La noticia de la muerte de José María Guelbenzu (Madrid, 1944) ha supuesto para la mayoría de sus coetáneos, entre los que me encuentro, un añadido de tristeza generacional porque se nos ha ido un ejemplo de lo que debe ser un artista genuino, un hombre que fue escritor siempre ya que nunca le abandonó cierta elegancia a la que se añadía una discreción que los más torpes confundían con la arrogancia. Yo conocí a Guelbenzu como creo que hay que conocer a un escritor, leyéndolo , y el que luego le conociera como editor y como compañero en el oficio añadió, si así se quiere, un interés que debe limitarse al ámbito de lo privado aunque en cierta manera aumentó con sus modos de comportarse y de ir por el mundo que me abrió una perspectiva que le agradecí porque, se lo confesé, aquella novela que fue finalista del premio Biblioteca Breve, ‘ El mercurio ‘, y que fue su primer libro publicado, no me terminó de llenar por completo y así se lo solté en un pub irlandés de la calle Alcalá, cerca de su domicilio, aunque la publicación de ‘ El río de la luna ‘ me hizo cambiar de opinión respecto a su valor como escritor, que desde entonces no decreció. Digo, se lo dije en un pub donde se adivinaban las figuras de James Joyce y de W. B. Yeats , ángeles guardianes en cierta manera del modo de enfrentarse al mundo desde la escritura que tenía Guelbenzu y donde se encontraba muy a gusto. El motivo de pasar la tarde en el pub fue la publicación de ‘No acosen al asesino’, la primera novela de la serie que tenía como protagonista a la jueza de instrucción Mariana de Arco y que le convirtió de la noche a la mañana en un autor más popular. Tengo para mí que fue un acierto la creación de aquella jueza y que esa creación le permitió a José María Guelbenzu esponjarse porque le quitó cierto escrúpulo de inventarse un detective español y, así, de paso, obviar un tanto la tradición norteamericana del thriller y pasarse al bando de la indagación más reposada de la novela policial británica.Creo que ha sido una suerte contar en nuestra literatura con una persona como Guelbenzu y he puesto antes para afirmarlo su ejemplo como escritor. Hay algo más que debería añadir y es su importancia en el mundo de la cultura en su labor de editor, nada menos que de Taurus y Alfaguara y, por supuesto, su trabajo como crítico donde siempre destacó por su inteligencia y donde sabías que había honestidad. Ha muerto como vivió, sin estridencias . Todo un señor. La noticia de la muerte de José María Guelbenzu (Madrid, 1944) ha supuesto para la mayoría de sus coetáneos, entre los que me encuentro, un añadido de tristeza generacional porque se nos ha ido un ejemplo de lo que debe ser un artista genuino, un hombre que fue escritor siempre ya que nunca le abandonó cierta elegancia a la que se añadía una discreción que los más torpes confundían con la arrogancia. Yo conocí a Guelbenzu como creo que hay que conocer a un escritor, leyéndolo , y el que luego le conociera como editor y como compañero en el oficio añadió, si así se quiere, un interés que debe limitarse al ámbito de lo privado aunque en cierta manera aumentó con sus modos de comportarse y de ir por el mundo que me abrió una perspectiva que le agradecí porque, se lo confesé, aquella novela que fue finalista del premio Biblioteca Breve, ‘ El mercurio ‘, y que fue su primer libro publicado, no me terminó de llenar por completo y así se lo solté en un pub irlandés de la calle Alcalá, cerca de su domicilio, aunque la publicación de ‘ El río de la luna ‘ me hizo cambiar de opinión respecto a su valor como escritor, que desde entonces no decreció. Digo, se lo dije en un pub donde se adivinaban las figuras de James Joyce y de W. B. Yeats , ángeles guardianes en cierta manera del modo de enfrentarse al mundo desde la escritura que tenía Guelbenzu y donde se encontraba muy a gusto. El motivo de pasar la tarde en el pub fue la publicación de ‘No acosen al asesino’, la primera novela de la serie que tenía como protagonista a la jueza de instrucción Mariana de Arco y que le convirtió de la noche a la mañana en un autor más popular. Tengo para mí que fue un acierto la creación de aquella jueza y que esa creación le permitió a José María Guelbenzu esponjarse porque le quitó cierto escrúpulo de inventarse un detective español y, así, de paso, obviar un tanto la tradición norteamericana del thriller y pasarse al bando de la indagación más reposada de la novela policial británica.Creo que ha sido una suerte contar en nuestra literatura con una persona como Guelbenzu y he puesto antes para afirmarlo su ejemplo como escritor. Hay algo más que debería añadir y es su importancia en el mundo de la cultura en su labor de editor, nada menos que de Taurus y Alfaguara y, por supuesto, su trabajo como crítico donde siempre destacó por su inteligencia y donde sabías que había honestidad. Ha muerto como vivió, sin estridencias . Todo un señor.
La noticia de la muerte de José María Guelbenzu (Madrid, 1944) ha supuesto para la mayoría de sus coetáneos, entre los que me encuentro, un añadido de tristeza generacional porque se nos ha ido un ejemplo de lo que debe ser un artista genuino, un hombre que fue escritor siempre ya que nunca le abandonó cierta elegancia a la que se añadía una discreción que los más torpes confundían con la arrogancia. Yo conocí a Guelbenzu como creo que hay que conocer a un escritor, leyéndolo, y el que luego le conociera como editor y como compañero en el oficio añadió, si así se quiere, un interés que debe limitarse al ámbito de lo privado aunque en cierta manera aumentó con sus modos de comportarse y de ir por el mundo que me abrió una perspectiva que le agradecí porque, se lo confesé, aquella novela que fue finalista del premio Biblioteca Breve, ‘El mercurio‘, y que fue su primer libro publicado, no me terminó de llenar por completo y así se lo solté en un pub irlandés de la calle Alcalá, cerca de su domicilio, aunque la publicación de ‘El río de la luna‘ me hizo cambiar de opinión respecto a su valor como escritor, que desde entonces no decreció. Digo, se lo dije en un pub donde se adivinaban las figuras de James Joyce y de W. B. Yeats, ángeles guardianes en cierta manera del modo de enfrentarse al mundo desde la escritura que tenía Guelbenzu y donde se encontraba muy a gusto.
El motivo de pasar la tarde en el pub fue la publicación de ‘No acosen al asesino’, la primera novela de la serie que tenía como protagonista a la jueza de instrucción Mariana de Arco y que le convirtió de la noche a la mañana en un autor más popular. Tengo para mí que fue un acierto la creación de aquella jueza y que esa creación le permitió a José María Guelbenzu esponjarse porque le quitó cierto escrúpulo de inventarse un detective español y, así, de paso, obviar un tanto la tradición norteamericana del thriller y pasarse al bando de la indagación más reposada de la novela policial británica.
Creo que ha sido una suerte contar en nuestra literatura con una persona como Guelbenzu y he puesto antes para afirmarlo su ejemplo como escritor. Hay algo más que debería añadir y es su importancia en el mundo de la cultura en su labor de editor, nada menos que de Taurus y Alfaguara y, por supuesto, su trabajo como crítico donde siempre destacó por su inteligencia y donde sabías que había honestidad. Ha muerto como vivió, sin estridencias. Todo un señor.
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