«El lector no se ríe por una especie de accidente. En realidad, es el autor quien conquista su risa. Supongo que hay que tener cierta sensibilidad para ver el absurdo», decía el escritor David Lodge . Agudo, divertido, sarcástico… era uno de los grandes maestros del humor inglés. Aclamado en vida por obras como la Trilogía del campus, ocupa desde ayer el lugar que le habían reservado en el panteón de la risa elegante. La editorial Penguin Random House anunció ayer la muerte del autor, que tenía 89 años. «Su contribución a la cultura literaria ha sido inmensa, tanto a través de su crítica como a través de sus magistrales y emblemáticas novelas que ya se han convertido en clásicos», destacó su editora Liz Foley en un comunicado. «Estamos muy orgullosos de sus logros y del placer que su ficción dio a tanta gente», expresó su familia.A caballo entre el mundo académico y la literatura, el éxito le llegó ya entrado en la edad madura, lo que le permitió vadear las exigencias que suelen sufrir los autores que venden. «Muchos lectores esperan que reproduzcas la obra que les ha gustado», reflexionaba. En su caso, se trataba de esquivar las novelas de campus. Profesor de literatura inglesa desde los años 60 en la Universidad de Birmingham, usó su experiencia como docente y en una beca de estudios que cursó en Estados Unidos para contar con ironía el entorno universitario en la conocida como Trilogía del campus: ‘Intercambios: historia de dos universidades’ (1975), ‘El mundo es un pañuelo’ (1984) y ‘¡Buen trabajo!’ (1988). Fue su primer gran éxito. Por dos de estos títulos fue candidato al premio Booker, uno de los más prestigiosos en las letras inglesas. Aunque no los ganó, supuso el inicio de una carrera eminente. Con el tiempo sí que terminaría presidiendo el jurado del Booker. Se estrenó como novelista con ‘The Picturegoers’ (1960), y durante tres décadas simultaneó su labor como profesor. En 1987 dejó la universidad para dedicarse por entero a la literatura. ‘Almas y cuerpos’ (1980) y ‘Terapia’ (1995) son otros de los títulos en los que desplegó sus dotes de escritor mordaz. Su afán era no repetirse, y por eso dejaba pasar años entre novela y novela. No dejaba de escribir, puesto que también se desempeñó como crítico y ensayista. En estudios como ‘El arte de la ficción’ (1992) hizo gala de su condición de profesor emérito. «La regla de oro de la prosa de ficción es que no hay reglas, excepto las que cada escritor establece para sí mismo», escribió. Esto hizo cuando, entrado en los setenta años, mandó a la imprenta obras como ‘¡El autor, el autor!’, sobre el fracaso de Henry James como autor teatral, o ‘Un hombre con atributos’, una biografía novelada de H. G. Wells. En España las editoriales que lo han publicado han sido Anagrama y, más recientemente, Impedimenta. «El lector no se ríe por una especie de accidente. En realidad, es el autor quien conquista su risa. Supongo que hay que tener cierta sensibilidad para ver el absurdo», decía el escritor David Lodge . Agudo, divertido, sarcástico… era uno de los grandes maestros del humor inglés. Aclamado en vida por obras como la Trilogía del campus, ocupa desde ayer el lugar que le habían reservado en el panteón de la risa elegante. La editorial Penguin Random House anunció ayer la muerte del autor, que tenía 89 años. «Su contribución a la cultura literaria ha sido inmensa, tanto a través de su crítica como a través de sus magistrales y emblemáticas novelas que ya se han convertido en clásicos», destacó su editora Liz Foley en un comunicado. «Estamos muy orgullosos de sus logros y del placer que su ficción dio a tanta gente», expresó su familia.A caballo entre el mundo académico y la literatura, el éxito le llegó ya entrado en la edad madura, lo que le permitió vadear las exigencias que suelen sufrir los autores que venden. «Muchos lectores esperan que reproduzcas la obra que les ha gustado», reflexionaba. En su caso, se trataba de esquivar las novelas de campus. Profesor de literatura inglesa desde los años 60 en la Universidad de Birmingham, usó su experiencia como docente y en una beca de estudios que cursó en Estados Unidos para contar con ironía el entorno universitario en la conocida como Trilogía del campus: ‘Intercambios: historia de dos universidades’ (1975), ‘El mundo es un pañuelo’ (1984) y ‘¡Buen trabajo!’ (1988). Fue su primer gran éxito. Por dos de estos títulos fue candidato al premio Booker, uno de los más prestigiosos en las letras inglesas. Aunque no los ganó, supuso el inicio de una carrera eminente. Con el tiempo sí que terminaría presidiendo el jurado del Booker. Se estrenó como novelista con ‘The Picturegoers’ (1960), y durante tres décadas simultaneó su labor como profesor. En 1987 dejó la universidad para dedicarse por entero a la literatura. ‘Almas y cuerpos’ (1980) y ‘Terapia’ (1995) son otros de los títulos en los que desplegó sus dotes de escritor mordaz. Su afán era no repetirse, y por eso dejaba pasar años entre novela y novela. No dejaba de escribir, puesto que también se desempeñó como crítico y ensayista. En estudios como ‘El arte de la ficción’ (1992) hizo gala de su condición de profesor emérito. «La regla de oro de la prosa de ficción es que no hay reglas, excepto las que cada escritor establece para sí mismo», escribió. Esto hizo cuando, entrado en los setenta años, mandó a la imprenta obras como ‘¡El autor, el autor!’, sobre el fracaso de Henry James como autor teatral, o ‘Un hombre con atributos’, una biografía novelada de H. G. Wells. En España las editoriales que lo han publicado han sido Anagrama y, más recientemente, Impedimenta.
Satirizó la vida académica en la Trilogía del campus y fue dos veces candidato al Booker
«El lector no se ríe por una especie de accidente. En realidad, es el autor quien conquista su risa. Supongo que hay que tener cierta sensibilidad para ver el absurdo», decía el escritor David Lodge. Agudo, divertido, sarcástico… era uno de los grandes maestros del humor inglés. Aclamado en vida por obras como la Trilogía del campus, ocupa desde ayer el lugar que le habían reservado en el panteón de la risa elegante. La editorial Penguin Random House anunció ayer la muerte del autor, que tenía 89 años. «Su contribución a la cultura literaria ha sido inmensa, tanto a través de su crítica como a través de sus magistrales y emblemáticas novelas que ya se han convertido en clásicos», destacó su editora Liz Foley en un comunicado. «Estamos muy orgullosos de sus logros y del placer que su ficción dio a tanta gente», expresó su familia.
A caballo entre el mundo académico y la literatura, el éxito le llegó ya entrado en la edad madura, lo que le permitió vadear las exigencias que suelen sufrir los autores que venden. «Muchos lectores esperan que reproduzcas la obra que les ha gustado», reflexionaba. En su caso, se trataba de esquivar las novelas de campus. Profesor de literatura inglesa desde los años 60 en la Universidad de Birmingham, usó su experiencia como docente y en una beca de estudios que cursó en Estados Unidos para contar con ironía el entorno universitario en la conocida como Trilogía del campus: ‘Intercambios: historia de dos universidades’ (1975), ‘El mundo es un pañuelo’ (1984) y ‘¡Buen trabajo!’ (1988). Fue su primer gran éxito. Por dos de estos títulos fue candidato al premio Booker, uno de los más prestigiosos en las letras inglesas. Aunque no los ganó, supuso el inicio de una carrera eminente. Con el tiempo sí que terminaría presidiendo el jurado del Booker.
Se estrenó como novelista con ‘The Picturegoers’ (1960), y durante tres décadas simultaneó su labor como profesor. En 1987 dejó la universidad para dedicarse por entero a la literatura. ‘Almas y cuerpos’ (1980) y ‘Terapia’ (1995) son otros de los títulos en los que desplegó sus dotes de escritor mordaz. Su afán era no repetirse, y por eso dejaba pasar años entre novela y novela. No dejaba de escribir, puesto que también se desempeñó como crítico y ensayista. En estudios como ‘El arte de la ficción’ (1992) hizo gala de su condición de profesor emérito. «La regla de oro de la prosa de ficción es que no hay reglas, excepto las que cada escritor establece para sí mismo», escribió. Esto hizo cuando, entrado en los setenta años, mandó a la imprenta obras como ‘¡El autor, el autor!’, sobre el fracaso de Henry James como autor teatral, o ‘Un hombre con atributos’, una biografía novelada de H. G. Wells. En España las editoriales que lo han publicado han sido Anagrama y, más recientemente, Impedimenta.
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