Las dos personas normales observan cómo varios operarios desmontan el colosal adorno navideño —una mezcla de paquete de regalo, macroesfera y abeto sobreiluminado— de la plaza mayor de su localidad. Varios hombres de rostro aburrido y mono gris retiran las piezas de una en una, mientras una mujer enrolla cables (haciendo girar con destreza codo y antebrazo) y desplaza un carrito con ruedas en el que cada cual va metiendo lo que cree conveniente.—Qué pena más grande…—suspira la primera persona normal, llena de nostalgia.—Qué pena más grande ¿qué? —pregunta la segunda persona.—Que se acaben las cosas.—¿Se acaban las cosas?—Siempre. Siempre se acaban las cosas.—Pero es normal, ¿no?—¿Y qué?—Y nada. Pero no va a ser Navidad siempre.—Ya me dirás tú por qué no.—Pues porque no. Porque, si fuera Navidad siempre, no sería verano nunca.—Ah, no, ¿eh? ¿Y en Argentina?—¿Qué pasa con Argentina?—En Argentina, si ellos quieren, es Navidad y verano a la vez.—¿En serio?—Como lo oyes.—Pero eso es porque viven del revés, ¿no?—Será por lo que sea, pero es así. Ellos sabrán cómo son.—¿Y cómo son?—Pues argentinos. Y no me líes, ¿quieres? La cosa es que se acaba todo. Piénsalo.—¿Ahora?—Piénsalo un poco, sí, venga.—¿Lo pienso ahora?—Que sí.La segunda persona normal dedica un rato a pensar bastante fuerte. No llega a cerrar los ojos, pero, como se le mueven rápido, la primera persona lo toma como una buena señal.—¿Y bien?—¿Y bien, qué?—A qué conclusiones has llegado.—Ah, ya. Pues primero he pensado que es verdad que es una pena que se acabe todo, porque la vida es mejor que la muerte, por ejemplo; y es triste que una buena fabada no dure para siempre; y el amor es bien bonito al principio, cuando aún no hay amarguras ni reproches; y los niños son más ricos de pequeños, antes de caer en la drogadicción…—¿Ves?—Pero luego he pensado que más de dos platos de fabada ya no me entran.—Esperaba algo más profundo, la verdad.—Ya.—Creí que ibas a llegar a conclusiones más filosóficas.—Pues es lo que me ha salido.—Pero entonces me estás dando la razón…—Con lo de la fabada, igual no, pero, con lo demás, del todo. Si el pequeño mío fuera de verdad pequeño todavía, pues menos disgustos para todos. Menos libros que comprarle. Y menos teléfono.—¿Ves?—Y, si el amor fuera siempre el que parecía que iba a ser, cuando aún no se te ha quitado la tontería, pues más mariposas y más helados.—Pues lo que te decía.—Aunque, ahora que lo pienso…—Ahora que lo piensas, ¿qué?—¿Puedo pensar otro poco?—Bueno, bueno. Como veas.La segunda persona normal regresa con fuerza a su mundo, cerrando, esta vez sí, los ojos. La primera persona la observa con gran atención.—¿Ya?—No, no. Ya no. Espera. Déjame que piense un poco más…La primera persona normal se resigna, trata de armarse de paciencia, mientras la cabeza de la segunda empieza a echar humo.—Perdona, ¿eso es humo?—No, no, es vaho, no te preocupes. Es que a veces, si hace mucho frío fuera, pues no sé qué será que pasa que me hace como chimenea el gorro.—Ah, ya. Qué susto, ¿no?—¿Sigo entonces?—Sigue, sigue.La segunda persona normal cierra los ojos de nuevo. Y hasta los aprieta con más ganas. Por fin, resuelve:—Nada.—¿Cómo que nada?—He hecho un esfuerzo muy grande, te lo juro. Pero nada.—Nada ¿qué?—Que más de dos platos no puedo. A lo mejor, de joven, sí, pero, ahora, suerte si me acabo el primero.—¿Eso es lo que has pensado?—Justo eso.—¿Y no quieres pensar más?—Pues no. Pero es lo que tú querías, ¿no?—No, no, lo mío era una trampa.—¿Cómo que una trampa? ¿Para qué?—Pues para que te dieras cuenta de que, si se acaba una cosa, será porque empieza otra. Y de que, si algo bonito dura siempre, ya deja de parecer bonito. Y de que, si siempre fuera Navidad, pues nunca sería verano.—Menos en Argentina.—Menos en Argentina.—Ya…La segunda persona normal queda desconcertada y reflexiva. Primero sacude la cabeza. Luego se la rasca un poco, desviando por un instante la dirección del vaho. Luego se encoge de hombros. —Pues dices tú, pero es verdad que es una pena que las cosas siempre se acaben. Pero a la vez la vida es eso, ¿no?—¿Lo ves cómo era una trampa muy buena?—Y el pequeño, si lo piensas, tampoco ha salido tan mal.—Ni la chica mía.—Ni la chica tuya.—Entonces, ¿en qué quedamos?—Pues que feliz año, ¿no?—Pero si ya es 11 o así.—Ya, ya. Pero en Argentina…—Ah, ya, llevas razón. En Argentina, seguro que arrancan ahora. Las dos personas normales observan cómo varios operarios desmontan el colosal adorno navideño —una mezcla de paquete de regalo, macroesfera y abeto sobreiluminado— de la plaza mayor de su localidad. Varios hombres de rostro aburrido y mono gris retiran las piezas de una en una, mientras una mujer enrolla cables (haciendo girar con destreza codo y antebrazo) y desplaza un carrito con ruedas en el que cada cual va metiendo lo que cree conveniente.—Qué pena más grande…—suspira la primera persona normal, llena de nostalgia.—Qué pena más grande ¿qué? —pregunta la segunda persona.—Que se acaben las cosas.—¿Se acaban las cosas?—Siempre. Siempre se acaban las cosas.—Pero es normal, ¿no?—¿Y qué?—Y nada. Pero no va a ser Navidad siempre.—Ya me dirás tú por qué no.—Pues porque no. Porque, si fuera Navidad siempre, no sería verano nunca.—Ah, no, ¿eh? ¿Y en Argentina?—¿Qué pasa con Argentina?—En Argentina, si ellos quieren, es Navidad y verano a la vez.—¿En serio?—Como lo oyes.—Pero eso es porque viven del revés, ¿no?—Será por lo que sea, pero es así. Ellos sabrán cómo son.—¿Y cómo son?—Pues argentinos. Y no me líes, ¿quieres? La cosa es que se acaba todo. Piénsalo.—¿Ahora?—Piénsalo un poco, sí, venga.—¿Lo pienso ahora?—Que sí.La segunda persona normal dedica un rato a pensar bastante fuerte. No llega a cerrar los ojos, pero, como se le mueven rápido, la primera persona lo toma como una buena señal.—¿Y bien?—¿Y bien, qué?—A qué conclusiones has llegado.—Ah, ya. Pues primero he pensado que es verdad que es una pena que se acabe todo, porque la vida es mejor que la muerte, por ejemplo; y es triste que una buena fabada no dure para siempre; y el amor es bien bonito al principio, cuando aún no hay amarguras ni reproches; y los niños son más ricos de pequeños, antes de caer en la drogadicción…—¿Ves?—Pero luego he pensado que más de dos platos de fabada ya no me entran.—Esperaba algo más profundo, la verdad.—Ya.—Creí que ibas a llegar a conclusiones más filosóficas.—Pues es lo que me ha salido.—Pero entonces me estás dando la razón…—Con lo de la fabada, igual no, pero, con lo demás, del todo. Si el pequeño mío fuera de verdad pequeño todavía, pues menos disgustos para todos. Menos libros que comprarle. Y menos teléfono.—¿Ves?—Y, si el amor fuera siempre el que parecía que iba a ser, cuando aún no se te ha quitado la tontería, pues más mariposas y más helados.—Pues lo que te decía.—Aunque, ahora que lo pienso…—Ahora que lo piensas, ¿qué?—¿Puedo pensar otro poco?—Bueno, bueno. Como veas.La segunda persona normal regresa con fuerza a su mundo, cerrando, esta vez sí, los ojos. La primera persona la observa con gran atención.—¿Ya?—No, no. Ya no. Espera. Déjame que piense un poco más…La primera persona normal se resigna, trata de armarse de paciencia, mientras la cabeza de la segunda empieza a echar humo.—Perdona, ¿eso es humo?—No, no, es vaho, no te preocupes. Es que a veces, si hace mucho frío fuera, pues no sé qué será que pasa que me hace como chimenea el gorro.—Ah, ya. Qué susto, ¿no?—¿Sigo entonces?—Sigue, sigue.La segunda persona normal cierra los ojos de nuevo. Y hasta los aprieta con más ganas. Por fin, resuelve:—Nada.—¿Cómo que nada?—He hecho un esfuerzo muy grande, te lo juro. Pero nada.—Nada ¿qué?—Que más de dos platos no puedo. A lo mejor, de joven, sí, pero, ahora, suerte si me acabo el primero.—¿Eso es lo que has pensado?—Justo eso.—¿Y no quieres pensar más?—Pues no. Pero es lo que tú querías, ¿no?—No, no, lo mío era una trampa.—¿Cómo que una trampa? ¿Para qué?—Pues para que te dieras cuenta de que, si se acaba una cosa, será porque empieza otra. Y de que, si algo bonito dura siempre, ya deja de parecer bonito. Y de que, si siempre fuera Navidad, pues nunca sería verano.—Menos en Argentina.—Menos en Argentina.—Ya…La segunda persona normal queda desconcertada y reflexiva. Primero sacude la cabeza. Luego se la rasca un poco, desviando por un instante la dirección del vaho. Luego se encoge de hombros. —Pues dices tú, pero es verdad que es una pena que las cosas siempre se acaben. Pero a la vez la vida es eso, ¿no?—¿Lo ves cómo era una trampa muy buena?—Y el pequeño, si lo piensas, tampoco ha salido tan mal.—Ni la chica mía.—Ni la chica tuya.—Entonces, ¿en qué quedamos?—Pues que feliz año, ¿no?—Pero si ya es 11 o así.—Ya, ya. Pero en Argentina…—Ah, ya, llevas razón. En Argentina, seguro que arrancan ahora.
PUES DICES TÚ
Las dos personas normales observan cómo varios operarios desmontan el colosal adorno navideño –una mezcla de paquete de regalo, macroesfera y abeto sobreiluminado– de la plaza mayor de su localidad
Las dos personas normales observan cómo varios operarios desmontan el colosal adorno navideño —una mezcla de paquete de regalo, macroesfera y abeto sobreiluminado— de la plaza mayor de su localidad. Varios hombres de rostro aburrido y mono gris retiran las piezas de una en una, …
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