El último álbum de Love of Lesbian se cierra con una canción magnífica, Ya sale el sol, con un Santi Balmes en todo su esplendor jocoso, exultante y eufórico. En ella, el músico y compositor nacido en Barcelona hace 53 años se pone en la piel de un vampiro que agoniza al recibir los primeros destellos del alba e interpela a su amante: “Bésame mientras mi cuerpo arde”. Un himno crepuscular, un relámpago de luz siniestra en la estela del mejor Nick Cave (al que se cita en la letra), concebido para clausurar un disco que es, a su vez, el fin de un ciclo: según nos confirman Balmes y sus compañeros de banda, el próximo se hará esperar, “tal vez cinco o seis años, hasta 2030 o más allá”.
La banda tiene previsto entrar en hibernación como proyecto de estudio, pero planea mantenerse muy activa, con giras por toda Europa, Latinoamérica y Estados Unidos en las que no descartan exprimir su repertorio, “jugar con las canciones para que cobren una nueva vida”, o presentar internacionalmente proyectos periféricos como su espectáculo de marionetas espejos y espejismos. En palabras de Balmes, “tenemos ya una edad, y los plazos de la industria musical nos resultan cada vez más exigentes. Otro álbum de Love of Lesbian después de este supondría embarcarse en un larguísimo proceso desde que lo concibes y empiezas a trabajar en las canciones hasta que lo has grabado, editado, promocionado y paseado por todo el planeta. El monstruo se ha hecho demasiado grande. No nos apetece seguir ciñéndonos a un calendario de trabajo que nos condicione tanto y nos deje tan poco tiempo para dedicarlo a otras cosas. Queremos sacar, de momento, los álbumes de la ecuación para disfrutar de la experiencia de Love of Lesbian de una manera mucho más relajada y libre”. Balmes insiste, pese a todo, en que no se ha secado la fuente de la que brotan las canciones: “Hoy te diría que habrá alguna más, pero no sé cuándo. Esto no es un punto final. Es más bien un paso al costado para seguir avanzando, pero por un camino distinto”.
Nos han citado en el bar Vinilo, en el barrio de Gràcia, uno de los entornos naturales de la banda. El lugar que frecuentan cuando coinciden en Barcelona, donde comparten tapas, cervezas y, por qué no, arroces que no pretenden ser paellas. También chupitos de tequila, el néctar de agave azul al que se acostumbraron en sus primeras giras por México y que hoy es su trago fetiche, integrado en su ritual para crear concordia y combatir los nervios cuando están a punto de subirse a un escenario.
Aunque la de hoy acaba siendo una charla relajada y con tendencia a perderse por vericuetos imprevistos, el tema del día es, por supuesto, Ejército de salvación, su décimo álbum de estudio, el que cierra una trilogía “informal” con El poeta Halley y Viaje épico hacia la nada. Son 11 canciones en apariencia “crudas, directas y accesibles”, pero con una carga de profundidad que sus responsables no dudan en definir como “tóxica”. En palabras de uno de ellos, el guitarrista Julián Saldarriaga, “son como aquellas ranas del Amazonas de aspecto bello e inofensivo que te dejan tieso cuando las tocas”.
Sentados en torno a la mesa con la complicidad de las amistades muy cristalizadas y de los matrimonios de muy largo recorrido están Santi Balmes (letras, música, voces, teclados y samples), Saldarriaga (guitarra), Oriol Bonet (batería) y Jordi Roig (guitarra). La hermandad, el ejército de salvación (casi) al completo. Falta Ricky Falkner (bajo, guitarra acústica y teclados), que vive en Madrid y, además, según bromean sus compañeros, es un espíritu libre al que hay que dar de comer aparte.
Con una formación muy similar a la actual dieron su primer concierto en Barcelona en otoño de 1997, pronto hará 27 años. Se mantienen juntos, según Bonet, porque aún disfrutan de “ese estímulo tan brutal que es compartir un escenario, ante 300 personas o ante 25.000, y sentir que la música fluye”. También, en palabras de Roig, porque han mantenido la amistad y han sido capaces de sortear las inevitables tensiones derivadas de un exceso de convivencia: “Nuestro matrimonio a cuatro funciona. Nos hemos mantenido estables. No hemos perdido la capacidad de decirnos las cosas a la cara y hemos ido superando juntos pruebas tan exigentes como firmar un nuevo contrato o sobrevivir a una gira demasiado larga. Nunca hemos llegado al extremo de bajarnos de un avión con las gafas de sol puestas y que cada uno vaya por su lado”.
Entre las bandas de rock, la longevidad y la concordia a prueba de cataclismos son fenómenos infrecuentes. Los Beatles se mantuvieron juntos apenas una década. “Johnny Marr”, apunta Balmes, “no volvería a tocar con Morrissey ni por 100 millones de euros, y si los hermanos Gallagher han resucitado Oasis es porque comparten una madre y supongo que eso los condena a entenderse por mucho que se detesten”. “No es demasiado habitual que la gente se siga soportando después de un periodo de convivencia muy largo e intenso”, concluye Roig.
Saldarriaga y Bonet coinciden en que estar en una banda de rock con proyección internacional es el trabajo perfecto, “tanto, que ni siquiera parece un trabajo”. Saldarriaga apostilla, pese a todo, “que 20 años es tiempo suficiente para que estés a punto de tirar la toalla varias veces. Cuando yo era un simple aficionado, no podía concebir cosas como que John Frusciante dejase los Red Hot Chili Peppers. Formas parte de una de las grandes bandas del planeta, estás viviendo lo que para cualquier amante de la música sería un sueño y renuncias a ello. ¿Por qué? Ahora sí que lo entiendo. Ya sé lo estresante que puede resultar una gira por Europa o Latinoamérica, el impacto emocional de los malentendidos y los pequeños roces del día a día magnificados por un estilo de vida frenético y poco saludable”.
Balmes le da la razón: “Una banda, con sus exigencias y rutinas, se puede acabar convirtiendo en una prisión compartida. Yo también me he acercado al punto de saturación varias veces. Nadie te prepara para los tiempos muertos, los viajes interminables, las tensiones en el estudio, las críticas devastadoras. Tampoco te cuentan lo muy solo que puedes llegar a sentirte tras un concierto, en cuanto se te pasa el subidón de adrenalina y te encuentras insomne, viendo canales de pago en un hotel a miles de kilómetros de casa”. Bonet apunta, en cualquier caso, que quejarse sería “absurdo” (“el escenario lo borra todo, no hay droga tan potente como esa”), y Balmes le secunda: “Este verano, estando de vacaciones en Japón, tuve un raro momento de epifanía. Me sorprendí pensando que tengo una vida estupenda, la que siempre quise. La que soñaba cuando dejé mi trabajo de lunes a viernes en una oficina para jugármelo todo a la carta de Love of Lesbian”.
Ejército de salvación cierra así la etapa de plena consolidación y madurez de la banda. La más rica y la más exigente. Antes hubo una primera fase de tanteo, “cantando en inglés y en la estela del indie nacional, con la sensación de que dábamos pasos en distintas direcciones sin acabar de llegar nunca a ninguna parte”. Una segunda en que ficharon a Julián Saldarriaga, rompieron el molde y “todo empezó a cobrar sentido” con Maniobras de escapismo (2005). Y una tercera, a partir del disco 1999: O como generar incendios de nieve con una lupa enfocando a la luna (2009), en la que, según admite Balmes, no sin reparos, llegaron a estar “muy de moda durante un corto periodo: digamos que fue nuestro cuarto de hora de gloria, pero qué cuarto de hora”.
Procesar el éxito no resultó fácil para un grupo concebido a la contra, como un acto de orgullosa resistencia. “Antes de que llegase ese periodo en que vendíamos mucho, fuimos cabeza de cartel en los principales festivales e hicimos incluso un anuncio de televisión que se volvió viral, bromeábamos con que, si nuestra carrera no arrancaba pronto, íbamos a pasar directamente de banda promesa a banda de culto, ahorrándonos todas las fases intermedias”, explica Bonet. “Nos preocupaba mantenernos puros”, apunta Balmes, “no hacer demasiadas concesiones. Incluso en nuestra fase de mayor éxito, nos mortificaban cosas como que un crítico muy respetado dijese que nos habíamos vendido a la industria por incorporar demasiados sintetizadores”. El cantante reconoce que ni siquiera el éxito ha podido librarle del síndrome del impostor que le persigue desde el principio: “Estoy mentalmente programado para asumir lo peor. Los elogios me pasan desapercibidos, pero el comentario malicioso de un hater, aunque sea uno entre cien reacciones positivas, aún puede hundirme en la miseria”. “Creo que Santi lo vive así porque el compositor y letrista es el que más se expone emocionalmente”, tercia Bonet, “los demás podemos escondernos, hasta cierto punto, tras sus palabras y su música. Pero siento que, en general, hemos llegado a donde queríamos estar. No podemos gustarle a todo el mundo, pero se nos escucha y se nos respeta”. “Yo también pienso que hemos conseguido que encajen las piezas”, confirma Roig.
Mirando atrás, Saldarriaga concluye que la canción que lo cambió todo fue Domingo astromántico, un tema en castellano que pronto cumplirá 20 años: “Nos dio licencia para soñar. De repente, teníamos una estética, una atmósfera, un mensaje. Algo muy de verdad y muy nuestro. Me recuerdo escuchando la versión definitiva en el estudio y pensando que si Love of Lesbian se estaba convirtiendo en eso, formar parte de la banda iba a valer mucho la pena”. Luego vendrían La noche eterna. Los días no vividos (“un álbum en el que nos dejamos la piel, pero que acabó algo lastrado por un exceso de grandilocuencia, como casi todos los discos dobles, incluidos los mejores, que siempre tienen sobredosis de concepto y canciones de relleno”, concede Balmes) y la gira “eterna” de 2013-2014, que los llevó por primera vez a Latinoamérica.
El desembarco musical en México tuvo también un profundo impacto transformador en el grupo: “El público de allí vive la liturgia de la música en directo con una intensidad que en Europa se está perdiendo”, explica Bonet. “En México”, remata Saldarriaga, “nuestra música cobra otro sentido. Yo disfruto especialmente las entrevistas con periodistas mexicanos, que suelen ser fans eruditos, con un conocimiento exhaustivo de nuestra discografía. Relacionan unas canciones con otras, encuentran claves interpretativas ocultas y nos hacen preguntas desconcertantes pero muy certeras”. Para Balmes, “son auténticas sesiones de psicoanálisis”.
Como recompensa a la devoción de sus fans del otro lado del charco, Love of Lesbian empezará la gira de Ejército de salvación con varios conciertos en México. “Estamos expectantes y con muchas ganas de arrancar de una vez”, explica Bonet, “el álbum ya estaba listo en noviembre del pasado año, pero el lanzamiento se ha venido retrasando. Es curioso, porque sientes que las canciones envejecen antes de que hayas podido estrenarlas”. Una de las razones del retraso es el lanzamiento escalonado de singles a través de Spotify, la nueva plataforma reina del negocio. “En especial”, explica Balmes, “había que darle algo de espacio a las colaboraciones, porque cada una supone un capítulo aparte. Ahí están Zahara, Rigoberta Bandini, Leiva, Eva Amaral y Jorge Drexler. Todos son amigos y cómplices, todos encajaban en algún rincón del universo de Love of Lesbian. A Drexler lo sacamos de su zona de confort, de ese rollo aterciopelado y lánguido que suelen ofrecerle, y nos lo agradeció. A Leiva le hicimos, creo, un traje a medida, aunque él tal vez tienda a un registro más lento y melódico. A todos, en fin, gratitud infinita”. Si este acaba siendo el último álbum de Love of Lesbian en al menos un lustro, podrán decir que se han despedido del estudio por todo lo alto.
Tras lanzar ‘Ejército de salvación’, acometen nueva gira y anuncian que tardarán en volver al estudio. Seguirán avanzando, pero por otras sendas.
El último álbum de Love of Lesbian se cierra con una canción magnífica, Ya sale el sol, con un Santi Balmes en todo su esplendor jocoso, exultante y eufórico. En ella, el músico y compositor nacido en Barcelona hace 53 años se pone en la piel de un vampiro que agoniza al recibir los primeros destellos del alba e interpela a su amante: “Bésame mientras mi cuerpo arde”. Un himno crepuscular, un relámpago de luz siniestra en la estela del mejor Nick Cave (al que se cita en la letra), concebido para clausurar un disco que es, a su vez, el fin de un ciclo: según nos confirman Balmes y sus compañeros de banda, el próximo se hará esperar, “tal vez cinco o seis años, hasta 2030 o más allá”.
La banda tiene previsto entrar en hibernación como proyecto de estudio, pero planea mantenerse muy activa, con giras por toda Europa, Latinoamérica y Estados Unidos en las que no descartan exprimir su repertorio, “jugar con las canciones para que cobren una nueva vida”, o presentar internacionalmente proyectos periféricos como su espectáculo de marionetas espejos y espejismos. En palabras de Balmes, “tenemos ya una edad, y los plazos de la industria musical nos resultan cada vez más exigentes. Otro álbum de Love of Lesbian después de este supondría embarcarse en un larguísimo proceso desde que lo concibes y empiezas a trabajar en las canciones hasta que lo has grabado, editado, promocionado y paseado por todo el planeta. El monstruo se ha hecho demasiado grande. No nos apetece seguir ciñéndonos a un calendario de trabajo que nos condicione tanto y nos deje tan poco tiempo para dedicarlo a otras cosas. Queremos sacar, de momento, los álbumes de la ecuación para disfrutar de la experiencia de Love of Lesbian de una manera mucho más relajada y libre”. Balmes insiste, pese a todo, en que no se ha secado la fuente de la que brotan las canciones: “Hoy te diría que habrá alguna más, pero no sé cuándo. Esto no es un punto final. Es más bien un paso al costado para seguir avanzando, pero por un camino distinto”.
Nos han citado en el bar Vinilo, en el barrio de Gràcia, uno de los entornos naturales de la banda. El lugar que frecuentan cuando coinciden en Barcelona, donde comparten tapas, cervezas y, por qué no, arroces que no pretenden ser paellas. También chupitos de tequila, el néctar de agave azul al que se acostumbraron en sus primeras giras por México y que hoy es su trago fetiche, integrado en su ritual para crear concordia y combatir los nervios cuando están a punto de subirse a un escenario.
Aunque la de hoy acaba siendo una charla relajada y con tendencia a perderse por vericuetos imprevistos, el tema del día es, por supuesto, Ejército de salvación, su décimo álbum de estudio, el que cierra una trilogía “informal” con El poeta Halley y Viaje épico hacia la nada. Son 11 canciones en apariencia “crudas, directas y accesibles”, pero con una carga de profundidad que sus responsables no dudan en definir como “tóxica”. En palabras de uno de ellos, el guitarrista Julián Saldarriaga, “son como aquellas ranas del Amazonas de aspecto bello e inofensivo que te dejan tieso cuando las tocas”.
Sentados en torno a la mesa con la complicidad de las amistades muy cristalizadas y de los matrimonios de muy largo recorrido están Santi Balmes (letras, música, voces, teclados y samples), Saldarriaga (guitarra), Oriol Bonet (batería) y Jordi Roig (guitarra). La hermandad, el ejército de salvación (casi) al completo. Falta Ricky Falkner (bajo, guitarra acústica y teclados), que vive en Madrid y, además, según bromean sus compañeros, es un espíritu libre al que hay que dar de comer aparte.
Con una formación muy similar a la actual dieron su primer concierto en Barcelona en otoño de 1997, pronto hará 27 años. Se mantienen juntos, según Bonet, porque aún disfrutan de “ese estímulo tan brutal que es compartir un escenario, ante 300 personas o ante 25.000, y sentir que la música fluye”. También, en palabras de Roig, porque han mantenido la amistad y han sido capaces de sortear las inevitables tensiones derivadas de un exceso de convivencia: “Nuestro matrimonio a cuatro funciona. Nos hemos mantenido estables. No hemos perdido la capacidad de decirnos las cosas a la cara y hemos ido superando juntos pruebas tan exigentes como firmar un nuevo contrato o sobrevivir a una gira demasiado larga. Nunca hemos llegado al extremo de bajarnos de un avión con las gafas de sol puestas y que cada uno vaya por su lado”.
Entre las bandas de rock, la longevidad y la concordia a prueba de cataclismos son fenómenos infrecuentes. Los Beatles se mantuvieron juntos apenas una década. “Johnny Marr”, apunta Balmes, “no volvería a tocar con Morrissey ni por 100 millones de euros, y si los hermanos Gallagher han resucitado Oasis es porque comparten una madre y supongo que eso los condena a entenderse por mucho que se detesten”. “No es demasiado habitual que la gente se siga soportando después de un periodo de convivencia muy largo e intenso”, concluye Roig.
Saldarriaga y Bonet coinciden en que estar en una banda de rock con proyección internacional es el trabajo perfecto, “tanto, que ni siquiera parece un trabajo”. Saldarriaga apostilla, pese a todo, “que 20 años es tiempo suficiente para que estés a punto de tirar la toalla varias veces. Cuando yo era un simple aficionado, no podía concebir cosas como que John Frusciante dejase los Red Hot Chili Peppers. Formas parte de una de las grandes bandas del planeta, estás viviendo lo que para cualquier amante de la música sería un sueño y renuncias a ello. ¿Por qué? Ahora sí que lo entiendo. Ya sé lo estresante que puede resultar una gira por Europa o Latinoamérica, el impacto emocional de los malentendidos y los pequeños roces del día a día magnificados por un estilo de vida frenético y poco saludable”.
Balmes le da la razón: “Una banda, con sus exigencias y rutinas, se puede acabar convirtiendo en una prisión compartida. Yo también me he acercado al punto de saturación varias veces. Nadie te prepara para los tiempos muertos, los viajes interminables, las tensiones en el estudio, las críticas devastadoras. Tampoco te cuentan lo muy solo que puedes llegar a sentirte tras un concierto, en cuanto se te pasa el subidón de adrenalina y te encuentras insomne, viendo canales de pago en un hotel a miles de kilómetros de casa”. Bonet apunta, en cualquier caso, que quejarse sería “absurdo” (“el escenario lo borra todo, no hay droga tan potente como esa”), y Balmes le secunda: “Este verano, estando de vacaciones en Japón, tuve un raro momento de epifanía. Me sorprendí pensando que tengo una vida estupenda, la que siempre quise. La que soñaba cuando dejé mi trabajo de lunes a viernes en una oficina para jugármelo todo a la carta de Love of Lesbian”.
Ejército de salvación cierra así la etapa de plena consolidación y madurez de la banda. La más rica y la más exigente. Antes hubo una primera fase de tanteo, “cantando en inglés y en la estela del indie nacional, con la sensación de que dábamos pasos en distintas direcciones sin acabar de llegar nunca a ninguna parte”. Una segunda en que ficharon a Julián Saldarriaga, rompieron el molde y “todo empezó a cobrar sentido” con Maniobras de escapismo (2005). Y una tercera, a partir del disco 1999: O como generar incendios de nieve con una lupa enfocando a la luna (2009), en la que, según admite Balmes, no sin reparos, llegaron a estar “muy de moda durante un corto periodo: digamos que fue nuestro cuarto de hora de gloria, pero qué cuarto de hora”.
Procesar el éxito no resultó fácil para un grupo concebido a la contra, como un acto de orgullosa resistencia. “Antes de que llegase ese periodo en que vendíamos mucho, fuimos cabeza de cartel en los principales festivales e hicimos incluso un anuncio de televisión que se volvió viral, bromeábamos con que, si nuestra carrera no arrancaba pronto, íbamos a pasar directamente de banda promesa a banda de culto, ahorrándonos todas las fases intermedias”, explica Bonet. “Nos preocupaba mantenernos puros”, apunta Balmes, “no hacer demasiadas concesiones. Incluso en nuestra fase de mayor éxito, nos mortificaban cosas como que un crítico muy respetado dijese que nos habíamos vendido a la industria por incorporar demasiados sintetizadores”. El cantante reconoce que ni siquiera el éxito ha podido librarle del síndrome del impostor que le persigue desde el principio: “Estoy mentalmente programado para asumir lo peor. Los elogios me pasan desapercibidos, pero el comentario malicioso de un hater, aunque sea uno entre cien reacciones positivas, aún puede hundirme en la miseria”. “Creo que Santi lo vive así porque el compositor y letrista es el que más se expone emocionalmente”, tercia Bonet, “los demás podemos escondernos, hasta cierto punto, tras sus palabras y su música. Pero siento que, en general, hemos llegado a donde queríamos estar. No podemos gustarle a todo el mundo, pero se nos escucha y se nos respeta”. “Yo también pienso que hemos conseguido que encajen las piezas”, confirma Roig.
Mirando atrás, Saldarriaga concluye que la canción que lo cambió todo fue Domingo astromántico, un tema en castellano que pronto cumplirá 20 años: “Nos dio licencia para soñar. De repente, teníamos una estética, una atmósfera, un mensaje. Algo muy de verdad y muy nuestro. Me recuerdo escuchando la versión definitiva en el estudio y pensando que si Love of Lesbian se estaba convirtiendo en eso, formar parte de la banda iba a valer mucho la pena”. Luego vendrían La noche eterna. Los días no vividos (“un álbum en el que nos dejamos la piel, pero que acabó algo lastrado por un exceso de grandilocuencia, como casi todos los discos dobles, incluidos los mejores, que siempre tienen sobredosis de concepto y canciones de relleno”, concede Balmes) y la gira “eterna” de 2013-2014, que los llevó por primera vez a Latinoamérica.
El desembarco musical en México tuvo también un profundo impacto transformador en el grupo: “El público de allí vive la liturgia de la música en directo con una intensidad que en Europa se está perdiendo”, explica Bonet. “En México”, remata Saldarriaga, “nuestra música cobra otro sentido. Yo disfruto especialmente las entrevistas con periodistas mexicanos, que suelen ser fans eruditos, con un conocimiento exhaustivo de nuestra discografía. Relacionan unas canciones con otras, encuentran claves interpretativas ocultas y nos hacen preguntas desconcertantes pero muy certeras”. Para Balmes, “son auténticas sesiones de psicoanálisis”.
Como recompensa a la devoción de sus fans del otro lado del charco, Love of Lesbian empezará la gira de Ejército de salvación con varios conciertos en México. “Estamos expectantes y con muchas ganas de arrancar de una vez”, explica Bonet, “el álbum ya estaba listo en noviembre del pasado año, pero el lanzamiento se ha venido retrasando. Es curioso, porque sientes que las canciones envejecen antes de que hayas podido estrenarlas”. Una de las razones del retraso es el lanzamiento escalonado de singles a través de Spotify, la nueva plataforma reina del negocio. “En especial”, explica Balmes, “había que darle algo de espacio a las colaboraciones, porque cada una supone un capítulo aparte. Ahí están Zahara, Rigoberta Bandini, Leiva, Eva Amaral y Jorge Drexler. Todos son amigos y cómplices, todos encajaban en algún rincón del universo de Love of Lesbian. A Drexler lo sacamos de su zona de confort, de ese rollo aterciopelado y lánguido que suelen ofrecerle, y nos lo agradeció. A Leiva le hicimos, creo, un traje a medida, aunque él tal vez tienda a un registro más lento y melódico. A todos, en fin, gratitud infinita”. Si este acaba siendo el último álbum de Love of Lesbian en al menos un lustro, podrán decir que se han despedido del estudio por todo lo alto.
EL PAÍS