En Saturday Night Live, Kamala Harris se presenta como “tu tía divertida”. En una de las parodias, la candidata demócrata alardea de que ha logrado una recaudación récord para su campaña a las presidenciales de EE UU: mil millones de dólares. “Y entonces, ¿por qué no gana por goleada?”, le replica el presentador. “Esa es una pregunta que le grito a mi almohada cada mañana”, responde con cara de circunstancias Harris, muy bien imitada por la actriz Maya Rudolph. El entusiasmo que generó el relevo de Joe Biden por su vicepresidenta se va diluyendo. Cunden los nervios entre los demócratas a semana y media de la votación, en la que se miden con un rival impulsivo, racista, demagógico, convicto de 34 delitos, culpable de abuso sexual, que intentó un golpe electoral y una insurrección, pero asombrosamente sólido en las encuestas: Donald Trump. El republicano va empatado en los sondeos y tiene ventaja en las apuestas (donde maniobran los criptobros, Elon Musk y sus forofos).
‘Saturday Night Live’ retrata a una candidata cuyo tirón se diluye. Es demasiado progresista para unos y demasiado poco para otros. El republicano sería mucho más peligroso en un segundo mandato
En Saturday Night Live, Kamala Harris se presenta como “tu tía divertida”. En una de las parodias, la candidata demócrata alardea de que ha logrado una recaudación récord para su campaña a las presidenciales de EE UU: mil millones de dólares. “Y entonces, ¿por qué no gana por goleada?”, le replica el presentador. “Esa es una pregunta que le grito a mi almohada cada mañana”, responde con cara de circunstancias Harris, muy bien imitada por la actriz Maya Rudolph. El entusiasmo que generó el relevo de Joe Biden por su vicepresidenta se va diluyendo. Cunden los nervios entre los demócratas a semana y media de la votación, en la que se miden con un rival impulsivo, racista, demagógico, convicto de 34 delitos, culpable de abuso sexual, que intentó un golpe electoral y una insurrección, pero asombrosamente sólido en las encuestas: Donald Trump. El republicano va empatado en los sondeos y tiene ventaja en las apuestas (donde maniobran los criptobros, Elon Musk y sus forofos).
El veterano programa cómico de la NBC, que anda por su 50ª temporada, brilla en su seguimiento de la carrera a la Casa Blanca. Ahora puede verse, en Movistar+, un día después de su emisión en directo y los chistes suenan muy actuales. La misma plataforma ha estrenado tres documentales, y en Max se presenta otro muy relevante, que ayudan a entender lo que puede pasar en EE UU a partir del martes siguiente al primer lunes de noviembre.
Uno de ellos, La batalla por América, es un relato breve (47 minutos) y bien armado que da algunas claves. Tiene como hilo conductor el análisis del corresponsal británico Matt Frei y aborda lo ocurrido en un periodo corto e intenso, desde el desastroso debate de Biden ante Trump en junio hasta la irrupción de Harris y la elección de su número dos, el campechano Tim Walz, pasando por el atentado que hirió a Trump en la oreja. El programa debió montarse a toda prisa: abarca hasta el pasado agosto, cuando aún estaban de subidón los demócratas, pero es fino examinando los puntos fuertes y débiles de los dos candidatos.
Aquí se mencionan algunos de los lastres de Harris: resulta demasiado progresista (y californiana) para esa población blanca del interior que creyó en Biden, pero tiene un perfil demasiado duro para los afroamericanos que se volcaron en su día con Obama, porque fue severa con delitos menores cuando era fiscal de su estado. Es demasiado proisraelí para los jóvenes universitarios movilizados contra la guerra en Gaza, pero demasiado poco para los incondicionales del Estado judío. No son pocos problemas: para ganar la presidencia, y no solo el voto popular, Harris necesita una alta movilización que incluya a las clases medias, a las minorías y a los jóvenes. Se muestran también aquí sus virtudes: gana cuando más espontánea se muestra, y ha transmitido alegría frente al aspecto iracundo de su rival. Quiso Trump burlarse de su risa y contraatacó con un vídeo en que se la ve riendo muchas veces. No sles dio tiempo a añadir que se maneja bien en debates y entrevistas: puso en aprietos a Trump en su único cara a cara, y se defendió con solvencia en Fox News, territorio muy hostil para ella (escena también parodiada de forma hilarante en SNL).
Las otras tres producciones ponen el foco en una derecha echada al monte, en la que el conservadurismo tradicional ha sido aniquilado por la alt right. Una tiene un título muy explícito: Democracia en riesgo.En dos capítulos, realizados por Frontline de la PBS, su tesis principal es que un segundo mandato de Trump sería mucho más dañino para el sistema que el que inició en 2016, cuando el magnate era una extravagante incógnita. Ahora va sin careta, y sabemos lo que pasó entre noviembre de 2020 y enero de 2021, y aquí se recuerda en detalle: no solo el infame asalto al Capitolio, sino las maniobras del presidente saliente para robar la elección al ganador Biden, en una elaborada estrategia a la que le falló el vicepresidente Mike Pence, que decidió cumplir la Constitución. Por esos hechos todavía tiene que responder ante la justicia. El Trump de 2024 es más agresivo, en contra del consejo de sus asesores, y amenaza con una venganza devastadora contra sus enemigos políticos desde el poder, para lo que recurriría, dice, al ejército.
Sobre este mismo episodio, se ha estrenado en Max el documental de HBO Stopping the Steal, que podemos traducir como “parando el robo” y parafrasea el lema usado entonces por el trumpismo. Describe las maniobras desesperadas del perdedor en las elecciones de 2020 por subvertir el resultado, a través de las voces de los que eran entonces sus colaboradores, atónitos por lo que pretendía, y de altos cargos nombrados por él. Se entiende que, en esas semanas entre la votación y la toma de posesión de Biden, muchos en su entorno le seguían la corriente o no se veían capaces de enfrentarse a él mientras repetía el bulo de que se había cometido un fraude masivo (extrañísimo: lo habría perpetrado la oposición en estados gobernados por republicanos). Resultan muy valiosos los testimonios del que era fiscal general William Barr, de responsables del equipo de campaña o comunicación del entonces presidente y de las autoridades electorales de Georgia o Alabama.
Cuentan que, después de las elecciones, el Ala Oeste de la Casa Blanca fue tomado por los weird, gente rara, una camarilla de conspiracionistas encabezada por el abogado Rudy Giuliani (el que sudaba tinta, y no en sentido figurado, en sus comparecencias). Todo está rigurosamente documentado, incluida esa llamada al secretario de Estado de Georgia, miembro de su partido: “Solo quiero encontrar 11.780 votos”. Hubo otras llamadas así, pero solo esa se grabó. Este documental reivindica a los cargos republicanos y a los funcionarios que fueron leales a su deber ciudadano y que resistieron la ira y la presión de su jefe máximo, de los manifestantes armados a las puertas de sus oficinas y las amenazas de muerte dichas a la cara o escritas para ellos. Sin esta gente, no sabemos qué sería hoy de la democracia en EE UU. Hoy tenemos un aluvión de republicanos con solera que reniegan de Trump, y muchos incluso apoyan expresamente a Harris, pero eso no parece calar en unas bases del partido entregadas ciegamente a su césar.
Un último título pone el foco en uno de los bastiones de Trump: el nacionalismo cristiano. : Dios y patria es un retrato fino de esa derecha fundamentalista muy movilizada y cada vez más influyente. Ese sector, nutrido por evangélicos pero no solo, ve en Trump a alguien que no encarna exactamente sus valores (sus tratos con una actriz porno serían descalificadores para eso), pero lo consideran enviado por Dios, cuyos caminos son inescrutables, para salvar a América de la ola woke. Ya saben: el feminismo, el antirracismo, los derechos de los LGTBI, la educación pública y laica. Ese grupo social vive en una burbuja, aislado de toda influencia exterior: tienen sus radios, sus teles, sus webs, sus bandas de rock, sus propios influencers, que son los predicadores más exaltados. A estos votantes, la imagen golfa y libertina de Trump les importa poco mientras sigan cosechando victorias en la batalla que ven prioritaria: la del Tribunal Supremo, repleto de jueces conservadores, que ya ha tumbado el derecho al aborto y que difícilmente será un contrapeso a las tentaciones autoritarias del republicano si se da el caso. El espacio también recoge voces cristianas críticas con esa deriva, que se preguntan qué Evangelios habrán leído quienes justifican en su fe el derecho a portar armas, el odio al extranjero y la bajada de impuestos a los ricos.
Volviendo al primero, La batalla por América concluye que esta campaña es la más sucia, crispada y embarrada que ha conocido EE UU. No lo parece tanto porque la gente se acostumbra a cualquier cosa que lleve cierto tiempo saliendo en la tele. En el inicio de su carrera política, Trump recibió una atención desmedida en la prensa, porque decía barbaridades que escandalizaban. Ahora nada de lo que diga nos sorprende ya, aunque sea que los inmigrantes comen mascotas de los vecinos y traen “genes malos”, o que le vendría bien contar con generales como los de Hitler.
No solo pasa allí. Lo de Trump, como lo de Meloni y sus campos de concentración en Albania, ya es mainstream. El deterioro de la democracia parece irremediable, incluso si en noviembre fuera elegida la única opción compatible con sus valores. Porque aquí quedan dos grandes preguntas. Una es la que hizo SNL: ¿por qué no gana Harris por goleada, o tal vez ni siquiera gane? Y la otra es igual de inquietante: si al final ganara Harris, ¿qué estaría dispuesto a hacer el trumpismo esta vez?
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