El Estado de Guerrero es conocido como uno de los lugares más violentos de México, una zona clave para la producción y el trasiego de drogas, especialmente de amapola, disputada entre cárteles. Allí se encuentra Taxco, la ciudad donde nació Yael Martínez (Guerrero, 41 años). En 2013, asesinaron a su cuñado. Meses después, desaparecieron dos familiares más. Durante el año siguiente, el Estado registró un récord de 247 personas desaparecidas, entre ellas los 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, una tragedia que es considerada una de las grandes vergüenzas del México moderno, aún sin resolver.
Dentro de ese contexto marcado por la violencia, el trauma, el dolor y el silencio que trae consigo toda ausencia, el fotógrafo ha ido desarrollando un lenguaje visual que se presenta como una representación simbólica del espacio habitado. Para él, la fotografía es un medio de transformación que se vincula con otras disciplinas para posibilitar nuevas experiencias de representación. El fruto más reciente de esta trayectoria es el fotolibro Luciérnagas (This Book is True, 2025), —cuya presentación tendrá lugar mañana en Madrid, en el Estudio Milagros—, una forma de confrontar y liberar las heridas profundas que persisten en los lugares donde la memoria colectiva está poblada por los fantasmas de un pasado, a veces, no tan lejano.
“Comencé a trabajar con comunidades fragmentadas y familias de México que, como la mía, contaban con personas desaparecidas, con el propósito de dar forma a un ensayo sobre la resiliencia”, cuenta el fotógrafo durante una videoconferencia. De ahí surgió el fotolibro La casa que sangra (Ediciones, KWY, 2019), donde el vacío se convierte en una expresión poética y la memoria en una forma de resistencia. Más tarde, Martínez se propuso documentar los rituales y sacrificios de petición de lluvia que no podían ser fotografiados. Fue entonces cuando comenzó a intervenir sus imágenes como una forma de explorar lo físico y lo metafísico, para dar forma a la serie La sangre y la lluvia. Pero la idea era seguir trabajando con los miembros de las familias de los desaparecidos y personas que habían tenido que abandonar sus hogares a causa de la violencia. Así, el proyecto se fue extendiendo y atravesó fronteras, hasta llegar a Honduras, Brasil y Estados Unidos.
“El trabajo trata sobre comunidades en estado de resistencia”, señala el autor, miembro de la agencia Magnum desde 2020. “Las imágenes son como un espejo o metáfora de como estas personas han cambiado o reconfigurado su espacio físico y espiritual, a través de un proceso de lucha contra esta violencia. Fui eligiendo las fotografías que eran significativas para mi, las imprimía y las perforaba, como un acto simbólico de violencia que, en un sentido figurado, refleja lo que han vivido muchas personas. Después las retroiluminaba: así las imágenes dejaban pasar la luz, lo que implicaba una transformación física y reparadora. A veces la gente elogia mis fotos por su belleza, pero si se detienen a pensar en lo que hay detrás de esa estética, verán que es el resultado de una fractura”. Una herida que aprendió a brillar de una serie de eventos dolorosos que transformaron la oscuridad en otra cosa.
“A la hora de hacer el libro, estaba la dificultad de trasladar ese concepto, pensado como una pieza física o una instalación en el espacio, a las páginas, condicionados por el presupuesto, los materiales…”, advierte el fotógrafo. “Decidimos recrear esa acción solamente en la cubierta. Es en el único sitio donde hay perforaciones, de manera que, al abrirlo al lado de una fuente de luz, esta lo atraviesa”.
“Cuando era niño atrapaba luciérnagas, sacrificaba sus cuerpos en mi piel para iluminar el espíritu en las entrañas de la noche”, escribe Isaac Carrillo Can en el poema que abre el libro. “Conforma el corazón del proyecto”, advierte Martínez. “Encontré esta poesía entre mis papeles. Habla de la vida, la muerte y la familia. Me pareció que encerraba mucho del proceso que yo venía atravesando a lo largo de los últimos años. Tenía mucha relación con el tejido social mexicano, y con el núcleo familiar”.
De igual forma, las anotaciones de Martínez se intercalan entre las imágenes como una bitácora, mientras las fotografías se suceden siguiendo dos gamas cromáticas, una ocre y otra azul. El cielo y la tierra; la conexión con el más allá y los antepasados, y la realidad del presente. Son imágenes intensas y poéticas que aluden a la pérdida, al dolor y al olvido. Y si bien en ningún momento remiten de forma directa a la muerte, cada uno de ellas está impregnada de la violencia calculada que ha permanecido oculta. En su indefinición, parecen remitirnos al mundo de los sueños, marcadas por una estética oscura donde la luz emerge no solo como un elemento visual, sino también simbólico.
“Para mi, lo importante era cómo la violencia cambia tanto el espacio físico como el espiritual de las personas que habitan esas regiones, pero no lo quería revelarlo de forma directa”, destaca el fotógrafo. “Muchas de las imágenes publicadas por la prensa mostraban la brutalidad de los acontecimientos. Sin embargo, a mí no me interesaba representar ese tipo de violencia, sino las complejidades que se generan a partir de ella en esos espacios. Mi trabajo gira entorno a los impactos psicológicos y emocionales que provocan estas agresiones”.
En Luciérnagas hay un halo de optimismo. “Es de ahí donde parte”, afirma Martínez. “Durante los siete años que he pasado documentando las familias de desaparecidos y los desplazamientos forzosos, fue muy importante encontrar a las personas que desafiaban a los sistemas de control. Como las mujeres que, en México, frecuentemente lideran los grupos de búsqueda de los desaparecidos, desafiando al crimen organizado y al propio estado. De allí surgió el concepto del proyecto. Ellas son esa fuente luminosa que genera esperanza, creando redes de trabajo y resistencia. Como lo son los migrantes, que aunque ya no estén en sus territorios, son los pilares económicos de su familia o comunidades, La idea ha sido mostrar distintos ejes o personas que se convierten en luciérnagas”, En una constelación que representa la esperanza o la transformación.
‘Luciérnagas‘. Yael Martinez. This Book is True / Magnum Foundation. 105 páginas. 50 euros.
El Estado de Guerrero es conocido como uno de los lugares más violentos de México, una zona clave para la producción y el trasiego de drogas, especialmente de amapola, disputada entre cárteles. Allí se encuentra Taxco, la ciudad donde nació Yael Martínez (Guerrero, 41 años). En 2013, asesinaron a su cuñado. Meses después, desaparecieron dos familiares más. Durante el año siguiente, el Estado registró un récord de 247 personas desaparecidas, entre ellas los 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, una tragedia que es considerada una de las grandes vergüenzas del México moderno, aún sin resolver.Dentro de ese contexto marcado por la violencia, el trauma, el dolor y el silencio que trae consigo toda ausencia, el fotógrafo ha ido desarrollando un lenguaje visual que se presenta como una representación simbólica del espacio habitado. Para él, la fotografía es un medio de transformación que se vincula con otras disciplinas para posibilitar nuevas experiencias de representación. El fruto más reciente de esta trayectoria es el fotolibro Luciérnagas (This Book is True, 2025), —cuya presentación tendrá lugar mañana en Madrid, en el Estudio Milagros—, una forma de confrontar y liberar las heridas profundas que persisten en los lugares donde la memoria colectiva está poblada por los fantasmas de un pasado, a veces, no tan lejano.“Comencé a trabajar con comunidades fragmentadas y familias de México que, como la mía, contaban con personas desaparecidas, con el propósito de dar forma a un ensayo sobre la resiliencia”, cuenta el fotógrafo durante una videoconferencia. De ahí surgió el fotolibro La casa que sangra (Ediciones, KWY, 2019), donde el vacío se convierte en una expresión poética y la memoria en una forma de resistencia. Más tarde, Martínez se propuso documentar los rituales y sacrificios de petición de lluvia que no podían ser fotografiados. Fue entonces cuando comenzó a intervenir sus imágenes como una forma de explorar lo físico y lo metafísico, para dar forma a la serie La sangre y la lluvia. Pero la idea era seguir trabajando con los miembros de las familias de los desaparecidos y personas que habían tenido que abandonar sus hogares a causa de la violencia. Así, el proyecto se fue extendiendo y atravesó fronteras, hasta llegar a Honduras, Brasil y Estados Unidos.“El trabajo trata sobre comunidades en estado de resistencia”, señala el autor, miembro de la agencia Magnum desde 2020. “Las imágenes son como un espejo o metáfora de como estas personas han cambiado o reconfigurado su espacio físico y espiritual, a través de un proceso de lucha contra esta violencia. Fui eligiendo las fotografías que eran significativas para mi, las imprimía y las perforaba, como un acto simbólico de violencia que, en un sentido figurado, refleja lo que han vivido muchas personas. Después las retroiluminaba: así las imágenes dejaban pasar la luz, lo que implicaba una transformación física y reparadora. A veces la gente elogia mis fotos por su belleza, pero si se detienen a pensar en lo que hay detrás de esa estética, verán que es el resultado de una fractura”. Una herida que aprendió a brillar de una serie de eventos dolorosos que transformaron la oscuridad en otra cosa.“A la hora de hacer el libro, estaba la dificultad de trasladar ese concepto, pensado como una pieza física o una instalación en el espacio, a las páginas, condicionados por el presupuesto, los materiales…”, advierte el fotógrafo. “Decidimos recrear esa acción solamente en la cubierta. Es en el único sitio donde hay perforaciones, de manera que, al abrirlo al lado de una fuente de luz, esta lo atraviesa”.“Cuando era niño atrapaba luciérnagas, sacrificaba sus cuerpos en mi piel para iluminar el espíritu en las entrañas de la noche”, escribe Isaac Carrillo Can en el poema que abre el libro. “Conforma el corazón del proyecto”, advierte Martínez. “Encontré esta poesía entre mis papeles. Habla de la vida, la muerte y la familia. Me pareció que encerraba mucho del proceso que yo venía atravesando a lo largo de los últimos años. Tenía mucha relación con el tejido social mexicano, y con el núcleo familiar”.De igual forma, las anotaciones de Martínez se intercalan entre las imágenes como una bitácora, mientras las fotografías se suceden siguiendo dos gamas cromáticas, una ocre y otra azul. El cielo y la tierra; la conexión con el más allá y los antepasados, y la realidad del presente. Son imágenes intensas y poéticas que aluden a la pérdida, al dolor y al olvido. Y si bien en ningún momento remiten de forma directa a la muerte, cada uno de ellas está impregnada de la violencia calculada que ha permanecido oculta. En su indefinición, parecen remitirnos al mundo de los sueños, marcadas por una estética oscura donde la luz emerge no solo como un elemento visual, sino también simbólico.“Para mi, lo importante era cómo la violencia cambia tanto el espacio físico como el espiritual de las personas que habitan esas regiones, pero no lo quería revelarlo de forma directa”, destaca el fotógrafo. “Muchas de las imágenes publicadas por la prensa mostraban la brutalidad de los acontecimientos. Sin embargo, a mí no me interesaba representar ese tipo de violencia, sino las complejidades que se generan a partir de ella en esos espacios. Mi trabajo gira entorno a los impactos psicológicos y emocionales que provocan estas agresiones”.En Luciérnagas hay un halo de optimismo. “Es de ahí donde parte”, afirma Martínez. “Durante los siete años que he pasado documentando las familias de desaparecidos y los desplazamientos forzosos, fue muy importante encontrar a las personas que desafiaban a los sistemas de control. Como las mujeres que, en México, frecuentemente lideran los grupos de búsqueda de los desaparecidos, desafiando al crimen organizado y al propio estado. De allí surgió el concepto del proyecto. Ellas son esa fuente luminosa que genera esperanza, creando redes de trabajo y resistencia. Como lo son los migrantes, que aunque ya no estén en sus territorios, son los pilares económicos de su familia o comunidades, La idea ha sido mostrar distintos ejes o personas que se convierten en luciérnagas”, En una constelación que representa la esperanza o la transformación.’Luciérnagas‘. Yael Martinez. This Book is True / Magnum Foundation. 105 páginas. 50 euros. Seguir leyendo
El Estado de Guerrero es conocido como uno de los lugares más violentos de México, una zona clave para la producción y el trasiego de drogas, especialmente de amapola, disputada entre cárteles. Allí se encuentra Taxco, la ciudad donde nació Yael Martínez (Guerrero, 41 años). En 2013, asesinaron a su cuñado. Meses después, desaparecieron dos familiares más. Durante el año siguiente, el Estado registró un récord de 247 personas desaparecidas, entre ellas los 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, una tragedia que es considerada una de las grandes vergüenzas del México moderno, aún sin resolver.






Dentro de ese contexto marcado por la violencia, el trauma, el dolor y el silencio que trae consigo toda ausencia, el fotógrafo ha ido desarrollando un lenguaje visual que se presenta como una representación simbólica del espacio habitado. Para él, la fotografía es un medio de transformación que se vincula con otras disciplinas para posibilitar nuevas experiencias de representación. El fruto más reciente de esta trayectoria es el fotolibro Luciérnagas (This Book is True, 2025), —cuya presentación tendrá lugar mañana en Madrid, en el Estudio Milagros—, una forma de confrontar y liberar las heridas profundas que persisten en los lugares donde la memoria colectiva está poblada por los fantasmas de un pasado, a veces, no tan lejano.
“Comencé a trabajar con comunidades fragmentadas y familias de México que, como la mía, contaban con personas desaparecidas, con el propósito de dar forma a un ensayo sobre la resiliencia”, cuenta el fotógrafo durante una videoconferencia. De ahí surgió el fotolibro La casa que sangra (Ediciones, KWY, 2019), donde el vacío se convierte en una expresión poética y la memoria en una forma de resistencia. Más tarde, Martínez se propuso documentar los rituales y sacrificios de petición de lluvia que no podían ser fotografiados. Fue entonces cuando comenzó a intervenir sus imágenes como una forma de explorar lo físico y lo metafísico, para dar forma a la serie La sangre y la lluvia. Pero la idea era seguir trabajando con los miembros de las familias de los desaparecidos y personas que habían tenido que abandonar sus hogares a causa de la violencia. Así, el proyecto se fue extendiendo y atravesó fronteras, hasta llegar a Honduras, Brasil y Estados Unidos.

“El trabajo trata sobre comunidades en estado de resistencia”, señala el autor, miembro de la agencia Magnum desde 2020. “Las imágenes son como un espejo o metáfora de como estas personas han cambiado o reconfigurado su espacio físico y espiritual, a través de un proceso de lucha contra esta violencia. Fui eligiendo las fotografías que eran significativas para mi, las imprimía y las perforaba, como un acto simbólico de violencia que, en un sentido figurado, refleja lo que han vivido muchas personas. Después las retroiluminaba: así las imágenes dejaban pasar la luz, lo que implicaba una transformación física y reparadora. A veces la gente elogia mis fotos por su belleza, pero si se detienen a pensar en lo que hay detrás de esa estética, verán que es el resultado de una fractura”. Una herida que aprendió a brillar de una serie de eventos dolorosos que transformaron la oscuridad en otra cosa.
“A la hora de hacer el libro, estaba la dificultad de trasladar ese concepto, pensado como una pieza física o una instalación en el espacio, a las páginas, condicionados por el presupuesto, los materiales…”, advierte el fotógrafo. “Decidimos recrear esa acción solamente en la cubierta. Es en el único sitio donde hay perforaciones, de manera que, al abrirlo al lado de una fuente de luz, esta lo atraviesa”.
“Cuando era niño atrapaba luciérnagas, sacrificaba sus cuerpos en mi piel para iluminar el espíritu en las entrañas de la noche”, escribe Isaac Carrillo Can en el poema que abre el libro. “Conforma el corazón del proyecto”, advierte Martínez. “Encontré esta poesía entre mis papeles. Habla de la vida, la muerte y la familia. Me pareció que encerraba mucho del proceso que yo venía atravesando a lo largo de los últimos años. Tenía mucha relación con el tejido social mexicano, y con el núcleo familiar”.

De igual forma, las anotaciones de Martínez se intercalan entre las imágenes como una bitácora, mientras las fotografías se suceden siguiendo dos gamas cromáticas, una ocre y otra azul. El cielo y la tierra; la conexión con el más allá y los antepasados, y la realidad del presente. Son imágenes intensas y poéticas que aluden a la pérdida, al dolor y al olvido. Y si bien en ningún momento remiten de forma directa a la muerte, cada uno de ellas está impregnada de la violencia calculada que ha permanecido oculta. En su indefinición, parecen remitirnos al mundo de los sueños, marcadas por una estética oscura donde la luz emerge no solo como un elemento visual, sino también simbólico.
“Para mi, lo importante era cómo la violencia cambia tanto el espacio físico como el espiritual de las personas que habitan esas regiones, pero no lo quería revelarlo de forma directa”, destaca el fotógrafo. “Muchas de las imágenes publicadas por la prensa mostraban la brutalidad de los acontecimientos. Sin embargo, a mí no me interesaba representar ese tipo de violencia, sino las complejidades que se generan a partir de ella en esos espacios. Mi trabajo gira entorno a los impactos psicológicos y emocionales que provocan estas agresiones”.
EnLuciérnagas hay un halo de optimismo. “Es de ahí donde parte”, afirma Martínez. “Durante los siete años que he pasado documentando las familias de desaparecidos y los desplazamientos forzosos, fue muy importante encontrar a las personas que desafiaban a los sistemas de control. Como las mujeres que, en México, frecuentemente lideran los grupos de búsqueda de los desaparecidos, desafiando al crimen organizado y al propio estado. De allí surgió el concepto del proyecto. Ellas son esa fuente luminosa que genera esperanza, creando redes de trabajo y resistencia. Como lo son los migrantes, que aunque ya no estén en sus territorios, son los pilares económicos de su familia o comunidades, La idea ha sido mostrar distintos ejes o personas que se convierten en luciérnagas”, En una constelación que representa la esperanza o la transformación.
‘Luciérnagas‘. Yael Martinez. This Book is True / Magnum Foundation. 105 páginas. 50 euros.
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