Mientras el sol comienza a pegar fuerte, se escuchan a lo lejos los gritos de la montaña rusa del Parque de Atracciones. Treinta y cuatro grados a la sombra marca el termómetro. Los pocos jóvenes que quedan en Madrid están disfrutando de las vacaciones, y la mayoría siguen en la playa. Pero, yendo un poco más allá, se llega al Batán , donde los chavales de la Escuela Yiyo no piensan en las vacaciones, ni en soleadas playas, y ni en el tórrido calor, ni en lo que estén haciendo los chicos de su edad para pasar los meses veraniegos. Sólo sueñan con ser toreros y entrenar, sin descanso. Para ellos no hay más que entreno y más entreno. «El toreo tiene que estar en la cabeza», dice Samuel Castrejón, destacado alumno y último ganador del certamen Kilómetro 0. Así es, hay que vivir en torero las veinticuatro horas del día, como también les enseña el director de la escuela, Fernando Robleño, que conoce bien la dureza de esta profesión.Fernando Robleño da indicaciones a unos chavales TANIA SIEIRALos chicos llegan a la escuela sobre la diez de la mañana, van a correr, se meten en la nave a mover los trastos, entran a matar en el carretón… Y muchos vuelven sobre las seis de la tarde, para seguir con el toreo de salón hasta la noche. «Hay que hacer eso si se quiere ser algo en esto, y tampoco les cuesta, porque es lo que les gusta», remarca Robleño , que quiso entrar en esta escuela a los nueve años, «pero no me dejaron hasta los doce, porque era la edad mínima», nos cuenta el maestro, que lleva una vida dedicada al toro. Ahora está recogiendo los frutos de su esfuerzo, disfrutando de una bonita temporada de despedida. El 12 de octubre se despedirá de Madrid, «con un cartel que es un sueño», junto a Morante de la Puebla, nada menos. «Menuda temporada lleva el maestro… A ver si está cansado esa tarde», comenta entre risas el madrileño, mientras da unas indicaciones a Ignacio Garibay, otro alumno aventajado.El mexicano ganó la final del certamen de Promesas de Nuestra Tierra, de Castilla-La Mancha, en la que también estuvieron Castrejón y Alejandro Rubio, tres alumnos de la Escuela de Madrid. Dos chicas entrenan también con sus compañeros. Carla, de menuda figura, da un buen pase de pecho. También gustan sus buenas maneras. Tiene 17 años y ha toreado su primera becerra. «Fue el 18 de julio y ya estoy soñando con que me echen otra».Noticia Relacionada estandar Si Diego Urdiales eterniza el toreo y resurge por la puerta grande en Bilbao Rosario Pérez El riojano, con un cañón como espada, borda la faena de su vida y de muchas vidas hasta desorejar al Guapetón de GarcigrandeCarla, una de las chicas de la escuela, capote en mano TANIA SIEIRA«Tenemos de todas las nacionalidades», dice Sergio Aguilar. «Españoles, mexicanos, colombianos, venezolanos, franceses… ¡Hasta un inglés!». Curiosa es la historia de este último, Paul: llegó a España con siete años, por el trabajo de sus padres. Fueron juntos a los sanfermines, y le atrapó el toro. Comenzó a ir por su cuenta a encierros y festejos mayores, y decidió que quería ser torero. Sus padres se opusieron, así que el chico rubio de ojos verdes se apuntó a la escuela, y comenzó a trabajar en un McDonald’s para poder vivir. «Pero lo dejé hace un par de meses para dedicarme completamente a esto», comenta el chaval de 19 años, mientras da un derechazo. «Cuando llegó, no sabía ni coger una muleta, y ahora anda muy bien, tiene cositas especiales», comentan Aguilar y Robleño. Quién sabe si el día de mañana lo veremos en los carteles. ‘El Inglés’, así como suena, no quedaría mal.En busca de un sueñoJunto a él está haciendo de toro Santi Villacañas. «Vivimos prácticamente juntos», dice este joven de 19 años. Su afición viene de sus abuelos, dueños de la Monumental de Morelia. «Además, mi hermano era novillero y mi tío es matador de toros, así que me viene de dinastía», apunta el chaval, con los pitones en la mano, mientras Paul le dice que le embista. Se apuntó a la escuela este mismo año, aunque vino a España por primera vez en 2022 para torear unas clases prácticas. «Es duro dejar todo, pero estoy metido cien por cien en esto y no pesa nada, ya que es lo que más me gusta. Torear me hace sentir vivo», comenta el joven mexicano, que dejó a su familia y país para cumplir su sueño.Paul y Santi, dando un derechazo y haciendo de toro, respectivamente TANIA SIEIRAFuera, Rafael de la Cueva y Joel Ramírez, que ya están con caballos, entran a matar al carretón, mientras Raúl Ruiz enseña a otros, más pequeños, a poner banderillas. Como críos de su edad, se toman el pelo unos a otros, especialmente al que hace de toro, porque pierde las ‘manos’ en un par de ocasiones. «Está muy flojo, hay que devolverlo», grita uno, mientras otros tocan las palmas de tango. El ‘toro’ se defiende diciendo que está mal el carretón, y llega un chiquillo con uno de mejor presentación, más grande que él, y le pregunta a su maestro si lo deja ahí.Ya va llegando la una de la tarde, hora en la que se cierra la nave. Los muchachos empiezan a despedirse de los maestros. Uno a uno, dándoles la mano, alguno pide alguna indicación o pregunta si puede volver por la tarde. Cualquier parecido con los chicos de su edad, que terminan las clases y salen como alma que lleva el diablo sin decir ni adiós al profesor, es pura coincidencia. Por la tarde volverá la mayoría, donde llegamos hasta los 41ºC. Son chavales de su tiempo, pero una vocación y pasión desmedidas, les hace parecer salidos de épocas pretéritas, más duras, incómodas y cuesta arriba. Han llegado a una escuela de la que no se sabe si saldrán toreros, pero sí hombres con unos valores férreos que ojalá tuviera la sociedad actual. Mientras el sol comienza a pegar fuerte, se escuchan a lo lejos los gritos de la montaña rusa del Parque de Atracciones. Treinta y cuatro grados a la sombra marca el termómetro. Los pocos jóvenes que quedan en Madrid están disfrutando de las vacaciones, y la mayoría siguen en la playa. Pero, yendo un poco más allá, se llega al Batán , donde los chavales de la Escuela Yiyo no piensan en las vacaciones, ni en soleadas playas, y ni en el tórrido calor, ni en lo que estén haciendo los chicos de su edad para pasar los meses veraniegos. Sólo sueñan con ser toreros y entrenar, sin descanso. Para ellos no hay más que entreno y más entreno. «El toreo tiene que estar en la cabeza», dice Samuel Castrejón, destacado alumno y último ganador del certamen Kilómetro 0. Así es, hay que vivir en torero las veinticuatro horas del día, como también les enseña el director de la escuela, Fernando Robleño, que conoce bien la dureza de esta profesión.Fernando Robleño da indicaciones a unos chavales TANIA SIEIRALos chicos llegan a la escuela sobre la diez de la mañana, van a correr, se meten en la nave a mover los trastos, entran a matar en el carretón… Y muchos vuelven sobre las seis de la tarde, para seguir con el toreo de salón hasta la noche. «Hay que hacer eso si se quiere ser algo en esto, y tampoco les cuesta, porque es lo que les gusta», remarca Robleño , que quiso entrar en esta escuela a los nueve años, «pero no me dejaron hasta los doce, porque era la edad mínima», nos cuenta el maestro, que lleva una vida dedicada al toro. Ahora está recogiendo los frutos de su esfuerzo, disfrutando de una bonita temporada de despedida. El 12 de octubre se despedirá de Madrid, «con un cartel que es un sueño», junto a Morante de la Puebla, nada menos. «Menuda temporada lleva el maestro… A ver si está cansado esa tarde», comenta entre risas el madrileño, mientras da unas indicaciones a Ignacio Garibay, otro alumno aventajado.El mexicano ganó la final del certamen de Promesas de Nuestra Tierra, de Castilla-La Mancha, en la que también estuvieron Castrejón y Alejandro Rubio, tres alumnos de la Escuela de Madrid. Dos chicas entrenan también con sus compañeros. Carla, de menuda figura, da un buen pase de pecho. También gustan sus buenas maneras. Tiene 17 años y ha toreado su primera becerra. «Fue el 18 de julio y ya estoy soñando con que me echen otra».Noticia Relacionada estandar Si Diego Urdiales eterniza el toreo y resurge por la puerta grande en Bilbao Rosario Pérez El riojano, con un cañón como espada, borda la faena de su vida y de muchas vidas hasta desorejar al Guapetón de GarcigrandeCarla, una de las chicas de la escuela, capote en mano TANIA SIEIRA«Tenemos de todas las nacionalidades», dice Sergio Aguilar. «Españoles, mexicanos, colombianos, venezolanos, franceses… ¡Hasta un inglés!». Curiosa es la historia de este último, Paul: llegó a España con siete años, por el trabajo de sus padres. Fueron juntos a los sanfermines, y le atrapó el toro. Comenzó a ir por su cuenta a encierros y festejos mayores, y decidió que quería ser torero. Sus padres se opusieron, así que el chico rubio de ojos verdes se apuntó a la escuela, y comenzó a trabajar en un McDonald’s para poder vivir. «Pero lo dejé hace un par de meses para dedicarme completamente a esto», comenta el chaval de 19 años, mientras da un derechazo. «Cuando llegó, no sabía ni coger una muleta, y ahora anda muy bien, tiene cositas especiales», comentan Aguilar y Robleño. Quién sabe si el día de mañana lo veremos en los carteles. ‘El Inglés’, así como suena, no quedaría mal.En busca de un sueñoJunto a él está haciendo de toro Santi Villacañas. «Vivimos prácticamente juntos», dice este joven de 19 años. Su afición viene de sus abuelos, dueños de la Monumental de Morelia. «Además, mi hermano era novillero y mi tío es matador de toros, así que me viene de dinastía», apunta el chaval, con los pitones en la mano, mientras Paul le dice que le embista. Se apuntó a la escuela este mismo año, aunque vino a España por primera vez en 2022 para torear unas clases prácticas. «Es duro dejar todo, pero estoy metido cien por cien en esto y no pesa nada, ya que es lo que más me gusta. Torear me hace sentir vivo», comenta el joven mexicano, que dejó a su familia y país para cumplir su sueño.Paul y Santi, dando un derechazo y haciendo de toro, respectivamente TANIA SIEIRAFuera, Rafael de la Cueva y Joel Ramírez, que ya están con caballos, entran a matar al carretón, mientras Raúl Ruiz enseña a otros, más pequeños, a poner banderillas. Como críos de su edad, se toman el pelo unos a otros, especialmente al que hace de toro, porque pierde las ‘manos’ en un par de ocasiones. «Está muy flojo, hay que devolverlo», grita uno, mientras otros tocan las palmas de tango. El ‘toro’ se defiende diciendo que está mal el carretón, y llega un chiquillo con uno de mejor presentación, más grande que él, y le pregunta a su maestro si lo deja ahí.Ya va llegando la una de la tarde, hora en la que se cierra la nave. Los muchachos empiezan a despedirse de los maestros. Uno a uno, dándoles la mano, alguno pide alguna indicación o pregunta si puede volver por la tarde. Cualquier parecido con los chicos de su edad, que terminan las clases y salen como alma que lleva el diablo sin decir ni adiós al profesor, es pura coincidencia. Por la tarde volverá la mayoría, donde llegamos hasta los 41ºC. Son chavales de su tiempo, pero una vocación y pasión desmedidas, les hace parecer salidos de épocas pretéritas, más duras, incómodas y cuesta arriba. Han llegado a una escuela de la que no se sabe si saldrán toreros, pero sí hombres con unos valores férreos que ojalá tuviera la sociedad actual.
Mientras el sol comienza a pegar fuerte, se escuchan a lo lejos los gritos de la montaña rusa del Parque de Atracciones. Treinta y cuatro grados a la sombra marca el termómetro. Los pocos jóvenes que quedan en Madrid están disfrutando de las vacaciones, … y la mayoría siguen en la playa. Pero, yendo un poco más allá, se llega al Batán, donde los chavales de la Escuela Yiyo no piensan en las vacaciones, ni en soleadas playas, y ni en el tórrido calor, ni en lo que estén haciendo los chicos de su edad para pasar los meses veraniegos. Sólo sueñan con ser toreros y entrenar, sin descanso. Para ellos no hay más que entreno y más entreno. «El toreo tiene que estar en la cabeza», dice Samuel Castrejón, destacado alumno y último ganador del certamen Kilómetro 0. Así es, hay que vivir en torero las veinticuatro horas del día, como también les enseña el director de la escuela, Fernando Robleño, que conoce bien la dureza de esta profesión.
TANIA SIEIRA
Los chicos llegan a la escuela sobre la diez de la mañana, van a correr, se meten en la nave a mover los trastos, entran a matar en el carretón… Y muchos vuelven sobre las seis de la tarde, para seguir con el toreo de salón hasta la noche. «Hay que hacer eso si se quiere ser algo en esto, y tampoco les cuesta, porque es lo que les gusta», remarca Robleño, que quiso entrar en esta escuela a los nueve años, «pero no me dejaron hasta los doce, porque era la edad mínima», nos cuenta el maestro, que lleva una vida dedicada al toro. Ahora está recogiendo los frutos de su esfuerzo, disfrutando de una bonita temporada de despedida. El 12 de octubre se despedirá de Madrid, «con un cartel que es un sueño», junto a Morante de la Puebla, nada menos. «Menuda temporada lleva el maestro… A ver si está cansado esa tarde», comenta entre risas el madrileño, mientras da unas indicaciones a Ignacio Garibay, otro alumno aventajado.
El mexicano ganó la final del certamen de Promesas de Nuestra Tierra, de Castilla-La Mancha, en la que también estuvieron Castrejón y Alejandro Rubio, tres alumnos de la Escuela de Madrid. Dos chicas entrenan también con sus compañeros. Carla, de menuda figura, da un buen pase de pecho. También gustan sus buenas maneras. Tiene 17 años y ha toreado su primera becerra. «Fue el 18 de julio y ya estoy soñando con que me echen otra».
TANIA SIEIRA
«Tenemos de todas las nacionalidades», dice Sergio Aguilar. «Españoles, mexicanos, colombianos, venezolanos, franceses… ¡Hasta un inglés!». Curiosa es la historia de este último, Paul: llegó a España con siete años, por el trabajo de sus padres. Fueron juntos a los sanfermines, y le atrapó el toro. Comenzó a ir por su cuenta a encierros y festejos mayores, y decidió que quería ser torero. Sus padres se opusieron, así que el chico rubio de ojos verdes se apuntó a la escuela, y comenzó a trabajar en un McDonald’s para poder vivir. «Pero lo dejé hace un par de meses para dedicarme completamente a esto», comenta el chaval de 19 años, mientras da un derechazo. «Cuando llegó, no sabía ni coger una muleta, y ahora anda muy bien, tiene cositas especiales», comentan Aguilar y Robleño. Quién sabe si el día de mañana lo veremos en los carteles. ‘El Inglés’, así como suena, no quedaría mal.
En busca de un sueño
Junto a él está haciendo de toro Santi Villacañas. «Vivimos prácticamente juntos», dice este joven de 19 años. Su afición viene de sus abuelos, dueños de la Monumental de Morelia. «Además, mi hermano era novillero y mi tío es matador de toros, así que me viene de dinastía», apunta el chaval, con los pitones en la mano, mientras Paul le dice que le embista. Se apuntó a la escuela este mismo año, aunque vino a España por primera vez en 2022 para torear unas clases prácticas. «Es duro dejar todo, pero estoy metido cien por cien en esto y no pesa nada, ya que es lo que más me gusta. Torear me hace sentir vivo», comenta el joven mexicano, que dejó a su familia y país para cumplir su sueño.
TANIA SIEIRA
Fuera, Rafael de la Cueva y Joel Ramírez, que ya están con caballos, entran a matar al carretón, mientras Raúl Ruiz enseña a otros, más pequeños, a poner banderillas. Como críos de su edad, se toman el pelo unos a otros, especialmente al que hace de toro, porque pierde las ‘manos’ en un par de ocasiones. «Está muy flojo, hay que devolverlo», grita uno, mientras otros tocan las palmas de tango. El ‘toro’ se defiende diciendo que está mal el carretón, y llega un chiquillo con uno de mejor presentación, más grande que él, y le pregunta a su maestro si lo deja ahí.
Ya va llegando la una de la tarde, hora en la que se cierra la nave. Los muchachos empiezan a despedirse de los maestros. Uno a uno, dándoles la mano, alguno pide alguna indicación o pregunta si puede volver por la tarde. Cualquier parecido con los chicos de su edad, que terminan las clases y salen como alma que lleva el diablo sin decir ni adiós al profesor, es pura coincidencia. Por la tarde volverá la mayoría, donde llegamos hasta los 41ºC. Son chavales de su tiempo, pero una vocación y pasión desmedidas, les hace parecer salidos de épocas pretéritas, más duras, incómodas y cuesta arriba. Han llegado a una escuela de la que no se sabe si saldrán toreros, pero sí hombres con unos valores férreos que ojalá tuviera la sociedad actual.
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