Om significa madre en árabe. Da título a un pequeño pero poderoso fotolibro, Om (Mother), fruto de un proyecto colaborativo llevado a cabo por la periodista y fotógrafa Barbara Debeuckelaere y las mujeres de ocho familias de Tel Rumeida, un barrio de la ciudad palestina de Hebrón, donde sobrevivir pacíficamente constituye, en sí mismo, un acto de resistencia.
Sometida a un severo régimen de segregación, Hebrón representa un microcosmos de la ocupación israelí de Cisjordania. Si. a lo largo de muchos años, esta localidad palestina con más de 4000 años de historia fue el motor económico para la región, hoy, su parte más antigua es la imagen de la desolación y el dolor, de todas las contradicciones de la ocupación. Alberga cuatro asentamientos judíos. Entre sus calles milenarias, se halla la Tumba de los Patriarcas, uno de los lugares más sagrados para el Judaísmo y el Islam, donde, en 1994, el colono Baruch Goldstein mató a 29 musulmanes e hirió a 125 más mientras rezaban. Murió apaleado por los supervivientes. Hoy, su tumba es visitada por muchos peregrinos: en la lápida quedó escrito: “Dio su vida por el pueblo de Israel, su Torá y su tierra”.
Así, desde 1997, la ciudad quedó dividida por el Acuerdo de Hebrón: la zona H-1 bajo control palestino, y la H-2, que abarca el casco antiguo y Tel Rumeida, bajo un férreo control militar israelí. De los aproximadamente 35.000 palestinos que residen en H-2, unos 7.000 viven cerca de los colonos, o en la proximidad de las calles utilizadas por estos.
Tel Rumeida se alza en lo alto de una empinada colina. “Es un lugar explosivo, lleno de odio y violencia contra la población autóctona palestina, que no tiene medios para defenderse”, escribe Debeuckelaere, quien en 2023 visitó el lugar por primera vez. Fue el activista Issa Amro, fundador del grupo pacifista Youth Against Settlements, quien puso a la fotógrafa en contacto con las mujeres que lo pueblan. Escuchó sus historias: relatos de vecinos que se vieron obligados a abandonar sus hogares sometidos a un acoso sistemático por parte de los colonos, de los ataques a sus hijos y de las restricciones a su libertad de movimientos. Los palestinos tienen prohibido el acceso a las principales calles. La prohibición no solo ha aumentado el desempleo entre este sector de la población, sino que dificulta el acceso a los servicios sanitarios y a los centros de enseñanza de forma regular.
“La cámara es sin duda el arma más poderosa de los palestinos”, apunta Debeuckelaere, “puede ser utilizada para documentar y exponer lo que está ocurriendo en su tierra, para asegurarse de que el mundo no se olvida de su destino”. Así, la autora se dispuso a armar a las mujeres de varias familias de la zona con cámaras analógicas — en contraposición al formato digital utilizado de forma habitual por la prensa—, con el fin de ofrecer, y al tiempo controlar, el relato de sus vidas, de su entorno, y de su digna y serena respuesta a una agresión continuada.
El resultado de este proyecto colectivo son las íntimas instantáneas que conforman Om (Mother). Desenfocadas y defectuosas, con encuadres torcidos e inesperados, se presentan como un murmullo bondadoso, en contraposición a las cámaras de vigilancia instaladas por el ejército israelí para controlar y humillar a los habitantes de la zona. La suave y evocadora paleta de colores habla de quienes, a pesar de las circunstancias y con dedicación, son capaces de seguir sosteniendo en pie sus hogares.
El uso de distintas calidades de película hace que las tonalidades varíen entre planos más cercanos y otros más lejanos, así como en las dobles exposiciones. De igual forma, algunas de las imágenes, originalmente horizontales, se presentan en vertical, desestabilizando la mirada y rompiendo la lógica documental tradicional. La calidad desordenada que va adquiriendo el conjunto alude tanto a la falta de control que ejercen los políticos sobre el conflicto como a la manera de habitar el espacio doméstico. Frente a la mirada militar, que todo lo quiere clasificar y controlar, el hogar aparece como un espacio indisciplinado: abstracto y concreto a la vez, lleno de afectos desbordados, de pequeños gestos de una vida que no se deja ordenar ni doblegar.
Un libro sobre Palestina, en la situación actual, no debería aspirar a la grandilocuencia ni al artificio, sino a la capacidad de transmitir con honestidad la vida tal y como se experimenta sobre el terreno —precaria y resistente—. Así lo hace Om (Mother). Su formato recuerda al de una Biblia, en referencia al papel central que desempeña la religión en la zona. Dividido en cinco partes, en alusión a las cinco oraciones diarias obligatorias en el Islam, cada una va acompañada por un texto escrito por una mujer. Hablan del significado del hogar, y de su profunda conexión con su tierra. De un vínculo que no se debilita con el paso de los días, “Permanecerá en nosotras mientras el olivo permanezca en nuestras vidas”, advierten.
Om (Mother). Barbara Debeuckelaere. The Eriskay Connection. 320 páginas. 30 euros.
En colaboración con las mujeres de ocho familias de la ciudad palestina de Hebrón, la fotógrafa Barbara Debeuckeleare da forma a un fotolibro en el que lo cotidiano se convierte en un acto de resistencia
Om significa madre en árabe. Da título a un pequeño pero poderoso fotolibro, Om (Mother), fruto de un proyecto colaborativo llevado a cabo por la periodista y fotógrafa Barbara Debeuckelaere y las mujeres de ocho familias de Tel Rumeida, un barrio de la ciudad palestina de Hebrón, donde sobrevivir pacíficamente constituye, en sí mismo, un acto de resistencia.
Sometida a un severo régimen de segregación, Hebrón representa un microcosmos de la ocupación israelí de Cisjordania. Si. a lo largo de muchos años, esta localidad palestina con más de 4000 años de historia fue el motor económico para la región, hoy, su parte más antigua es la imagen de la desolación y el dolor, de todas las contradicciones de la ocupación. Alberga cuatro asentamientos judíos. Entre sus calles milenarias, se halla la Tumba de los Patriarcas, uno de los lugares más sagrados para el Judaísmo y el Islam, donde, en 1994, el colono Baruch Goldstein mató a 29 musulmanes e hirió a 125 más mientras rezaban. Murió apaleado por los supervivientes. Hoy, su tumba es visitada por muchos peregrinos: en la lápida quedó escrito: “Dio su vida por el pueblo de Israel, su Torá y su tierra”.










Así, desde 1997, la ciudad quedó dividida por el Acuerdo de Hebrón: la zona H-1 bajo control palestino, y la H-2, que abarca el casco antiguo y Tel Rumeida, bajo un férreo control militar israelí. De los aproximadamente 35.000 palestinos que residen en H-2, unos 7.000 viven cerca de los colonos, o en la proximidad de las calles utilizadas por estos.
Tel Rumeida se alza en lo alto de una empinada colina. “Es un lugar explosivo, lleno de odio y violencia contra la población autóctona palestina, que no tiene medios para defenderse”, escribe Debeuckelaere, quien en 2023 visitó el lugar por primera vez. Fue el activista Issa Amro, fundador del grupo pacifista Youth Against Settlements, quien puso a la fotógrafa en contacto con las mujeres que lo pueblan. Escuchó sus historias: relatos de vecinos que se vieron obligados a abandonar sus hogares sometidos a un acoso sistemático por parte de los colonos, de los ataques a sus hijos y de las restricciones a su libertad de movimientos. Los palestinos tienen prohibido el acceso a las principales calles. La prohibición no solo ha aumentado el desempleo entre este sector de la población, sino que dificulta el acceso a los servicios sanitarios y a los centros de enseñanza de forma regular.
“La cámara es sin duda el arma más poderosa de los palestinos”, apunta Debeuckelaere, “puede ser utilizada para documentar y exponer lo que está ocurriendo en su tierra, para asegurarse de que el mundo no se olvida de su destino”. Así, la autora se dispuso a armar a las mujeres de varias familias de la zona con cámaras analógicas — en contraposición al formato digital utilizado de forma habitual por la prensa—, con el fin de ofrecer, y al tiempo controlar, el relato de sus vidas, de su entorno, y de su digna y serena respuesta a una agresión continuada.
El resultado de este proyecto colectivo son las íntimas instantáneas que conforman Om (Mother). Desenfocadas y defectuosas, con encuadres torcidos e inesperados, se presentan como un murmullo bondadoso, en contraposición a las cámaras de vigilancia instaladas por el ejército israelí para controlar y humillar a los habitantes de la zona. La suave y evocadora paleta de colores habla de quienes, a pesar de las circunstancias y con dedicación, son capaces de seguir sosteniendo en pie sus hogares.

El uso de distintas calidades de película hace que las tonalidades varíen entre planos más cercanos y otros más lejanos, así como en las dobles exposiciones. De igual forma, algunas de las imágenes, originalmente horizontales, se presentan en vertical, desestabilizando la mirada y rompiendo la lógica documental tradicional. La calidad desordenada que va adquiriendo el conjunto alude tanto a la falta de control que ejercen los políticos sobre el conflicto como a la manera de habitar el espacio doméstico. Frente a la mirada militar, que todo lo quiere clasificar y controlar, el hogar aparece como un espacio indisciplinado: abstracto y concreto a la vez, lleno de afectos desbordados, de pequeños gestos de una vida que no se deja ordenar ni doblegar.
Un libro sobre Palestina, en la situación actual, no debería aspirar a la grandilocuencia ni al artificio, sino a la capacidad de transmitir con honestidad la vida tal y como se experimenta sobre el terreno —precaria y resistente—. Así lo hace Om (Mother). Su formato recuerda al de una Biblia, en referencia al papel central que desempeña la religión en la zona. Dividido en cinco partes, en alusión a las cinco oraciones diarias obligatorias en el Islam, cada una va acompañada por un texto escrito por una mujer. Hablan del significado del hogar, y de su profunda conexión con su tierra. De un vínculo que no se debilita con el paso de los días, “Permanecerá en nosotras mientras el olivo permanezca en nuestras vidas”, advierten.
Om (Mother). Barbara Debeuckelaere. The Eriskay Connection. 320 páginas. 30 euros.
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