En los inicios de la historiografía sobre las mujeres, la llamada historia del género y ahora historia mixta, fue habitual enhebrar un relato a partir de las fuentes literarias y no exento de una propensión a la victimización. Tenía ello su lógica si pensamos que la fuente principal de la que se bebía eran obras escritas por varones, legitimadores de la razón patriarcal y que acostumbraban a reflejar más el ideal que la realidad.
Esa ubicua moralización de la historia convertía el silencio en el ornato de la mujer y la casa y el telar en su lugar natural y escuela de virtud. Por si no fuera poco, esa asimetría social se revelaba haciendo elocuentes los silencios para señalar que su participación fue vetada en la economía, la política o la guerra, ámbitos que en el mundo clásico definían la ciudadanía plena.
Con el tiempo se amplió el estudio de las fuentes, se aprendió a leer entre líneas y se descubrió a mujeres en todos los ámbitos profesionales; desde la artesanía a la banca, desde el comercio a la medicina que las convertían, más allá del ámbito de los cuidados señalado por la arqueología feminista, en auténticos y verdaderos sujetos económicos. Hacía falta tan solo una aproximación honesta para descubrir que las restricciones de derechos por el género, que existieron, no fueron tan lesivas como la primera historiografía sobre las mujeres quiso manifestar, mezclando algunas veces historiografía y feminismo, combinación siempre legítima si, como dijo la sabia Nicole Loraux, se hace un uso moderado del anacronismo.
De esa nueva mirada participa el trabajo de Sue Blundell, Las mujeres de la antigua Grecia, con la voluntad firme de recuperar las voces de unas mujeres habitualmente silenciadas en las narrativas históricas. Han pasado cincuenta años desde que Sarah B. Pomeroy iniciase esa andadura con su provocador y revolucionario Diosas, rameras, esposas y esclavas y el empeño no solo sigue siendo necesario, sino que sobre todo, de un tiempo a esta parte, es también innovador porque lo que se pretende es ampliar la definición de ciudadanía de la Grecia antigua para poder incluir en ella a las mujeres como agentes en la comunidad ciudadana, política, y sin las cuales sería imposible entender verdaderamente el funcionamiento de la sociedad griega, ni que fuera, como indica la misma autora en la introducción, para parir más hombres y más mujeres que posibilitaron que siguieran funcionando las instituciones, la guerra, la economía o la producción de cultura.
Otra lúcida reflexión vertebra este ensayo de historia del género, a saber, que incorporar a las mujeres en el relato de la historia escrita en masculino sigue siendo imperativo, no porque su caso sea un caso especial, algo que conllevaría el riesgo, como decía el gran Eric Hobsbawm, de que la historia de las mujeres fuera una historia escrita por mujeres y para consumo y consolación de las mujeres.
Para Blundell, con la sabiduría que irradia de sus canas y que ha trasmitido desde la enseñanaza universitaria o el Museo Británico, títulos como el suyo deberían ser títulos de transición hasta el día que se haya incluido en los escritos históricos a la otra mitad de los seres humanos. Estarán entonces de más títulos como Las mujeres en… o Las mujeres de… y escribiremos una historia mixta y coral, una verdadera historia del género inclusiva liberada de prejuicios patriarcales, que resucite para una segunda vida a aquellas mujeres de la Grecia antigua cuyas voces fueron silenciadas, sencillamente porque es imposible escribir historia ocultando la agencia de las mujeres. Mientras ese día no llegue, bienvenidas sean obras tituladas Las mujeres en… o Las mujeres de…
En los inicios de la historiografía sobre las mujeres, la llamada historia del género y ahora historia mixta, fue habitual enhebrar un relato a partir de las fuentes literarias y no exento de una propensión a la victimización. Tenía ello su lógica si pensamos que la fuente principal de la que se bebía eran obras escritas por varones, legitimadores de la razón patriarcal y que acostumbraban a reflejar más el ideal que la realidad. Esa ubicua moralización de la historia convertía el silencio en el ornato de la mujer y la casa y el telar en su lugar natural y escuela de virtud. Por si no fuera poco, esa asimetría social se revelaba haciendo elocuentes los silencios para señalar que su participación fue vetada en la economía, la política o la guerra, ámbitos que en el mundo clásico definían la ciudadanía plena. Con el tiempo se amplió el estudio de las fuentes, se aprendió a leer entre líneas y se descubrió a mujeres en todos los ámbitos profesionales; desde la artesanía a la banca, desde el comercio a la medicina que las convertían, más allá del ámbito de los cuidados señalado por la arqueología feminista, en auténticos y verdaderos sujetos económicos. Hacía falta tan solo una aproximación honesta para descubrir que las restricciones de derechos por el género, que existieron, no fueron tan lesivas como la primera historiografía sobre las mujeres quiso manifestar, mezclando algunas veces historiografía y feminismo, combinación siempre legítima si, como dijo la sabia Nicole Loraux, se hace un uso moderado del anacronismo.De esa nueva mirada participa el trabajo de Sue Blundell, Las mujeres de la antigua Grecia, con la voluntad firme de recuperar las voces de unas mujeres habitualmente silenciadas en las narrativas históricas. Han pasado cincuenta años desde que Sarah B. Pomeroy iniciase esa andadura con su provocador y revolucionario Diosas, rameras, esposas y esclavas y el empeño no solo sigue siendo necesario, sino que sobre todo, de un tiempo a esta parte, es también innovador porque lo que se pretende es ampliar la definición de ciudadanía de la Grecia antigua para poder incluir en ella a las mujeres como agentes en la comunidad ciudadana, política, y sin las cuales sería imposible entender verdaderamente el funcionamiento de la sociedad griega, ni que fuera, como indica la misma autora en la introducción, para parir más hombres y más mujeres que posibilitaron que siguieran funcionando las instituciones, la guerra, la economía o la producción de cultura.Otra lúcida reflexión vertebra este ensayo de historia del género, a saber, que incorporar a las mujeres en el relato de la historia escrita en masculino sigue siendo imperativo, no porque su caso sea un caso especial, algo que conllevaría el riesgo, como decía el gran Eric Hobsbawm, de que la historia de las mujeres fuera una historia escrita por mujeres y para consumo y consolación de las mujeres. Para Blundell, con la sabiduría que irradia de sus canas y que ha trasmitido desde la enseñanaza universitaria o el Museo Británico, títulos como el suyo deberían ser títulos de transición hasta el día que se haya incluido en los escritos históricos a la otra mitad de los seres humanos. Estarán entonces de más títulos como Las mujeres en… o Las mujeres de… y escribiremos una historia mixta y coral, una verdadera historia del género inclusiva liberada de prejuicios patriarcales, que resucite para una segunda vida a aquellas mujeres de la Grecia antigua cuyas voces fueron silenciadas, sencillamente porque es imposible escribir historia ocultando la agencia de las mujeres. Mientras ese día no llegue, bienvenidas sean obras tituladas Las mujeres en… o Las mujeres de… Seguir leyendo
En los inicios de la historiografía sobre las mujeres, la llamada historia del género y ahora historia mixta, fue habitual enhebrar un relato a partir de las fuentes literarias y no exento de una propensión a la victimización. Tenía ello su lógica si pensamos que la fuente principal de la que se bebía eran obras escritas por varones, legitimadores de la razón patriarcal y que acostumbraban a reflejar más el ideal que la realidad.
Esa ubicua moralización de la historia convertía el silencio en el ornato de la mujer y la casa y el telar en su lugar natural y escuela de virtud. Por si no fuera poco, esa asimetría social se revelaba haciendo elocuentes los silencios para señalar que su participación fue vetada en la economía, la política o la guerra, ámbitos que en el mundo clásico definían la ciudadanía plena.
Con el tiempo se amplió el estudio de las fuentes, se aprendió a leer entre líneas y se descubrió a mujeres en todos los ámbitos profesionales; desde la artesanía a la banca, desde el comercio a la medicina que las convertían, más allá del ámbito de los cuidados señalado por la arqueología feminista, en auténticos y verdaderos sujetos económicos. Hacía falta tan solo una aproximación honesta para descubrir que las restricciones de derechos por el género, que existieron, no fueron tan lesivas como la primera historiografía sobre las mujeres quiso manifestar, mezclando algunas veces historiografía y feminismo, combinación siempre legítima si, como dijo la sabia Nicole Loraux, se hace un uso moderado del anacronismo.
De esa nueva mirada participa el trabajo de Sue Blundell, Las mujeres de la antigua Grecia, con la voluntad firme de recuperar las voces de unas mujeres habitualmente silenciadas en las narrativas históricas. Han pasado cincuenta años desde que Sarah B. Pomeroy iniciase esa andadura con su provocador y revolucionario Diosas, rameras, esposas y esclavas y el empeño no solo sigue siendo necesario, sino que sobre todo, de un tiempo a esta parte, es también innovador porque lo que se pretende es ampliar la definición de ciudadanía de la Grecia antigua para poder incluir en ella a las mujeres como agentes en la comunidad ciudadana, política, y sin las cuales sería imposible entender verdaderamente el funcionamiento de la sociedad griega, ni que fuera, como indica la misma autora en la introducción, para parir más hombres y más mujeres que posibilitaron que siguieran funcionando las instituciones, la guerra, la economía o la producción de cultura.
Otra lúcida reflexión vertebra este ensayo de historia del género, a saber, que incorporar a las mujeres en el relato de la historia escrita en masculino sigue siendo imperativo, no porque su caso sea un caso especial, algo que conllevaría el riesgo, como decía el gran Eric Hobsbawm, de que la historia de las mujeres fuera una historia escrita por mujeres y para consumo y consolación de las mujeres.
Para Blundell, con la sabiduría que irradia de sus canas y que ha trasmitido desde la enseñanaza universitaria o el Museo Británico, títulos como el suyo deberían ser títulos de transición hasta el día que se haya incluido en los escritos históricos a la otra mitad de los seres humanos. Estarán entonces de más títulos como Las mujeres en… o Las mujeres de… y escribiremos una historia mixta y coral, una verdadera historia del género inclusiva liberada de prejuicios patriarcales, que resucite para una segunda vida a aquellas mujeres de la Grecia antigua cuyas voces fueron silenciadas, sencillamente porque es imposible escribir historia ocultando la agencia de las mujeres. Mientras ese día no llegue, bienvenidas sean obras tituladas Las mujeres en… o Las mujeres de…

Sue Blundell
Traducción de María Antonia de Miquel Serra
RBA, 2025
384 páginas
24,90 euros
EL PAÍS