La escritora Rumena Bužarovska (Skoplje, 44 años) no puede evitar dedicar sus primeras reflexiones en una cafetería de Madrid a su país, Macedonia del Norte. No son días fáciles para el Estado balcánico. La noche del 16 de marzo se produjo un incendio en una discoteca de la pequeña ciudad de Kočani. Murieron 59 personas y hubo unos 200 heridos, algunos repartidos en hospitales por varios países europeos: “La gente está furiosa. Y la ciudad está muerta. No hay familia que no haya perdido a una o más personas”.
La autora llegó a Madrid en una gira que luego continuaría en Barcelona para presentar su segundo libro de relatos editado en español, No voy a ninguna parte (Impedimenta), con traducción de Krasimir Tasev. En 2023, de la mano de la misma editorial y traductor, se publicó Mi marido, su obra más importante hasta la fecha, adaptada al teatro y estrenada en Liubliana, Belgrado, Skopje o Budapest. Es la escritora que más vende del mercado literario macedonio y no tiene problema en hablar de ello: ha sido traducida a más de 10 idiomas. Se siente orgullosa, mientras no oculta su mirada clara de ojos azules llena de convicción.
Bužarovska es un animal político con una presencia crítica en su país de origen, acostumbrada a posicionarse en redes sociales, en el podcast Radio Mileva o en artículos en los medios, como Velike priče, sobre problemas de la actualidad macedonia o balcánica, pero ese perfil no resulta obvio en su obra: “Por supuesto que la política es importante, pero no la incluyo en mis libros”. Sus escritos están centrados en las relaciones de proximidad, la vida en pareja, los reencuentros tras años de ausencia o las diferentes formas que adoptan la amistad y el trato interpersonal más convencional. “Encuentro la inspiración en el día a día”, explica. Sin embargo, se inclina en la conversación por hablar de los grandes problemas globales, desde el patriarcado al fascismo, la pobreza o las injusticias contra las minorías sexuales.
Desde la adolescencia, Bužarovska es una apasionada de Raymond Carver, Antón Chéjov y Dubravka Ugrešić. Además, reconoce que escribió No voy a ninguna parte influida por Alice Munro. Logró inesperadamente una beca residencial en Viena y hoy es también profesora de literatura americana en la Universidad Nacional de Skopje. Ha traducido a Flannery O’Connor, J. M. Coetzee, Lewis Carroll, Truman Capote, Iain Reid o Richard Gwyn, cursó estudios en EE UU durante la fragmentación de Yugoslavia, mientras la zona entraba en combustión en los años noventa; e iba cada año con sus padres, profesores universitarios, a Arizona, donde su madre, lingüista, impartía clase en una escuela de verano y su padre, músico, acudía a conferencias y a comprar instrumentos, en lo que recuerda como una “infancia feliz de clase media, pero también una infancia patriarcal donde ser mujer escritora parecía imposible”.
La inspiración
La idea de No voy a ninguna parte surgió de una escena corriente de la capital macedonia: un día primaveral estaba sentada en un aparcamiento de su barrio en Skopje, de calles amplias, parques, bancos para sentarse, edificios socialistas, flores y “ambiente comunal, humano”, y donde “hay espacio para cualquiera”, como dice ella. Dos chicas bien vestidas de unos 12 o 13 años, de clase media, como de cualquier ciudad europea, que van a un buen colegio, viven en paz y llevan una vida holgada, conversan sobre un amigo común que se marcha a Alemania y una de ellas dice: “Qué suerte tiene; no puedo esperar para irme de este agujero de mierda”. En esta frase aparece una idea transversal en la obra de la autora: “Mi inspiración también viene de mi oposición a la narrativa de que nuestro hogar es horrible, es una narrativa que existe en otros países de la región, de que la vida en Occidente es mejor, de que se encuentra en otra parte y los padres también lo inculcan”.
Sin embargo, Bužarovska no plantea una imagen idealizada de la vida macedonia para rebatir esa inercia, sino que recorre un camino más tortuoso, pero también más atractivo y sugerente para los lectores: abrir la caja de pandora de las miserias personales, como una forma de integrar a la sociedad a la que pertenece en un paisaje común: “Las historias son universales, gente pobre, con complejos de inferioridad, la ruptura de las comunicaciones entre seres queridos, gente que miente para preservar su honor. Quiero diseccionar el dolor que generan y abrir esa caja, la verdad que hay detrás”. Es decir, recurrir a la ficción para contar la realidad.
La literatura de Bužarovska es un retrato irónico, descarnado y desazonador de la naturaleza humana, pero también es un espejo donde mirarse, que se despliega en Mi marido y No voy a ninguna parte como un acordeón de historias inconexas, pero que se centran en un aspecto compartido: cómo somos los seres humanos en la intimidad, personas azoradas por inseguridades e incertidumbres, sin vivir del todo una vida plenamente real, sin ser auténticos.
Hay un elemento de redención personal, sanador incluso en sus textos: “Los lectores dicen que este problema no solo lo tengo yo, le pasa a más gente”. Y en esa liberación es donde ese espejo de las apariencias se quiebra y las sociedades se encuentran.
La (no) condición de embajadora
La escritora sostiene: “No creo en la originalidad, porque estas historias han sido contadas muchas veces, pero creo que puedes ser original si las cuentas de manera local”. La coherencia de su contradicción opera incluso en este extremo, al detestar ser una especie de promotora del país: “Como escritora esperan que sea una especie de embajadora, pero eso es algo que nunca le pedirías a un escritor americano, no soy una atracción turística, y no quiero estar en unas olimpiadas de la literatura”.
Y, sin embargo, Bužarovska es la escritora de su país con mayor proyección internacional en estos momentos. Un apunte que quiere recalcar: “Somos un país joven y existe el complejo de que no tenemos una literatura antigua, que no tenemos una lengua antigua, pero yo veo eso como una oportunidad de inventar cosas nuevas, de lograr ser los primeros, tenemos un papel en blanco y no tememos que corrompernos. Creo que las debilidades tienen que verse como fortalezas”.
La escritora Rumena Bužarovska (Skoplje, 44 años) no puede evitar dedicar sus primeras reflexiones en una cafetería de Madrid a su país, Macedonia del Norte. No son días fáciles para el Estado balcánico. La noche del 16 de marzo se produjo un incendio en una discoteca de la pequeña ciudad de Kočani. Murieron 59 personas y hubo unos 200 heridos, algunos repartidos en hospitales por varios países europeos: “La gente está furiosa. Y la ciudad está muerta. No hay familia que no haya perdido a una o más personas”.La autora llegó a Madrid en una gira que luego continuaría en Barcelona para presentar su segundo libro de relatos editado en español, No voy a ninguna parte (Impedimenta), con traducción de Krasimir Tasev. En 2023, de la mano de la misma editorial y traductor, se publicó Mi marido, su obra más importante hasta la fecha, adaptada al teatro y estrenada en Liubliana, Belgrado, Skopje o Budapest. Es la escritora que más vende del mercado literario macedonio y no tiene problema en hablar de ello: ha sido traducida a más de 10 idiomas. Se siente orgullosa, mientras no oculta su mirada clara de ojos azules llena de convicción.Bužarovska es un animal político con una presencia crítica en su país de origen, acostumbrada a posicionarse en redes sociales, en el podcast Radio Mileva o en artículos en los medios, como Velike priče, sobre problemas de la actualidad macedonia o balcánica, pero ese perfil no resulta obvio en su obra: “Por supuesto que la política es importante, pero no la incluyo en mis libros”. Sus escritos están centrados en las relaciones de proximidad, la vida en pareja, los reencuentros tras años de ausencia o las diferentes formas que adoptan la amistad y el trato interpersonal más convencional. “Encuentro la inspiración en el día a día”, explica. Sin embargo, se inclina en la conversación por hablar de los grandes problemas globales, desde el patriarcado al fascismo, la pobreza o las injusticias contra las minorías sexuales.Desde la adolescencia, Bužarovska es una apasionada de Raymond Carver, Antón Chéjov y Dubravka Ugrešić. Además, reconoce que escribió No voy a ninguna parte influida por Alice Munro. Logró inesperadamente una beca residencial en Viena y hoy es también profesora de literatura americana en la Universidad Nacional de Skopje. Ha traducido a Flannery O’Connor, J. M. Coetzee, Lewis Carroll, Truman Capote, Iain Reid o Richard Gwyn, cursó estudios en EE UU durante la fragmentación de Yugoslavia, mientras la zona entraba en combustión en los años noventa; e iba cada año con sus padres, profesores universitarios, a Arizona, donde su madre, lingüista, impartía clase en una escuela de verano y su padre, músico, acudía a conferencias y a comprar instrumentos, en lo que recuerda como una “infancia feliz de clase media, pero también una infancia patriarcal donde ser mujer escritora parecía imposible”.La inspiraciónLa idea de No voy a ninguna parte surgió de una escena corriente de la capital macedonia: un día primaveral estaba sentada en un aparcamiento de su barrio en Skopje, de calles amplias, parques, bancos para sentarse, edificios socialistas, flores y “ambiente comunal, humano”, y donde “hay espacio para cualquiera”, como dice ella. Dos chicas bien vestidas de unos 12 o 13 años, de clase media, como de cualquier ciudad europea, que van a un buen colegio, viven en paz y llevan una vida holgada, conversan sobre un amigo común que se marcha a Alemania y una de ellas dice: “Qué suerte tiene; no puedo esperar para irme de este agujero de mierda”. En esta frase aparece una idea transversal en la obra de la autora: “Mi inspiración también viene de mi oposición a la narrativa de que nuestro hogar es horrible, es una narrativa que existe en otros países de la región, de que la vida en Occidente es mejor, de que se encuentra en otra parte y los padres también lo inculcan”.Sin embargo, Bužarovska no plantea una imagen idealizada de la vida macedonia para rebatir esa inercia, sino que recorre un camino más tortuoso, pero también más atractivo y sugerente para los lectores: abrir la caja de pandora de las miserias personales, como una forma de integrar a la sociedad a la que pertenece en un paisaje común: “Las historias son universales, gente pobre, con complejos de inferioridad, la ruptura de las comunicaciones entre seres queridos, gente que miente para preservar su honor. Quiero diseccionar el dolor que generan y abrir esa caja, la verdad que hay detrás”. Es decir, recurrir a la ficción para contar la realidad.La literatura de Bužarovska es un retrato irónico, descarnado y desazonador de la naturaleza humana, pero también es un espejo donde mirarse, que se despliega en Mi marido y No voy a ninguna parte como un acordeón de historias inconexas, pero que se centran en un aspecto compartido: cómo somos los seres humanos en la intimidad, personas azoradas por inseguridades e incertidumbres, sin vivir del todo una vida plenamente real, sin ser auténticos.Hay un elemento de redención personal, sanador incluso en sus textos: “Los lectores dicen que este problema no solo lo tengo yo, le pasa a más gente”. Y en esa liberación es donde ese espejo de las apariencias se quiebra y las sociedades se encuentran.La (no) condición de embajadoraLa escritora sostiene: “No creo en la originalidad, porque estas historias han sido contadas muchas veces, pero creo que puedes ser original si las cuentas de manera local”. La coherencia de su contradicción opera incluso en este extremo, al detestar ser una especie de promotora del país: “Como escritora esperan que sea una especie de embajadora, pero eso es algo que nunca le pedirías a un escritor americano, no soy una atracción turística, y no quiero estar en unas olimpiadas de la literatura”.Y, sin embargo, Bužarovska es la escritora de su país con mayor proyección internacional en estos momentos. Un apunte que quiere recalcar: “Somos un país joven y existe el complejo de que no tenemos una literatura antigua, que no tenemos una lengua antigua, pero yo veo eso como una oportunidad de inventar cosas nuevas, de lograr ser los primeros, tenemos un papel en blanco y no tememos que corrompernos. Creo que las debilidades tienen que verse como fortalezas”. Seguir leyendo
La escritora Rumena Bužarovska (Skoplje, 44 años) no puede evitar dedicar sus primeras reflexiones en una cafetería de Madrid a su país, Macedonia del Norte. No son días fáciles para el Estado balcánico. La noche del 16 de marzo se produjo un incendio en una discoteca de la pequeña ciudad de Kočani. Murieron 59 personas y hubo unos 200 heridos, algunos repartidos en hospitales por varios países europeos: “La gente está furiosa. Y la ciudad está muerta. No hay familia que no haya perdido a una o más personas”.
La autora llegó a Madrid en una gira que luego continuaría en Barcelona para presentar su segundo libro de relatos editado en español, No voy a ninguna parte (Impedimenta), con traducción de Krasimir Tasev. En 2023, de la mano de la misma editorial y traductor, se publicó Mi marido, su obra más importante hasta la fecha, adaptada al teatro y estrenada en Liubliana, Belgrado, Skopje o Budapest. Es la escritora que más vende del mercado literario macedonio y no tiene problema en hablar de ello: ha sido traducida a más de 10 idiomas. Se siente orgullosa, mientras no oculta su mirada clara de ojos azules llena de convicción.

Bužarovska es un animal político con una presencia crítica en su país de origen, acostumbrada a posicionarse en redes sociales, en el podcast Radio Mileva o en artículos en los medios, como Velike priče, sobre problemas de la actualidad macedonia o balcánica, pero ese perfil no resulta obvio en su obra: “Por supuesto que la política es importante, pero no la incluyo en mis libros”. Sus escritos están centrados en las relaciones de proximidad, la vida en pareja, los reencuentros tras años de ausencia o las diferentes formas que adoptan la amistad y el trato interpersonal más convencional. “Encuentro la inspiración en el día a día”, explica. Sin embargo, se inclina en la conversación por hablar de los grandes problemas globales, desde el patriarcado al fascismo, la pobreza o las injusticias contra las minorías sexuales.
Desde la adolescencia, Bužarovska es una apasionada de Raymond Carver, Antón Chéjov y Dubravka Ugrešić. Además, reconoce que escribió No voy a ninguna parte influida por Alice Munro. Logró inesperadamente una beca residencial en Viena y hoy es también profesora de literatura americana en la Universidad Nacional de Skopje. Ha traducido a Flannery O’Connor, J. M. Coetzee, Lewis Carroll, Truman Capote, Iain Reid o Richard Gwyn, cursó estudios en EE UU durante la fragmentación de Yugoslavia, mientras la zona entraba en combustión en los años noventa; e iba cada año con sus padres, profesores universitarios, a Arizona, donde su madre, lingüista, impartía clase en una escuela de verano y su padre, músico, acudía a conferencias y a comprar instrumentos, en lo que recuerda como una “infancia feliz de clase media, pero también una infancia patriarcal donde ser mujer escritora parecía imposible”.

La inspiración
La idea de No voy a ninguna parte surgió de una escena corriente de la capital macedonia: un día primaveral estaba sentada en un aparcamiento de su barrio en Skopje, de calles amplias, parques, bancos para sentarse, edificios socialistas, flores y “ambiente comunal, humano”, y donde “hay espacio para cualquiera”, como dice ella. Dos chicas bien vestidas de unos 12 o 13 años, de clase media, como de cualquier ciudad europea, que van a un buen colegio, viven en paz y llevan una vida holgada, conversan sobre un amigo común que se marcha a Alemania y una de ellas dice: “Qué suerte tiene; no puedo esperar para irme de este agujero de mierda”. En esta frase aparece una idea transversal en la obra de la autora: “Mi inspiración también viene de mi oposición a la narrativa de que nuestro hogar es horrible, es una narrativa que existe en otros países de la región, de que la vida en Occidente es mejor, de que se encuentra en otra parte y los padres también lo inculcan”.
Sin embargo, Bužarovska no plantea una imagen idealizada de la vida macedonia para rebatir esa inercia, sino que recorre un camino más tortuoso, pero también más atractivo y sugerente para los lectores: abrir la caja de pandora de las miserias personales, como una forma de integrar a la sociedad a la que pertenece en un paisaje común: “Las historias son universales, gente pobre, con complejos de inferioridad, la ruptura de las comunicaciones entre seres queridos, gente que miente para preservar su honor. Quiero diseccionar el dolor que generan y abrir esa caja, la verdad que hay detrás”. Es decir, recurrir a la ficción para contar la realidad.

La literatura de Bužarovska es un retrato irónico, descarnado y desazonador de la naturaleza humana, pero también es un espejo donde mirarse, que se despliega en Mi marido y No voy a ninguna parte como un acordeón de historias inconexas, pero que se centran en un aspecto compartido: cómo somos los seres humanos en la intimidad, personas azoradas por inseguridades e incertidumbres, sin vivir del todo una vida plenamente real, sin ser auténticos.
Hay un elemento de redención personal, sanador incluso en sus textos: “Los lectores dicen que este problema no solo lo tengo yo, le pasa a más gente”. Y en esa liberación es donde ese espejo de las apariencias se quiebra y las sociedades se encuentran.
La (no) condición de embajadora
La escritora sostiene: “No creo en la originalidad, porque estas historias han sido contadas muchas veces, pero creo que puedes ser original si las cuentas de manera local”. La coherencia de su contradicción opera incluso en este extremo, al detestar ser una especie de promotora del país: “Como escritora esperan que sea una especie de embajadora, pero eso es algo que nunca le pedirías a un escritor americano, no soy una atracción turística, y no quiero estar en unas olimpiadas de la literatura”.
Y, sin embargo, Bužarovska es la escritora de su país con mayor proyección internacional en estos momentos. Un apunte que quiere recalcar: “Somos un país joven y existe el complejo de que no tenemos una literatura antigua, que no tenemos una lengua antigua, pero yo veo eso como una oportunidad de inventar cosas nuevas, de lograr ser los primeros, tenemos un papel en blanco y no tememos que corrompernos. Creo que las debilidades tienen que verse como fortalezas”.
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