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  Arte  ‘Prohibido morir aquí’, de Elizabeth Taylor: una novela hospitalaria
Arte

‘Prohibido morir aquí’, de Elizabeth Taylor: una novela hospitalaria

19 de junio de 2025
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Elevemos todos una tan piadosa plegaria por Elizabeth Taylor (Reino Unido, 1912-1975) quien —como tantas otras escritoras de su generación injustamente opacadas por el gran resplandor—hizo lo suyo entre los soles de Virginia Woolf e Iris Murdoch.  Y —para colmo de injustos males— lo hizo con y bajo semejante nombre. Hagan la prueba y ‘googleen’ Elizabeth Taylor y ya bien supondrán quién sale muy por encima de ella. NOVELA ‘Prohibido morir aquí’ Autora Elizabeth Taylor Editorial Libros del Asteroide Año 2025 Páginas 236 Precio 20,95 euros 5Y, sí, Elizabeth Taylor ni siquiera se escudó en el Coles de soltera o en el Dorothy Betty en su partida de nacimiento (que cambió porque lo odiaba). Así, consiguió que la llamasen Elizabeth y al casarse todo se complicó con el ‘boom’ de una joven actriz hollywoodense. Aún así (llevando vida de institutriz y bibliotecaria y esposa y madre de provincias escribiendo en sus ratos libres; una abundante correspondencia publicada luego de su muerte puso más que de manifiesto su para casi todos desconocida en vida altura y sofisticación intelectual; lo que no impidió que un biógrafo rechazara escribir su vida argumentando que «no le pasó nada») insistió en bautizar así a doce novelas y cuatro colecciones de cuentos. Obra alabada como uno de esos tantos secretos a voces y amada por creciente secta de lectores y colegas (Kingsley Amis, Hilary Mantel, Philip Hensher, Sarah Waters, Anne Tyler; y yo, desde aquí, me permito recomendar mi favorita entre todo lo suyo: ‘Ángel’, de 1957, con su casi monstruosa y letraherida heroína). «Elizabeth Taylor es muy conocida por no ser conocida», ironizó alguien.La viuda Laura Palfrey decide pasar sus últimos días entre más o menos iguales que se tambalean entre lo defectuoso y lo exótico y lo tragicómico Y, como puerta de entrada, aquí vuelve la considerada gran obra maestra entre sus otras obras maestras: ‘Prohibido morir aquí’ (publicada en 1971, alguna vez traducido y hoy inhallable como ‘El hotel de Mrs. Palfrey’). Y esta —en su momento finalista del Booker, Taylor jamás recibiría un premio; y a la que ‘The Guardian’ no hace mucho incluyó entre las cien mejores en lengua inglesa de todos los tiempos — se ubica, tan turbulenta como plácidamente en ese subgénero de ficción británica: la crepuscular novela gerontológica en la que el eclipse de las vidas a menudo apenas oculta verdaderos agujeros negros. Allí se hospedan joyas como ‘ Memento Mori’ de Muriel Spark (contemporánea también algo injustamente velada y con algún punto en común con este de Taylor), ‘Los viejos demonios’ del aquí ya invocado Kingsley Amis y, más recientemente, toda esa generación de ‘cozy misteries’ de Richard Osman y sus epígonos transcurriendo en hospicios y residencias para ancianos con una curiosa facilidad para resolver asesinatos en memoria de Miss Marple (y mejor no perturbar a todas esas series y películas pobladas por viejas glorias del celuloide que alguna vez supieron ser fragantes Romeos y Julietas). Y va y viene, en los años ’60s, la dubitativa viuda Laura Palfrey decidiendo hospedarse y pasar sus últimos días en el casi espectral Hotel Claremont entre más o menos iguales que se tambalean entre lo defectuoso y lo exótico y lo tragicómico (a destacar las muy ‘austenianas’ Lady Swayne y Mrs de Salis o ese casi ‘cameo’ de ‘esa’ actriz norteamericana: una tal Mrs. Burton, ya saben) más o menos conscientes de que no solo no les queda mucho tiempo sino que los tiempos están cambiando sin vuelta posible. Y de pronto —entre una primera y última caída de su protagonista— entre en escena el elemento extraño que todo lo altera: Ludo Myers, escritor ‘in progress’ y súbito ‘nieto’ de Mrs Palfrey. Pero —y esto es lo interesante— nada sórdido o escandaloso surge de esta relación sino todo lo contrario: una alegría inesperada en el adiós y la bienvenida felicidad de una vocación cristalizada. Todo con una cierta cadencia chejoviana. En 1973, el novelista Paul Bailey publicó un encendido elogio de Taylor buscando hacerle justicia en el ‘New Statement’ recibiendo, días después, una tan agradecida como renuente carta donde se leía: «Sentía que, pasado tanto tiempo, mis libros habían caído en un pozo y ahí yacerían por siempre jamás». Aquí y ahora, una vez más, la renovada oportunidad de coger pala y cavar y reencontrar un hospitalario tesoro. Elevemos todos una tan piadosa plegaria por Elizabeth Taylor (Reino Unido, 1912-1975) quien —como tantas otras escritoras de su generación injustamente opacadas por el gran resplandor—hizo lo suyo entre los soles de Virginia Woolf e Iris Murdoch.  Y —para colmo de injustos males— lo hizo con y bajo semejante nombre. Hagan la prueba y ‘googleen’ Elizabeth Taylor y ya bien supondrán quién sale muy por encima de ella. NOVELA ‘Prohibido morir aquí’ Autora Elizabeth Taylor Editorial Libros del Asteroide Año 2025 Páginas 236 Precio 20,95 euros 5Y, sí, Elizabeth Taylor ni siquiera se escudó en el Coles de soltera o en el Dorothy Betty en su partida de nacimiento (que cambió porque lo odiaba). Así, consiguió que la llamasen Elizabeth y al casarse todo se complicó con el ‘boom’ de una joven actriz hollywoodense. Aún así (llevando vida de institutriz y bibliotecaria y esposa y madre de provincias escribiendo en sus ratos libres; una abundante correspondencia publicada luego de su muerte puso más que de manifiesto su para casi todos desconocida en vida altura y sofisticación intelectual; lo que no impidió que un biógrafo rechazara escribir su vida argumentando que «no le pasó nada») insistió en bautizar así a doce novelas y cuatro colecciones de cuentos. Obra alabada como uno de esos tantos secretos a voces y amada por creciente secta de lectores y colegas (Kingsley Amis, Hilary Mantel, Philip Hensher, Sarah Waters, Anne Tyler; y yo, desde aquí, me permito recomendar mi favorita entre todo lo suyo: ‘Ángel’, de 1957, con su casi monstruosa y letraherida heroína). «Elizabeth Taylor es muy conocida por no ser conocida», ironizó alguien.La viuda Laura Palfrey decide pasar sus últimos días entre más o menos iguales que se tambalean entre lo defectuoso y lo exótico y lo tragicómico Y, como puerta de entrada, aquí vuelve la considerada gran obra maestra entre sus otras obras maestras: ‘Prohibido morir aquí’ (publicada en 1971, alguna vez traducido y hoy inhallable como ‘El hotel de Mrs. Palfrey’). Y esta —en su momento finalista del Booker, Taylor jamás recibiría un premio; y a la que ‘The Guardian’ no hace mucho incluyó entre las cien mejores en lengua inglesa de todos los tiempos — se ubica, tan turbulenta como plácidamente en ese subgénero de ficción británica: la crepuscular novela gerontológica en la que el eclipse de las vidas a menudo apenas oculta verdaderos agujeros negros. Allí se hospedan joyas como ‘ Memento Mori’ de Muriel Spark (contemporánea también algo injustamente velada y con algún punto en común con este de Taylor), ‘Los viejos demonios’ del aquí ya invocado Kingsley Amis y, más recientemente, toda esa generación de ‘cozy misteries’ de Richard Osman y sus epígonos transcurriendo en hospicios y residencias para ancianos con una curiosa facilidad para resolver asesinatos en memoria de Miss Marple (y mejor no perturbar a todas esas series y películas pobladas por viejas glorias del celuloide que alguna vez supieron ser fragantes Romeos y Julietas). Y va y viene, en los años ’60s, la dubitativa viuda Laura Palfrey decidiendo hospedarse y pasar sus últimos días en el casi espectral Hotel Claremont entre más o menos iguales que se tambalean entre lo defectuoso y lo exótico y lo tragicómico (a destacar las muy ‘austenianas’ Lady Swayne y Mrs de Salis o ese casi ‘cameo’ de ‘esa’ actriz norteamericana: una tal Mrs. Burton, ya saben) más o menos conscientes de que no solo no les queda mucho tiempo sino que los tiempos están cambiando sin vuelta posible. Y de pronto —entre una primera y última caída de su protagonista— entre en escena el elemento extraño que todo lo altera: Ludo Myers, escritor ‘in progress’ y súbito ‘nieto’ de Mrs Palfrey. Pero —y esto es lo interesante— nada sórdido o escandaloso surge de esta relación sino todo lo contrario: una alegría inesperada en el adiós y la bienvenida felicidad de una vocación cristalizada. Todo con una cierta cadencia chejoviana. En 1973, el novelista Paul Bailey publicó un encendido elogio de Taylor buscando hacerle justicia en el ‘New Statement’ recibiendo, días después, una tan agradecida como renuente carta donde se leía: «Sentía que, pasado tanto tiempo, mis libros habían caído en un pozo y ahí yacerían por siempre jamás». Aquí y ahora, una vez más, la renovada oportunidad de coger pala y cavar y reencontrar un hospitalario tesoro.  

Elevemos todos una tan piadosa plegaria por Elizabeth Taylor (Reino Unido, 1912-1975) quien —como tantas otras escritoras de su generación injustamente opacadas por el gran resplandor—hizo lo suyo entre los soles de Virginia Woolf e Iris Murdoch. 

Y —para colmo de … injustos males— lo hizo con y bajo semejante nombre. Hagan la prueba y ‘googleen’ Elizabeth Taylor y ya bien supondrán quién sale muy por encima de ella.

Imagen - 'Prohibido morir aquí'
  • Autora
    Elizabeth Taylor
  • Editorial
    Libros del Asteroide
  • Año
    2025
  • Páginas
    236
  • Precio
    20,95 euros

Y, sí, Elizabeth Taylor ni siquiera se escudó en el Coles de soltera o en el Dorothy Betty en su partida de nacimiento (que cambió porque lo odiaba). Así, consiguió que la llamasen Elizabeth y al casarse todo se complicó con el ‘boom’ de una joven actriz hollywoodense.

Aún así (llevando vida de institutriz y bibliotecaria y esposa y madre de provincias escribiendo en sus ratos libres; una abundante correspondencia publicada luego de su muerte puso más que de manifiesto su para casi todos desconocida en vida altura y sofisticación intelectual; lo que no impidió que un biógrafo rechazara escribir su vida argumentando que «no le pasó nada») insistió en bautizar así a doce novelas y cuatro colecciones de cuentos.

Obra alabada como uno de esos tantos secretos a voces y amada por creciente secta de lectores y colegas (Kingsley Amis, Hilary Mantel, Philip Hensher, Sarah Waters, Anne Tyler; y yo, desde aquí, me permito recomendar mi favorita entre todo lo suyo: ‘Ángel’, de 1957, con su casi monstruosa y letraherida heroína). «Elizabeth Taylor es muy conocida por no ser conocida», ironizó alguien.

La viuda Laura Palfrey decide pasar sus últimos días entre más o menos iguales que se tambalean entre lo defectuoso y lo exótico y lo tragicómico

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Allí se hospedan joyas como ‘Memento Mori’ de Muriel Spark (contemporánea también algo injustamente velada y con algún punto en común con este de Taylor), ‘Los viejos demonios’ del aquí ya invocado Kingsley Amis y, más recientemente, toda esa generación de ‘cozy misteries’ de Richard Osman y sus epígonos transcurriendo en hospicios y residencias para ancianos con una curiosa facilidad para resolver asesinatos en memoria de Miss Marple (y mejor no perturbar a todas esas series y películas pobladas por viejas glorias del celuloide que alguna vez supieron ser fragantes Romeos y Julietas).

Y va y viene, en los años ’60s, la dubitativa viuda Laura Palfrey decidiendo hospedarse y pasar sus últimos días en el casi espectral Hotel Claremont entre más o menos iguales que se tambalean entre lo defectuoso y lo exótico y lo tragicómico (a destacar las muy ‘austenianas’ Lady Swayne y Mrs de Salis o ese casi ‘cameo’ de ‘esa’ actriz norteamericana: una tal Mrs. Burton, ya saben) más o menos conscientes de que no solo no les queda mucho tiempo sino que los tiempos están cambiando sin vuelta posible.

Y de pronto —entre una primera y última caída de su protagonista— entre en escena el elemento extraño que todo lo altera: Ludo Myers, escritor ‘in progress’ y súbito ‘nieto’ de Mrs Palfrey. Pero —y esto es lo interesante— nada sórdido o escandaloso surge de esta relación sino todo lo contrario: una alegría inesperada en el adiós y la bienvenida felicidad de una vocación cristalizada. Todo con una cierta cadencia chejoviana.

En 1973, el novelista Paul Bailey publicó un encendido elogio de Taylor buscando hacerle justicia en el ‘New Statement’ recibiendo, días después, una tan agradecida como renuente carta donde se leía: «Sentía que, pasado tanto tiempo, mis libros habían caído en un pozo y ahí yacerían por siempre jamás».

Aquí y ahora, una vez más, la renovada oportunidad de coger pala y cavar y reencontrar un hospitalario tesoro.

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