El Espía Mayor , para aquellos que no me recuerden, era una especie de Bond, James Bond, pero en vez de al servicio de Su Majestad británica, a la católica del rey Felipe , segundo de su nombre, emperador sin serlo de un Imperio global. Para quien el mundo no era suficiente , cosa que fue lema de don Felipe bastante antes que del repeinado de Pierce Brosnan. Pero, ya se sabe, pedir un cuartillo de vino de San Martín de Valdeiglesias, reposado, no aguado, no tiene tanto glamour como un aguachirri de vodka con cebollita francesa, por mucho que se sirva con tapa desde Alfonso X . El caso es que, escribo estas notas desde mi sede del Real Sitio. Ya saben, ese San Lorenzo que sobre el Escurial se construyera como el mayor agrupamiento de poder y conocimiento en un solo sitio, y que fascinara desde el mismísimo momento de su construcción.Tanto que al rey francés se le iban las muelas chirriando con el mismo, y ningún otro monarca había sobre un territorio que pudiera competir con la ya entonces nominada como la VIII Maravilla del Mundo. Agrupando, como siglos más tarde la más grande potencia de nuestra era en Washington D.C., la Mesa de Guerra (una especie de Pentágono), la sede del Espía Mayor (Langley, sede de la CIA), pinacoteca y museo (al más puro Smithsonian), la sede del poder (cual Casa Blanca y Capitolio), así como mausoleo (que ya quisiera Arlington), y sobre todo, biblioteca, donde se guardaría un ejemplar de cada libro que se publicara, como hace la Biblioteca del Congreso norteamericano.Libros y climatologíaY de libros quisiera hablar. Y de calor. Y de mal tiempo. Algo de lo que sabe el que fuera llamado el Prudente , pues su obra citada tiene por advocación nada menos que a San Lorenzo , un santo cuyo martirio sin duda fue más caluroso que paseo por el Retiro en pleno nivel rojo de la AEMET. Y qué decir de elegir el estío para una invasión naval, que siempre hará mejor tiempo para cruzar el Canal de la Mancha, y en plena canícula que se montó una tormenta que aún estamos buscando algún navío de la nada felicísima Armada . Que el tiempo es lo que tiene y sin duda que afecta a las actividades que se realicen en lugares públicos como parques centenarios. Y habrá que establecer protocolos para que a nadie le dé un parrús o se le caiga una rama de un árbol que viera acampar a las tropas napoleónicas. Nadie lo duda. Pero con lógica.Felipe II en su Palacio Monasterio Ricardo Sánchez «risconegro»Pues llevamos ya varias tardes en que la 84º edición de la Feria del Libro capitalina se ve obligada a cerrar sus casetas por mor de esos protocolos, que libreros, lectores, editores y autores no comprenden, pues el parque permanece abierto. Y una de dos: o es un peligro pasear por el parque, y entonces habrá que cerrar el susodicho por entero, o si no se cierra porque pasear sí se puede, tampoco parece que tenga razón de cierre una actividad que consiste, precisamente, en pasear entre las centenares de casetas con sus anaqueles abarrotados de ejemplares con ganas de ir a los de los potenciales clientes. Y con muchos autores que vienen de muchas partes de España para, ha pasado, no poder encontrarse con los ávidos paseantes y así dedicarles sus obras. Haciendo viaje de balde. Y eso es pelín charranada.Libros y protocolosLos protocolos de marras se basan en unos cálculos que se realizan a través de una fórmula matemática «que cruza datos generales con la ubicación y la superficie de El Retiro», reconociendo desde las páginas del propio ayuntamiento «que a veces no coinciden con las previsiones que se publican para otras zonas de Madrid». Y a ojos de los que acuden a la Feria libresca, ni siquiera con las zonas del propio Retiro. Las únicas hojas que uno quiere ojear son las impresas en buen papel, y nadie quiere que la pasta con que se hace le caiga en bruto en forma de tronco tronchado de un árbol. Pero algo habrá que hacer en vez de prohibir, y dejar ese paternalismo que, muchas veces, logra lo contrario a lo que se pretende.Que ya le dijo Sancho al Quijote que había «visto llover y hacer sol, todo a un mesmo punto» , y ambas cosas son carne y realidad de nuestra querida Feria del Libro. Pero bueno será intentar no sumar otra calamidad protocolaria, a las climatológicas, ¿no creen? Vale. El Espía Mayor , para aquellos que no me recuerden, era una especie de Bond, James Bond, pero en vez de al servicio de Su Majestad británica, a la católica del rey Felipe , segundo de su nombre, emperador sin serlo de un Imperio global. Para quien el mundo no era suficiente , cosa que fue lema de don Felipe bastante antes que del repeinado de Pierce Brosnan. Pero, ya se sabe, pedir un cuartillo de vino de San Martín de Valdeiglesias, reposado, no aguado, no tiene tanto glamour como un aguachirri de vodka con cebollita francesa, por mucho que se sirva con tapa desde Alfonso X . El caso es que, escribo estas notas desde mi sede del Real Sitio. Ya saben, ese San Lorenzo que sobre el Escurial se construyera como el mayor agrupamiento de poder y conocimiento en un solo sitio, y que fascinara desde el mismísimo momento de su construcción.Tanto que al rey francés se le iban las muelas chirriando con el mismo, y ningún otro monarca había sobre un territorio que pudiera competir con la ya entonces nominada como la VIII Maravilla del Mundo. Agrupando, como siglos más tarde la más grande potencia de nuestra era en Washington D.C., la Mesa de Guerra (una especie de Pentágono), la sede del Espía Mayor (Langley, sede de la CIA), pinacoteca y museo (al más puro Smithsonian), la sede del poder (cual Casa Blanca y Capitolio), así como mausoleo (que ya quisiera Arlington), y sobre todo, biblioteca, donde se guardaría un ejemplar de cada libro que se publicara, como hace la Biblioteca del Congreso norteamericano.Libros y climatologíaY de libros quisiera hablar. Y de calor. Y de mal tiempo. Algo de lo que sabe el que fuera llamado el Prudente , pues su obra citada tiene por advocación nada menos que a San Lorenzo , un santo cuyo martirio sin duda fue más caluroso que paseo por el Retiro en pleno nivel rojo de la AEMET. Y qué decir de elegir el estío para una invasión naval, que siempre hará mejor tiempo para cruzar el Canal de la Mancha, y en plena canícula que se montó una tormenta que aún estamos buscando algún navío de la nada felicísima Armada . Que el tiempo es lo que tiene y sin duda que afecta a las actividades que se realicen en lugares públicos como parques centenarios. Y habrá que establecer protocolos para que a nadie le dé un parrús o se le caiga una rama de un árbol que viera acampar a las tropas napoleónicas. Nadie lo duda. Pero con lógica.Felipe II en su Palacio Monasterio Ricardo Sánchez «risconegro»Pues llevamos ya varias tardes en que la 84º edición de la Feria del Libro capitalina se ve obligada a cerrar sus casetas por mor de esos protocolos, que libreros, lectores, editores y autores no comprenden, pues el parque permanece abierto. Y una de dos: o es un peligro pasear por el parque, y entonces habrá que cerrar el susodicho por entero, o si no se cierra porque pasear sí se puede, tampoco parece que tenga razón de cierre una actividad que consiste, precisamente, en pasear entre las centenares de casetas con sus anaqueles abarrotados de ejemplares con ganas de ir a los de los potenciales clientes. Y con muchos autores que vienen de muchas partes de España para, ha pasado, no poder encontrarse con los ávidos paseantes y así dedicarles sus obras. Haciendo viaje de balde. Y eso es pelín charranada.Libros y protocolosLos protocolos de marras se basan en unos cálculos que se realizan a través de una fórmula matemática «que cruza datos generales con la ubicación y la superficie de El Retiro», reconociendo desde las páginas del propio ayuntamiento «que a veces no coinciden con las previsiones que se publican para otras zonas de Madrid». Y a ojos de los que acuden a la Feria libresca, ni siquiera con las zonas del propio Retiro. Las únicas hojas que uno quiere ojear son las impresas en buen papel, y nadie quiere que la pasta con que se hace le caiga en bruto en forma de tronco tronchado de un árbol. Pero algo habrá que hacer en vez de prohibir, y dejar ese paternalismo que, muchas veces, logra lo contrario a lo que se pretende.Que ya le dijo Sancho al Quijote que había «visto llover y hacer sol, todo a un mesmo punto» , y ambas cosas son carne y realidad de nuestra querida Feria del Libro. Pero bueno será intentar no sumar otra calamidad protocolaria, a las climatológicas, ¿no creen? Vale.
El Espía Mayor, para aquellos que no me recuerden, era una especie de Bond, James Bond, pero en vez de al servicio de Su Majestad británica, a la católica del rey Felipe, segundo de su nombre, emperador sin serlo de un Imperio … global. Para quien el mundo no era suficiente, cosa que fue lema de don Felipe bastante antes que del repeinado de Pierce Brosnan. Pero, ya se sabe, pedir un cuartillo de vino de San Martín de Valdeiglesias, reposado, no aguado, no tiene tanto glamour como un aguachirri de vodka con cebollita francesa, por mucho que se sirva con tapa desde Alfonso X. El caso es que, escribo estas notas desde mi sede del Real Sitio. Ya saben, ese San Lorenzo que sobre el Escurial se construyera como el mayor agrupamiento de poder y conocimiento en un solo sitio, y que fascinara desde el mismísimo momento de su construcción.
Tanto que al rey francés se le iban las muelas chirriando con el mismo, y ningún otro monarca había sobre un territorio que pudiera competir con la ya entonces nominada como la VIII Maravilla del Mundo. Agrupando, como siglos más tarde la más grande potencia de nuestra era en Washington D.C., la Mesa de Guerra (una especie de Pentágono), la sede del Espía Mayor (Langley, sede de la CIA), pinacoteca y museo (al más puro Smithsonian), la sede del poder (cual Casa Blanca y Capitolio), así como mausoleo (que ya quisiera Arlington), y sobre todo, biblioteca, donde se guardaría un ejemplar de cada libro que se publicara, como hace la Biblioteca del Congreso norteamericano.
Libros y climatología
Y de libros quisiera hablar. Y de calor. Y de mal tiempo. Algo de lo que sabe el que fuera llamado el Prudente, pues su obra citada tiene por advocación nada menos que a San Lorenzo, un santo cuyo martirio sin duda fue más caluroso que paseo por el Retiro en pleno nivel rojo de la AEMET. Y qué decir de elegir el estío para una invasión naval, que siempre hará mejor tiempo para cruzar el Canal de la Mancha, y en plena canícula que se montó una tormenta que aún estamos buscando algún navío de la nada felicísima Armada. Que el tiempo es lo que tiene y sin duda que afecta a las actividades que se realicen en lugares públicos como parques centenarios. Y habrá que establecer protocolos para que a nadie le dé un parrús o se le caiga una rama de un árbol que viera acampar a las tropas napoleónicas. Nadie lo duda. Pero con lógica.
Ricardo Sánchez «risconegro»
Pues llevamos ya varias tardes en que la 84º edición de la Feria del Libro capitalina se ve obligada a cerrar sus casetas por mor de esos protocolos, que libreros, lectores, editores y autores no comprenden, pues el parque permanece abierto. Y una de dos: o es un peligro pasear por el parque, y entonces habrá que cerrar el susodicho por entero, o si no se cierra porque pasear sí se puede, tampoco parece que tenga razón de cierre una actividad que consiste, precisamente, en pasear entre las centenares de casetas con sus anaqueles abarrotados de ejemplares con ganas de ir a los de los potenciales clientes. Y con muchos autores que vienen de muchas partes de España para, ha pasado, no poder encontrarse con los ávidos paseantes y así dedicarles sus obras. Haciendo viaje de balde. Y eso es pelín charranada.
Libros y protocolos
Los protocolos de marras se basan en unos cálculos que se realizan a través de una fórmula matemática «que cruza datos generales con la ubicación y la superficie de El Retiro», reconociendo desde las páginas del propio ayuntamiento «que a veces no coinciden con las previsiones que se publican para otras zonas de Madrid». Y a ojos de los que acuden a la Feria libresca, ni siquiera con las zonas del propio Retiro. Las únicas hojas que uno quiere ojear son las impresas en buen papel, y nadie quiere que la pasta con que se hace le caiga en bruto en forma de tronco tronchado de un árbol. Pero algo habrá que hacer en vez de prohibir, y dejar ese paternalismo que, muchas veces, logra lo contrario a lo que se pretende.
Que ya le dijo Sancho al Quijote que había «visto llover y hacer sol, todo a un mesmo punto», y ambas cosas son carne y realidad de nuestra querida Feria del Libro. Pero bueno será intentar no sumar otra calamidad protocolaria, a las climatológicas, ¿no creen? Vale.
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