El paisaje constituye el eje vertebrador de la producción de Françoise Vanneraud (Nantes, 1984). A lo largo de su trayectoria, lo ha abordado más allá de sus posibilidades de representación formal, indagando en su condición de espacio marcado por la Historia, la memoria y la experiencia humana. En esta línea, algunos de sus proyectos recientes han reflexionado sobre los flujos transnacionales de personas que configuran nuestro presente global y, sobre todo, han mostrado una especial sensibilidad hacia las vivencias colectivas de exilio, fruto de crisis económicas, conflictos bélicos, imposiciones políticas o transformaciones climáticas.Noticias relacionadas estandar No ARTE Foto ‘movida’ del arranque del curso 2025-2026 Javier Díaz-Guardiola estandar Si ARTE Nuevo 2MiraArchivo en Doctor Fourquet: El archivo como estrategia Miguel CerecedaSu nueva exposición en la galería Ponce+Robles marca un viraje en esta poética, desplazando el énfasis desde lo que la propia Vanneraud ha denominado «estética migratoria» hacia un territorio autobiográfico. La inminente venta de la casa familiar –y con ella del jardín que constituyó el centro emocional y geográfico de su infancia – actúa como detonante de un trabajo en el que los recuerdos propios se transforman en materia poética. Como en sus proyectos anteriores, el paisaje se erige en escenario vital donde conviven el encuentro y la pérdida, la construcción de la identidad y el sentimiento de extrañamiento. Pero estas mismas tensiones aparecen ahora filtradas a través de un proceso de introspección que, sin embargo, apela a la condición compartida de ser sujetos siempre en tránsito.Empapados de recuerdosEsta reformulación de su discurso no se limita a lo conceptual, sino que se extiende también al plano técnico. Si el dibujo –habitualmente expandido en el espacio e hibridado con otros medios– había constituido hasta ahora el núcleo de su práctica, en esta ocasión ha elaborado piezas textiles teñidas con pigmentos orgánicos obtenidos de plantas y raíces del propio jardín familiar, en un intento de fijar en la fibra de la materia la esencia de aquel lugar. Estas telas, recortadas en formas vegetales diversas, conforman superficies que rehúyen la unidad y se presentan, como los recuerdos, fragmentarias y superpuestas, más cercanas a la emoción que a la certeza de una representación botánica.Meterse en un jardín. En las imágenes, distintas propuestas de la muestra ‘Lo que aún florece’, de Françoise Vanneraud ABCJunto a los tejidos de gran formato y unos delicados ‘collages’ fotográficos, pensados ambos para una contemplación frontal, se despliegan también otras obras que refuerzan la dimensión transitable y orgánica del jardín: piezas que avanzan hacia el espectador e invaden el espacio de la galería con pliegues y repliegues, sostenidas en un equilibrio inestable y dotadas de volúmenes que permiten jugar con la luz y la sombra, intensificar texturas –algunas procedentes del ámbito doméstico familiar, como antiguas sábanas con bordados– y revelar incluso el reverso de la tela. arte_abc_0724A ellas se suman unas columnas esbeltas, realizadas con arcilla recogida en los márgenes del Loira, de las que penden fragmentos cerámicos en forma de hojas o semillas, conformando móviles frágiles que guían la mirada hacia lo alto.Este interés por lo autobiográfico, que encuentra en el textil y la cerámica un nuevo cauce expresivo, no supone un giro radical en la trayectoria de Vanneraud, sino más bien un ensanchamiento: la convicción de que la búsqueda interior puede proyectarse hacia preguntas universales. Françoise Vanneraud: ‘Lo que aún florece’ Galería Ponce+Robles. Madrid. C/ Alameda, 5. Del 10 de septiembre al 24 de octubre. Cuatro estrellas.Frente a un horizonte marcado por la pérdida, la artista plantea la memoria como refugio y la creación como acto de resistencia. Y lo hace con un desafío nada menor: hacer florecer una inesperada belleza allí donde se anuncia un adiós. El paisaje constituye el eje vertebrador de la producción de Françoise Vanneraud (Nantes, 1984). A lo largo de su trayectoria, lo ha abordado más allá de sus posibilidades de representación formal, indagando en su condición de espacio marcado por la Historia, la memoria y la experiencia humana. En esta línea, algunos de sus proyectos recientes han reflexionado sobre los flujos transnacionales de personas que configuran nuestro presente global y, sobre todo, han mostrado una especial sensibilidad hacia las vivencias colectivas de exilio, fruto de crisis económicas, conflictos bélicos, imposiciones políticas o transformaciones climáticas.Noticias relacionadas estandar No ARTE Foto ‘movida’ del arranque del curso 2025-2026 Javier Díaz-Guardiola estandar Si ARTE Nuevo 2MiraArchivo en Doctor Fourquet: El archivo como estrategia Miguel CerecedaSu nueva exposición en la galería Ponce+Robles marca un viraje en esta poética, desplazando el énfasis desde lo que la propia Vanneraud ha denominado «estética migratoria» hacia un territorio autobiográfico. La inminente venta de la casa familiar –y con ella del jardín que constituyó el centro emocional y geográfico de su infancia – actúa como detonante de un trabajo en el que los recuerdos propios se transforman en materia poética. Como en sus proyectos anteriores, el paisaje se erige en escenario vital donde conviven el encuentro y la pérdida, la construcción de la identidad y el sentimiento de extrañamiento. Pero estas mismas tensiones aparecen ahora filtradas a través de un proceso de introspección que, sin embargo, apela a la condición compartida de ser sujetos siempre en tránsito.Empapados de recuerdosEsta reformulación de su discurso no se limita a lo conceptual, sino que se extiende también al plano técnico. Si el dibujo –habitualmente expandido en el espacio e hibridado con otros medios– había constituido hasta ahora el núcleo de su práctica, en esta ocasión ha elaborado piezas textiles teñidas con pigmentos orgánicos obtenidos de plantas y raíces del propio jardín familiar, en un intento de fijar en la fibra de la materia la esencia de aquel lugar. Estas telas, recortadas en formas vegetales diversas, conforman superficies que rehúyen la unidad y se presentan, como los recuerdos, fragmentarias y superpuestas, más cercanas a la emoción que a la certeza de una representación botánica.Meterse en un jardín. En las imágenes, distintas propuestas de la muestra ‘Lo que aún florece’, de Françoise Vanneraud ABCJunto a los tejidos de gran formato y unos delicados ‘collages’ fotográficos, pensados ambos para una contemplación frontal, se despliegan también otras obras que refuerzan la dimensión transitable y orgánica del jardín: piezas que avanzan hacia el espectador e invaden el espacio de la galería con pliegues y repliegues, sostenidas en un equilibrio inestable y dotadas de volúmenes que permiten jugar con la luz y la sombra, intensificar texturas –algunas procedentes del ámbito doméstico familiar, como antiguas sábanas con bordados– y revelar incluso el reverso de la tela. arte_abc_0724A ellas se suman unas columnas esbeltas, realizadas con arcilla recogida en los márgenes del Loira, de las que penden fragmentos cerámicos en forma de hojas o semillas, conformando móviles frágiles que guían la mirada hacia lo alto.Este interés por lo autobiográfico, que encuentra en el textil y la cerámica un nuevo cauce expresivo, no supone un giro radical en la trayectoria de Vanneraud, sino más bien un ensanchamiento: la convicción de que la búsqueda interior puede proyectarse hacia preguntas universales. Françoise Vanneraud: ‘Lo que aún florece’ Galería Ponce+Robles. Madrid. C/ Alameda, 5. Del 10 de septiembre al 24 de octubre. Cuatro estrellas.Frente a un horizonte marcado por la pérdida, la artista plantea la memoria como refugio y la creación como acto de resistencia. Y lo hace con un desafío nada menor: hacer florecer una inesperada belleza allí donde se anuncia un adiós.
El paisaje constituye el eje vertebrador de la producción de Françoise Vanneraud (Nantes, 1984). A lo largo de su trayectoria, lo ha abordado más allá de sus posibilidades de representación formal, indagando en su condición de espacio marcado por la Historia, la memoria y … la experiencia humana.
En esta línea, algunos de sus proyectos recientes han reflexionado sobre los flujos transnacionales de personas que configuran nuestro presente global y, sobre todo, han mostrado una especial sensibilidad hacia las vivencias colectivas de exilio, fruto de crisis económicas, conflictos bélicos, imposiciones políticas o transformaciones climáticas.
Su nueva exposición en la galería Ponce+Robles marca un viraje en esta poética, desplazando el énfasis desde lo que la propia Vanneraud ha denominado «estética migratoria» hacia un territorio autobiográfico. La inminente venta de la casa familiar –y con ella del jardín que constituyó el centro emocional y geográfico de su infancia– actúa como detonante de un trabajo en el que los recuerdos propios se transforman en materia poética.
Como en sus proyectos anteriores, el paisaje se erige en escenario vital donde conviven el encuentro y la pérdida, la construcción de la identidad y el sentimiento de extrañamiento. Pero estas mismas tensiones aparecen ahora filtradas a través de un proceso de introspección que, sin embargo, apela a la condición compartida de ser sujetos siempre en tránsito.
Empapados de recuerdos
Esta reformulación de su discurso no se limita a lo conceptual, sino que se extiende también al plano técnico. Si el dibujo –habitualmente expandido en el espacio e hibridado con otros medios– había constituido hasta ahora el núcleo de su práctica, en esta ocasión ha elaborado piezas textiles teñidas con pigmentos orgánicos obtenidos de plantas y raíces del propio jardín familiar, en un intento de fijar en la fibra de la materia la esencia de aquel lugar. Estas telas, recortadas en formas vegetales diversas, conforman superficies que rehúyen la unidad y se presentan, como los recuerdos, fragmentarias y superpuestas, más cercanas a la emoción que a la certeza de una representación botánica.



En las imágenes, distintas propuestas de la muestra ‘Lo que aún florece’, de Françoise Vanneraud
ABC
Junto a los tejidos de gran formato y unos delicados ‘collages’ fotográficos, pensados ambos para una contemplación frontal, se despliegan también otras obras que refuerzan la dimensión transitable y orgánica del jardín: piezas que avanzan hacia el espectador e invaden el espacio de la galería con pliegues y repliegues, sostenidas en un equilibrio inestable y dotadas de volúmenes que permiten jugar con la luz y la sombra, intensificar texturas –algunas procedentes del ámbito doméstico familiar, como antiguas sábanas con bordados– y revelar incluso el reverso de la tela.
A ellas se suman unas columnas esbeltas, realizadas con arcilla recogida en los márgenes del Loira, de las que penden fragmentos cerámicos en forma de hojas o semillas, conformando móviles frágiles que guían la mirada hacia lo alto.
Este interés por lo autobiográfico, que encuentra en el textil y la cerámica un nuevo cauce expresivo, no supone un giro radical en la trayectoria de Vanneraud, sino más bien un ensanchamiento: la convicción de que la búsqueda interior puede proyectarse hacia preguntas universales.
Françoise Vanneraud: ‘Lo que aún florece’
Galería Ponce+Robles. Madrid. C/ Alameda, 5. Del 10 de septiembre al 24 de octubre. Cuatro estrellas.
Frente a un horizonte marcado por la pérdida, la artista plantea la memoria como refugio y la creación como acto de resistencia. Y lo hace con un desafío nada menor: hacer florecer una inesperada belleza allí donde se anuncia un adiós.
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