En las últimas dos décadas el rock se ha saneado y ha ido neutralizando el aroma a malditismo. Lo ha hecho quitando protagonismo a personajes e historias que representaban manifestaciones de toxicidad, manipulación y fragilidad en la industria de la música equiparables al heroin chic reflejado en la industria de la moda femenina. Es ya una realidad el aumento del compromiso de los artistas con el propio show o cómo ha mejorado la aproximación al negocio por parte de algunos profesionales del sector.
En Dig! —el documental firmado por Ondi Timoner que con motivo de su 20º aniversario se ha reeditado con contenido extra— se muestra la retroalimentación virulenta, creativa y narcisista entre las bandas estadounidenses The Brian Jonestown Massacre (BJM) y The Dandy Warhols (TDW). A partir de 1995, Timoner y su hermano Zach siguieron a ambas bandas durante siete años para contar cómo dos grupos de personas se convirtieron en mejores amigos y enemigos mientras componían, grababan, daban conciertos e incluso los paraban para pegarse entre ellos. El documental se estrenó genuinamente en 2004, fue ganador del premio del jurado del Festival de Cine de Sundance y de mejor documental de ese año para In-Edit Barcelona.
La pieza muestra la trascendencia de los años noventa para ambas bandas y el comienzo de sus carreras artísticas. En 1995, TDW publicó su debut discográfico, Dandys Rules, ok?, y Corey Taylor-Taylor (líder, vocalista y guitarrista) se afanaba en ser tomado en serio por una industria que le facilitaba trabajar con otras estrellas del momento, como el fotógrafo David Lachapelle (con el que terminaría tarifando). Un año después, en 1996, BJM publicó tres discos (Take It from the Man!, Their Satanic Majesties’ Second Request y Thank God for Mental Illness) y, por aquel entonces, la evidente desavenencia entre Antoine Newcombe (líder, compositor principal, guitarrista y vocalista) y Matthew Hollywood (guitarrista y compositor que no se cansaba de reivindicar su autoridad) se manifestaba entre acordes, gritos, colocones y algún que otro puñetazo.
Para Rosana Corbacho —Badajoz, 40 años; psicóloga especializada en industria musical, fundadora de M. I. Therapy y colaboradora de Amber Health, empresa de servicios de salud mental para grandes giras—, Dig! es un gran plano general de una época que ya no tiene vigencia: “La expresión creativa se muestra orientada a romper moldes como proceso de una vida traumática. El problema es cuando se asocia mentalmente la creatividad con tomar estupefacientes y construir la falsa creencia de ‘yo solo puedo componer si estoy ciego”.
El auge de la salud mental como tema holístico en la opinión pública y la flacidez que provoca la mezcla entre sexo, drogas, rock and roll y testosterona han redefinido la relación entre los artistas (especialmente los hombres) con la industria de la música. Para Daniel Arranz —Madrid, 47 años; online content manager de la promotora de conciertos Last Tour—, es un hecho que la aproximación de las bandas jóvenes al negocio ha cambiado: “Creo que durante años se ha mitificado esa imagen del cantante descontrolado. Y esto, a veces, vende más que la música. La gente se engancha al drama, pero ojo, si todo se basa en eso, mal vamos. Lo que debe sobrevivir son las canciones”.
Algo en lo que Sara Moreno (Madrid, 48 años), fundadora de la agencia de comunicación Background Noise, subraya: “Si a ser joven le sumas tener un estatus artístico, fans, la atención de la prensa y acceso a drogas, la persona se convierte en personaje. La inmadurez, además, contribuye a disputas como las que aparecen en el documental”. Parece que es el fin de una época: la de los rockeros trasnochados. Pero, como dice Marina Garcés en La pasión de los extraños. Una filosofía de la amistad: “La intimidad es hoy el escenario principal del yo y de todas sus transformaciones”.
En las últimas dos décadas el rock se ha saneado y ha ido neutralizando el aroma a malditismo. Lo ha hecho quitando protagonismo a personajes e historias que representaban manifestaciones de toxicidad, manipulación y fragilidad en la industria de la música equiparables al heroin chic reflejado en la industria de la moda femenina. Es ya una realidad el aumento del compromiso de los artistas con el propio show o cómo ha mejorado la aproximación al negocio por parte de algunos profesionales del sector. En Dig! —el documental firmado por Ondi Timoner que con motivo de su 20º aniversario se ha reeditado con contenido extra— se muestra la retroalimentación virulenta, creativa y narcisista entre las bandas estadounidenses The Brian Jonestown Massacre (BJM) y The Dandy Warhols (TDW). A partir de 1995, Timoner y su hermano Zach siguieron a ambas bandas durante siete años para contar cómo dos grupos de personas se convirtieron en mejores amigos y enemigos mientras componían, grababan, daban conciertos e incluso los paraban para pegarse entre ellos. El documental se estrenó genuinamente en 2004, fue ganador del premio del jurado del Festival de Cine de Sundance y de mejor documental de ese año para In-Edit Barcelona. La pieza muestra la trascendencia de los años noventa para ambas bandas y el comienzo de sus carreras artísticas. En 1995, TDW publicó su debut discográfico, Dandys Rules, ok?, y Corey Taylor-Taylor (líder, vocalista y guitarrista) se afanaba en ser tomado en serio por una industria que le facilitaba trabajar con otras estrellas del momento, como el fotógrafo David Lachapelle (con el que terminaría tarifando). Un año después, en 1996, BJM publicó tres discos (Take It from the Man!, Their Satanic Majesties’ Second Request y Thank God for Mental Illness) y, por aquel entonces, la evidente desavenencia entre Antoine Newcombe (líder, compositor principal, guitarrista y vocalista) y Matthew Hollywood (guitarrista y compositor que no se cansaba de reivindicar su autoridad) se manifestaba entre acordes, gritos, colocones y algún que otro puñetazo. Para Rosana Corbacho —Badajoz, 40 años; psicóloga especializada en industria musical, fundadora de M. I. Therapy y colaboradora de Amber Health, empresa de servicios de salud mental para grandes giras—, Dig! es un gran plano general de una época que ya no tiene vigencia: “La expresión creativa se muestra orientada a romper moldes como proceso de una vida traumática. El problema es cuando se asocia mentalmente la creatividad con tomar estupefacientes y construir la falsa creencia de ‘yo solo puedo componer si estoy ciego”.El auge de la salud mental como tema holístico en la opinión pública y la flacidez que provoca la mezcla entre sexo, drogas, rock and roll y testosterona han redefinido la relación entre los artistas (especialmente los hombres) con la industria de la música. Para Daniel Arranz —Madrid, 47 años; online content manager de la promotora de conciertos Last Tour—, es un hecho que la aproximación de las bandas jóvenes al negocio ha cambiado: “Creo que durante años se ha mitificado esa imagen del cantante descontrolado. Y esto, a veces, vende más que la música. La gente se engancha al drama, pero ojo, si todo se basa en eso, mal vamos. Lo que debe sobrevivir son las canciones”. Algo en lo que Sara Moreno (Madrid, 48 años), fundadora de la agencia de comunicación Background Noise, subraya: “Si a ser joven le sumas tener un estatus artístico, fans, la atención de la prensa y acceso a drogas, la persona se convierte en personaje. La inmadurez, además, contribuye a disputas como las que aparecen en el documental”. Parece que es el fin de una época: la de los rockeros trasnochados. Pero, como dice Marina Garcés en La pasión de los extraños. Una filosofía de la amistad: “La intimidad es hoy el escenario principal del yo y de todas sus transformaciones”. Seguir leyendo
En las últimas dos décadas el rock se ha saneado y ha ido neutralizando el aroma a malditismo. Lo ha hecho quitando protagonismo a personajes e historias que representaban manifestaciones de toxicidad, manipulación y fragilidad en la industria de la música equiparables al heroin chic reflejado en la industria de la moda femenina. Es ya una realidad el aumento del compromiso de los artistas con el propio show o cómo ha mejorado la aproximación al negocio por parte de algunos profesionales del sector.
En Dig! —el documental firmado por Ondi Timoner que con motivo de su 20º aniversario se ha reeditado con contenido extra— se muestra la retroalimentación virulenta, creativa y narcisista entre las bandas estadounidenses The Brian Jonestown Massacre (BJM) y The Dandy Warhols (TDW). A partir de 1995, Timoner y su hermano Zach siguieron a ambas bandas durante siete años para contar cómo dos grupos de personas se convirtieron en mejores amigos y enemigos mientras componían, grababan, daban conciertos e incluso los paraban para pegarse entre ellos. El documental se estrenó genuinamente en 2004, fue ganador del premio del jurado del Festival de Cine de Sundance y de mejor documental de ese año para In-Edit Barcelona.
La pieza muestra la trascendencia de los años noventa para ambas bandas y el comienzo de sus carreras artísticas. En 1995, TDW publicó su debut discográfico, Dandys Rules, ok?, y Corey Taylor-Taylor (líder, vocalista y guitarrista) se afanaba en ser tomado en serio por una industria que le facilitaba trabajar con otras estrellas del momento, como el fotógrafo David Lachapelle (con el que terminaría tarifando). Un año después, en 1996, BJM publicó tres discos (Take It from the Man!, Their Satanic Majesties’ Second Request y Thank God for Mental Illness) y, por aquel entonces, la evidente desavenencia entre Antoine Newcombe (líder, compositor principal, guitarrista y vocalista) y Matthew Hollywood (guitarrista y compositor que no se cansaba de reivindicar su autoridad) se manifestaba entre acordes, gritos, colocones y algún que otro puñetazo.
Para Rosana Corbacho —Badajoz, 40 años; psicóloga especializada en industria musical, fundadora de M. I. Therapy y colaboradora de Amber Health, empresa de servicios de salud mental para grandes giras—, Dig! es un gran plano general de una época que ya no tiene vigencia: “La expresión creativa se muestra orientada a romper moldes como proceso de una vida traumática. El problema es cuando se asocia mentalmente la creatividad con tomar estupefacientes y construir la falsa creencia de ‘yo solo puedo componer si estoy ciego”.
El auge de la salud mental como tema holístico en la opinión pública y la flacidez que provoca la mezcla entre sexo, drogas, rock and roll y testosterona han redefinido la relación entre los artistas (especialmente los hombres) con la industria de la música. Para Daniel Arranz —Madrid, 47 años; online content manager de la promotora de conciertos Last Tour—, es un hecho que la aproximación de las bandas jóvenes al negocio ha cambiado: “Creo que durante años se ha mitificado esa imagen del cantante descontrolado. Y esto, a veces, vende más que la música. La gente se engancha al drama, pero ojo, si todo se basa en eso, mal vamos. Lo que debe sobrevivir son las canciones”.
Algo en lo que Sara Moreno (Madrid, 48 años), fundadora de la agencia de comunicación Background Noise, subraya: “Si a ser joven le sumas tener un estatus artístico, fans, la atención de la prensa y acceso a drogas, la persona se convierte en personaje. La inmadurez, además, contribuye a disputas como las que aparecen en el documental”. Parece que es el fin de una época: la de los rockeros trasnochados. Pero, como dice Marina Garcés en La pasión de los extraños. Una filosofía de la amistad: “La intimidad es hoy el escenario principal del yo y de todas sus transformaciones”.
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