Arturo Saldívar ha saltado al ruedo en las más señaladas plazas del cada vez más pequeño mundo taurino. “Soy matador de toros, soy profesional de esto”, se presenta. “Tengo confirmación en Madrid, Nimes [un anfiteatro romano en Francia construido en el año 27 antes de Cristo donde se celebran corridas, algo acorde para un lugar que acogía peleas a muerte de gladiadores hasta hace un puñado de siglos] y la plaza México. Y he tenido la oportunidad de torear en Sevilla, Valencia, Pamplona, Málaga… Como matador de toros y como novillero”. Así que uno puede imaginar lo disgustado que está Saldívar este martes de marzo en que Ciudad de México ha aprobado las “corridas de toros sin violencia”, o lo que es lo mismo: ha prohibido que los profesionales matadores como él puedan ajusticiar o siquiera herir al animal.
Y así, claro, para Saldívar y sus compañeros no tiene tanta gracia. El torero es uno entre un centenar de personas que ha protestado a las puertas del Congreso capitalino mientras, al interior, se aprobaba la pionera figura del “espectáculo taurino libre de violencia” por 61 votos a favor, 1 en contra y 0 abstenciones. La medida elimina el uso de las banderillas, espadas y lanzas con las que se acuchillaba el toro hasta desangrarlo; limita las corridas a 10 minutos; obliga a proteger los cuernos del toro para que ni otros animales ni el matador sean heridos y, en general, protege la vida y la “integridad física” de los animales “antes, durante y después del evento”, dice el comunicado del Gobierno capitalino.
Esto no ha gustado a los taurinos. Los defensores de las corridas de toro violentas han reaccionado violentamente contra la policía capitalina, contra la que se han producido enfrentamientos en los alrededores del Congreso, en el centro de la ciudad. Después, cuando la propuesta ya había sido aprobada y poco se podía hacer, mientras muchos se retiraban por la puerta pequeña, decenas de ellos bloquearon el tráfico del Eje Central a su paso por el Palacio de Bellas Artes.
Saldívar nació hace 35 años en Aguascalientes, quizá el Estado mexicano donde más arraigada está la tauromaquia. “Desde niño me gustó el ambiente, desde niño me gustó el arte, el atractivo, la emoción que me daba, y me eduqué en una familia que si bien no era taurina, sí tenía el gusto por las tradiciones mexicanas, tanto por lo charro, por la charrería, como por las peleas de gallos”. Él debutó a los 15 años y desde los 21 es profesional de la capea.
Al matador le preocupa el futuro de su trabajo en la capital casi tanto como la supervivencia del toro de lidia, una teoría recurrente en estas discusiones. “Están muy equivocados, los que realmente van a extinguir la raza son ellos. Hay un sinfín de argumentos que tenemos los taurinos que no los quieren tomar en cuenta. Es un tema totalmente político y que está de moda y que se están colgando una medalla al ser antitaurinos”.
—¿Qué argumentos tienen los taurinos?
—Que el toro al final es un animal que se consume, es carne. Que no es negocio para un ganadero criarlo hasta los cuatro, cinco años, que es cuando el toro bravo alcanza los 500 kilos, mientras un toro Angus o de otra raza hecha para carne a los 14 meses se está yendo al matadero. El tema de la ecología: nosotros somos mucho más ecologistas. Yo por ejemplo tengo cinco caballos y dos perros, no es un tema de que odie a los animales, pero la especie se creó para eso y si no es para esto se va a extinguir.
—¿Hay algún argumento de los que propone el otro lado que respete?
Piensa unos segundos:
—No, ahorita no se me ocurre ninguno, a lo mejor estoy bloqueado en mi tema.
Clara Brugada, la jefa de Gobierno de Ciudad de México y cabeza impulsora de las corridas pacifistas, ha celebrado el triunfo de su medida: “Saludamos con gran alegría la decisión del Congreso de la Ciudad de México, de avalar en lo general el dictamen que prohíbe las corridas de toros con violencia, decisión con la que avanzamos en la capital de la transformación hacia una ciudad que respeta los derechos de los animales y que no tolerará que sean objeto de maltrato ni violencia”.
Con la alcaldesa concuerda Juana Valencia García, una comerciante de 57 años que ha venido también a los alrededores del Congreso a celebrar la iniciativa y protestar al otro grupo que protestaba. “Yo no le podría llamar un deporte ni un acto cultural”, plantea, “es un poco sacrificado para el toro”. La mujer forma parte de un colectivo que defiende los derechos de los animales “como los perros, los gatos”, aclara. “Se llevaba al toro a un sacrificio muy largo, es una diversión para el torero, que también es, ahora sí, muy loable lo que él representa, la investidura que él representa”, concede.
También anda por ahí Fernando, un muchacho de 32 años recién iniciado en estas lides: solo es taurino desde hace un par de años, rendido ante la pasión de las crónicas del periodista Guillermo Leal, confiesa. “Y el poco tiempo que yo llevo ha sido suficiente para poder entender que es un atropello lo que está haciendo el Gobierno sobre la cultura taurina”. El novato cree que el Congreso “está pasando por encima de los derechos como aficionado y como ciudadano”. “Definitivamente, las reglas que ellos están imponiendo no es lo que es la fiesta, la esencia del toro, la esencia de la cultura de la tauromaquia. Están atropellando una cultura centenaria de más de 500 años”.
—¿Cuál es la esencia de la tauromaquia?
—Desde su núcleo yo creo que viene desde la ganadería, el toro, los matadores. Se conoce como el arte entre las artes, hay mucho pintor, escultor, que vive del arte de la tauromaquia. Creo que esa esencia es lo que le da identidad. Y también al país como cultura taurina.
El único voto en contra a la propuesta de Brugada ha venido de entre las filas de su propio partido, Morena: Pedro Haces Lago, hijo del empresario taurino y también diputado Pedro Haces Barba, que se considera una “estrella” de la política mexicana. A la familia Haces, fan de las fiestas de lujo y de desplazarse en helicóptero privado, también le preocupa la pérdida de las tradiciones.
Un grupo de seguidores de la lidia y ganaderos protesta en los alrededores del Congreso capitalino, donde también celebran colectivos antitaurinos
Arturo Saldívar ha saltado al ruedo en las más señaladas plazas del cada vez más pequeño mundo taurino. “Soy matador de toros, soy profesional de esto”, se presenta. “Tengo confirmación en Madrid, Nimes [un anfiteatro romano en Francia construido en el año 27 antes de Cristo donde se celebran corridas, algo acorde para un lugar que acogía peleas a muerte de gladiadores hasta hace un puñado de siglos] y la plaza México. Y he tenido la oportunidad de torear en Sevilla, Valencia, Pamplona, Málaga… Como matador de toros y como novillero”. Así que uno puede imaginar lo disgustado que está Saldívar este martes de marzo en que Ciudad de México ha aprobado las “corridas de toros sin violencia”, o lo que es lo mismo: ha prohibido que los profesionales matadores como él puedan ajusticiar o siquiera herir al animal.
Y así, claro, para Saldívar y sus compañeros, no tiene tanta gracia. El torero es uno entre un centenar de personas que ha protestado a las puertas del Congreso capitalino mientras, al interior, se aprobaba la pionera figura del “espectáculo taurino libre de violencia” por 61 votos a favor, 1 en contra y 0 abstenciones. La medida elimina el uso de las banderillas, espadas y lanzas con las que se acuchillaba el toro hasta desangrarlo; limita las corridas a 10 minutos; obliga a proteger los cuernos del toro para que ni otros animales ni el matador sean heridos y, en general, protege la vida y la “integridad física” de los animales “antes, durante y después del evento”, dice el comunicado del Gobierno capitalino.
Esto no ha gustado a los taurinos. Los defensores de las corridas de toro violentas han reaccionado violentamente contra la policía capitalina, contra la que se han producido enfrentamientos en los alrededores del Congreso, en el centro de la ciudad. Después, cuando la propuesta ya había sido aprobada y poco se podía hacer, mientras muchos se retiraban por la puerta pequeña, decenas de ellos bloquearon el tráfico del Eje Central a su paso por el Palacio de Bellas Artes.
Saldívar nació hace 35 años en Aguascalientes, quizá el Estado mexicano donde más arraigada está la tauromaquia. “Desde niño me gustó el ambiente, desde niño me gustó el arte, el atractivo, la emoción que me daba, y me eduqué en una familia que si bien no era taurina, sí tenía el gusto por las tradiciones mexicanas, tanto por lo charro, por la charrería, como por las peleas de gallos”. Él debutó a los 15 años y desde los 21 es profesional de la capea.
Al matador le preocupa el futuro de su trabajo en la capital casi tanto como la supervivencia del toro de lidia, una teoría recurrente en estas discusiones. “Están muy equivocados, los que realmente van a extinguir la raza son ellos. Hay un sinfín de argumentos que tenemos los taurinos que no los quieren tomar en cuenta. Es un tema totalmente político y que está de moda y que se están colgando una medalla al ser antitaurinos”.
—¿Qué argumentos tienen los taurinos?
—Que el toro al final es un animal que se consume, es carne. Que no es negocio para un ganadero criarlo hasta los cuatro, cinco años, que es cuando el toro bravo alcanza los 500 kilos, mientras un toro Angus o de otra raza hecha para carne a los 14 meses se está yendo al matadero. El tema de la ecología: nosotros somos mucho más ecologistas. Yo por ejemplo tengo cinco caballos y dos perros, no es un tema de que odie a los animales, pero la especie se creó para eso y si no es para esto se va a extinguir.
—¿Hay algún argumento de los que propone el otro lado que respete?
Piensa unos segundos:
—No, ahorita no se me ocurre ninguno, a lo mejor estoy bloqueado en mi tema.
Clara Brugada, la jefa de Gobierno de Ciudad de México y cabeza impulsora de las corridas pacifistas, ha celebrado el triunfo de su medida: “Saludamos con gran alegría la decisión del Congreso de la Ciudad de México, de avalar en lo general el dictamen que prohíbe las corridas de toros con violencia, decisión con la que avanzamos en la capital de la transformación hacia una ciudad que respeta los derechos de los animales y que no tolerará que sean objeto de maltrato ni violencia”.
Con la alcaldesa concuerda Juana Valencia García, una comerciante de 57 años que ha venido también a los alrededores del Congreso a celebrar la iniciativa y protestar al otro grupo que protestaba. “Yo no le podría llamar un deporte ni un acto cultural”, plantea, “es un poco sacrificado para el toro”. La mujer forma parte de un colectivo que defiende los derechos de los animales “como los perros, los gatos”, aclara. “Se llevaba al toro a un sacrificio muy largo, es una diversión para el torero, que también es, ahora sí, muy loable lo que él representa, la investidura que él representa”, concede.
También anda por ahí Fernando, un muchacho de 32 años recién iniciado en estas lides: solo es taurino desde hace un par de años, rendido ante la pasión de las crónicas del periodista Guillermo Leal, confiesa. “Y el poco tiempo que yo llevo ha sido suficiente para poder entender que es un atropello lo que está haciendo el Gobierno sobre la cultura taurina”. El novato cree que el Congreso “está pasando por encima de los derechos como aficionado y como ciudadano”. “Definitivamente, las reglas que ellos están imponiendo no es lo que es la fiesta, la esencia del toro, la esencia de la cultura de la tauromaquia. Están atropellando una cultura centenaria de más de 500 años”.
—¿Cuál es la esencia de la tauromaquia?
—Desde su núcleo yo creo que viene desde la ganadería, el toro, los matadores. Se conoce como el arte entre las artes, hay mucho pintor, escultor, que vive del arte de la tauromaquia. Creo que esa esencia es lo que le da identidad. Y también al país como cultura taurina.
El único voto en contra a la propuesta de Brugada ha venido de entre las filas de su propio partido, Morena: Pedro Haces Lago, hijo del empresario taurino y también diputado Pedro Haces Barba, que se considera una “estrella” de la política mexicana. A la familia Haces, fan de las fiestas de lujo y de desplazarse en helicóptero privado, también les preocupa la pérdida de las tradiciones.
EL PAÍS