29 de octubre, aniversario de una de las mayores tragedias ocurridas en la Comunidad Valenciana, de la muerte de 229 personas debido a las consecuencias de la gota fría que asoló el litoral levantino y su negligente gestión, día elegido por RTVE para emitir un reportaje dedicado a escrutar los 37 minutos en los que se desconoce qué hizo Carlos Mazón. Eso es lo primero que llama la atención de esta pieza audiovisual: la desinhibida instrumentalización política de una fecha aciaga desde el ente público. «229 muertos no fueron suficientes para desbloquearla (la agenda de Mazón)», presenta Marta Flitch, muy seria y engolando la voz (no vaya a parecer poco triste en pantalla). Y casi da a entender con su afirmación que la cifra de muertos ya era pública antes de fallecer incluso y que Mazón, sabiéndolo, anduviese de picos pardos, consciente de todo lo que estaba ocurriendo y paladeando, por pura maldad, el dolor de su pueblo. Gonzalo Miró asiente, mohíno. Y empieza la «dolorosísima crónica» de los 37 minutos que más le importan de ese día a la televisión pública: los que no sabemos que hizo Carlos Mazón y que, seguro, habrían cambiado el rumbo de los acontecimientos. El reportaje, disculpen el eufemismo, empieza con Dolores Ruiz, que perdió a toda su familia (marido y dos hijos) en la riada justo a la hora en que Mazón salía del Ventorro, las 18:57. Mazón, ilocalizable. A las 19:00 exactamente, son Elvira Conil y Rafael Pérez los que sufren en Chiva la fuerza del agua y, mientras ella le rescata, él cree que no volverá a ver a sus nietos. Mazón, mientras tanto, de parranda. A las 19:10, Toñi García, en Benetúser, pierde a su marido y a su hija ahogados. Mazón, disfrutando. A las 19:30, Salvador Vilanova, en Ribarroja, salva a un vecino con ayuda de un cargador. Mazón, con el jijí y el jajá. Antes de las 19:34, la hermana y la sobrina de Ernesto Martínez grabaron cómo entraba el agua en su coche. Elvira, la madre, aparecería muerta. Elisabeth sigue desaparecida. Mazón, a saber. Las historias son estremecedoras y es difícil no sentir conmiseración por sus protagonistas. Todos tienen, es entendible, reproches para Carlos Mazón que ya es, a estas alturas, el único responsable de lo ocurrido. «Él se había ido a una cita y dejó a todas las víctimas», «no hay derecho a que haya pasado esto y él siga estando donde está, con su casa, su jornal y su familia», «no tiene corazón, es un sinvergüenza», «se ahogó su pueblo sin saber nada de él». Sobreimpreso en la pantalla, entre intervención e intervención, la cifra de muertos en esos 37 minutos: 9 atrapados en garajes, 12 dentro de sus coches, 155 cuando llega la alerta a los ciudadanos, más de 200 cuando por fin comparece Mazón. Así, lo que queda claro al terminar la «dolorosísima crónica» de los 37 minutos oscuros de Mazón no es, desde luego, dónde estuvo. Lo que queda clarísimo es, no solo que todas las muertes son responsabilidad suya, exclusivamente, y podría haberlas evitado si hubiera querido (que no quiso), sino que esos minutos fueron determinantes. Mazón casi convertido en divinidad chunga capaz de detener tormentas y encauzar ríos, de cambiar el devenir de los acontecimientos, solo con su presencia. Prescindibles, pues, todos los demás cargos de él hacia abajo. Se va Mazón y no funciona nada. Ni rastro en todo el metraje de análisis, ni de rigor, ni de objetividad, ni de ganas de todo ello. Angustia y abochorna especialmente ver la instrumentalización despiadada de las víctimas y cómo su sufrimiento, que merece toda compasión y reparación, no es más que el macguffin que facilita a algunos el señalamiento político. De vuelta al plató, tras conexión con la Ciudad de las Artes y las Ciencias porque el presidente de la Generalitat llega en ese momento al funeral laico por las víctimas, Marta Flich se refiere a él como «lamentable protagonista». Como si no hubieran sido ella y su programa, precisamente, quienes le han convertido hoy en eso. 29 de octubre, aniversario de una de las mayores tragedias ocurridas en la Comunidad Valenciana, de la muerte de 229 personas debido a las consecuencias de la gota fría que asoló el litoral levantino y su negligente gestión, día elegido por RTVE para emitir un reportaje dedicado a escrutar los 37 minutos en los que se desconoce qué hizo Carlos Mazón. Eso es lo primero que llama la atención de esta pieza audiovisual: la desinhibida instrumentalización política de una fecha aciaga desde el ente público. «229 muertos no fueron suficientes para desbloquearla (la agenda de Mazón)», presenta Marta Flitch, muy seria y engolando la voz (no vaya a parecer poco triste en pantalla). Y casi da a entender con su afirmación que la cifra de muertos ya era pública antes de fallecer incluso y que Mazón, sabiéndolo, anduviese de picos pardos, consciente de todo lo que estaba ocurriendo y paladeando, por pura maldad, el dolor de su pueblo. Gonzalo Miró asiente, mohíno. Y empieza la «dolorosísima crónica» de los 37 minutos que más le importan de ese día a la televisión pública: los que no sabemos que hizo Carlos Mazón y que, seguro, habrían cambiado el rumbo de los acontecimientos. El reportaje, disculpen el eufemismo, empieza con Dolores Ruiz, que perdió a toda su familia (marido y dos hijos) en la riada justo a la hora en que Mazón salía del Ventorro, las 18:57. Mazón, ilocalizable. A las 19:00 exactamente, son Elvira Conil y Rafael Pérez los que sufren en Chiva la fuerza del agua y, mientras ella le rescata, él cree que no volverá a ver a sus nietos. Mazón, mientras tanto, de parranda. A las 19:10, Toñi García, en Benetúser, pierde a su marido y a su hija ahogados. Mazón, disfrutando. A las 19:30, Salvador Vilanova, en Ribarroja, salva a un vecino con ayuda de un cargador. Mazón, con el jijí y el jajá. Antes de las 19:34, la hermana y la sobrina de Ernesto Martínez grabaron cómo entraba el agua en su coche. Elvira, la madre, aparecería muerta. Elisabeth sigue desaparecida. Mazón, a saber. Las historias son estremecedoras y es difícil no sentir conmiseración por sus protagonistas. Todos tienen, es entendible, reproches para Carlos Mazón que ya es, a estas alturas, el único responsable de lo ocurrido. «Él se había ido a una cita y dejó a todas las víctimas», «no hay derecho a que haya pasado esto y él siga estando donde está, con su casa, su jornal y su familia», «no tiene corazón, es un sinvergüenza», «se ahogó su pueblo sin saber nada de él». Sobreimpreso en la pantalla, entre intervención e intervención, la cifra de muertos en esos 37 minutos: 9 atrapados en garajes, 12 dentro de sus coches, 155 cuando llega la alerta a los ciudadanos, más de 200 cuando por fin comparece Mazón. Así, lo que queda claro al terminar la «dolorosísima crónica» de los 37 minutos oscuros de Mazón no es, desde luego, dónde estuvo. Lo que queda clarísimo es, no solo que todas las muertes son responsabilidad suya, exclusivamente, y podría haberlas evitado si hubiera querido (que no quiso), sino que esos minutos fueron determinantes. Mazón casi convertido en divinidad chunga capaz de detener tormentas y encauzar ríos, de cambiar el devenir de los acontecimientos, solo con su presencia. Prescindibles, pues, todos los demás cargos de él hacia abajo. Se va Mazón y no funciona nada. Ni rastro en todo el metraje de análisis, ni de rigor, ni de objetividad, ni de ganas de todo ello. Angustia y abochorna especialmente ver la instrumentalización despiadada de las víctimas y cómo su sufrimiento, que merece toda compasión y reparación, no es más que el macguffin que facilita a algunos el señalamiento político. De vuelta al plató, tras conexión con la Ciudad de las Artes y las Ciencias porque el presidente de la Generalitat llega en ese momento al funeral laico por las víctimas, Marta Flich se refiere a él como «lamentable protagonista». Como si no hubieran sido ella y su programa, precisamente, quienes le han convertido hoy en eso.
29 de octubre, aniversario de una de las mayores tragedias ocurridas en la Comunidad Valenciana, de la muerte de 229 personas debido a las consecuencias de la gota fría que asoló el litoral levantino y su negligente gestión, día elegido por RTVE para emitir un … reportaje dedicado a escrutar los 37 minutos en los que se desconoce qué hizo Carlos Mazón. Eso es lo primero que llama la atención de esta pieza audiovisual: la desinhibida instrumentalización política de una fecha aciaga desde el ente público. «229 muertos no fueron suficientes para desbloquearla (la agenda de Mazón)», presenta Marta Flitch, muy seria y engolando la voz (no vaya a parecer poco triste en pantalla). Y casi da a entender con su afirmación que la cifra de muertos ya era pública antes de fallecer incluso y que Mazón, sabiéndolo, anduviese de picos pardos, consciente de todo lo que estaba ocurriendo y paladeando, por pura maldad, el dolor de su pueblo. Gonzalo Miró asiente, mohíno. Y empieza la «dolorosísima crónica» de los 37 minutos que más le importan de ese día a la televisión pública: los que no sabemos que hizo Carlos Mazón y que, seguro, habrían cambiado el rumbo de los acontecimientos.
El reportaje, disculpen el eufemismo, empieza con Dolores Ruiz, que perdió a toda su familia (marido y dos hijos) en la riada justo a la hora en que Mazón salía del Ventorro, las 18:57. Mazón, ilocalizable. A las 19:00 exactamente, son Elvira Conil y Rafael Pérez los que sufren en Chiva la fuerza del agua y, mientras ella le rescata, él cree que no volverá a ver a sus nietos. Mazón, mientras tanto, de parranda. A las 19:10, Toñi García, en Benetúser, pierde a su marido y a su hija ahogados. Mazón, disfrutando. A las 19:30, Salvador Vilanova, en Ribarroja, salva a un vecino con ayuda de un cargador. Mazón, con el jijí y el jajá. Antes de las 19:34, la hermana y la sobrina de Ernesto Martínez grabaron cómo entraba el agua en su coche. Elvira, la madre, aparecería muerta. Elisabeth sigue desaparecida. Mazón, a saber. Las historias son estremecedoras y es difícil no sentir conmiseración por sus protagonistas. Todos tienen, es entendible, reproches para Carlos Mazón que ya es, a estas alturas, el único responsable de lo ocurrido. «Él se había ido a una cita y dejó a todas las víctimas», «no hay derecho a que haya pasado esto y él siga estando donde está, con su casa, su jornal y su familia», «no tiene corazón, es un sinvergüenza», «se ahogó su pueblo sin saber nada de él». Sobreimpreso en la pantalla, entre intervención e intervención, la cifra de muertos en esos 37 minutos: 9 atrapados en garajes, 12 dentro de sus coches, 155 cuando llega la alerta a los ciudadanos, más de 200 cuando por fin comparece Mazón.
Así, lo que queda claro al terminar la «dolorosísima crónica» de los 37 minutos oscuros de Mazón no es, desde luego, dónde estuvo. Lo que queda clarísimo es, no solo que todas las muertes son responsabilidad suya, exclusivamente, y podría haberlas evitado si hubiera querido (que no quiso), sino que esos minutos fueron determinantes. Mazón casi convertido en divinidad chunga capaz de detener tormentas y encauzar ríos, de cambiar el devenir de los acontecimientos, solo con su presencia. Prescindibles, pues, todos los demás cargos de él hacia abajo. Se va Mazón y no funciona nada. Ni rastro en todo el metraje de análisis, ni de rigor, ni de objetividad, ni de ganas de todo ello. Angustia y abochorna especialmente ver la instrumentalización despiadada de las víctimas y cómo su sufrimiento, que merece toda compasión y reparación, no es más que el macguffin que facilita a algunos el señalamiento político.
De vuelta al plató, tras conexión con la Ciudad de las Artes y las Ciencias porque el presidente de la Generalitat llega en ese momento al funeral laico por las víctimas, Marta Flich se refiere a él como «lamentable protagonista». Como si no hubieran sido ella y su programa, precisamente, quienes le han convertido hoy en eso.
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