demasiado en el pasado (y en lo que les pasó o no) y los jóvenes quisieran no pensar tanto en el futuro (y en lo que podría llegar a pasarles o no llegar nunca a sucederles). Y de nuevo: todo tan panorámicamente triste (calentamiento global) y tan desopilante (enfriamiento comunal) en lo que hace a la acumulación del inmensamente pequeño detalle decisivo. Pronto, el lector sabe todo sobre los Barnes. Sabe demasiado y quisiera dejar de saber. Pero ‘La picadura de abeja’ se lee —entre temblores de risa y de espanto, a su manera una historia de fantasmas demasiado vívidos o una fantasía folk con hadas embrujadas o, de ser llevada al cine, codirigida por Ken Loach & Wes Anderson — como se ve sin querer ver, pero también sin poder dejar de mirar, a uno de esos accidentes al costado del camino en el que uno no puede sino preguntarse si habrá sobrevivido alguien para contar el cuento y relatar la novela. Alguien refiriéndose al inmenso Charles ‘Valor de Ley’ Portis (de paso: ¿hay alguien allí que de tres golpes y se disponga a traducir sus otras cuatro novelas aún inéditas en nuestro idioma?) lo definió con un «como Cormac McCarthy, pero divertido». Siguiendo esa misma idea, podría definirse a Paul Murray (Dublín, 1975) con un « como Jonathan Franzen, pero gracioso ». Porque — lo saben quienes ya rieron y temblaron con la maravillosa y para Murray consagratoria ‘Skippy muere’ (en Pálido Fuego)— ‘La picadura de abeja’ es, de nuevo, una de esas novelas deprimentemente alegres o alegremente depresivas. NOVELA ‘La picadura de abeja’ Autor Paul Murray Editorial Anagrama Año 2025 Páginas 720 Precio 25,90 euros 4Como ya lo fueron la citada odisea escolar de Daniel ‘Skippy’ Juster en 2010. O —antes y después— ‘An Evening of Long Goodbyes’, del 2003, con ‘héroe’ digno de acompañar a esos canallas del irlandés por opción/adopción J . P. Donleavy. O la meta-farsa delillo-pynchoniana sobre el mundo de las finanzas retratado en ‘The Mark and the Void’, del 2015. Pero ahora ‘La picadura de abeja’ —como sucede con mucho de lo de Jonathan Coe— duele más y provoca muchas más de esas sonrisas que, a menudo, derivan en gemido y mueca. La muy celebrada (hasta por el poco fácil de conformar y de sonreír y de asustar Bret Easton Ellis ) ‘La picadura de abeja’ es una novela con aguijón. Y de lo que se ocupa/desocupa es de la decadencia y caída de los Barnes: una familia feliz pero más que lista para descollar en el arte de la infelicidad. Y, sí, los Barnes en verdad podrían apellidarse Murphy porque, de pronto, todo empieza a salirles mal y entrarles peor aún cortesía de una de esas crisis económicas nacionales que golpean aún más duro en lo privado. vaciando y frenando la concesionaria de automóviles que los mantenía en movimiento. Y quien más la siente y padece es la adolescente y poco agraciada Cass, quien sólo quiere dejar atrás su opaca vida provinciana para brillar en Dublín mientras adora a su mejor amiga Elaine con quien mantiene una adictiva relación siempre al borde de lo tóxico. Proliferación epidémica de pequeñas catástrofes con la que se va imponiendo la certeza de un naufragio Mientras, Imelda, su legendariamente hermosa madre, añora un amor como el de ‘Los muertos’ de Joyce y monologa casi en trance con sintaxis-dicción de Molly Bloom; su hermano PJ ha sido abducido por pantallas PLAY AGAIN para distraerse del posible GAME OVER del matrimonio de quienes lo engendraron mientras no puede evitar lo que ocurre en su hogar como lo que sucede en el de ‘Cementerio de animales’ de Stephen King ; y su padre, Dickie, sueña búnker-utópicamente con construir algo digno de ‘La costa de los mosquitos’ (que también pican). Y los cuatro, alternativa y cuasi faulknerianamente (Murray es un maestro en lo que hace a la modulación de voces diferentes para hablar una misma historia) narran y protagonizan su lado de esa caída libre tribal. Acontecimientos que se precipitan con cada vuelta sin retorno de página. Proliferación epidémica de pequeñas catástrofes con la que se va imponiendo la certeza de un naufragio sin tierra firme a la vista y en el que no hay botes para todos y sálvese quien pueda . Y los adultos piensan demasiado en el pasado (y en lo que les pasó o no) y los jóvenes quisieran no pensar tanto en el futuro (y en lo que podría llegar a pasarles o no llegar nunca a sucederles). Y de nuevo: todo tan panorámicamente triste (calentamiento global) y tan desopilante (enfriamiento comunal) en lo que hace a la acumulación del inmensamente pequeño detalle decisivo. Pronto, el lector sabe todo sobre los Barnes. Sabe demasiado y quisiera dejar de saber. Pero ‘La picadura de abeja’ se lee —entre temblores de risa y de espanto, a su manera una historia de fantasmas demasiado vívidos o una fantasía folk con hadas embrujadas o, de ser llevada al cine, codirigida por Ken Loach & Wes Anderson — como se ve sin querer ver, pero también sin poder dejar de mirar, a uno de esos accidentes al costado del camino en el que uno no puede sino preguntarse si habrá sobrevivido alguien para contar el cuento y relatar la novela.
CRÍTICA DE:
Narrativa
Esta obra del autor irlandés se ocupa/desocupa de la decadencia y caída de los Barnes. Es una de esas novelas deprimentemente alegres o alegremente depresivas
Alguien refiriéndose al inmenso Charles ‘Valor de Ley’ Portis (de paso: ¿hay alguien allí que de tres golpes y se disponga a traducir sus otras cuatro novelas aún inéditas en nuestro idioma?) lo definió con un «como Cormac McCarthy, pero divertido». Siguiendo esa misma … idea, podría definirse a Paul Murray (Dublín, 1975) con un «como Jonathan Franzen, pero gracioso».
Porque —lo saben quienes ya rieron y temblaron con la maravillosa y para Murray consagratoria ‘Skippy muere’ (en Pálido Fuego)— ‘La picadura de abeja’ es, de nuevo, una de esas novelas deprimentemente alegres o alegremente depresivas.

-
Autor
Paul Murray -
Editorial
Anagrama -
Año
2025 -
Páginas
720 -
Precio
25,90 euros
Como ya lo fueron la citada odisea escolar de Daniel ‘Skippy’ Juster en 2010. O —antes y después— ‘An Evening of Long Goodbyes’, del 2003, con ‘héroe’ digno de acompañar a esos canallas del irlandés por opción/adopción J. P. Donleavy. O la meta-farsa delillo-pynchoniana sobre el mundo de las finanzas retratado en ‘The Mark and the Void’, del 2015.
Pero ahora ‘La picadura de abeja’ —como sucede con mucho de lo de Jonathan Coe— duele más y provoca muchas más de esas sonrisas que, a menudo, derivan en gemido y mueca. La muy celebrada (hasta por el poco fácil de conformar y de sonreír y de asustar Bret Easton Ellis) ‘La picadura de abeja’ es una novela con aguijón. Y de lo que se ocupa/desocupa es de la decadencia y caída de los Barnes: una familia feliz pero más que lista para descollar en el arte de la infelicidad.
Y, sí, los Barnes en verdad podrían apellidarse Murphy porque, de pronto, todo empieza a salirles mal y entrarles peor aún cortesía de una de esas crisis económicas nacionales que golpean aún más duro en lo privado. vaciando y frenando la concesionaria de automóviles que los mantenía en movimiento. Y quien más la siente y padece es la adolescente y poco agraciada Cass, quien sólo quiere dejar atrás su opaca vida provinciana para brillar en Dublín mientras adora a su mejor amiga Elaine con quien mantiene una adictiva relación siempre al borde de lo tóxico.
Proliferación epidémica de pequeñas catástrofes con la que se va imponiendo la certeza de un naufragio
Mientras, Imelda, su legendariamente hermosa madre, añora un amor como el de ‘Los muertos’ de Joyce y monologa casi en trance con sintaxis-dicción de Molly Bloom; su hermano PJ ha sido abducido por pantallas PLAY AGAIN para distraerse del posible GAME OVER del matrimonio de quienes lo engendraron mientras no puede evitar lo que ocurre en su hogar como lo que sucede en el de ‘Cementerio de animales’ de Stephen King; y su padre, Dickie, sueña búnker-utópicamente con construir algo digno de ‘La costa de los mosquitos’ (que también pican).
Y los cuatro, alternativa y cuasi faulknerianamente (Murray es un maestro en lo que hace a la modulación de voces diferentes para hablar una misma historia) narran y protagonizan su lado de esa caída libre tribal. Acontecimientos que se precipitan con cada vuelta sin retorno de página. Proliferación epidémica de pequeñas catástrofes con la que se va imponiendo la certeza de un naufragio sin tierra firme a la vista y en el que no hay botes para todos y sálvese quien pueda. Y los adultos piensan demasiado en el pasado (y en lo que les pasó o no) y los jóvenes quisieran no pensar tanto en el futuro (y en lo que podría llegar a pasarles o no llegar nunca a sucederles).
Y de nuevo: todo tan panorámicamente triste (calentamiento global) y tan desopilante (enfriamiento comunal) en lo que hace a la acumulación del inmensamente pequeño detalle decisivo. Pronto, el lector sabe todo sobre los Barnes. Sabe demasiado y quisiera dejar de saber. Pero ‘La picadura de abeja’ se lee —entre temblores de risa y de espanto, a su manera una historia de fantasmas demasiado vívidos o una fantasía folk con hadas embrujadas o, de ser llevada al cine, codirigida por Ken Loach & Wes Anderson— como se ve sin querer ver, pero también sin poder dejar de mirar, a uno de esos accidentes al costado del camino en el que uno no puede sino preguntarse si habrá sobrevivido alguien para contar el cuento y relatar la novela.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Volver a intentar
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Sigue navegando
Artículo solo para suscriptores
RSS de noticias de cultura