“Los senderos serpenteaban por fértiles prados. Bajo el efecto sonoro del gorjeo de unos pocos pájaros, Winston se sintió completamente en paz con el mundo”. Un locus amoenus que vaticina una tragedia y presagia el tono irónico de la novela, cuyo narrador burlón nos comunica que Winston advirtió de inmediato que el mundo no estaba en paz, que los senderos no eran de gloria y que tal vez su idealismo juvenil y su huida hacia adelante no habían sido una idea precisamente brillante. Pero allí estaba, solo ante el peligro de su incierto destino, luchando contra los alemanes en una tierra francesa en la que planta las semillas de algunas flores como otros habían plantado antes minas que no iban a crecer. Igual que en el grafitti del rebelde de Banksy a punto de lanzar un ramo de flores en lugar de una granada de mano, nuestro jovencísimo temerario se juega el pellejo y aprende, como el poeta, que la vida va en serio y más en serio aún va la muerte.
La desventura del espigado Winston, un periodista americano al que la suerte le da la espalda y decide emular al bueno de Ernie Hemingway y largarse a la guerra en Europa a empezar de nuevo… a los veintitrés años, es lo que Ofensiva de primavera nos cuenta con una prosa que contrarresta con humor y empatía emocional esos horrores de la guerra que pretende denunciar. Triunfaba Cole Porter en Broadway con Panama Hattie y Faulkner acababa de ver impresos sus dos relatos de Las palmeras salvajes y trabajaba codo con codo con Hawks en Hollywood cuando el joven periodista Lewis, que ejercía de gacetillero en The New York Journal, publicaba esta historia en blanco y negro de un perdedor entrañable que se decide por el sacrificio de alistarse a las Fuerzas Expedicionarias inglesas en Francia para tratar de persuadirse de que luchar por los demás lo redimirá, cuando marcharse a la guerra no solo no lo engrandece sino que lo condena para siempre a un anonimato como el de tantos soldados caídos que vieron en la lucha un modo de enmendar su infortunio.
Lewis ya nos sedujo con su novela Un caballero a la deriva, que marcaba la senda tragicómica por la que camina esta nueva novela escrita a medio camino entre el periodismo de campaña y un costumbrismo que atiende al detalle del gesto más nimio, y aun tonto, con la trascendencia con la que se narra una hazaña épica. Nueva lectura satírica de la guerra a la sombra del mítico antimilitarismo de la novela Sin novedad en el frente (1929) que Erich Maria Remarque escribió una década antes para combatir, como la película Senderos de gloria que Kubrick estrenó en 1957, la estulticia de la guerra, concebible solo a través de un espejo deformante que nos permita asumirla como una suerte de farsa.
Remarque se decidió por narrar su relato en primera persona con la voz del soldado Paul Bäumer, alter ego del autor que también es un joven soldado que se enrola en el ejército para tratar así de dejar atrás las muchas adversidades que se cebaron en él, persuadido de que la guerra podría llegar a ser un lenitivo: “Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación, el miedo, la muerte y el tránsito de una existencia llena de la más absurda superficialidad a un abismo de dolor” son palabras del joven Bäumer que el joven Winston muy bien podría suscribir en el campo de batalla, entre recuerdos de su querida Indianápolis y de sus desengaños laborales y amorosos y sus sueños candorosos y equivocados cuando callan las armas. Pero Lewis describe un fallido ataque alemán en abril de 1940 que en realidad sucedió en junio de ese mismo año y significó una aplastante victoria nazi. Enrarecido el ambiente por la tensión del conflicto, a nadie se le ocurrió pensar que la ficción de una novela no es sino ficción, retiraron de inmediato los ejemplares de las librerías, el autor devino un proscrito y jamás se supo ya de Ofensiva de primavera, el sueño de una noche de guerra. Pocos años más tarde, a Lewis también se le acabó su modesta gloria como guionista de Hollywood porque la caza de brujas también se acordó de él.
Arbitrario, el talento nace a veces en la periferia del espíritu, en el peor momento y de la peor manera, y con frecuencia, como es el caso del desdichado Lewis, hélas, es efímero.
“Los senderos serpenteaban por fértiles prados. Bajo el efecto sonoro del gorjeo de unos pocos pájaros, Winston se sintió completamente en paz con el mundo”. Un locus amoenus que vaticina una tragedia y presagia el tono irónico de la novela, cuyo narrador burlón nos comunica que Winston advirtió de inmediato que el mundo no estaba en paz, que los senderos no eran de gloria y que tal vez su idealismo juvenil y su huida hacia adelante no habían sido una idea precisamente brillante. Pero allí estaba, solo ante el peligro de su incierto destino, luchando contra los alemanes en una tierra francesa en la que planta las semillas de algunas flores como otros habían plantado antes minas que no iban a crecer. Igual que en el grafitti del rebelde de Banksy a punto de lanzar un ramo de flores en lugar de una granada de mano, nuestro jovencísimo temerario se juega el pellejo y aprende, como el poeta, que la vida va en serio y más en serio aún va la muerte. La desventura del espigado Winston, un periodista americano al que la suerte le da la espalda y decide emular al bueno de Ernie Hemingway y largarse a la guerra en Europa a empezar de nuevo… a los veintitrés años, es lo que Ofensiva de primavera nos cuenta con una prosa que contrarresta con humor y empatía emocional esos horrores de la guerra que pretende denunciar. Triunfaba Cole Porter en Broadway con Panama Hattie y Faulkner acababa de ver impresos sus dos relatos de Las palmeras salvajes y trabajaba codo con codo con Hawks en Hollywood cuando el joven periodista Lewis, que ejercía de gacetillero en The New York Journal, publicaba esta historia en blanco y negro de un perdedor entrañable que se decide por el sacrificio de alistarse a las Fuerzas Expedicionarias inglesas en Francia para tratar de persuadirse de que luchar por los demás lo redimirá, cuando marcharse a la guerra no solo no lo engrandece sino que lo condena para siempre a un anonimato como el de tantos soldados caídos que vieron en la lucha un modo de enmendar su infortunio.Lewis ya nos sedujo con su novela Un caballero a la deriva, que marcaba la senda tragicómica por la que camina esta nueva novela escrita a medio camino entre el periodismo de campaña y un costumbrismo que atiende al detalle del gesto más nimio, y aun tonto, con la trascendencia con la que se narra una hazaña épica. Nueva lectura satírica de la guerra a la sombra del mítico antimilitarismo de la novela Sin novedad en el frente (1929) que Erich Maria Remarque escribió una década antes para combatir, como la película Senderos de gloria que Kubrick estrenó en 1957, la estulticia de la guerra, concebible solo a través de un espejo deformante que nos permita asumirla como una suerte de farsa. Remarque se decidió por narrar su relato en primera persona con la voz del soldado Paul Bäumer, alter ego del autor que también es un joven soldado que se enrola en el ejército para tratar así de dejar atrás las muchas adversidades que se cebaron en él, persuadido de que la guerra podría llegar a ser un lenitivo: “Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación, el miedo, la muerte y el tránsito de una existencia llena de la más absurda superficialidad a un abismo de dolor” son palabras del joven Bäumer que el joven Winston muy bien podría suscribir en el campo de batalla, entre recuerdos de su querida Indianápolis y de sus desengaños laborales y amorosos y sus sueños candorosos y equivocados cuando callan las armas. Pero Lewis describe un fallido ataque alemán en abril de 1940 que en realidad sucedió en junio de ese mismo año y significó una aplastante victoria nazi. Enrarecido el ambiente por la tensión del conflicto, a nadie se le ocurrió pensar que la ficción de una novela no es sino ficción, retiraron de inmediato los ejemplares de las librerías, el autor devino un proscrito y jamás se supo ya de Ofensiva de primavera, el sueño de una noche de guerra. Pocos años más tarde, a Lewis también se le acabó su modesta gloria como guionista de Hollywood porque la caza de brujas también se acordó de él.Arbitrario, el talento nace a veces en la periferia del espíritu, en el peor momento y de la peor manera, y con frecuencia, como es el caso del desdichado Lewis, hélas, es efímero. Seguir leyendo
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia
La novela del periodista Lewis marcó el camino del antimilitarismo que el artista Banksy plasma hoy en sus murales. En los años cuarenta el autor fue proscrito y el libro retirado. Su rescate muestra el horror de la guerra con una prosa llena de humor y empatía

“Los senderos serpenteaban por fértiles prados. Bajo el efecto sonoro del gorjeo de unos pocos pájaros, Winston se sintió completamente en paz con el mundo”. Un locus amoenus que vaticina una tragedia y presagia el tono irónico de la novela, cuyo narrador burlón nos comunica que Winston advirtió de inmediato que el mundo no estaba en paz, que los senderos no eran de gloria y que tal vez su idealismo juvenil y su huida hacia adelante no habían sido una idea precisamente brillante. Pero allí estaba, solo ante el peligro de su incierto destino, luchando contra los alemanes en una tierra francesa en la que planta las semillas de algunas flores como otros habían plantado antes minas que no iban a crecer. Igual que en el grafitti del rebelde de Banksy a punto de lanzar un ramo de flores en lugar de una granada de mano, nuestro jovencísimo temerario se juega el pellejo y aprende, como el poeta, que la vida va en serio y más en serio aún va la muerte.
La desventura del espigado Winston, un periodista americano al que la suerte le da la espalda y decide emular al bueno de Ernie Hemingway y largarse a la guerra en Europa a empezar de nuevo… a los veintitrés años, es lo que Ofensiva de primavera nos cuenta con una prosa que contrarresta con humor y empatía emocional esos horrores de la guerra que pretende denunciar. Triunfaba Cole Porter en Broadway con Panama Hattie y Faulkner acababa de ver impresos sus dos relatos de Las palmeras salvajes y trabajaba codo con codo con Hawks en Hollywood cuando el joven periodista Lewis, que ejercía de gacetillero en The New York Journal, publicaba esta historia en blanco y negro de un perdedor entrañable que se decide por el sacrificio de alistarse a las Fuerzas Expedicionarias inglesas en Francia para tratar de persuadirse de que luchar por los demás lo redimirá, cuando marcharse a la guerra no solo no lo engrandece sino que lo condena para siempre a un anonimato como el de tantos soldados caídos que vieron en la lucha un modo de enmendar su infortunio.
Lewis ya nos sedujo con su novela Un caballero a la deriva, que marcaba la senda tragicómica por la que camina esta nueva novela escrita a medio camino entre el periodismo de campaña y un costumbrismo que atiende al detalle del gesto más nimio, y aun tonto, con la trascendencia con la que se narra una hazaña épica. Nueva lectura satírica de la guerra a la sombra del mítico antimilitarismo de la novela Sin novedad en el frente (1929) que Erich Maria Remarque escribió una década antes para combatir, como la película Senderos de gloria que Kubrick estrenó en 1957, la estulticia de la guerra, concebible solo a través de un espejo deformante que nos permita asumirla como una suerte de farsa.
Remarque se decidió por narrar su relato en primera persona con la voz del soldado Paul Bäumer, alter ego del autor que también es un joven soldado que se enrola en el ejército para tratar así de dejar atrás las muchas adversidades que se cebaron en él, persuadido de que la guerra podría llegar a ser un lenitivo: “Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación, el miedo, la muerte y el tránsito de una existencia llena de la más absurda superficialidad a un abismo de dolor” son palabras del joven Bäumer que el joven Winston muy bien podría suscribir en el campo de batalla, entre recuerdos de su querida Indianápolis y de sus desengaños laborales y amorosos y sus sueños candorosos y equivocados cuando callan las armas. Pero Lewis describe un fallido ataque alemán en abril de 1940 que en realidad sucedió en junio de ese mismo año y significó una aplastante victoria nazi. Enrarecido el ambiente por la tensión del conflicto, a nadie se le ocurrió pensar que la ficción de una novela no es sino ficción, retiraron de inmediato los ejemplares de las librerías, el autor devino un proscrito y jamás se supo ya de Ofensiva de primavera, el sueño de una noche de guerra. Pocos años más tarde, a Lewis también se le acabó su modesta gloria como guionista de Hollywood porque la caza de brujas también se acordó de él.
Arbitrario, el talento nace a veces en la periferia del espíritu, en el peor momento y de la peor manera, y con frecuencia, como es el caso del desdichado Lewis, hélas, es efímero.
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