“Hoy es un día muy triste para la literatura española”. Con esta frase arrancaba la necrológica que José María Guelbenzu escribió del crítico Rafael Conte. Hoy deben repetirse exactamente las mismas palabras, con el mismo sentido y con la misma emoción. El hombre de letras integral que ha sido el culto y elegante Guelbenzu -novelista y crítico, editor y profesor- ha fallecido a los 81 años en Madrid, en la misma ciudad que le vio nacer en 1944. Actor fundamental de la modernización de la narrativa española desde finales de la década de los sesenta, además ha sido un maestro literario para los lectores de EL PAÍS desde el segundo día de la publicación de este periódico.
A Guelbenzu le gustó moverse entre papeles desde que era un crío, y mejor si de fondo sonaba música de jazz. “Cuando tenía doce o trece años monté un periódico en casa”, explicó en una ocasión. Pronto empezó su carrera entre papeles culturales. El primer trabajo fue como confeccionador y colaborador de Cuadernos para el Diálogo y con tan solo 23 años probó suerte y mandó un original al Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral, que había relevado al Nadal como plataforma de refundación de la literatura en lengua española. “Eran los años en los que un grupo de autores primerizos se consagraban (Luis Goytisolo, García Hortelano, Caballero Bonald…) y provocaban una mezcla de admiración y envidia que llegó a su cénit cuando lo obtuvo Mario Vargas Llosa y dio lugar al nacimiento del boom latinoamericano”. En esa convocatoria de 1967 el autor de la novela premiada fue Carlos Fuentes, pero el finalista fue el desconocido Guelbenzu con El mercurio. Así empezó su trayectoria como escritor.
Aquel estreno precoz en la sociedad literaria culta y minoritaria coincidió con un fundamental cambio de paradigma estético. Tras el vendaval del boom latinoamericano, que reconectó la novela en lengua española con la modernidad internacional, la exploración formal atravesó la narrativa castellana. En la historia cultural del último franquismo, El mercurio, como Antifaz, pueden interpretarse como réplicas novelescas al shock que había supuesto Arde el mar, de Pere Gimferrer, en la poesía. Lo señalaron los profesores Ródenas y Gracia y, por su parte, José-Carlos Mainer lo vinculó a otros renovadores de la prosa que arrancaron en los setenta como Álvaro Pombo y Juan José Millás. “Coincidieron en su interés por modelos extranjeros y por la búsqueda de un instrumento no meramente funcional”. Con Joyce y Cortázar en la cabeza, porque su tradición fue siempre cosmopolita, Guelbenzu estaba perfectamente sincronizado con esa nueva etapa de experimentación.
Al tiempo que desarrollaba esta trayectoria como escritor, se profesionalizó en el mundo de la mejor edición literaria en Madrid. En 1973, en una de sus cartas privadas y viperinas, Jaime Salinas de Alianza explicaba que había ido a comer con el equipo directivo de Taurus y su sensación era que el peso de esa empresa había recaído sobre las espaldas del joven Guelbenzu. Cuando en 1977 el enigmático director literario Jesús Aguirre fue nombrado Director General del primer gobierno de la democracia, su sustituto en Taurus fue Guelbenzu en un momento en el que la editorial era un centro clave de generación de conocimiento. Ocupó el cargo hasta 1988, simultaneándolo desde 1982 con la dirección de Alfaguara que había ejercido precisamente Jaime Salinas.
Su narrativa reconectó con su tiempo en El río de la luna, de 1981, otro de sus clásicos: una búsqueda de la identidad del protagonista durante cuarenta años, vividos en una sociedad española represiva. Sabía perfectamente qué buscaba con sus novelas, también cuando practicó el género policiaco: su abogada Mariana de Marco es uno de los nombres de referencia de la guía de los detectives literarios españoles. Guelbenzu lo sabía porque, como sentenció en su día Juan Cruz, “habla con mucha seguridad de su estilo”. Podía hacerlo porque era un lector extraordinario, como atestigua nuestra hemeroteca. El dominio de la mejor literatura internacional le llevó a atreverse con una obra victoriana ubicada en Cantabria: este es el género y la geografía de Una gota de afecto, publicada hace pocos meses y de lo que estaba genuinamente orgulloso.
Hace apenas un mes, a pesar de una complicación médica inesperada, contactó con Babelia desde el hospital para hablar de lecturas y proponer sus siguientes críticas. Quienes hemos trabajado en el suplemento sabemos que no fallaba. También sabemos que su autoridad será insustituible. Hoy es un día muy triste para la literatura española, y para nosotros.
Colaborador de EL PAÍS, publicó este año su última novela, ‘Una gota de afecto’, un homenaje a los clásicos del siglo XIX
Colaborador de EL PAÍS, publicó este año su última novela, ‘Una gota de afecto’, un homenaje a los clásicos del siglo XIX


“Hoy es un día muy triste para la literatura española”. Con esta frase arrancaba la necrológica que José María Guelbenzu escribió del crítico Rafael Conte. Hoy deben repetirse exactamente las mismas palabras, con el mismo sentido y con la misma emoción. El hombre de letras integral que ha sido el culto y elegante Guelbenzu -novelista y crítico, editor y profesor- ha fallecido a los 81 años en Madrid, en la misma ciudad que le vio nacer en 1944. Actor fundamental de la modernización de la narrativa española desde finales de la década de los sesenta, además ha sido un maestro literario para los lectores de EL PAÍS desde el segundo día de la publicación de este periódico.
A Guelbenzu le gustó moverse entre papeles desde que era un crío, y mejor si de fondo sonaba música de jazz. “Cuando tenía doce o trece años monté un periódico en casa”, explicó en una ocasión. Pronto empezó su carrera entre papeles culturales. El primer trabajo fue como confeccionador y colaborador de Cuadernos para el Diálogo y con tan solo 23 años probó suerte y mandó un original al Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral, que había relevado al Nadal como plataforma de refundación de la literatura en lengua española. “Eran los años en los que un grupo de autores primerizos se consagraban (Luis Goytisolo, García Hortelano, Caballero Bonald…) y provocaban una mezcla de admiración y envidia que llegó a su cénit cuando lo obtuvo Mario Vargas Llosa y dio lugar al nacimiento del boom latinoamericano”. En esa convocatoria de 1967 el autor de la novela premiada fue Carlos Fuentes, pero el finalista fue el desconocido Guelbenzu con El mercurio. Así empezó su trayectoria como escritor.
Aquel estreno precoz en la sociedad literaria culta y minoritaria coincidió con un fundamental cambio de paradigma estético. Tras el vendaval del boom latinoamericano, que reconectó la novela en lengua española con la modernidad internacional, la exploración formal atravesó la narrativa castellana. En la historia cultural del último franquismo, El mercurio, como Antifaz, pueden interpretarse como réplicas novelescas al shock que había supuesto Arde el mar, de Pere Gimferrer, en la poesía. Lo señalaron los profesores Ródenas y Gracia y, por su parte, José-Carlos Mainer lo vinculó a otros renovadores de la prosa que arrancaron en los setenta como Álvaro Pombo y Juan José Millás. “Coincidieron en su interés por modelos extranjeros y por la búsqueda de un instrumento no meramente funcional”. Con Joyce y Cortázar en la cabeza, porque su tradición fue siempre cosmopolita, Guelbenzu estaba perfectamente sincronizado con esa nueva etapa de experimentación.
Al tiempo que desarrollaba esta trayectoria como escritor, se profesionalizó en el mundo de la mejor edición literaria en Madrid. En 1973, en una de sus cartas privadas y viperinas, Jaime Salinas de Alianza explicaba que había ido a comer con el equipo directivo de Taurus y su sensación era que el peso de esa empresa había recaído sobre las espaldas del joven Guelbenzu. Cuando en 1977 el enigmático director literario Jesús Aguirre fue nombrado Director General del primer gobierno de la democracia, su sustituto en Taurus fue Guelbenzu en un momento en el que la editorial era un centro clave de generación de conocimiento. Ocupó el cargo hasta 1988, simultaneándolo desde 1982 con la dirección de Alfaguara que había ejercido precisamente Jaime Salinas.
Su narrativa reconectó con su tiempo en El río de la luna, de 1981, otro de sus clásicos: una búsqueda de la identidad del protagonista durante cuarenta años, vividos en una sociedad española represiva. Sabía perfectamente qué buscaba con sus novelas, también cuando practicó el género policiaco: su abogada Mariana de Marco es uno de los nombres de referencia de la guía de los detectives literarios españoles. Guelbenzu lo sabía porque, como sentenció en su día Juan Cruz, “habla con mucha seguridad de su estilo”. Podía hacerlo porque era un lector extraordinario, como atestigua nuestra hemeroteca. El dominio de la mejor literatura internacional le llevó a atreverse con una obra victoriana ubicada en Cantabria: este es el género y la geografía de Una gota de afecto, publicada hace pocos meses y de lo que estaba genuinamente orgulloso.
Hace apenas un mes, a pesar de una complicación médica inesperada, contactó con Babelia desde el hospital para hablar de lecturas y proponer sus siguientes críticas. Quienes hemos trabajado en el suplemento sabemos que no fallaba. También sabemos que su autoridad será insustituible. Hoy es un día muy triste para la literatura española, y para nosotros.
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Sobre la firma

Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela ‘El hijo del chófer’ y la biografía ‘Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater’ (Tusquets). Escribe en la sección de ‘Opinión’ y coordina ‘Babelia’, el suplemento cultural de EL PAÍS.
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