Casi dos años después, Rafael González-Serna Lirola vuelve a vestirse de luces. En Madrid. Todo o nada. Esta es la historia de un torero paciente, sacrificado, solitario, a veces cansado, a veces encorajinado. Rafa Serna vuelve a los carteles mañana en Las Ventas con Diego Urdiales y Roca Rey para confirmar su alternativa. Sólo tiene por delante un festival en Almonte. Pero está convencido de que no tendrá que volver a trabajar en la taberna de su familia. —Lo de mañana es definitivo. Ha tenido que esperar mucho para tener esta oportunidad. ¿Es consciente?—Hombre, se pasa mal dentro de que se pasa muy bien. Esto ha sido una agonía un poquito gustosa. He llegado feliz y he llegado consciente. Creo que para mí es muy importante ser consciente de la situación y de lo que tengo por delante y, sobre todo, de lo que he tenido por detrás. Voy a llegar consciente y valiente, valiente durante la corrida y voy a intentar ser valiente después.—¿Qué quiere decir después?—Que tendré que decidir.—Está el toreo difícil.—Por eso hay que ser valiente. —¿Esto depende de uno mismo o depende demasiado de otros?—Bueno, a cada uno le cuesta lo suyo, a lo mejor habrá gente a la que le cueste más y gente a la que le cueste menos, pero yo nunca he puesto pegas, siempre he intentado no quejarme. La situación que he vivido es porque me ha tocado, porque estaba para mí y porque en mayor o menor medida me la merezco. Aquí nadie te regala nada porque al final nadie va a torear por ti, nadie se va a dejar pegar las cornadas por ti. Eso es así, el torero tiene que saber estar solo y eso cuesta mucho trabajo. —Pero no es lo mismo la soledad buscada que la obligada.—Quizás estos años atrás, cuando más solo quería estar era cuando en realidad más gente necesitaba. Eso es difícil de explicar. Uno busca lo que necesita, pero es distinto lo que uno quiere y lo que uno necesita. Creo que el torero tiene que saber estar en el barro y el barro es muy duro. A mí me ha tocado estar en el barro y yo creo que es lo que me ha hecho crecer. Sinceramente, creo que ha llegado mi momento. Voy a llegar triunfante a Madrid porque estos años atrás lo he tenido todo a favor para haberme quitado, un negocio familiar que funciona, juventud, posibilidades para trabajar en cualquier cosa, ganas, inteligencia…, pero he tenido ese orgullo y ese amor propio de coger el camino difícil y seguir luchando en la sombra. —Alguna vez se le ha tenido que pasar por la cabeza dejarlo. Ea, hasta aquí hemos llegado.—Sí, claro. No porque piense que no tengo las condiciones sino porque la vida pasa. Como dice la sevillana, no has notado que has vivido cuando pasa la vida. Al final yo voy ya teniendo una edad, veo a mis amigos de la infancia hacer su vida, planearla, y yo el único plan que tengo en mi vida es pegarle veinte muletazos a un toro. En esos momentos de parón, de soledad, de incertidumbre, de vacío y de barro, uno se plantea si de verdad esto va a tener un fruto, si va a llegar la meta. Pero han sido pocas veces.—Es usted clavado a su padre en el genio. ¿Va a Madrid como él fue al atril del Maestranza?—Yo sé que tengo muchas cosas dentro mías. Cualquier torero antes de Madrid diría: «estoy mejor que nunca, este es mi mejor momento, la preparación ha sido muy buena»… Sin embargo, yo lo único que puedo decir es que tengo algo mío dentro a lo que no quiero hacerle mucho caso, porque necesito seguir concentrado en mi día a día, pero sé que algo me va a pasar, sé que la vida me va a cambiar, sé que Dios me va ayudar porque lo he hecho todo. Esa es mi tranquilidad, que lo he dado todo por ser torero.—¿Y si no pasa nada mañana, qué hará el viernes?—Hay que ser valiente. No me gusta vender penas ni miserias porque el toreo es grandeza y ser torero es lo más bonito y lo más difícil que hay, solo hay sitio para los mejores. Hay que ser consciente y valiente de cuál es la situación y la capacidad y la posibilidad de uno.—Pero en el toreo gran parte depende del toro. Como el toro no le salga ya se puede usted poner en cruz.—Yo el único propósito que me he puesto durante todo el invierno es darlo todo. Llevo la mente entrenada y preparada para darlo todo como si fuera la última vez. Yo ya no voy a mendigar en esto. He hecho todo lo que tenía que hacer, he estado en el barro todo lo que tenía que estar, he tirado de orgullo, de raza y de carácter, he quemado teléfonos, he conducido una madrugada entera hasta Valencia para que Rafa Garrido me atendiera y me pusiera en Madrid. Lo he hecho todo. Me hago esclavo de mis palabras, pero creo que eso también es ser valiente.—Si no cumple la expectativa, sólo usted será el responsable.—Sin duda.Sevilla le arropa «Me han regalado el traje entre cuatro amigos, otro el capote, mis camareros del bar el pin del corbatín… Mi gente está conmigo»—Habla de mendigar. ¿Tan mal está el toreo en estos momentos para llegar a los carteles?—El toreo es un reflejo de la vida. Injusticias hay en todo en la vida. Hay gente que tiene el camino más fácil y gente que tiene el camino más difícil, pero cada uno tiene el camino que le ha tocado. Si algo bueno he tenido en mi vida es que nunca me he fijado en el camino de los demás. Nunca he dicho que este tiene y yo no. Sólo me he ocupado de mi camino.—Su camino tiene muchas curvas.—Afortunadamente. Por mí nadie ha pegado los muletazos ni nadie se ha dejado pegar las cornadas que me han pegado. Quizás por eso tengo esta madurez. A veces he pensado que ojalá no me hubiesen pasado las cosas que me han pasado, pero no me gusta mostrar mis heridas ni mis flaquezas. En el toreo no caben las miserias.—Madrid es todo o nada. Allí se pita muy fuerte.—Y se dicen los oles muy fuerte, los toros pegan las cornadas muy fuertes, los fracasos son muy fuertes, el triunfo es muy fuerte… Lo he vivido en mis carnes. Todo es a lo bestia en el toreo, el triunfo, el fracaso, la crítica, el halago… No hay medias tintas, afortunadamente.—¿Está en un buen momento personal?—Sí, me he dejado ayudar por una psicóloga, he tenido gente alrededor que me ha sabido esperar, aguantar y perdonar… Todo tiene un sentido, toda mi gente está conmigo. Me han regalado el traje entre cuatro amigos, otro me ha regalado el capote, otro la muleta, otro las medias, mis camareros del bar me han regalado el pin del corbatín. Para ellos también es muy importante esta tarde.J. M. Serrano—Torea con Diego Urdiales y Roca Rey, dos figuras indiscutibles.—Yo tengo que cortarle las orejas a mis toros, no a los de ellos. Soy una persona con carácter, no me gusta dejarme ganar la pelea. Son dos grandiosos toreros a los que agradezco todo, sobre todo a Roca Rey, que ha sido el que ha apostado por mí, y a Urdiales por el torerazo que es y el cariño que siempre muestra a los compañeros. Pero no me preocupa ninguno de los dos.—La ganadería, El Torero, no es de sus habituales.—Bueno, lo habitual para mí es no torear. Llego a Madrid después de veinte meses sin ponerme el traje de luces. Esa es mi realidad. Es la ganadería idónea para un torero de mi situación.El sueño de ser torero «Me ha tocado estar en el barro y lo he tenido todo a favor para quitarme del toreo»—Hay una expedición de sevillanos que van a verle. ¿Eso pesa?—Es muy ilusionante. Va un avión fletado desde Polonia a Madrid después del partido del Betis. —Juan Ortega estuvo muchos años en plazas de segunda, fuera de los grandes carteles, y supo aguantar. ¿Se mira en ese tipo de espejos?—Así es. La persona que más presente he tenido este invierno ha sido Ramón Ybarra. Hablé con él tres días antes de su muerte y hablamos de esto, de los toreros que pasaron por esto, Espartaco, Escribano… Esa conversación nunca ha salido de mi cabeza. Como a Ramón lo quería tanto y lo echo tanto de menos… (se emociona).—¿Va por él?—Va por él.—Un poco también por su padre, ¿no?—Por mi padre va todo en la vida, pero esta tarde va por Ramón, que en paz descanse.—Me han contado que este año le pidió algo especial a los Reyes Magos.—Sí, que salga el toro ya. Grande, chico, feo, guapo, malo, pero que salga ya. Un torero es transparente con el toro delante. Lo que más falta me hace es un toro. Yo sólo pido que salga el que esté para mí, el que Dios me tenga guardado, el que me guarde la Virgen. Una señal me tiene que dar ese toro.—A ver si le ayuda y no tiene que volver a trabajar en la taberna.—Afortunadamente y gracias a Dios he tenido un negocio en el que poder trabajar. A mucha honra. El año pasado llegó don Ramón Valencia al bar y pidió una copita de oloroso. Hasta que no se la puse no se dio cuenta de que era yo. Le dije que si había venido a firmar el contrato del año que viene.—Tiene la ventaja de ser de la Esperanza.—A Ella le digo que si me coge no me dé muy fuerte, pero que si me tiene que coger, que me coja. Una vez que pase, que me coja en sus manos. Es que no me queda otra.—Tiene unos costurones gordísimos. Después de tantas cornadas, ¿cómo es posible que tenga tanta ilusión por volver a ponerse delante?—Dentro de la gravedad que tuve con la cornada de Madrid, no sé si fue una ventaja o no que fuera tan joven. A lo mejor si me hubiese cogido más maduro lo hubiese visto de otra manera. Al ser tan joven, pensaba que no volver a torear era un acto de cobardía. En ese momento me faltó madurez para ser sincero con mi situación. Y sabiendo que no estaba para volver, creía que se iba a ver como un acto de cobardía. Me habría gustado tener una persona que me hubiese frenado en ese momento.—¿Y se habría frenado?—Quizás las cornadas te las venden como un triunfo y yo no creo que sean un triunfo, menos aún cuando son tan graves. Un triunfo son dos orejas o pegarle veinte pases a un toro. Las cornadas, cuantas menos mejor. Yo las cornadas me las quitaría del cuerpo (hace con las manos un gesto de arrancarse las cicatrices de las piernas).—¿En el espejo todavía duelen?—Sí, y en la cabeza. Yo soy sincero, a mí las cornadas me han dolido mucho y las he arrastrado durante mucho tiempo. He tenido una época que recuerdo que reaparecí y toreé quince festejos y soñaba con el ruido de la puerta de la furgoneta, me ponía malo. No quería verme otra vez en la situación de pasar por el dolor de las cornadas, de las curas, del miedo… Hubo un momento, al ser tan joven, que iba a la plaza para que los toros no me cogieran.—A huir.—Sí. Y quizás no supe escuchar a quienes me dijeron que eso no se hacía así, que eso no era el toreo.—Todo se transmite en el toreo, los amores, las ausencias…—La tiesura… —Una curiosidad. ¿Cuándo está toreando sabe dónde está su madre?—Y la escucho a veces.—¿Ha pensado alguna vez que su madre también torea porque está exponiendo lo que más quiere en la vida, que es a su hijo?—Claro, el torero es muy egoísta con sus seres queridos. —Perdone que termine así. ¿Qué es exactamente el barro para un torero?—El toreo es tan drástico que cuando las cosas no salen te hace sentir hasta mala persona. Hasta ese punto llega el barro. El barro es caer totalmente en el olvido, en la frustración, en el enfado, en la soledad, en la incomprensión… Yo me vi en Valencia dos días en la plaza de toros esperando y me sentía un muerto de hambre. Pero yo de esto salgo. Ese barro no se lo deseo a nadie.—Suerte mañana, maestro.—Gracias. ¡De Madrid al cielo! Casi dos años después, Rafael González-Serna Lirola vuelve a vestirse de luces. En Madrid. Todo o nada. Esta es la historia de un torero paciente, sacrificado, solitario, a veces cansado, a veces encorajinado. Rafa Serna vuelve a los carteles mañana en Las Ventas con Diego Urdiales y Roca Rey para confirmar su alternativa. Sólo tiene por delante un festival en Almonte. Pero está convencido de que no tendrá que volver a trabajar en la taberna de su familia. —Lo de mañana es definitivo. Ha tenido que esperar mucho para tener esta oportunidad. ¿Es consciente?—Hombre, se pasa mal dentro de que se pasa muy bien. Esto ha sido una agonía un poquito gustosa. He llegado feliz y he llegado consciente. Creo que para mí es muy importante ser consciente de la situación y de lo que tengo por delante y, sobre todo, de lo que he tenido por detrás. Voy a llegar consciente y valiente, valiente durante la corrida y voy a intentar ser valiente después.—¿Qué quiere decir después?—Que tendré que decidir.—Está el toreo difícil.—Por eso hay que ser valiente. —¿Esto depende de uno mismo o depende demasiado de otros?—Bueno, a cada uno le cuesta lo suyo, a lo mejor habrá gente a la que le cueste más y gente a la que le cueste menos, pero yo nunca he puesto pegas, siempre he intentado no quejarme. La situación que he vivido es porque me ha tocado, porque estaba para mí y porque en mayor o menor medida me la merezco. Aquí nadie te regala nada porque al final nadie va a torear por ti, nadie se va a dejar pegar las cornadas por ti. Eso es así, el torero tiene que saber estar solo y eso cuesta mucho trabajo. —Pero no es lo mismo la soledad buscada que la obligada.—Quizás estos años atrás, cuando más solo quería estar era cuando en realidad más gente necesitaba. Eso es difícil de explicar. Uno busca lo que necesita, pero es distinto lo que uno quiere y lo que uno necesita. Creo que el torero tiene que saber estar en el barro y el barro es muy duro. A mí me ha tocado estar en el barro y yo creo que es lo que me ha hecho crecer. Sinceramente, creo que ha llegado mi momento. Voy a llegar triunfante a Madrid porque estos años atrás lo he tenido todo a favor para haberme quitado, un negocio familiar que funciona, juventud, posibilidades para trabajar en cualquier cosa, ganas, inteligencia…, pero he tenido ese orgullo y ese amor propio de coger el camino difícil y seguir luchando en la sombra. —Alguna vez se le ha tenido que pasar por la cabeza dejarlo. Ea, hasta aquí hemos llegado.—Sí, claro. No porque piense que no tengo las condiciones sino porque la vida pasa. Como dice la sevillana, no has notado que has vivido cuando pasa la vida. Al final yo voy ya teniendo una edad, veo a mis amigos de la infancia hacer su vida, planearla, y yo el único plan que tengo en mi vida es pegarle veinte muletazos a un toro. En esos momentos de parón, de soledad, de incertidumbre, de vacío y de barro, uno se plantea si de verdad esto va a tener un fruto, si va a llegar la meta. Pero han sido pocas veces.—Es usted clavado a su padre en el genio. ¿Va a Madrid como él fue al atril del Maestranza?—Yo sé que tengo muchas cosas dentro mías. Cualquier torero antes de Madrid diría: «estoy mejor que nunca, este es mi mejor momento, la preparación ha sido muy buena»… Sin embargo, yo lo único que puedo decir es que tengo algo mío dentro a lo que no quiero hacerle mucho caso, porque necesito seguir concentrado en mi día a día, pero sé que algo me va a pasar, sé que la vida me va a cambiar, sé que Dios me va ayudar porque lo he hecho todo. Esa es mi tranquilidad, que lo he dado todo por ser torero.—¿Y si no pasa nada mañana, qué hará el viernes?—Hay que ser valiente. No me gusta vender penas ni miserias porque el toreo es grandeza y ser torero es lo más bonito y lo más difícil que hay, solo hay sitio para los mejores. Hay que ser consciente y valiente de cuál es la situación y la capacidad y la posibilidad de uno.—Pero en el toreo gran parte depende del toro. Como el toro no le salga ya se puede usted poner en cruz.—Yo el único propósito que me he puesto durante todo el invierno es darlo todo. Llevo la mente entrenada y preparada para darlo todo como si fuera la última vez. Yo ya no voy a mendigar en esto. He hecho todo lo que tenía que hacer, he estado en el barro todo lo que tenía que estar, he tirado de orgullo, de raza y de carácter, he quemado teléfonos, he conducido una madrugada entera hasta Valencia para que Rafa Garrido me atendiera y me pusiera en Madrid. Lo he hecho todo. Me hago esclavo de mis palabras, pero creo que eso también es ser valiente.—Si no cumple la expectativa, sólo usted será el responsable.—Sin duda.Sevilla le arropa «Me han regalado el traje entre cuatro amigos, otro el capote, mis camareros del bar el pin del corbatín… Mi gente está conmigo»—Habla de mendigar. ¿Tan mal está el toreo en estos momentos para llegar a los carteles?—El toreo es un reflejo de la vida. Injusticias hay en todo en la vida. Hay gente que tiene el camino más fácil y gente que tiene el camino más difícil, pero cada uno tiene el camino que le ha tocado. Si algo bueno he tenido en mi vida es que nunca me he fijado en el camino de los demás. Nunca he dicho que este tiene y yo no. Sólo me he ocupado de mi camino.—Su camino tiene muchas curvas.—Afortunadamente. Por mí nadie ha pegado los muletazos ni nadie se ha dejado pegar las cornadas que me han pegado. Quizás por eso tengo esta madurez. A veces he pensado que ojalá no me hubiesen pasado las cosas que me han pasado, pero no me gusta mostrar mis heridas ni mis flaquezas. En el toreo no caben las miserias.—Madrid es todo o nada. Allí se pita muy fuerte.—Y se dicen los oles muy fuerte, los toros pegan las cornadas muy fuertes, los fracasos son muy fuertes, el triunfo es muy fuerte… Lo he vivido en mis carnes. Todo es a lo bestia en el toreo, el triunfo, el fracaso, la crítica, el halago… No hay medias tintas, afortunadamente.—¿Está en un buen momento personal?—Sí, me he dejado ayudar por una psicóloga, he tenido gente alrededor que me ha sabido esperar, aguantar y perdonar… Todo tiene un sentido, toda mi gente está conmigo. Me han regalado el traje entre cuatro amigos, otro me ha regalado el capote, otro la muleta, otro las medias, mis camareros del bar me han regalado el pin del corbatín. Para ellos también es muy importante esta tarde.J. M. Serrano—Torea con Diego Urdiales y Roca Rey, dos figuras indiscutibles.—Yo tengo que cortarle las orejas a mis toros, no a los de ellos. Soy una persona con carácter, no me gusta dejarme ganar la pelea. Son dos grandiosos toreros a los que agradezco todo, sobre todo a Roca Rey, que ha sido el que ha apostado por mí, y a Urdiales por el torerazo que es y el cariño que siempre muestra a los compañeros. Pero no me preocupa ninguno de los dos.—La ganadería, El Torero, no es de sus habituales.—Bueno, lo habitual para mí es no torear. Llego a Madrid después de veinte meses sin ponerme el traje de luces. Esa es mi realidad. Es la ganadería idónea para un torero de mi situación.El sueño de ser torero «Me ha tocado estar en el barro y lo he tenido todo a favor para quitarme del toreo»—Hay una expedición de sevillanos que van a verle. ¿Eso pesa?—Es muy ilusionante. Va un avión fletado desde Polonia a Madrid después del partido del Betis. —Juan Ortega estuvo muchos años en plazas de segunda, fuera de los grandes carteles, y supo aguantar. ¿Se mira en ese tipo de espejos?—Así es. La persona que más presente he tenido este invierno ha sido Ramón Ybarra. Hablé con él tres días antes de su muerte y hablamos de esto, de los toreros que pasaron por esto, Espartaco, Escribano… Esa conversación nunca ha salido de mi cabeza. Como a Ramón lo quería tanto y lo echo tanto de menos… (se emociona).—¿Va por él?—Va por él.—Un poco también por su padre, ¿no?—Por mi padre va todo en la vida, pero esta tarde va por Ramón, que en paz descanse.—Me han contado que este año le pidió algo especial a los Reyes Magos.—Sí, que salga el toro ya. Grande, chico, feo, guapo, malo, pero que salga ya. Un torero es transparente con el toro delante. Lo que más falta me hace es un toro. Yo sólo pido que salga el que esté para mí, el que Dios me tenga guardado, el que me guarde la Virgen. Una señal me tiene que dar ese toro.—A ver si le ayuda y no tiene que volver a trabajar en la taberna.—Afortunadamente y gracias a Dios he tenido un negocio en el que poder trabajar. A mucha honra. El año pasado llegó don Ramón Valencia al bar y pidió una copita de oloroso. Hasta que no se la puse no se dio cuenta de que era yo. Le dije que si había venido a firmar el contrato del año que viene.—Tiene la ventaja de ser de la Esperanza.—A Ella le digo que si me coge no me dé muy fuerte, pero que si me tiene que coger, que me coja. Una vez que pase, que me coja en sus manos. Es que no me queda otra.—Tiene unos costurones gordísimos. Después de tantas cornadas, ¿cómo es posible que tenga tanta ilusión por volver a ponerse delante?—Dentro de la gravedad que tuve con la cornada de Madrid, no sé si fue una ventaja o no que fuera tan joven. A lo mejor si me hubiese cogido más maduro lo hubiese visto de otra manera. Al ser tan joven, pensaba que no volver a torear era un acto de cobardía. En ese momento me faltó madurez para ser sincero con mi situación. Y sabiendo que no estaba para volver, creía que se iba a ver como un acto de cobardía. Me habría gustado tener una persona que me hubiese frenado en ese momento.—¿Y se habría frenado?—Quizás las cornadas te las venden como un triunfo y yo no creo que sean un triunfo, menos aún cuando son tan graves. Un triunfo son dos orejas o pegarle veinte pases a un toro. Las cornadas, cuantas menos mejor. Yo las cornadas me las quitaría del cuerpo (hace con las manos un gesto de arrancarse las cicatrices de las piernas).—¿En el espejo todavía duelen?—Sí, y en la cabeza. Yo soy sincero, a mí las cornadas me han dolido mucho y las he arrastrado durante mucho tiempo. He tenido una época que recuerdo que reaparecí y toreé quince festejos y soñaba con el ruido de la puerta de la furgoneta, me ponía malo. No quería verme otra vez en la situación de pasar por el dolor de las cornadas, de las curas, del miedo… Hubo un momento, al ser tan joven, que iba a la plaza para que los toros no me cogieran.—A huir.—Sí. Y quizás no supe escuchar a quienes me dijeron que eso no se hacía así, que eso no era el toreo.—Todo se transmite en el toreo, los amores, las ausencias…—La tiesura… —Una curiosidad. ¿Cuándo está toreando sabe dónde está su madre?—Y la escucho a veces.—¿Ha pensado alguna vez que su madre también torea porque está exponiendo lo que más quiere en la vida, que es a su hijo?—Claro, el torero es muy egoísta con sus seres queridos. —Perdone que termine así. ¿Qué es exactamente el barro para un torero?—El toreo es tan drástico que cuando las cosas no salen te hace sentir hasta mala persona. Hasta ese punto llega el barro. El barro es caer totalmente en el olvido, en la frustración, en el enfado, en la soledad, en la incomprensión… Yo me vi en Valencia dos días en la plaza de toros esperando y me sentía un muerto de hambre. Pero yo de esto salgo. Ese barro no se lo deseo a nadie.—Suerte mañana, maestro.—Gracias. ¡De Madrid al cielo!
Casi dos años después, Rafael González-Serna Lirola vuelve a vestirse de luces. En Madrid. Todo o nada. Esta es la historia de un torero paciente, sacrificado, solitario, a veces cansado, a veces encorajinado. Rafa Serna vuelve a los carteles mañana en Las Ventas con … Diego Urdiales y Roca Rey para confirmar su alternativa. Sólo tiene por delante un festival en Almonte. Pero está convencido de que no tendrá que volver a trabajar en la taberna de su familia.
—Lo de mañana es definitivo. Ha tenido que esperar mucho para tener esta oportunidad. ¿Es consciente?
—Hombre, se pasa mal dentro de que se pasa muy bien. Esto ha sido una agonía un poquito gustosa. He llegado feliz y he llegado consciente. Creo que para mí es muy importante ser consciente de la situación y de lo que tengo por delante y, sobre todo, de lo que he tenido por detrás. Voy a llegar consciente y valiente, valiente durante la corrida y voy a intentar ser valiente después.
—¿Qué quiere decir después?
—Que tendré que decidir.
—Está el toreo difícil.
—Por eso hay que ser valiente.
—¿Esto depende de uno mismo o depende demasiado de otros?
—Bueno, a cada uno le cuesta lo suyo, a lo mejor habrá gente a la que le cueste más y gente a la que le cueste menos, pero yo nunca he puesto pegas, siempre he intentado no quejarme. La situación que he vivido es porque me ha tocado, porque estaba para mí y porque en mayor o menor medida me la merezco. Aquí nadie te regala nada porque al final nadie va a torear por ti, nadie se va a dejar pegar las cornadas por ti. Eso es así, el torero tiene que saber estar solo y eso cuesta mucho trabajo.
—Pero no es lo mismo la soledad buscada que la obligada.
—Quizás estos años atrás, cuando más solo quería estar era cuando en realidad más gente necesitaba. Eso es difícil de explicar. Uno busca lo que necesita, pero es distinto lo que uno quiere y lo que uno necesita. Creo que el torero tiene que saber estar en el barro y el barro es muy duro. A mí me ha tocado estar en el barro y yo creo que es lo que me ha hecho crecer. Sinceramente, creo que ha llegado mi momento. Voy a llegar triunfante a Madrid porque estos años atrás lo he tenido todo a favor para haberme quitado, un negocio familiar que funciona, juventud, posibilidades para trabajar en cualquier cosa, ganas, inteligencia…, pero he tenido ese orgullo y ese amor propio de coger el camino difícil y seguir luchando en la sombra.
—Alguna vez se le ha tenido que pasar por la cabeza dejarlo. Ea, hasta aquí hemos llegado.
—Sí, claro. No porque piense que no tengo las condiciones sino porque la vida pasa. Como dice la sevillana, no has notado que has vivido cuando pasa la vida. Al final yo voy ya teniendo una edad, veo a mis amigos de la infancia hacer su vida, planearla, y yo el único plan que tengo en mi vida es pegarle veinte muletazos a un toro. En esos momentos de parón, de soledad, de incertidumbre, de vacío y de barro, uno se plantea si de verdad esto va a tener un fruto, si va a llegar la meta. Pero han sido pocas veces.
—Es usted clavado a su padre en el genio. ¿Va a Madrid como él fue al atril del Maestranza?
—Yo sé que tengo muchas cosas dentro mías. Cualquier torero antes de Madrid diría: «estoy mejor que nunca, este es mi mejor momento, la preparación ha sido muy buena»… Sin embargo, yo lo único que puedo decir es que tengo algo mío dentro a lo que no quiero hacerle mucho caso, porque necesito seguir concentrado en mi día a día, pero sé que algo me va a pasar, sé que la vida me va a cambiar, sé que Dios me va ayudar porque lo he hecho todo. Esa es mi tranquilidad, que lo he dado todo por ser torero.
—¿Y si no pasa nada mañana, qué hará el viernes?
—Hay que ser valiente. No me gusta vender penas ni miserias porque el toreo es grandeza y ser torero es lo más bonito y lo más difícil que hay, solo hay sitio para los mejores. Hay que ser consciente y valiente de cuál es la situación y la capacidad y la posibilidad de uno.
—Pero en el toreo gran parte depende del toro. Como el toro no le salga ya se puede usted poner en cruz.
—Yo el único propósito que me he puesto durante todo el invierno es darlo todo. Llevo la mente entrenada y preparada para darlo todo como si fuera la última vez. Yo ya no voy a mendigar en esto. He hecho todo lo que tenía que hacer, he estado en el barro todo lo que tenía que estar, he tirado de orgullo, de raza y de carácter, he quemado teléfonos, he conducido una madrugada entera hasta Valencia para que Rafa Garrido me atendiera y me pusiera en Madrid. Lo he hecho todo. Me hago esclavo de mis palabras, pero creo que eso también es ser valiente.
—Si no cumple la expectativa, sólo usted será el responsable.
—Sin duda.
Sevilla le arropa
«Me han regalado el traje entre cuatro amigos, otro el capote, mis camareros del bar el pin del corbatín… Mi gente está conmigo»
—Habla de mendigar. ¿Tan mal está el toreo en estos momentos para llegar a los carteles?
—El toreo es un reflejo de la vida. Injusticias hay en todo en la vida. Hay gente que tiene el camino más fácil y gente que tiene el camino más difícil, pero cada uno tiene el camino que le ha tocado. Si algo bueno he tenido en mi vida es que nunca me he fijado en el camino de los demás. Nunca he dicho que este tiene y yo no. Sólo me he ocupado de mi camino.
—Su camino tiene muchas curvas.
—Afortunadamente. Por mí nadie ha pegado los muletazos ni nadie se ha dejado pegar las cornadas que me han pegado. Quizás por eso tengo esta madurez. A veces he pensado que ojalá no me hubiesen pasado las cosas que me han pasado, pero no me gusta mostrar mis heridas ni mis flaquezas. En el toreo no caben las miserias.
—Madrid es todo o nada. Allí se pita muy fuerte.
—Y se dicen los oles muy fuerte, los toros pegan las cornadas muy fuertes, los fracasos son muy fuertes, el triunfo es muy fuerte… Lo he vivido en mis carnes. Todo es a lo bestia en el toreo, el triunfo, el fracaso, la crítica, el halago… No hay medias tintas, afortunadamente.
—¿Está en un buen momento personal?
—Sí, me he dejado ayudar por una psicóloga, he tenido gente alrededor que me ha sabido esperar, aguantar y perdonar… Todo tiene un sentido, toda mi gente está conmigo. Me han regalado el traje entre cuatro amigos, otro me ha regalado el capote, otro la muleta, otro las medias, mis camareros del bar me han regalado el pin del corbatín. Para ellos también es muy importante esta tarde.
J. M. Serrano
—Torea con Diego Urdiales y Roca Rey, dos figuras indiscutibles.
—Yo tengo que cortarle las orejas a mis toros, no a los de ellos. Soy una persona con carácter, no me gusta dejarme ganar la pelea. Son dos grandiosos toreros a los que agradezco todo, sobre todo a Roca Rey, que ha sido el que ha apostado por mí, y a Urdiales por el torerazo que es y el cariño que siempre muestra a los compañeros. Pero no me preocupa ninguno de los dos.
—La ganadería, El Torero, no es de sus habituales.
—Bueno, lo habitual para mí es no torear. Llego a Madrid después de veinte meses sin ponerme el traje de luces. Esa es mi realidad. Es la ganadería idónea para un torero de mi situación.
El sueño de ser torero
«Me ha tocado estar en el barro y lo he tenido todo a favor para quitarme del toreo»
—Hay una expedición de sevillanos que van a verle. ¿Eso pesa?
—Es muy ilusionante. Va un avión fletado desde Polonia a Madrid después del partido del Betis.
—Juan Ortega estuvo muchos años en plazas de segunda, fuera de los grandes carteles, y supo aguantar. ¿Se mira en ese tipo de espejos?
—Así es. La persona que más presente he tenido este invierno ha sido Ramón Ybarra. Hablé con él tres días antes de su muerte y hablamos de esto, de los toreros que pasaron por esto, Espartaco, Escribano… Esa conversación nunca ha salido de mi cabeza. Como a Ramón lo quería tanto y lo echo tanto de menos… (se emociona).
—¿Va por él?
—Va por él.
—Un poco también por su padre, ¿no?
—Por mi padre va todo en la vida, pero esta tarde va por Ramón, que en paz descanse.
—Me han contado que este año le pidió algo especial a los Reyes Magos.
—Sí, que salga el toro ya. Grande, chico, feo, guapo, malo, pero que salga ya. Un torero es transparente con el toro delante. Lo que más falta me hace es un toro. Yo sólo pido que salga el que esté para mí, el que Dios me tenga guardado, el que me guarde la Virgen. Una señal me tiene que dar ese toro.
—A ver si le ayuda y no tiene que volver a trabajar en la taberna.
—Afortunadamente y gracias a Dios he tenido un negocio en el que poder trabajar. A mucha honra. El año pasado llegó don Ramón Valencia al bar y pidió una copita de oloroso. Hasta que no se la puse no se dio cuenta de que era yo. Le dije que si había venido a firmar el contrato del año que viene.
—Tiene la ventaja de ser de la Esperanza.
—A Ella le digo que si me coge no me dé muy fuerte, pero que si me tiene que coger, que me coja. Una vez que pase, que me coja en sus manos. Es que no me queda otra.
—Tiene unos costurones gordísimos. Después de tantas cornadas, ¿cómo es posible que tenga tanta ilusión por volver a ponerse delante?
—Dentro de la gravedad que tuve con la cornada de Madrid, no sé si fue una ventaja o no que fuera tan joven. A lo mejor si me hubiese cogido más maduro lo hubiese visto de otra manera. Al ser tan joven, pensaba que no volver a torear era un acto de cobardía. En ese momento me faltó madurez para ser sincero con mi situación. Y sabiendo que no estaba para volver, creía que se iba a ver como un acto de cobardía. Me habría gustado tener una persona que me hubiese frenado en ese momento.
—¿Y se habría frenado?
—Quizás las cornadas te las venden como un triunfo y yo no creo que sean un triunfo, menos aún cuando son tan graves. Un triunfo son dos orejas o pegarle veinte pases a un toro. Las cornadas, cuantas menos mejor. Yo las cornadas me las quitaría del cuerpo (hace con las manos un gesto de arrancarse las cicatrices de las piernas).
—¿En el espejo todavía duelen?
—Sí, y en la cabeza. Yo soy sincero, a mí las cornadas me han dolido mucho y las he arrastrado durante mucho tiempo. He tenido una época que recuerdo que reaparecí y toreé quince festejos y soñaba con el ruido de la puerta de la furgoneta, me ponía malo. No quería verme otra vez en la situación de pasar por el dolor de las cornadas, de las curas, del miedo… Hubo un momento, al ser tan joven, que iba a la plaza para que los toros no me cogieran.
—A huir.
—Sí. Y quizás no supe escuchar a quienes me dijeron que eso no se hacía así, que eso no era el toreo.
—Todo se transmite en el toreo, los amores, las ausencias…
—La tiesura…
—Una curiosidad. ¿Cuándo está toreando sabe dónde está su madre?
—Y la escucho a veces.
—¿Ha pensado alguna vez que su madre también torea porque está exponiendo lo que más quiere en la vida, que es a su hijo?
—Claro, el torero es muy egoísta con sus seres queridos.
—Perdone que termine así. ¿Qué es exactamente el barro para un torero?
—El toreo es tan drástico que cuando las cosas no salen te hace sentir hasta mala persona. Hasta ese punto llega el barro. El barro es caer totalmente en el olvido, en la frustración, en el enfado, en la soledad, en la incomprensión… Yo me vi en Valencia dos días en la plaza de toros esperando y me sentía un muerto de hambre. Pero yo de esto salgo. Ese barro no se lo deseo a nadie.
—Suerte mañana, maestro.
—Gracias. ¡De Madrid al cielo!
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