Noemí Sabugal es una de esas periodistas cuya curiosidad ilimitada parece impedirle afrontar retos pequeños cuando aborda la no ficción. Ya lo demostró con su anterior ensayo, Hijos del carbón (Alfaguara, 2020), un libro donde contaba los últimos años de las minas de carbón en el momento en el que estaban cerrando también las centrales térmicas, cuando las frías cifras de la “transición energética” ya habían sustituido en los periódicos a la época de las protestas obreras. Nacida en la montaña central de León, hija y nieta de mineros, se propuso hacer una crónica que permitiese entender por qué aquello era mucho más que la crisis de una industria o de un modelo energético. El resultado fue un libro colosal sobre el fin de una civilización, en el que los datos se transformaban en emoción y la desolación en imágenes.
Como ella misma ha contado, cuando lo terminó recordó que para hablar de las condiciones de trabajo extremas y terribles que imponía el carbón, la frase que más escuchaba repetir era: “Igual de duro que esto, sólo está el mar”. Y ahí estaba el germen de su siguiente desafío, Laberinto mar, un libro con el que ha buscado comprender la relación de España, un país que es una península, es decir, está rodeado por todas partes menos una de mar.
Para conseguirlo se embarcó ella misma en un viaje que la empujó a recorrer durante cinco años las costas de todo el país, y en el que lleva de la mano al lector, con destreza y sin sobreactuación, a recorrer no solo el espacio, sino también el tiempo. De los galeones en los que sufrió Cervantes hasta la hermandad de las Cuatro Villas cantábricas que controlaba las principales rutas comerciales en la Edad Media, de la factoría de Caneliñas donde se despiezaban las ballenas hasta el instinto náutico creado por Jovellanos. Su exhaustivo trabajo de documentación se entrelaza además con todo lo que presenció en persona: a través de sus ojos podemos ver cómo es la actividad en un barco bateeiro, en el que se “siembran” los mejillones como si fuesen patatas, en qué consiste el día a día de una mariscadora de Vilanova de Arousa o cuál es el papel de una armadora al frente de una empresa náutica. Porque la presencia de las mujeres es poderosa, como ya lo fue en su anterior ensayo.
Uno de los grandes logros de Laberinto mar es que uno puede imaginarse el calendario en el que la autora iba apuntando sus destinos en función del tema que quería abordar: en invierno la visita a la Costa Brava para explorar el mundo gravemente amenazado de las gorgonias y los corales (allí afrontó una furiosa tramontana, en Cabo de Creus) o en agosto a Benidorm para narrar los efectos de la turistificación salvaje (que contempló desde un pequeño apartamento en un semi rascacielos). El vínculo de la propia Sabugal con el libro está presente en la historia: cuando su abuelo pasó a ser un jubilado de la mina se marchó a vivir a Gijón, destino que por supuesto ella también visita.
Aunque en Hijos del carbón la conexión emocional de la autora con el tema era evidente, pues al fin y al cabo estaba abordando una parte fundamental de su vida, en esta obra no desaparece el componente obsesivo, casi compulsivo, con el que se mete hasta el corazón de lo que trata. Si acaso, por tratarse de un tema que no había conocido ni vivido de primera mano antes, el esfuerzo de rigurosidad es aún más manifiesto. Y como en su anterior obra lo llena de emoción cediendo protagonismo a las voces adecuadas para contar cada historia, como ocurre en los libros que son referencia para ella, desde los de Svetlana Alexiévich hasta los de Leila Guerriero, por citar dos autoras. A pesar de su peso enciclopédico, Sabugal consigue de nuevo que la lectura resulte ligera y, a ratos, adictiva.
Noemí Sabugal es una de esas periodistas cuya curiosidad ilimitada parece impedirle afrontar retos pequeños cuando aborda la no ficción. Ya lo demostró con su anterior ensayo, Hijos del carbón (Alfaguara, 2020), un libro donde contaba los últimos años de las minas de carbón en el momento en el que estaban cerrando también las centrales térmicas, cuando las frías cifras de la “transición energética” ya habían sustituido en los periódicos a la época de las protestas obreras. Nacida en la montaña central de León, hija y nieta de mineros, se propuso hacer una crónica que permitiese entender por qué aquello era mucho más que la crisis de una industria o de un modelo energético. El resultado fue un libro colosal sobre el fin de una civilización, en el que los datos se transformaban en emoción y la desolación en imágenes.Como ella misma ha contado, cuando lo terminó recordó que para hablar de las condiciones de trabajo extremas y terribles que imponía el carbón, la frase que más escuchaba repetir era: “Igual de duro que esto, sólo está el mar”. Y ahí estaba el germen de su siguiente desafío, Laberinto mar, un libro con el que ha buscado comprender la relación de España, un país que es una península, es decir, está rodeado por todas partes menos una de mar.Para conseguirlo se embarcó ella misma en un viaje que la empujó a recorrer durante cinco años las costas de todo el país, y en el que lleva de la mano al lector, con destreza y sin sobreactuación, a recorrer no solo el espacio, sino también el tiempo. De los galeones en los que sufrió Cervantes hasta la hermandad de las Cuatro Villas cantábricas que controlaba las principales rutas comerciales en la Edad Media, de la factoría de Caneliñas donde se despiezaban las ballenas hasta el instinto náutico creado por Jovellanos. Su exhaustivo trabajo de documentación se entrelaza además con todo lo que presenció en persona: a través de sus ojos podemos ver cómo es la actividad en un barco bateeiro, en el que se “siembran” los mejillones como si fuesen patatas, en qué consiste el día a día de una mariscadora de Vilanova de Arousa o cuál es el papel de una armadora al frente de una empresa náutica. Porque la presencia de las mujeres es poderosa, como ya lo fue en su anterior ensayo.Uno de los grandes logros de Laberinto mar es que uno puede imaginarse el calendario en el que la autora iba apuntando sus destinos en función del tema que quería abordar: en invierno la visita a la Costa Brava para explorar el mundo gravemente amenazado de las gorgonias y los corales (allí afrontó una furiosa tramontana, en Cabo de Creus) o en agosto a Benidorm para narrar los efectos de la turistificación salvaje (que contempló desde un pequeño apartamento en un semi rascacielos). El vínculo de la propia Sabugal con el libro está presente en la historia: cuando su abuelo pasó a ser un jubilado de la mina se marchó a vivir a Gijón, destino que por supuesto ella también visita.Aunque en Hijos del carbón la conexión emocional de la autora con el tema era evidente, pues al fin y al cabo estaba abordando una parte fundamental de su vida, en esta obra no desaparece el componente obsesivo, casi compulsivo, con el que se mete hasta el corazón de lo que trata. Si acaso, por tratarse de un tema que no había conocido ni vivido de primera mano antes, el esfuerzo de rigurosidad es aún más manifiesto. Y como en su anterior obra lo llena de emoción cediendo protagonismo a las voces adecuadas para contar cada historia, como ocurre en los libros que son referencia para ella, desde los de Svetlana Alexiévich hasta los de Leila Guerriero, por citar dos autoras. A pesar de su peso enciclopédico, Sabugal consigue de nuevo que la lectura resulte ligera y, a ratos, adictiva. Seguir leyendo
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia
Este ensayo recoge los cinco años que la periodista pasó en su recorrido por las costas de todo el país. Traza un amplio mapa narrativo que, a pesar de su peso enciclopédico, logra que la lectura sea ligera y, a ratos, adictiva


Noemí Sabugal es una de esas periodistas cuya curiosidad ilimitada parece impedirle afrontar retos pequeños cuando aborda la no ficción. Ya lo demostró con su anterior ensayo, Hijos del carbón (Alfaguara, 2020), un libro donde contaba los últimos años de las minas de carbón en el momento en el que estaban cerrando también las centrales térmicas, cuando las frías cifras de la “transición energética” ya habían sustituido en los periódicos a la época de las protestas obreras. Nacida en la montaña central de León, hija y nieta de mineros, se propuso hacer una crónica que permitiese entender por qué aquello era mucho más que la crisis de una industria o de un modelo energético. El resultado fue un libro colosal sobre el fin de una civilización, en el que los datos se transformaban en emoción y la desolación en imágenes.
Como ella misma ha contado, cuando lo terminó recordó que para hablar de las condiciones de trabajo extremas y terribles que imponía el carbón, la frase que más escuchaba repetir era: “Igual de duro que esto, sólo está el mar”. Y ahí estaba el germen de su siguiente desafío, Laberinto mar , un libro con el que ha buscado comprender la relación de España, un país que es una península, es decir, está rodeado por todas partes menos una de agua, con el mar.

Para conseguirlo se embarcó ella misma en un viaje que la empujó a recorrer durante cinco años las costas de todo el país, y en el que lleva de la mano al lector, con destreza y sin sobreactuación, a recorrer no solo el espacio, sino también el tiempo. De los galeones en los que sufrió Cervantes hasta la hermandad de las Cuatro Villas cantábricas que controlaba las principales rutas comerciales en la Edad Media, de la factoría de Caneliñas donde se despiezaban las ballenas hasta el instinto náutico creado por Jovellanos. Su exhaustivo trabajo de documentación se entrelaza además con todo lo que presenció en persona: a través de sus ojos podemos ver cómo es la actividad en un barco bateeiro, en el que se “siembran” los mejillones como si fuesen patatas, en qué consiste el día a día de una mariscadora de Vilanova de Arousa o cuál es el papel de una armadora al frente de una empresa náutica. Porque la presencia de las mujeres es poderosa, como ya lo fue en su anterior ensayo.
Uno de los grandes logros de Laberinto mar es que uno puede imaginarse el calendario en el que la autora iba apuntando sus destinos en función del tema que quería abordar: en invierno la visita a la Costa Brava para explorar el mundo gravemente amenazado de las gorgonias y los corales (allí afrontó una furiosa tramontana, en Cabo de Creus) o en agosto a Benidorm para narrar los efectos de la turistificación salvaje (que contempló desde un pequeño apartamento en un semi rascacielos). El vínculo de la propia Sabugal con el libro está presente en la historia: cuando su abuelo pasó a ser un jubilado de la mina se marchó a vivir a Gijón, destino que por supuesto ella también visita.
Aunque en Hijos del carbón la conexión emocional de la autora con el tema era evidente, pues al fin y al cabo estaba abordando una parte fundamental de su vida, en esta obra no desaparece el componente obsesivo, casi compulsivo, con el que se mete hasta el corazón de lo que trata. Si acaso, por tratarse de un tema que no había conocido ni vivido de primera mano antes, el esfuerzo de rigurosidad es aún más manifiesto. Y como en su anterior obra como en su anterior obra lo llena de emoción cediendo protagonismo a las voces adecuadas para contar cada historia, como ocurre en los libros que son referencia para ella, desde los de Svetlana Alexiévich hasta los de Leila Guerriero, por citar dos autoras. A pesar de su peso enciclopédico, Sabugal consigue de nuevo que la lectura resulte ligera y, a ratos, adictiva.
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Sobre la firma

Licenciada en Periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en consumo y cultura de masas. Subdirectora de S Moda, fue redactora jefa de la web de Vanity Fair. Comenzó en Diario de León y en La Voz de Galicia. Autora de ‘Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de España’ (Blackie Books).
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