Hace ya un par de años dejé el alcohol, lo cual ha sido fácil en comparación con el suplicio que está siendo dejar el azúcar: llevo once días apenas, al momento de escribir esta columna. Lo cual ha sido fácil en comparación con dejar las pantallas, propósito que en esta época es sencillamente imposible. Cuando digo ‘pantallas’ me refiero, en realidad, al teléfono. Y cuando digo ‘teléfono’ hablo de la adicción a las redes sociales.Según la función ‘Tiempo de uso’ que trae el celular, durante 2024 he pasado una media de seis horas al día usando mi teléfono. Esta última semana he logrado bajar a un promedio de cinco horas y treinta y cinco minutos al día. Para 2025, espero que la suma de los días sin comer dulces y las horas diarias pasadas frente al celular bajen sensiblemente. Esos son mis propósitos de año nuevo. Estos días de ‘Felices fiestas’, siendo un inmigrante autónomo que trabaja desde casa, se hacen cuesta arriba para semejante camino de perfección, pues sobra el tiempo y la soledad. Para convertir la molicie he transformado mi apartamento en una reducción jesuítica paraguaya, en donde yo soy el jesuita y el indígena a la vez. Del promedio de quince horas de vigilia que tiene mi jornada, he tratado de restarle horas al celular y transferirlas a cosas más productivas. También dedico al menos una hora al día a escribir a mano. Practicar la caligrafía ha sido un bálsamoPor ejemplo, cada día plancho dos o tres de mis camisas, aunque no las vaya a usar sino a partir de marzo, cuando la temperatura malagueña me permita guardar los suéteres y el abrigo. También dedico al menos una hora al día a escribir a mano. Practicar la caligrafía ha sido un bálsamo. Lo recomiendo mucho. Pero una de las rutinas nuevas que más celebro haber incorporado es la de ir religiosamente al cine. Siempre he sido flojo para ir al cine. Si alguien no me decía para ir, era difícil que yo fuera por iniciativa propia. Sin embargo, esto ha cambiado. En la última semana he ido cinco veces. La ventaja principal es que implica al menos dos horas sin meterme a revisar el teléfono. Es un modo, también, de ejercitar la capacidad de atención, tan mermada en nuestro mundo actual. De las cinco películas que he visto solo una me ha gustado de verdad. Se trata de la nueva versión de ‘Nosferatu’ que ha hecho Robert Eggers del clásico de F. W. Murnau, de 1922.Inspirada en ‘Drácula’, de Bram Stoker (aunque en realidad la película de Murnau fue un plagio descarado y maravilloso de la famosa novela), ‘Nosferatu’ es una invitación a encarar el mal. En un sentido ontológico, pero siempre en relación con el presente. Por eso, cuando el Nosferatu de Eggers le dice a su amada Ellen Hutter (magníficamente interpretada por Lily-Rose Melody Deep, la hija de Johnny), «yo solo soy un apetito», de inmediato asentí y, como poseído por el espíritu de Celia Cruz, casi grito desde mi butaca: «¡El azúcar!». Y cuando Ellen Hutter le pregunta a su amiga si nunca ha sentido que su vida la controla una fuerza ajena y superior, yo casi vuelvo a gritar: «¡El algoritmo!». Si no podemos escapar de las pantallas, al menos podemos estar cerca de las menos dañinas. Del mismo modo en que, al bajar el azúcar, podremos reencontrar la sal de la vida. Hace ya un par de años dejé el alcohol, lo cual ha sido fácil en comparación con el suplicio que está siendo dejar el azúcar: llevo once días apenas, al momento de escribir esta columna. Lo cual ha sido fácil en comparación con dejar las pantallas, propósito que en esta época es sencillamente imposible. Cuando digo ‘pantallas’ me refiero, en realidad, al teléfono. Y cuando digo ‘teléfono’ hablo de la adicción a las redes sociales.Según la función ‘Tiempo de uso’ que trae el celular, durante 2024 he pasado una media de seis horas al día usando mi teléfono. Esta última semana he logrado bajar a un promedio de cinco horas y treinta y cinco minutos al día. Para 2025, espero que la suma de los días sin comer dulces y las horas diarias pasadas frente al celular bajen sensiblemente. Esos son mis propósitos de año nuevo. Estos días de ‘Felices fiestas’, siendo un inmigrante autónomo que trabaja desde casa, se hacen cuesta arriba para semejante camino de perfección, pues sobra el tiempo y la soledad. Para convertir la molicie he transformado mi apartamento en una reducción jesuítica paraguaya, en donde yo soy el jesuita y el indígena a la vez. Del promedio de quince horas de vigilia que tiene mi jornada, he tratado de restarle horas al celular y transferirlas a cosas más productivas. También dedico al menos una hora al día a escribir a mano. Practicar la caligrafía ha sido un bálsamoPor ejemplo, cada día plancho dos o tres de mis camisas, aunque no las vaya a usar sino a partir de marzo, cuando la temperatura malagueña me permita guardar los suéteres y el abrigo. También dedico al menos una hora al día a escribir a mano. Practicar la caligrafía ha sido un bálsamo. Lo recomiendo mucho. Pero una de las rutinas nuevas que más celebro haber incorporado es la de ir religiosamente al cine. Siempre he sido flojo para ir al cine. Si alguien no me decía para ir, era difícil que yo fuera por iniciativa propia. Sin embargo, esto ha cambiado. En la última semana he ido cinco veces. La ventaja principal es que implica al menos dos horas sin meterme a revisar el teléfono. Es un modo, también, de ejercitar la capacidad de atención, tan mermada en nuestro mundo actual. De las cinco películas que he visto solo una me ha gustado de verdad. Se trata de la nueva versión de ‘Nosferatu’ que ha hecho Robert Eggers del clásico de F. W. Murnau, de 1922.Inspirada en ‘Drácula’, de Bram Stoker (aunque en realidad la película de Murnau fue un plagio descarado y maravilloso de la famosa novela), ‘Nosferatu’ es una invitación a encarar el mal. En un sentido ontológico, pero siempre en relación con el presente. Por eso, cuando el Nosferatu de Eggers le dice a su amada Ellen Hutter (magníficamente interpretada por Lily-Rose Melody Deep, la hija de Johnny), «yo solo soy un apetito», de inmediato asentí y, como poseído por el espíritu de Celia Cruz, casi grito desde mi butaca: «¡El azúcar!». Y cuando Ellen Hutter le pregunta a su amiga si nunca ha sentido que su vida la controla una fuerza ajena y superior, yo casi vuelvo a gritar: «¡El algoritmo!». Si no podemos escapar de las pantallas, al menos podemos estar cerca de las menos dañinas. Del mismo modo en que, al bajar el azúcar, podremos reencontrar la sal de la vida.
EL ANIMAL SINGULAR
Dejar el alcohol ha sido fácil en comparación con dejar el dulce, que es fácil en comparación con reducir el tiempo de uso del móvil. Ahora voy más al cine
Hace ya un par de años dejé el alcohol, lo cual ha sido fácil en comparación con el suplicio que está siendo dejar el azúcar: llevo once días apenas, al momento de escribir esta columna. Lo cual ha sido fácil en comparación con dejar las …
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