Patricia Evangelista (Manila, 39 años) vive en un país, Filipinas, para el que se ha deformado el significado de la palabra hermoso. Y esa manipulación la ha llevado a cabo un asesino institucional, y expresidente del país, que se llama Rodrigo Duterte, cuyos crímenes ha investigado esta periodista audaz y temeraria durante años con varios reconocimientos internacionales. Hermoso es para Duterte un cadáver con solo un agujero de bala en la cabeza porque hasta ahí alcanza el máximo precio dispuesto a poner respecto a sus víctimas. Así lo cuenta esta reportera sin miedo y con principios en Que alguien los mate (Reservoir Books), un libro escalofriante, contado con un lenguaje que produce los efectos de un golpe seco de cuchillo. Las palabras escogidas y el vocabulario escaso pero efectivo, según ella misma, de quien sostiene que el verbo matar no necesita sinónimos.
Pregunta. Matar y matar, esa obsesión sistemática en gente como Duterte y reflejada en su libro me lleva a una pregunta simple pero terrible. ¿Para qué? Ni siquiera parece que sea por miedo a perder el poder, ¿es por vicio? ¿Por enfermedad?
Respuesta. Cada autócrata necesita su propia historia, su relato y para armarlo requiere de enemigos. Cuando llegó al poder había acumulado cada temor y cada frustración de los filipinos en décadas y las convirtió en objetivos a batir. Empezó por la lucha contra la droga y prometió que la destruiría. Para él, matar tenía una razón, más allá de la lógica. Los filipinos le votaron para que lo llevara a cabo, pero también por la esperanza en algo, creían que con él, cambiarían las cosas.
P. ¿En qué sentido?
R. Seguridad, decía que, por cada traficante muerto, aumentaría la tranquilidad de sus hijos. Que no se convertirían en drogadictos, ni sus hijas serían violadas al regresar a casa… No era una retórica nueva sino similar a la que utilizan otros autócratas, equiparándolos a inmigrantes, también. Además, los deshumanizó y cuando haces eso, resulta más fácil matar.
P. El lenguaje es importante. Llamaba a ese exterminio asesinato extrajudicial. ¿Por qué?
R. Estableció una lógica particular. Decía que cuando matas a un traficante o a un drogadicto lo haces en defensa propia porque siempre te pueden atacar, van armados y te pueden asesinar a ti. Defendió que nadie debía temer hacerlo ilegalmente porque él lo legitimaba.
P. Escribe que esos asesinatos se cometen con el permiso de sus compatriotas, pero usted se niega a darlo. ¿Es una declaración de intenciones que le podría costar cara?
R. No lo creo. Sí que corren peligro quienes deciden hablar conmigo. Viven en áreas abiertas, donde sus casas no tienen cerraduras, sus hijos no están protegidos. Yo vivo en un barrio seguro y hasta puedo abandonar el país. La gente que me ha contado con sus nombres sus historias, no.
P. ¿Le pesa cada testimonio que recoge?
R. Yo les advierto antes de que hablen de todos esos riesgos y de que no les voy a poder ayudar, ni salvar. Hay reglas que seguir: la primera, no prometer nada. No puedes asegurarles justicia ni que una vez lo revelemos no volverá a ocurrir. Solo contar su historia. A cada paso, les vuelvo a preguntar: ¿Estás seguro?
P. Aun así, ¿frustra?
R. Así es nuestro trabajo. Lo sé, simplemente lo hago porque si no… Hay que ser práctico pese a las consecuencias. Muchas veces te piden cosas, aunque saben que no se las puedes dar por motivos éticos. Dinero, por ejemplo. Si se lo diera significaría que estoy comprando las historias y eso no vale. Pero muchas veces te preguntas por qué no lo puedes hacer. Las reglas que nos unen duelen, pero se establecieron con inteligencia.
P. Volvamos al lenguaje: le gustan los verbos, su vocabulario, dice, es escaso, aunque lo dudo y hay muchas palabras que se repiten: matar, por ejemplo.
R. Hay muy pocos sinónimos para sustituir esa palabra. Como golpear, disparar… Conozco palabras hermosas, pero no puedo utilizarlas en mi trabajo, es imposible aplicarlas a lo que hago.
P. El año en que Duterte fue elegido se sintió parte de la clase más práctica y cínica que existe. ¿Por qué?
R. Los periodistas debemos ser prácticos.
P. Pero lo otro, ¿también? ¿Ya conoce el libro de Ryszard Kapuściński: Los cínicos no sirven para este oficio?
R. Sí, claro, pero no estoy de acuerdo. Creo que el oficio requiere algo de cinismo. Solía creer cuando era más joven que las cosas más terribles ocurrían porque la gente no tenía idea de ellas. Así que empecé a contarlas para que se conocieran. Pero nada cambiaba. Pensé que la culpa era mía porque no las escribía bien y traté de mejorar. Luego me di cuenta de que los ciudadanos son conscientes de lo que ocurre y si no me hubiera armado con algo de cinismo, no habría sobrevivido. Y mi supervivencia dependía de expectativas negociadas.
P. ¿Y la esperanza?
R. La esperanza significa que cuando escribes una historia confías en que cambiarán las cosas. No una, sino varias para armar un cuerpo de documentación sobre una época y resulte útil algún día, no para cambiar el mundo.
P. ¿Y la democracia?
R. Bueno, es una palabra que varía su significado para mucha gente. Para mí representaba la defensa de la libertad de expresión, que se enfurecía ante la violación de los derechos humanos o los alentaba. Pero no fue la que viví bajo el régimen de Rodrigo Duterte aunque el país se denominara como tal. Fue elegido sin trabas y era lo que quería la gente y a la vez, lo que él buscaba era asesinar a los míos. Es como si nos hubieran arrancado la tierra bajo los pies. Lo que antes nos hubiera espeluznado, se convirtió en normal y aplaudido. Así que esa línea es muy fina y el trabajo de contarlo se convierte en una resistencia.
P. Se califica usted como periodista especializada en trauma, ¿qué caracteriza específicamente ese campo cuando vivimos en todas partes rodeados del mismo y el periodismo, sin más, lo trata sin cesar?
R. Tratamos todo aquello que arranca a los seres humanos de su ambiente normal, eso nutre nuestro periodismo. Tiene su propio fundamento y reglas. Por ejemplo, nunca preguntamos a una víctima cómo se siente. Sería un insulto planteárselo a una madre que acaba de enterrar a su hijo. Te remites a las preguntas sobre hechos, datos y ofreces en cada momento la posibilidad de que renuncien a seguir hablando contigo si lo desean. Nuestra referencia está en la Universidad de Columbia, el Centro Dart de Periodismo y Trauma, donde se empezó a estudiar a fondo.
P. Apunta usted una metáfora terrible sobre el coste de la vida en Filipinas. Para los asesinatos, recomendaban no utilizar nunca más de una bala. Ese era el precio que ponían a las víctimas. No más.
R. Pues sí. Viene a decirte que una bala es más cara que una vida. Mi desacuerdo con eso comienza desde el título. Duterte les niega la condición humana y yo me he esforzado en probar que todas esas víctimas lo son. Una vez me encontré con un cura que se negó a enterrar a una víctima, creía que todos los drogadictos encarnaban el mal y merecían morir y que si Dios no les castigaba, una bala debería. Así que hasta los curas no están exentos de cinismo.
La periodista filipina se ha adentrado durante años en su país en los crímenes de Rodrigo Duterte y lo cuenta en su libro ‘Que alguien los mate’
Patricia Evangelista (Manila, 39 años) vive en un país, Filipinas, para el que se ha deformado el significado de la palabra hermoso. Y esa manipulación la ha llevado a cabo un asesino institucional, y expresidente del país, que se llama Rodrigo Duterte, cuyos crímenes ha investigado esta periodista audaz y temeraria durante años con varios reconocimientos internacionales. Hermoso es para Duterte un cadáver con solo un agujero de bala en la cabeza porque hasta ahí alcanza el máximo precio dispuesto a poner respecto a sus víctimas. Así lo cuenta esta reportera sin miedo y con principios en Que alguien los mate (Reservoir Books), un libro escalofriante, contado con un lenguaje que produce los efectos de un golpe seco de cuchillo. Las palabras escogidas y el vocabulario escaso pero efectivo, según ella misma, de quien sostiene que el verbo matar no necesita sinónimos.
Pregunta. Matar y matar, esa obsesión sistemática en gente como Duterte y reflejada en su libro me lleva a una pregunta simple pero terrible. ¿Para qué? Ni siquiera parece que sea por miedo a perder el poder, ¿es por vicio? ¿Por enfermedad?
Respuesta. Cada autócrata necesita su propia historia, su relato y para armarlo requiere de enemigos. Cuando llegó al poder había acumulado cada temor y cada frustración de los filipinos en décadas y las convirtió en objetivos a batir. Empezó por la lucha contra la droga y prometió que la destruiría. Para él, matar tenía una razón, más allá de la lógica. Los filipinos le votaron para que lo llevara a cabo, pero también por la esperanza en algo, creían que con él, cambiarían las cosas.
P. ¿En qué sentido?
R. Seguridad, decía que, por cada traficante muerto, aumentaría la tranquilidad de sus hijos. Que no se convertirían en drogadictos, ni sus hijas serían violadas al regresar a casa… No era una retórica nueva sino similar a la que utilizan otros autócratas, equiparándolos a inmigrantes, también. Además, los deshumanizó y cuando haces eso, resulta más fácil matar.
P. El lenguaje es importante. Llamaba a ese exterminio asesinato extrajudicial. ¿Por qué?
R. Estableció una lógica particular. Decía que cuando matas a un traficante o a un drogadicto lo haces en defensa propia porque siempre te pueden atacar, van armados y te pueden asesinar a ti. Defendió que nadie debía temer hacerlo ilegalmente porque él lo legitimaba.
P. Escribe que esos asesinatos se cometen con el permiso de sus compatriotas, pero usted se niega a darlo. ¿Es una declaración de intenciones que le podría costar cara?
R. No lo creo. Sí que corren peligro quienes deciden hablar conmigo. Viven en áreas abiertas, donde sus casas no tienen cerraduras, sus hijos no están protegidos. Yo vivo en un barrio seguro y hasta puedo abandonar el país. La gente que me ha contado con sus nombres sus historias, no.

P. ¿Le pesa cada testimonio que recoge?
R. Yo les advierto antes de que hablen de todos esos riesgos y de que no les voy a poder ayudar, ni salvar. Hay reglas que seguir: la primera, no prometer nada. No puedes asegurarles justicia ni que una vez lo revelemos no volverá a ocurrir. Solo contar su historia. A cada paso, les vuelvo a preguntar: ¿Estás seguro?
P. Aun así, ¿frustra?
R. Así es nuestro trabajo. Lo sé, simplemente lo hago porque si no… Hay que ser práctico pese a las consecuencias. Muchas veces te piden cosas, aunque saben que no se las puedes dar por motivos éticos. Dinero, por ejemplo. Si se lo diera significaría que estoy comprando las historias y eso no vale. Pero muchas veces te preguntas por qué no lo puedes hacer. Las reglas que nos unen duelen, pero se establecieron con inteligencia.
P. Volvamos al lenguaje: le gustan los verbos, su vocabulario, dice, es escaso, aunque lo dudo y hay muchas palabras que se repiten: matar, por ejemplo.
R. Hay muy pocos sinónimos para sustituir esa palabra. Como golpear, disparar… Conozco palabras hermosas, pero no puedo utilizarlas en mi trabajo, es imposible aplicarlas a lo que hago.
P. El año en que Duterte fue elegido se sintió parte de la clase más práctica y cínica que existe. ¿Por qué?
R. Los periodistas debemos ser prácticos.
P. Pero lo otro, ¿también? ¿Ya conoce el libro de Ryszard Kapuściński: Los cínicos no sirven para este oficio?
R. Sí, claro, pero no estoy de acuerdo. Creo que el oficio requiere algo de cinismo. Solía creer cuando era más joven que las cosas más terribles ocurrían porque la gente no tenía idea de ellas. Así que empecé a contarlas para que se conocieran. Pero nada cambiaba. Pensé que la culpa era mía porque no las escribía bien y traté de mejorar. Luego me di cuenta de que los ciudadanos son conscientes de lo que ocurre y si no me hubiera armado con algo de cinismo, no habría sobrevivido. Y mi supervivencia dependía de expectativas negociadas.
P. ¿Y la esperanza?
R. La esperanza significa que cuando escribes una historia confías en que cambiarán las cosas. No una, sino varias para armar un cuerpo de documentación sobre una época y resulte útil algún día, no para cambiar el mundo.
P. ¿Y la democracia?
R. Bueno, es una palabra que varía su significado para mucha gente. Para mí representaba la defensa de la libertad de expresión, que se enfurecía ante la violación de los derechos humanos o los alentaba. Pero no fue la que viví bajo el régimen de Rodrigo Duterte aunque el país se denominara como tal. Fue elegido sin trabas y era lo que quería la gente y a la vez, lo que él buscaba era asesinar a los míos. Es como si nos hubieran arrancado la tierra bajo los pies. Lo que antes nos hubiera espeluznado, se convirtió en normal y aplaudido. Así que esa línea es muy fina y el trabajo de contarlo se convierte en una resistencia.
P. Se califica usted como periodista especializada en trauma, ¿qué caracteriza específicamente ese campo cuando vivimos en todas partes rodeados del mismo y el periodismo, sin más, lo trata sin cesar?
R. Tratamos todo aquello que arranca a los seres humanos de su ambiente normal, eso nutre nuestro periodismo. Tiene su propio fundamento y reglas. Por ejemplo, nunca preguntamos a una víctima cómo se siente. Sería un insulto planteárselo a una madre que acaba de enterrar a su hijo. Te remites a las preguntas sobre hechos, datos y ofreces en cada momento la posibilidad de que renuncien a seguir hablando contigo si lo desean. Nuestra referencia está en la Universidad de Columbia, el Centro Dart de Periodismo y Trauma, donde se empezó a estudiar a fondo.
P. Apunta usted una metáfora terrible sobre el coste de la vida en Filipinas. Para los asesinatos, recomendaban no utilizar nunca más de una bala. Ese era el precio que ponían a las víctimas. No más.
R. Pues sí. Viene a decirte que una bala es más cara que una vida. Mi desacuerdo con eso comienza desde el título. Duterte les niega la condición humana y yo me he esforzado en probar que todas esas víctimas lo son. Una vez me encontré con un cura que se negó a enterrar a una víctima, creía que todos los drogadictos encarnaban el mal y merecían morir y que si Dios no les castigaba, una bala debería. Así que hasta los curas no están exentos de cinismo.
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