Richard McGuire (Nueva Jersey, 1957) tiene pinta de hombre que solo pasaba por allí, y viste así, monocromáticamente, quizá porque intuye que en la sencillez late una verdad profunda, antigua, poderosa: esa que se palpa en ‘Aquí’, su obra cumbre. McGuire habla con una voz suave por la que se le intuye la felicidad. Está en Madrid, hace sol y se ha puesto a recordar la semana que llegó a Nueva York y conoció a Keith Haring, Jean-Michel Basquiat, Jenny Holzer, Jim Jarmusch y tantos otros. Era 1979, tenía 22 años y era el bajista de Liquid Liquid, una banda de post punk que duró tres años y aún sigue reeditando sus discos. Ya entonces, cuenta, pintaba con espray y exponía con Haring y Basquiat: hoy su obra puede verse en el MoMA, el Met, el ‘New Yorker’ y casi en cualquier librería. Es el autor de ‘Aquí’ (Salamandra), uno de los cómics más innovadores de la historia. —Solo ha hecho un libro y ha sido un éxito mundial. ¿Cómo nació ‘Aquí’?—Siempre he tenido en la cabeza algo que le escuché a Art Spiegelman en una conferencia: los cómics son diagramas narrativos. De hecho, ‘Aquí’ se publicó primero como un cómic de seis páginas en la revista ‘Raw’, que él editaba. Fue en 1989. Pero la idea en sí viene de una mudanza. Un día llegué a mi nuevo apartamento y empecé a pensar en la persona que había estado allí antes que yo, y en que me gustaría contar una historia que viajara al pasado y al futuro en un mismo sitio. Primero se me ocurrió una pantalla partida –era 1988–, pero entonces un amigo me enseñó su ordenador, que tenía instalado el nuevo Windows. Cuando vi el sistema de ventanitas dije: esto es lo que necesito. De repente podía mostrar muchas visiones del tiempo, todas a la vez, en la misma página. Hice algunos bocetos, fui desarrollando la idea y se la mandé a Spiegelman. Y dijo: me encanta. Y así fue cómo empezó todo.—Después de leer ‘Aquí’ me senté en el sofá y pensé: toda la historia de la humanidad ha sucedido aquí, también. —Creo que esa es la razón por la que el libro ha funcionado tan bien. Todos nos identificamos, porque en el fondo todos los sitios son ‘Aquí’. Creo que se ven a sí mismos en el libro, porque no puedes evitar pensar que cualquier lugar puede ser ‘Aquí’. Siempre hay cosas interesantes a tu alrededor [y mira los mosaicos antiguos colgados en esta habitación de hotel]. Creo que todos los lugares del mundo pueden ser muy interesantes si ahondas bastante en el pasado o proyectas lo suficiente hacia el futuro. —El protagonista parece la casa, pero en realidad es el tiempo, ¿no?—Así es: el protagonista es el tiempo, porque la casa desaparece también. Cuando estaba haciendo el libro me preocupaba que no tuviera protagonista. Pensaba que la gente se iba a aburrir. Un editor me dijo que necesitaba unos personajes para hacer algo más tradicional, pero eso a mí no me interesaba: yo no soy escritor. Yo pienso en conceptos. Y soy músico. El libro sólo empezó a cobrar sentido cuando empecé a plantearlo como si fuera música. Colgué todas las páginas en la pared, y de pronto vi el flujo… Fue la única manera posible de encontrar una estructura que me funcionara. Por eso cuando Robert Zemeckis me llamó y me dijo que quería hacer una película exactamente igual que mi libro pensé: esto va a ser imposible [y ríe].—Y lo hizo: una película sin mover la cámara, sin cambiar el encuadre. —Y convirtió mi historia en una experiencia emocional, porque la gente va al cine buscando emociones. Fue muy valiente al hacer una película así. Yo no quise ni leer el guión. Confié en que harían un buen trabajo. Vi la película como uno más entre el público. Y al final lloré, por supuesto. —Por cierto: ¿cómo es su relación con el tiempo? No será lineal…—He vivido en Manhattan la mayor parte de mi vida. Cuando voy por la calle y veo una placa histórica pienso en todo lo que ha sucedido ahí. Creo que es algo que nos pasa a todos. Escuchas una canción y te recuerda algo de la infancia, o vas por Madrid y no puedes evitar recordar tu último viaje aquí, hace diez años… No vivimos el momento, estamos siempre viajando en el tiempo. —Llegó a Nueva York con 22 años, y se instaló muy pronto en la escena cultural.—Siempre había querido vivir en Nueva York. Lo tenía claro: nací a solo 45 minutos… Llegué en el 79, una época en que la ciudad era mucho más peligrosa que hoy y aún podías conseguir un apartamento barato. Yo tenía un grupo de música por aquel entonces [Liquid Liquid], y lo primero que hice fue ir a CBGB, un club hoy mítico, para llevarles un cassette con nuestros temas y preguntar si querían que diéramos un concierto allí. Era muy ingenuo en esa época, sí [y sonríe]. Nos dieron la oportunidad de tocar y fue increíble. Todo pasaba tan deprisa entonces… Esa misma semana fui a una fiesta de una amiga de un amigo y resultó que era Jenny Holzer. Y allí conocí a Keith Haring, que aún era un estudiante y aún no había hecho grafitis, pero no parábamos de hablar de grafitis, que para mí eran un nuevo idioma. Y de hecho hacía dibujos con espray como respuesta… Luego Keith Haring empezó a hacer más obras y más obras y más obras, y cada vez que montaba exposiciones me invitaba a participar, porque le gustaba mi trabajo.—También conoció a Basquiat. —Lo conocí en mi primer mes en Nueva York, también. Él tenía una banda de música que se llamaba Gray, tocaba un teclado pequeño… Hicimos un concierto juntos. Yo, además, conocía los grafitis que firmaba como SAMO. Y nos hicimos amigos porque ya nos conocíamos antes de conocernos: conocíamos nuestras obras. Estuve en muchas exposiciones con él y con Keith Haring. En esa época era como si todo el mundo estuviera ahí haciendo de todo en Nueva York. Jim Jarmusch, el cineasta, también tenía una banda de música… Todo el mundo hacía música y arte y películas, todo a la vez. El mundo artístico era muy pequeñito. Solo había unos cuantos clubes, muy poquitos, y era fácil conocer a la gente. Te los encontrabas en todas partes. Entonces me parecía normal. Ahora, en la distancia, me doy cuenta de que fue algo extraordinario. —¿Cuándo desapareció todo aquello?—Hubo un momento a finales de los 80 en que de repente empezó a llegar muchísimo más dinero a Nueva York. Todos los pisos empezaron a encarecerse. Y se necesitan espacios baratos para que se pueda crear ese tipo de ambiente artístico. No sé… Seguramente ahora hay una escena interesante que yo no conozco. Seguramente hay un mundo subterráneo por ahí, lejos de mi vista. —¿Es usted nostálgico?—En mi familia yo soy el que conserva todas las fotos. En parte porque las necesitaba para mi libro… Siempre que nos juntamos yo me llevo unas cuantas fotos para que podamos compartir esa experiencia de la memoria. Supongo que hay una parte de mí que es nostálgica. Pero para mí la nostalgia es una idea difícil. Respeto mi origen y sé que mis raíces están en mi pasado, pero no quiero estar siempre mirando atrás y pensando que aquellos sí que fueron buenos tiempos. No pienso que los años 80 fueran… ¡Oh, los 80! Fue interesante, sí, pero ahora también estamos en una época muy interesante. —Ha hecho películas de animación, un cómic, ilustraciones, libros infantiles y hasta juguetes. ¿Sigue experimentando con nuevos formatos? —El año pasado trabajé con un impresor de Brooklyn haciendo linograbados: fue increíble. Y he empezado a hacer escultura soldando acero, que me encanta. Y ahora estoy trabajando también en un libro nuevo , aunque pensé que nunca iba a hacer otro libro… En general, una cosa me lleva a la siguiente. Haciendo una serie de dibujos pensé que se podían traducir en esculturas, y dije: muy bien, a por ello. El año montamos una retrospectiva de mi obra. Preparándola vi que todo tenía un cierto sentido. La escultura, por ejemplo, está muy conectada con la música… Es mi manera de pensar. —¿Impone ver toda su obra expuesta? —Es raro, porque tienes que aceptarlo todo. Decir: esto forma parte de mí, lo hice yo. Es como mirarte la cabeza por detrás. Dices: uy, ¿esto es mío? Hay una escultura que hice a los siete años. Y se parece mucho a una que terminé la semana pasada [y ríe]. Richard McGuire (Nueva Jersey, 1957) tiene pinta de hombre que solo pasaba por allí, y viste así, monocromáticamente, quizá porque intuye que en la sencillez late una verdad profunda, antigua, poderosa: esa que se palpa en ‘Aquí’, su obra cumbre. McGuire habla con una voz suave por la que se le intuye la felicidad. Está en Madrid, hace sol y se ha puesto a recordar la semana que llegó a Nueva York y conoció a Keith Haring, Jean-Michel Basquiat, Jenny Holzer, Jim Jarmusch y tantos otros. Era 1979, tenía 22 años y era el bajista de Liquid Liquid, una banda de post punk que duró tres años y aún sigue reeditando sus discos. Ya entonces, cuenta, pintaba con espray y exponía con Haring y Basquiat: hoy su obra puede verse en el MoMA, el Met, el ‘New Yorker’ y casi en cualquier librería. Es el autor de ‘Aquí’ (Salamandra), uno de los cómics más innovadores de la historia. —Solo ha hecho un libro y ha sido un éxito mundial. ¿Cómo nació ‘Aquí’?—Siempre he tenido en la cabeza algo que le escuché a Art Spiegelman en una conferencia: los cómics son diagramas narrativos. De hecho, ‘Aquí’ se publicó primero como un cómic de seis páginas en la revista ‘Raw’, que él editaba. Fue en 1989. Pero la idea en sí viene de una mudanza. Un día llegué a mi nuevo apartamento y empecé a pensar en la persona que había estado allí antes que yo, y en que me gustaría contar una historia que viajara al pasado y al futuro en un mismo sitio. Primero se me ocurrió una pantalla partida –era 1988–, pero entonces un amigo me enseñó su ordenador, que tenía instalado el nuevo Windows. Cuando vi el sistema de ventanitas dije: esto es lo que necesito. De repente podía mostrar muchas visiones del tiempo, todas a la vez, en la misma página. Hice algunos bocetos, fui desarrollando la idea y se la mandé a Spiegelman. Y dijo: me encanta. Y así fue cómo empezó todo.—Después de leer ‘Aquí’ me senté en el sofá y pensé: toda la historia de la humanidad ha sucedido aquí, también. —Creo que esa es la razón por la que el libro ha funcionado tan bien. Todos nos identificamos, porque en el fondo todos los sitios son ‘Aquí’. Creo que se ven a sí mismos en el libro, porque no puedes evitar pensar que cualquier lugar puede ser ‘Aquí’. Siempre hay cosas interesantes a tu alrededor [y mira los mosaicos antiguos colgados en esta habitación de hotel]. Creo que todos los lugares del mundo pueden ser muy interesantes si ahondas bastante en el pasado o proyectas lo suficiente hacia el futuro. —El protagonista parece la casa, pero en realidad es el tiempo, ¿no?—Así es: el protagonista es el tiempo, porque la casa desaparece también. Cuando estaba haciendo el libro me preocupaba que no tuviera protagonista. Pensaba que la gente se iba a aburrir. Un editor me dijo que necesitaba unos personajes para hacer algo más tradicional, pero eso a mí no me interesaba: yo no soy escritor. Yo pienso en conceptos. Y soy músico. El libro sólo empezó a cobrar sentido cuando empecé a plantearlo como si fuera música. Colgué todas las páginas en la pared, y de pronto vi el flujo… Fue la única manera posible de encontrar una estructura que me funcionara. Por eso cuando Robert Zemeckis me llamó y me dijo que quería hacer una película exactamente igual que mi libro pensé: esto va a ser imposible [y ríe].—Y lo hizo: una película sin mover la cámara, sin cambiar el encuadre. —Y convirtió mi historia en una experiencia emocional, porque la gente va al cine buscando emociones. Fue muy valiente al hacer una película así. Yo no quise ni leer el guión. Confié en que harían un buen trabajo. Vi la película como uno más entre el público. Y al final lloré, por supuesto. —Por cierto: ¿cómo es su relación con el tiempo? No será lineal…—He vivido en Manhattan la mayor parte de mi vida. Cuando voy por la calle y veo una placa histórica pienso en todo lo que ha sucedido ahí. Creo que es algo que nos pasa a todos. Escuchas una canción y te recuerda algo de la infancia, o vas por Madrid y no puedes evitar recordar tu último viaje aquí, hace diez años… No vivimos el momento, estamos siempre viajando en el tiempo. —Llegó a Nueva York con 22 años, y se instaló muy pronto en la escena cultural.—Siempre había querido vivir en Nueva York. Lo tenía claro: nací a solo 45 minutos… Llegué en el 79, una época en que la ciudad era mucho más peligrosa que hoy y aún podías conseguir un apartamento barato. Yo tenía un grupo de música por aquel entonces [Liquid Liquid], y lo primero que hice fue ir a CBGB, un club hoy mítico, para llevarles un cassette con nuestros temas y preguntar si querían que diéramos un concierto allí. Era muy ingenuo en esa época, sí [y sonríe]. Nos dieron la oportunidad de tocar y fue increíble. Todo pasaba tan deprisa entonces… Esa misma semana fui a una fiesta de una amiga de un amigo y resultó que era Jenny Holzer. Y allí conocí a Keith Haring, que aún era un estudiante y aún no había hecho grafitis, pero no parábamos de hablar de grafitis, que para mí eran un nuevo idioma. Y de hecho hacía dibujos con espray como respuesta… Luego Keith Haring empezó a hacer más obras y más obras y más obras, y cada vez que montaba exposiciones me invitaba a participar, porque le gustaba mi trabajo.—También conoció a Basquiat. —Lo conocí en mi primer mes en Nueva York, también. Él tenía una banda de música que se llamaba Gray, tocaba un teclado pequeño… Hicimos un concierto juntos. Yo, además, conocía los grafitis que firmaba como SAMO. Y nos hicimos amigos porque ya nos conocíamos antes de conocernos: conocíamos nuestras obras. Estuve en muchas exposiciones con él y con Keith Haring. En esa época era como si todo el mundo estuviera ahí haciendo de todo en Nueva York. Jim Jarmusch, el cineasta, también tenía una banda de música… Todo el mundo hacía música y arte y películas, todo a la vez. El mundo artístico era muy pequeñito. Solo había unos cuantos clubes, muy poquitos, y era fácil conocer a la gente. Te los encontrabas en todas partes. Entonces me parecía normal. Ahora, en la distancia, me doy cuenta de que fue algo extraordinario. —¿Cuándo desapareció todo aquello?—Hubo un momento a finales de los 80 en que de repente empezó a llegar muchísimo más dinero a Nueva York. Todos los pisos empezaron a encarecerse. Y se necesitan espacios baratos para que se pueda crear ese tipo de ambiente artístico. No sé… Seguramente ahora hay una escena interesante que yo no conozco. Seguramente hay un mundo subterráneo por ahí, lejos de mi vista. —¿Es usted nostálgico?—En mi familia yo soy el que conserva todas las fotos. En parte porque las necesitaba para mi libro… Siempre que nos juntamos yo me llevo unas cuantas fotos para que podamos compartir esa experiencia de la memoria. Supongo que hay una parte de mí que es nostálgica. Pero para mí la nostalgia es una idea difícil. Respeto mi origen y sé que mis raíces están en mi pasado, pero no quiero estar siempre mirando atrás y pensando que aquellos sí que fueron buenos tiempos. No pienso que los años 80 fueran… ¡Oh, los 80! Fue interesante, sí, pero ahora también estamos en una época muy interesante. —Ha hecho películas de animación, un cómic, ilustraciones, libros infantiles y hasta juguetes. ¿Sigue experimentando con nuevos formatos? —El año pasado trabajé con un impresor de Brooklyn haciendo linograbados: fue increíble. Y he empezado a hacer escultura soldando acero, que me encanta. Y ahora estoy trabajando también en un libro nuevo , aunque pensé que nunca iba a hacer otro libro… En general, una cosa me lleva a la siguiente. Haciendo una serie de dibujos pensé que se podían traducir en esculturas, y dije: muy bien, a por ello. El año montamos una retrospectiva de mi obra. Preparándola vi que todo tenía un cierto sentido. La escultura, por ejemplo, está muy conectada con la música… Es mi manera de pensar. —¿Impone ver toda su obra expuesta? —Es raro, porque tienes que aceptarlo todo. Decir: esto forma parte de mí, lo hice yo. Es como mirarte la cabeza por detrás. Dices: uy, ¿esto es mío? Hay una escultura que hice a los siete años. Y se parece mucho a una que terminé la semana pasada [y ríe].
Richard McGuire (Nueva Jersey, 1957) tiene pinta de hombre que solo pasaba por allí, y viste así, monocromáticamente, quizá porque intuye que en la sencillez late una verdad profunda, antigua, poderosa: esa que se palpa en ‘Aquí’, su obra cumbre. McGuire habla con una … voz suave por la que se le intuye la felicidad. Está en Madrid, hace sol y se ha puesto a recordar la semana que llegó a Nueva York y conoció a Keith Haring, Jean-Michel Basquiat, Jenny Holzer, Jim Jarmusch y tantos otros. Era 1979, tenía 22 años y era el bajista de Liquid Liquid, una banda de post punk que duró tres años y aún sigue reeditando sus discos. Ya entonces, cuenta, pintaba con espray y exponía con Haring y Basquiat: hoy su obra puede verse en el MoMA, el Met, el ‘New Yorker’ y casi en cualquier librería. Es el autor de ‘Aquí’ (Salamandra), uno de los cómics más innovadores de la historia.
—Solo ha hecho un libro y ha sido un éxito mundial. ¿Cómo nació ‘Aquí’?
—Siempre he tenido en la cabeza algo que le escuché a Art Spiegelman en una conferencia: los cómics son diagramas narrativos. De hecho, ‘Aquí’ se publicó primero como un cómic de seis páginas en la revista ‘Raw’, que él editaba. Fue en 1989. Pero la idea en sí viene de una mudanza. Un día llegué a mi nuevo apartamento y empecé a pensar en la persona que había estado allí antes que yo, y en que me gustaría contar una historia que viajara al pasado y al futuro en un mismo sitio. Primero se me ocurrió una pantalla partida –era 1988–, pero entonces un amigo me enseñó su ordenador, que tenía instalado el nuevo Windows. Cuando vi el sistema de ventanitas dije: esto es lo que necesito. De repente podía mostrar muchas visiones del tiempo, todas a la vez, en la misma página. Hice algunos bocetos, fui desarrollando la idea y se la mandé a Spiegelman. Y dijo: me encanta. Y así fue cómo empezó todo.
—Después de leer ‘Aquí’ me senté en el sofá y pensé: toda la historia de la humanidad ha sucedido aquí, también.
—Creo que esa es la razón por la que el libro ha funcionado tan bien. Todos nos identificamos, porque en el fondo todos los sitios son ‘Aquí’. Creo que se ven a sí mismos en el libro, porque no puedes evitar pensar que cualquier lugar puede ser ‘Aquí’. Siempre hay cosas interesantes a tu alrededor [y mira los mosaicos antiguos colgados en esta habitación de hotel]. Creo que todos los lugares del mundo pueden ser muy interesantes si ahondas bastante en el pasado o proyectas lo suficiente hacia el futuro.
—El protagonista parece la casa, pero en realidad es el tiempo, ¿no?
—Así es: el protagonista es el tiempo, porque la casa desaparece también. Cuando estaba haciendo el libro me preocupaba que no tuviera protagonista. Pensaba que la gente se iba a aburrir. Un editor me dijo que necesitaba unos personajes para hacer algo más tradicional, pero eso a mí no me interesaba: yo no soy escritor. Yo pienso en conceptos. Y soy músico. El libro sólo empezó a cobrar sentido cuando empecé a plantearlo como si fuera música. Colgué todas las páginas en la pared, y de pronto vi el flujo… Fue la única manera posible de encontrar una estructura que me funcionara. Por eso cuando Robert Zemeckis me llamó y me dijo que quería hacer una película exactamente igual que mi libro pensé: esto va a ser imposible [y ríe].
—Y lo hizo: una película sin mover la cámara, sin cambiar el encuadre.
—Y convirtió mi historia en una experiencia emocional, porque la gente va al cine buscando emociones. Fue muy valiente al hacer una película así. Yo no quise ni leer el guión. Confié en que harían un buen trabajo. Vi la película como uno más entre el público. Y al final lloré, por supuesto.
—Por cierto: ¿cómo es su relación con el tiempo? No será lineal…
—He vivido en Manhattan la mayor parte de mi vida. Cuando voy por la calle y veo una placa histórica pienso en todo lo que ha sucedido ahí. Creo que es algo que nos pasa a todos. Escuchas una canción y te recuerda algo de la infancia, o vas por Madrid y no puedes evitar recordar tu último viaje aquí, hace diez años… No vivimos el momento, estamos siempre viajando en el tiempo.
—Llegó a Nueva York con 22 años, y se instaló muy pronto en la escena cultural.
—Siempre había querido vivir en Nueva York. Lo tenía claro: nací a solo 45 minutos… Llegué en el 79, una época en que la ciudad era mucho más peligrosa que hoy y aún podías conseguir un apartamento barato. Yo tenía un grupo de música por aquel entonces [Liquid Liquid], y lo primero que hice fue ir a CBGB, un club hoy mítico, para llevarles un cassette con nuestros temas y preguntar si querían que diéramos un concierto allí. Era muy ingenuo en esa época, sí [y sonríe]. Nos dieron la oportunidad de tocar y fue increíble. Todo pasaba tan deprisa entonces… Esa misma semana fui a una fiesta de una amiga de un amigo y resultó que era Jenny Holzer. Y allí conocí a Keith Haring, que aún era un estudiante y aún no había hecho grafitis, pero no parábamos de hablar de grafitis, que para mí eran un nuevo idioma. Y de hecho hacía dibujos con espray como respuesta… Luego Keith Haring empezó a hacer más obras y más obras y más obras, y cada vez que montaba exposiciones me invitaba a participar, porque le gustaba mi trabajo.
—También conoció a Basquiat.
—Lo conocí en mi primer mes en Nueva York, también. Él tenía una banda de música que se llamaba Gray, tocaba un teclado pequeño… Hicimos un concierto juntos. Yo, además, conocía los grafitis que firmaba como SAMO. Y nos hicimos amigos porque ya nos conocíamos antes de conocernos: conocíamos nuestras obras. Estuve en muchas exposiciones con él y con Keith Haring. En esa época era como si todo el mundo estuviera ahí haciendo de todo en Nueva York. Jim Jarmusch, el cineasta, también tenía una banda de música… Todo el mundo hacía música y arte y películas, todo a la vez. El mundo artístico era muy pequeñito. Solo había unos cuantos clubes, muy poquitos, y era fácil conocer a la gente. Te los encontrabas en todas partes. Entonces me parecía normal. Ahora, en la distancia, me doy cuenta de que fue algo extraordinario.
—¿Cuándo desapareció todo aquello?
—Hubo un momento a finales de los 80 en que de repente empezó a llegar muchísimo más dinero a Nueva York. Todos los pisos empezaron a encarecerse. Y se necesitan espacios baratos para que se pueda crear ese tipo de ambiente artístico. No sé… Seguramente ahora hay una escena interesante que yo no conozco. Seguramente hay un mundo subterráneo por ahí, lejos de mi vista.
—¿Es usted nostálgico?
—En mi familia yo soy el que conserva todas las fotos. En parte porque las necesitaba para mi libro… Siempre que nos juntamos yo me llevo unas cuantas fotos para que podamos compartir esa experiencia de la memoria. Supongo que hay una parte de mí que es nostálgica. Pero para mí la nostalgia es una idea difícil. Respeto mi origen y sé que mis raíces están en mi pasado, pero no quiero estar siempre mirando atrás y pensando que aquellos sí que fueron buenos tiempos. No pienso que los años 80 fueran… ¡Oh, los 80! Fue interesante, sí, pero ahora también estamos en una época muy interesante.
—Ha hecho películas de animación, un cómic, ilustraciones, libros infantiles y hasta juguetes. ¿Sigue experimentando con nuevos formatos?
—El año pasado trabajé con un impresor de Brooklyn haciendo linograbados: fue increíble. Y he empezado a hacer escultura soldando acero, que me encanta. Y ahora estoy trabajando también en un libro nuevo, aunque pensé que nunca iba a hacer otro libro… En general, una cosa me lleva a la siguiente. Haciendo una serie de dibujos pensé que se podían traducir en esculturas, y dije: muy bien, a por ello. El año montamos una retrospectiva de mi obra. Preparándola vi que todo tenía un cierto sentido. La escultura, por ejemplo, está muy conectada con la música… Es mi manera de pensar.
—¿Impone ver toda su obra expuesta?
—Es raro, porque tienes que aceptarlo todo. Decir: esto forma parte de mí, lo hice yo. Es como mirarte la cabeza por detrás. Dices: uy, ¿esto es mío? Hay una escultura que hice a los siete años. Y se parece mucho a una que terminé la semana pasada [y ríe].
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