El tiempo amarillo de las fotografías, escribió Miguel Hernández . Y antes de las fotografías, el tiempo vítreo de los daguerrotipos. Otro Hernández, Miguel Ángel , descubrió su rostro en una de aquellas placas, encajado en una cajita de madera. Este escritor y profesor de Historia del Arte en la universidad de Murcia tenía en la cabeza escribir una novela sobre los retratos de muertos tan asociados a los daguerrotipos: «Traté de hacerme con una placa antigua, pero los precios de los daguerrotipos ‘post mortem’ eran prohibitivos y tuve que conformarme con un pequeño retrato ‘vivo’ de una dama inglesa de mediados del siglo XIX», explica. Al contemplar aquel pequeño tesoro constató que el invento de Daguerre es un espejo: «La imagen que yo trataba de ver, el negativo y el positivo de la mujer anónima, se mezclaba con el reflejo de mi rostro y de todo lo que me rodeaba en la habitación. Por mucho que moviera el objeto para encontrar el punto de vista perfecto, la placa no dejaba de reflejar en ningún momento la realidad circundante…». Ese vínculo entre el pasado fotografiado y el presente reflejado en la placa justifica los «ensayos afectivos y ficciones críticas» que el autor murciano agavilla en ‘Yo estoy en la imagen’ (Acantilado): «Lo que experimenté al contemplar ese daguerrotipo es lo que sucede en cualquier acto de ver: resulta imposible ver sin verse», comenta. Hernández considera que la llamada ‘escuela de la sospecha’ que fundaron Marx, Nietzsche y Freud es más necesaria que nunca en estos tiempos de Inteligencia Artificial. «Nuestra situación es paradójica: al mismo tiempo sospechamos y nos creemos todo lo que nos dicen. Y nos creemos los bulos porque confirman nuestras creencias. Es un acto de fe». Debemos sospechar de la imagen en la tradición platónica del Mito de la Caverna, y aconseja: «Corremos el peligro de no entender el mundo». Las imágenes del dolor de los demás, la interpretación (o manipulación) del pasado, las ucronías o las memorias alteradas por la subjetividad o la propaganda política son ‘asignaturas’ a superar en la escuela de la sospecha. Hernández recurre a una fotografía de su infancia; en un rincón del encuadre aparece la muchacha asesinada que inspiró su novela ‘El dolor de los demás’. Las imágenes de la masacre yihadista el 17 de agosto de 2017 en la Rambla de Barcelona plantean el dilema de mostrar o no el horror: «La clave no es mostrar o no mostrar, sino cómo mostrar. Mostrar la catástrofe sin privar de dignidad a unos muertos que no dieron su permiso para ser fotografiados», observa Hernández. Despachadas por los telediarios entre un gol de Messi o las suculencias de un chef de cocina, esas imágenes devienen indoloras. En esta época, «las imágenes ya no son memoria, sino comunicación personal», apunta. En el capítulo que titula ‘La imagen sumidero’, el autor reflexiona sobre la fragilidad de la memoria: «Nada menos fiable que un testigo visual», advierte. En el acto de recordar pasamos de espectador a protagonista. Pensamos en Enric Marco : «A fuerza de repetirlas llegó a creerse sus propias mentiras», concluye Hernández. El tiempo amarillo de las fotografías, escribió Miguel Hernández . Y antes de las fotografías, el tiempo vítreo de los daguerrotipos. Otro Hernández, Miguel Ángel , descubrió su rostro en una de aquellas placas, encajado en una cajita de madera. Este escritor y profesor de Historia del Arte en la universidad de Murcia tenía en la cabeza escribir una novela sobre los retratos de muertos tan asociados a los daguerrotipos: «Traté de hacerme con una placa antigua, pero los precios de los daguerrotipos ‘post mortem’ eran prohibitivos y tuve que conformarme con un pequeño retrato ‘vivo’ de una dama inglesa de mediados del siglo XIX», explica. Al contemplar aquel pequeño tesoro constató que el invento de Daguerre es un espejo: «La imagen que yo trataba de ver, el negativo y el positivo de la mujer anónima, se mezclaba con el reflejo de mi rostro y de todo lo que me rodeaba en la habitación. Por mucho que moviera el objeto para encontrar el punto de vista perfecto, la placa no dejaba de reflejar en ningún momento la realidad circundante…». Ese vínculo entre el pasado fotografiado y el presente reflejado en la placa justifica los «ensayos afectivos y ficciones críticas» que el autor murciano agavilla en ‘Yo estoy en la imagen’ (Acantilado): «Lo que experimenté al contemplar ese daguerrotipo es lo que sucede en cualquier acto de ver: resulta imposible ver sin verse», comenta. Hernández considera que la llamada ‘escuela de la sospecha’ que fundaron Marx, Nietzsche y Freud es más necesaria que nunca en estos tiempos de Inteligencia Artificial. «Nuestra situación es paradójica: al mismo tiempo sospechamos y nos creemos todo lo que nos dicen. Y nos creemos los bulos porque confirman nuestras creencias. Es un acto de fe». Debemos sospechar de la imagen en la tradición platónica del Mito de la Caverna, y aconseja: «Corremos el peligro de no entender el mundo». Las imágenes del dolor de los demás, la interpretación (o manipulación) del pasado, las ucronías o las memorias alteradas por la subjetividad o la propaganda política son ‘asignaturas’ a superar en la escuela de la sospecha. Hernández recurre a una fotografía de su infancia; en un rincón del encuadre aparece la muchacha asesinada que inspiró su novela ‘El dolor de los demás’. Las imágenes de la masacre yihadista el 17 de agosto de 2017 en la Rambla de Barcelona plantean el dilema de mostrar o no el horror: «La clave no es mostrar o no mostrar, sino cómo mostrar. Mostrar la catástrofe sin privar de dignidad a unos muertos que no dieron su permiso para ser fotografiados», observa Hernández. Despachadas por los telediarios entre un gol de Messi o las suculencias de un chef de cocina, esas imágenes devienen indoloras. En esta época, «las imágenes ya no son memoria, sino comunicación personal», apunta. En el capítulo que titula ‘La imagen sumidero’, el autor reflexiona sobre la fragilidad de la memoria: «Nada menos fiable que un testigo visual», advierte. En el acto de recordar pasamos de espectador a protagonista. Pensamos en Enric Marco : «A fuerza de repetirlas llegó a creerse sus propias mentiras», concluye Hernández.
Los «ensayos afectivos y ficciones críticas» del autor de ‘Yo estoy en la imagen’ revelan los engaños de la representación
El tiempo amarillo de las fotografías, escribió Miguel Hernández. Y antes de las fotografías, el tiempo vítreo de los daguerrotipos. Otro Hernández, Miguel Ángel, descubrió su rostro en una de aquellas placas, encajado en una cajita de madera. Este escritor y profesor de …
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Volver a intentar
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Sigue navegando
Artículo solo para suscriptores
RSS de noticias de cultura