En la noche del 9 de enero de 1959 la presa construida en el curso del río Tera, junto al lago de Sanabria (Zamora) , colapsó. De los más de 500 habitantes de Ribadelago, localidad situada a unos siete kilómetros del pie del embalse, 144 murieron ahogados o arrastrados por la corriente. La mayoría de los cadáveres no se pudieron recuperar y el pueblo quedó totalmente arrasado.Los vecinos habían observado grietas y fugas de agua, pero los responsables no hicieron caso de las advertencias. Eran las once de la noche cuando el muro de contención de la presa, construida por Hidroeléctrica Moncabril , se derrumbó en unos segundos. Un boquete de 150 metros, todavía visible hoy, liberó el agua embalsada. Ocho millones de metros cúbicos descendieron hacia la localidad mientras muchos vecinos dormían . En pocos minutos, las aguas del lago Sanabria se tragaron el cuerpo de la mayoría de las víctimas.Una mujer de Ribadelago , al escuchar el fragor del derrumbe, le comentó a su vecina: «Parece que vienen todos los demonios». Ella y su marido intentaron salvar a sus tres hijos, pero ninguno de los cinco cadáveres apareció jamás. Otros ni siquiera tuvieron tiempo de levantarse de la cama, ya que el fuerte viento se confundía con el sonido del agua, que arrastraba los castaños y cascotes, convertidos en proyectiles mortales. Hubo familias que pudieron subir al campanario, a los tejados y a la parte alta del pueblo, lo que salvó sus vidas.Tras el desastre, el Gobierno del general Franco decidió construir un nuevo pueblo río abajo , a un kilómetro de distancia, al borde del lago, siguiendo el modelo de repoblación del Plan Badajoz. Hoy el nuevo Ribadelago , cuya arquitectura recuerda un pueblo andaluz, alberga a un centenar de vecinos. Los turistas pueden subirse a un barco turístico para recorrer las inmediaciones. Ribadelago Viejo es un vestigio del pasado con los muros de su iglesia, las casas derruidas y sin tejado, escalones de granito y piedras que antaño fueron mudos testigos de la vida de sus habitantes. Un aire de desolación impregna el lugar en el que todavía residen algunas familias.No muy lejos del nuevo pueblo, se conservan las ruinas del hotel Bouzas , un establecimiento de baños que explotaba las aguas sulfurosas de un manantial. Allí acudían personalidades como Miguel de Unamuno y conocidos líderes políticos. Los visitantes pueden ver todavía el pilón y las bañeras de piedra del antiguo balneario.El Estado desembolsó 90.000 pesetas por cada hombre muerto, 80.000 por mujer y 30.000 pesetas por niñoEl hundimiento de la prensa de Ribadelago hace 66 años centró la atención de la prensa nacional durante semanas. Ello obligó al Gobierno a encargar un informe de las causas del siniestro al ingeniero Ricardo Fernández Cuevas, que detectó fallos estructurales en la cimentación y concluyó que los materiales y los contrafuertes del muro eran de baja calidad. La empresa hidroeléctrica que explotaba la presa fue condenada a pagar 19 millones de pesetas , mientras llegaban numerosas donaciones para ayudar a las familias. Algunos de sus gestores fueron condenados, pero se beneficiaron de un indulto. El Estado desembolsó 90.000 pesetas por cada hombre muerto, 80.000 por mujer y 30.000 pesetas por niño.Manuela Ballesteros Ballesteros, de 93 años, que regentaba un despacho de pan en Galende, la localidad vecina, recuerda que aquella noche un vecino llamado Antonio Sanz advirtió del desastre acaecido en Ribadelago. «La gente no le creyó y siguió durmiendo, pero a la mañana siguiente pudimos ver la magnitud de la desgracia. Mi familia tenía un horno en Ribadelago, que quedó destruido. Nos compensaron con otro local», dice Manuela. Una estatua de bronce de una mujer que mira al lago con su hijo en brazos y una placa sobre un muro evocan aquella tragedia. En la noche del 9 de enero de 1959 la presa construida en el curso del río Tera, junto al lago de Sanabria (Zamora) , colapsó. De los más de 500 habitantes de Ribadelago, localidad situada a unos siete kilómetros del pie del embalse, 144 murieron ahogados o arrastrados por la corriente. La mayoría de los cadáveres no se pudieron recuperar y el pueblo quedó totalmente arrasado.Los vecinos habían observado grietas y fugas de agua, pero los responsables no hicieron caso de las advertencias. Eran las once de la noche cuando el muro de contención de la presa, construida por Hidroeléctrica Moncabril , se derrumbó en unos segundos. Un boquete de 150 metros, todavía visible hoy, liberó el agua embalsada. Ocho millones de metros cúbicos descendieron hacia la localidad mientras muchos vecinos dormían . En pocos minutos, las aguas del lago Sanabria se tragaron el cuerpo de la mayoría de las víctimas.Una mujer de Ribadelago , al escuchar el fragor del derrumbe, le comentó a su vecina: «Parece que vienen todos los demonios». Ella y su marido intentaron salvar a sus tres hijos, pero ninguno de los cinco cadáveres apareció jamás. Otros ni siquiera tuvieron tiempo de levantarse de la cama, ya que el fuerte viento se confundía con el sonido del agua, que arrastraba los castaños y cascotes, convertidos en proyectiles mortales. Hubo familias que pudieron subir al campanario, a los tejados y a la parte alta del pueblo, lo que salvó sus vidas.Tras el desastre, el Gobierno del general Franco decidió construir un nuevo pueblo río abajo , a un kilómetro de distancia, al borde del lago, siguiendo el modelo de repoblación del Plan Badajoz. Hoy el nuevo Ribadelago , cuya arquitectura recuerda un pueblo andaluz, alberga a un centenar de vecinos. Los turistas pueden subirse a un barco turístico para recorrer las inmediaciones. Ribadelago Viejo es un vestigio del pasado con los muros de su iglesia, las casas derruidas y sin tejado, escalones de granito y piedras que antaño fueron mudos testigos de la vida de sus habitantes. Un aire de desolación impregna el lugar en el que todavía residen algunas familias.No muy lejos del nuevo pueblo, se conservan las ruinas del hotel Bouzas , un establecimiento de baños que explotaba las aguas sulfurosas de un manantial. Allí acudían personalidades como Miguel de Unamuno y conocidos líderes políticos. Los visitantes pueden ver todavía el pilón y las bañeras de piedra del antiguo balneario.El Estado desembolsó 90.000 pesetas por cada hombre muerto, 80.000 por mujer y 30.000 pesetas por niñoEl hundimiento de la prensa de Ribadelago hace 66 años centró la atención de la prensa nacional durante semanas. Ello obligó al Gobierno a encargar un informe de las causas del siniestro al ingeniero Ricardo Fernández Cuevas, que detectó fallos estructurales en la cimentación y concluyó que los materiales y los contrafuertes del muro eran de baja calidad. La empresa hidroeléctrica que explotaba la presa fue condenada a pagar 19 millones de pesetas , mientras llegaban numerosas donaciones para ayudar a las familias. Algunos de sus gestores fueron condenados, pero se beneficiaron de un indulto. El Estado desembolsó 90.000 pesetas por cada hombre muerto, 80.000 por mujer y 30.000 pesetas por niño.Manuela Ballesteros Ballesteros, de 93 años, que regentaba un despacho de pan en Galende, la localidad vecina, recuerda que aquella noche un vecino llamado Antonio Sanz advirtió del desastre acaecido en Ribadelago. «La gente no le creyó y siguió durmiendo, pero a la mañana siguiente pudimos ver la magnitud de la desgracia. Mi familia tenía un horno en Ribadelago, que quedó destruido. Nos compensaron con otro local», dice Manuela. Una estatua de bronce de una mujer que mira al lago con su hijo en brazos y una placa sobre un muro evocan aquella tragedia.
DONDE HABITA EL OLVIDO / Ribadelago
En la noche del 9 de enero de 1959 la presa construida en el curso del río Tera, junto al lago de Sanabria (Zamora), colapsó. De los más de 500 habitantes de Ribadelago, localidad situada a unos siete kilómetros del pie del embalse, 144 … murieron ahogados o arrastrados por la corriente. La mayoría de los cadáveres no se pudieron recuperar y el pueblo quedó totalmente arrasado.
Los vecinos habían observado grietas y fugas de agua, pero los responsables no hicieron caso de las advertencias. Eran las once de la noche cuando el muro de contención de la presa, construida por Hidroeléctrica Moncabril, se derrumbó en unos segundos. Un boquete de 150 metros, todavía visible hoy, liberó el agua embalsada. Ocho millones de metros cúbicos descendieron hacia la localidad mientras muchos vecinos dormían. En pocos minutos, las aguas del lago Sanabria se tragaron el cuerpo de la mayoría de las víctimas.
Una mujer de Ribadelago, al escuchar el fragor del derrumbe, le comentó a su vecina: «Parece que vienen todos los demonios». Ella y su marido intentaron salvar a sus tres hijos, pero ninguno de los cinco cadáveres apareció jamás. Otros ni siquiera tuvieron tiempo de levantarse de la cama, ya que el fuerte viento se confundía con el sonido del agua, que arrastraba los castaños y cascotes, convertidos en proyectiles mortales. Hubo familias que pudieron subir al campanario, a los tejados y a la parte alta del pueblo, lo que salvó sus vidas.
Tras el desastre, el Gobierno del general Franco decidió construir un nuevo pueblo río abajo, a un kilómetro de distancia, al borde del lago, siguiendo el modelo de repoblación del Plan Badajoz. Hoy el nuevo Ribadelago, cuya arquitectura recuerda un pueblo andaluz, alberga a un centenar de vecinos. Los turistas pueden subirse a un barco turístico para recorrer las inmediaciones. Ribadelago Viejo es un vestigio del pasado con los muros de su iglesia, las casas derruidas y sin tejado, escalones de granito y piedras que antaño fueron mudos testigos de la vida de sus habitantes. Un aire de desolación impregna el lugar en el que todavía residen algunas familias.
No muy lejos del nuevo pueblo, se conservan las ruinas del hotel Bouzas, un establecimiento de baños que explotaba las aguas sulfurosas de un manantial. Allí acudían personalidades como Miguel de Unamuno y conocidos líderes políticos. Los visitantes pueden ver todavía el pilón y las bañeras de piedra del antiguo balneario.

El Estado desembolsó 90.000 pesetas por cada hombre muerto, 80.000 por mujer y 30.000 pesetas por niño
El hundimiento de la prensa de Ribadelago hace 66 años centró la atención de la prensa nacional durante semanas. Ello obligó al Gobierno a encargar un informe de las causas del siniestro al ingeniero Ricardo Fernández Cuevas, que detectó fallos estructurales en la cimentación y concluyó que los materiales y los contrafuertes del muro eran de baja calidad. La empresa hidroeléctrica que explotaba la presa fue condenada a pagar 19 millones de pesetas, mientras llegaban numerosas donaciones para ayudar a las familias. Algunos de sus gestores fueron condenados, pero se beneficiaron de un indulto. El Estado desembolsó 90.000 pesetas por cada hombre muerto, 80.000 por mujer y 30.000 pesetas por niño.
Manuela Ballesteros Ballesteros, de 93 años, que regentaba un despacho de pan en Galende, la localidad vecina, recuerda que aquella noche un vecino llamado Antonio Sanz advirtió del desastre acaecido en Ribadelago. «La gente no le creyó y siguió durmiendo, pero a la mañana siguiente pudimos ver la magnitud de la desgracia. Mi familia tenía un horno en Ribadelago, que quedó destruido. Nos compensaron con otro local», dice Manuela. Una estatua de bronce de una mujer que mira al lago con su hijo en brazos y una placa sobre un muro evocan aquella tragedia.
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