En el álbum que han hecho juntos Sílvia Pérez Cruz y Salvador Sobral se llora por Palestina, se citan unos versos sencillos y exultantes de Miquel Martí i Pol, se habla de incurrir en muertes chiquitas y de poner el corazón por delante, se reivindica la energía telúrica del recuerdo, se nos exhorta a creer en el amor, a “estar presentes” y a cuidarnos unos a otros. Suenan ecos de ranchera, de fado, de chanson francesa juguetona y un poco bastarda, de canción mediterránea mestiza y arrabalera. Se canta en portugués, español, catalán, inglés y francés, y ahí están las voces de ambos (pulcras, expresivas y “ligeras”, según la propia Sílvia) secundadas por la guitarra acústica, el banjo y la mandolina de Sebastià Gris, los chelos de Marta Roma, las guitarras y coros de Darío Barroso, el piano de Marco Mezquida, los bombos, cajones, panderos y pedales de sonido del productor Juan R. Berbín, la guitarra acústica y la marimba de Sílvia, el piano de Salvador. Jorge Drexler, Carlos Montfort, Mezquida, Lau Noah, Javier Galiana de la Rosa y un par de miembros de la familia de Salvador (su hermana, Luisa Sobral, y su esposa, Jenna Thiam) han arrimado el hombro aportando letras y música.
Es, según nos cuenta Sílvia, un caldo con múltiples ingredientes al que han añadido una generosa dosis “de amor”. Sílvia & Salvador se titula, porque es el fruto de la amistad que los une y de la gentil fusión de sus respectivos universos personales y musicales. Se ha grabado en apenas una semana, en formato analógico y reproduciendo en el estudio las condiciones del directo, intentando instilarle “verdad” y energía artesanal. Al final del tercero de los temas se ha incluido un breve diálogo que Jorge Drexler comparte con Sílvia y Salvador que no sabe si titularlo ‘El corazón por delante’ o ‘El corazón al volante’: “Es una duda constitucional de la canción”, les cuenta. “A mí me gusta más ‘El corazón por delante’, que me suena a una manera de vivir”, le responde Pérez Cruz. “Yo, que me siento más legitimado que nadie para cantar sobre el corazón”, añade Sobral, que padeció una enfermedad cardiaca, una dilatación del ventrículo, y recibió un trasplante en otoño de 2017, apenas cuatro meses después de ganar el Festival de Eurovisión. “Te digo, como autoridad en el tema, que me suena mejor ‘El corazón por delante’, pero tú decides”, dice.
Sílvia y Salvador nos reciben en Sol de Sants Studio en Barcelona, en la misma sala donde, pocas horas antes, acaban de grabar el último tema de su disco. Han sido siete sesiones muy intensas, “de 10 u 11 horas diarias”, según cuenta Sílvia. Y sigue: “Con Marta, Juan, Sebastià o Darío acampando en el estudio con nosotros y muchos otros músicos entrando y saliendo para tocar el piano, hacer coros o hacer una jam espontánea”. “Ha sido todo muy libre, muy loco”, añade Salvador en su peculiar mallorquín con acento lisboeta, “pero, a la vez, ha tenido ese punto de planificación metódica y atención al detalle que Sílvia sabe darle a su trabajo”.
Alberto Pérez, propietario del estudio, ingeniero de sonido y multiinstrumentista (ha trabajado con Morcheeba, C. Tangana o Chano Domínguez), nos confirma en un aparte, mientras los cantantes posan, que todo ha fluido “con una naturalidad pasmosa”. Añade que es “un placer” trabajar con “verdaderos músicos, que asumen el riesgo de grabar en cinta y en directo, sin trampa ni artificio, buscando esa química y esa magia que solo tiene la música auténtica y desnuda”. El primer single, según nos cuenta, va a ser ‘Ben poca cosa tens’, “una canción larga, de combustión lenta e instrumentación simple y austera”. En cierto sentido, “el antisingle, porque es el tipo de canción que menos esperas que suene por la radio, pero la mayoría de los que la han escuchado están de acuerdo en que tiene un aura, que es intensa y auténtica”.
Salvador Sobral, nacido en Lisboa hace 35 años, hijo de aristócrata, hermano de cantante y compositora, cuenta que descubrió a Sílvia Pérez Cruz (42 años, nacida en Palafrugell, provincia de Girona) en 2012, cuando él acababa de completar un Erasmus en Mallorca y se había establecido en Barcelona, donde acabaría de formarse como músico. “Un compatriota que era mánager del músico alentejano António Zambujo me reconoció por la calle, dijo mi nombre y me pidió que le prestase mi cargador de Mac. Se lo dejé y él me pasó un par de entradas para el concierto de António. En cuanto llegué al local, la que estaba en el escenario era Sílvia, que acababa de grabar su primer disco en solitario. Nunca había oído hablar de ella, pero lo que escuché aquella tarde me dejó noqueado: era una versión idealizada de lo que yo mismo quería hacer. La voz, la instrumentación, las melodías, la presencia escénica. Pocos meses después la vi cantando con un pianista en el Gulbenkian de Lisboa y aún me impresionó más”, recuerda. “Cuatro años más tarde, un amigo de Salvador me habló de él después de un concierto en Jamboree”, detalla Sílvia. “Me dijo que conocía a un cantante de jazz portugués que estaba empezando a abrirse paso y al que le gustaba mucho mi música. Me llamaba la atención que hubiese vivido en Barcelona y Palma de Mallorca, así que fui a verlo a un club de Lisboa. Allí, a apenas un par de metros, me encontré con un chico que me pareció jovencísimo y que cantaba maravillosamente, con una sensibilidad, una actitud, un control de la voz, de la posición del cuerpo… Luego nos presentaron y descubrimos que teníamos mucho en común. Así que, en mi siguiente viaje a Lisboa, le invité a cantar conmigo en el Centro Cultural de Belém”.
“Sílvia es generosa con su tiempo”, tercia Salvador, “es cálida, cercana. Cuando está contigo te presta toda su atención, te hace sentir que no querría estar en ninguna otra parte. Sabe estar presente, esa cualidad de la que se habla tanto ahora y que tan poca gente tiene”. “Me alegro de transmitir esa impresión”, responde la catalana. “Salvador suele decirme que le parezco una persona muy centrada y serena, pero lo cierto es que yo más bien tengo la sensación de llevar una vida muy ajetreada. Tolero niveles de estrés muy altos desde hace unos 17 años, cuando fui madre y, en paralelo, mi carrera empezó a arrancar. Pero sí intento cultivar esa paz interior y, sobre todo, centrarme en el instante, en el aquí y el ahora, esta conversación que estoy teniendo con vosotros. Luego ya pensaré que mañana toco en Palma de Mallorca y a continuación tengo que volver para las mezclas del disco”.
En 2017, Sobral ganó el Festival de Eurovisión con una canción tan exquisita, ‘Amar pelos dois’, que casi pareció un abuso presentarla a semejante concurso. Luego pasó por el trance más delicado de su vida, esos meses, entre septiembre de 2017 y febrero de 2018, que pasó en el hospital, estrenando corazón y con la vida pendiendo de un hilo. Al otro lado del túnel le esperaba una carrera musical que estaba arrancando con contundencia y cómplices amigas como Sílvia Pérez Cruz. “Llevábamos ya unos cuantos años pensando en la posibilidad de hacer algo juntos”, explica Salvador, “aunque nos limitábamos a actuaciones esporádicas, porque los dos somos animales de directo y tampoco coincidíamos tan a menudo como nos hubiese gustado. Yo la invitaba a comer cuando grababa disco en Barcelona, y alguna vez insistí en colarla en el estudio para que hiciese unos coros”.
Aseguran que tienen mucho en común: “Para empezar, la afinidad entre nuestras respectivas culturas”, dice Cruz. “Yo soy una lusófila convencida, Lisboa es uno de los lugares donde más disfruto y más acogida me siento y mi hermana lleva 20 años viviendo en el Alentejo, una parte de Portugal que amo. Además, me entusiasma la relación tan especial que tiene Salvador con Cataluña y con la cultura catalana. De todas las maravillosas ciudades en que Jenna y él podrían haber decidido vivir, Lisboa, París, Londres o Nueva York, han elegido Barcelona, es aquí donde han decidido criar a su hija”. Salvador añade: “Jenna y Sílvia se adoran, tienen una comunicación intuitiva, casi telepática, a veces me da hasta un poco de miedo. Y Sílvia es una española que conoce y aprecia muy sinceramente Portugal, su cultura y su gente”. Más allá de eso, Sílvia reconoce en Salvador “una ingenuidad y una autenticidad conmovedoras”. “Es muy sensible, muy emotivo. Se comunica de manera directa y sincera, a corazón abierto”, añade.
“Sílvia también es muy de verdad”, concede su amigo, “al menos conmigo”. En 2023, por fin, grabaron un tema juntos, ‘Em moro’, cuarto movimiento del álbum conceptual de Sílvia Toda la vida, un día: “Para convencerle de que se viniese a cantarlo conmigo solo tuve que darle un argumento: que lo había escrito pensando en él”. Lo grabaron sentados en el suelo a apenas un par de metros del sofá en que conversamos, sobre la alfombra en que dormita ahora mismo la perra de Alberto Pérez, guardiana espiritual del estudio. “Estábamos ahí, a muy poca distancia el uno del otro”, recuerda Salvador, “y se produjo un momento de una intensidad muy rara. Cantábamos mirándonos a los ojos y a duras penas podíamos contener las lágrimas. Hacia el final, los dos desafinamos ligeramente y yo pensé: ‘Qué lástima, era una toma perfecta, pero la acabarán descartando’. Pero la conservaron, porque la intensidad de lo que transmite acabó pesando mucho más que cualquier pequeña imperfección técnica”.
Tras ‘Em moro’, vino ‘Recordarte’, el tema que cantaron al alimón durante la ceremonia de los Goya de 2024. Sonó como acompañamiento musical a las imágenes de los miembros de la Academia de Cine que habían fallecido durante el año. Salvador pensó que su interpretación iba a verse interrumpida una y otra vez por los habituales aplausos de los académicos a sus compañeros caídos. “Pero nadie aplaudió. Nos escucharon en un silencio sobrecogedor, reverente. Hubo algún aplauso esporádico cuando apareció el rostro de algún actor muy popular, pero se silenciaba al instante. La canción es muy corta, pero Sílvia le añadió un arreglo para que llegase a los cerca de siete minutos que duraba el montaje. Fue un momento extraordinario”, recuerda Sobral. Sílvia completa el relato explicando que, al bajarse del escenario, tanto ellos como su acompañante, la chelista Marta Roma, estaban “eufóricos y con ganas de más, mucho más”.
Ese día, según reconocen ahora, empezó a gestarse Sílvia & Salvador. “Para mí, fue fundamental que la iniciativa partiese de Sílvia. Fue la primera que dijo en voz alta: ‘Tenemos que hacer un disco juntos’. Yo no me hubiese atrevido, la respeto demasiado. Pero si Sílvia me dice que salte, solo pregunto hasta dónde”, dice él. “Agradezco los elogios”, responde ella, “pero quiero dejar muy claro que la admiración es mutua, que Salvador ha sido siempre una de las personas con las que más me apetecía tirar adelante un proyecto en común. Además, sin él no hubiese podido hacer un álbum tan ecléctico y políglota como este. Él canta a la perfección en cinco idiomas, coge al vuelo el fraseo y el swing de cada uno. Es como un superpoder: cambia de capa, como Superman, y se convierte en belga, estadounidense, andaluz o mallorquín. Yo aprendo mucho a su lado. Me saca de mi zona de confort y, a la vez, me escucha, me cuida y me tiene en cuenta”.
En estos días de convivencia tan estrecha, con su criatura discográfica en pleno proceso de gestación, Sílvia y Salvador echan de menos “haber tenido la posibilidad de trasnochar, salir de juerga juntos, compartir unos vinos”. Lo que sí han hecho es comer juntos en el gallego de la esquina, hablar de las canciones y de nuestras familias con el caldo y el codillo en la mesa. En unas semanas se van de gira juntos. Para Salvador, es ese ritual, la carretera, compartir un escenario noche tras noche, el que de verdad tiene sentido: “Yo no soy muy de discos. Soy más de directo. Si entro en el estudio de vez en cuando es porque mi agente insiste en ello y porque tengo que dar argumentos a los promotores para que me sigan contratando. Pero la experiencia del directo es, para mí, la verdadera esencia de la música”. “Venga, reconoce que esta vez has disfrutado”, apostilla Sílvia con una sonrisa. “Sí, mucho más de lo habitual. Por la forma en que lo hemos grabado y por la atmósfera que hemos conseguido crear entre todos. Y también porque apenas he tenido que componer, que es algo que suele angustiarme”.
Sílvia considera que editar un álbum en la era de Spotify es un acto de cortesía con los que aún disfrutan escuchando las canciones en un contexto más amplio, conceptual y narrativo, formando parte de un todo, como los capítulos de una novela. “No sé cuántos oyentes así quedarán, pero yo, definitivamente, soy uno de ellos”, dice. Coincide, pese a todo, con Salvador en que el directo es la experiencia musical más genuina y satisfactoria: “Sobre un escenario, dejo de ser yo misma y, a la vez, soy más yo que nunca. Es una sensación muy potente, conectada de manera muy íntima con lo que te decía antes sobre la conciencia de estar aquí ahora”. La gerundense añade: “En un mundo tan individualista como el nuestro, siento que necesitamos rituales que desarrollen en nosotros una conciencia íntima de comunidad, de compartir algo significativo. Pocas cosas me entusiasman tanto como ver a un grupo de personas que tal vez tengan muy poco en común cantando juntas, bailando juntas, conmoviéndose a la vez”.
Mientras posan para el fotógrafo, Sílvia Pérez Cruz canturrea la primera estrofa de un estándar de jazz, ‘Bewitched’, y Salvador Sobral la acompaña al piano. Ha bastado una mirada para que el lisboeta captase al vuelo lo que la gerundense estaba a punto de cantar: “En realidad, somos un poco siameses”, bromea él, “creo que la única cosa importante que Sílvia y yo no compartimos es la pasión por el fútbol”. Hoy, por cierto, se enfrentan en la ida de los octavos de final de la Champions League el Benfica y el Fútbol Club Barcelona, el equipo al que sigue desde la infancia y el de su ciudad de adopción, cuyo himno ya ha empezado a cantar su hija de poco más de dos años: “Estoy un poco nervioso”, reconoce el cantante portugués, “me temo que nos van a pasar por encima. Intento tomarme el fútbol con actitud contemplativa y filosófica, para no llevarme disgustos, pero la verdad es que no lo consigo del todo”. “El fútbol es otro estupendo ritual colectivo”, apunta Cruz. “Sí, pero a ti no te interesa”. “Ya. La verdad es que no”
En el álbum que han hecho juntos Sílvia Pérez Cruz y Salvador Sobral se llora por Palestina, se citan unos versos sencillos y exultantes de Miquel Martí i Pol, se habla de incurrir en muertes chiquitas y de poner el corazón por delante, se reivindica la energía telúrica del recuerdo, se nos exhorta a creer en el amor, a “estar presentes” y a cuidarnos unos a otros. Suenan ecos de ranchera, de fado, de chanson francesa juguetona y un poco bastarda, de canción mediterránea mestiza y arrabalera. Se canta en portugués, español, catalán, inglés y francés, y ahí están las voces de ambos (pulcras, expresivas y “ligeras”, según la propia Sílvia) secundadas por la guitarra acústica, el banjo y la mandolina de Sebastià Gris, los chelos de Marta Roma, las guitarras y coros de Darío Barroso, el piano de Marco Mezquida, los bombos, cajones, panderos y pedales de sonido del productor Juan R. Berbín, la guitarra acústica y la marimba de Sílvia, el piano de Salvador. Jorge Drexler, Carlos Montfort, Mezquida, Lau Noah, Javier Galiana de la Rosa y un par de miembros de la familia de Salvador (su hermana, Luisa Sobral, y su esposa, Jenna Thiam) han arrimado el hombro aportando letras y música.Es, según nos cuenta Sílvia, un caldo con múltiples ingredientes al que han añadido una generosa dosis “de amor”. Sílvia & Salvador se titula, porque es el fruto de la amistad que los une y de la gentil fusión de sus respectivos universos personales y musicales. Se ha grabado en apenas una semana, en formato analógico y reproduciendo en el estudio las condiciones del directo, intentando instilarle “verdad” y energía artesanal. Al final del tercero de los temas se ha incluido un breve diálogo que Jorge Drexler comparte con Sílvia y Salvador que no sabe si titularlo ‘El corazón por delante’ o ‘El corazón al volante’: “Es una duda constitucional de la canción”, les cuenta. “A mí me gusta más ‘El corazón por delante’, que me suena a una manera de vivir”, le responde Pérez Cruz. “Yo, que me siento más legitimado que nadie para cantar sobre el corazón”, añade Sobral, que padeció una enfermedad cardiaca, una dilatación del ventrículo, y recibió un trasplante en otoño de 2017, apenas cuatro meses después de ganar el Festival de Eurovisión. “Te digo, como autoridad en el tema, que me suena mejor ‘El corazón por delante’, pero tú decides”, dice.Sílvia y Salvador nos reciben en Sol de Sants Studio en Barcelona, en la misma sala donde, pocas horas antes, acaban de grabar el último tema de su disco. Han sido siete sesiones muy intensas, “de 10 u 11 horas diarias”, según cuenta Sílvia. Y sigue: “Con Marta, Juan, Sebastià o Darío acampando en el estudio con nosotros y muchos otros músicos entrando y saliendo para tocar el piano, hacer coros o hacer una jam espontánea”. “Ha sido todo muy libre, muy loco”, añade Salvador en su peculiar mallorquín con acento lisboeta, “pero, a la vez, ha tenido ese punto de planificación metódica y atención al detalle que Sílvia sabe darle a su trabajo”.Alberto Pérez, propietario del estudio, ingeniero de sonido y multiinstrumentista (ha trabajado con Morcheeba, C. Tangana o Chano Domínguez), nos confirma en un aparte, mientras los cantantes posan, que todo ha fluido “con una naturalidad pasmosa”. Añade que es “un placer” trabajar con “verdaderos músicos, que asumen el riesgo de grabar en cinta y en directo, sin trampa ni artificio, buscando esa química y esa magia que solo tiene la música auténtica y desnuda”. El primer single, según nos cuenta, va a ser ‘Ben poca cosa tens’, “una canción larga, de combustión lenta e instrumentación simple y austera”. En cierto sentido, “el antisingle, porque es el tipo de canción que menos esperas que suene por la radio, pero la mayoría de los que la han escuchado están de acuerdo en que tiene un aura, que es intensa y auténtica”.Salvador Sobral, nacido en Lisboa hace 35 años, hijo de aristócrata, hermano de cantante y compositora, cuenta que descubrió a Sílvia Pérez Cruz (42 años, nacida en Palafrugell, provincia de Girona) en 2012, cuando él acababa de completar un Erasmus en Mallorca y se había establecido en Barcelona, donde acabaría de formarse como músico. “Un compatriota que era mánager del músico alentejano António Zambujo me reconoció por la calle, dijo mi nombre y me pidió que le prestase mi cargador de Mac. Se lo dejé y él me pasó un par de entradas para el concierto de António. En cuanto llegué al local, la que estaba en el escenario era Sílvia, que acababa de grabar su primer disco en solitario. Nunca había oído hablar de ella, pero lo que escuché aquella tarde me dejó noqueado: era una versión idealizada de lo que yo mismo quería hacer. La voz, la instrumentación, las melodías, la presencia escénica. Pocos meses después la vi cantando con un pianista en el Gulbenkian de Lisboa y aún me impresionó más”, recuerda. “Cuatro años más tarde, un amigo de Salvador me habló de él después de un concierto en Jamboree”, detalla Sílvia. “Me dijo que conocía a un cantante de jazz portugués que estaba empezando a abrirse paso y al que le gustaba mucho mi música. Me llamaba la atención que hubiese vivido en Barcelona y Palma de Mallorca, así que fui a verlo a un club de Lisboa. Allí, a apenas un par de metros, me encontré con un chico que me pareció jovencísimo y que cantaba maravillosamente, con una sensibilidad, una actitud, un control de la voz, de la posición del cuerpo… Luego nos presentaron y descubrimos que teníamos mucho en común. Así que, en mi siguiente viaje a Lisboa, le invité a cantar conmigo en el Centro Cultural de Belém”.“Sílvia es generosa con su tiempo”, tercia Salvador, “es cálida, cercana. Cuando está contigo te presta toda su atención, te hace sentir que no querría estar en ninguna otra parte. Sabe estar presente, esa cualidad de la que se habla tanto ahora y que tan poca gente tiene”. “Me alegro de transmitir esa impresión”, responde la catalana. “Salvador suele decirme que le parezco una persona muy centrada y serena, pero lo cierto es que yo más bien tengo la sensación de llevar una vida muy ajetreada. Tolero niveles de estrés muy altos desde hace unos 17 años, cuando fui madre y, en paralelo, mi carrera empezó a arrancar. Pero sí intento cultivar esa paz interior y, sobre todo, centrarme en el instante, en el aquí y el ahora, esta conversación que estoy teniendo con vosotros. Luego ya pensaré que mañana toco en Palma de Mallorca y a continuación tengo que volver para las mezclas del disco”.En 2017, Sobral ganó el Festival de Eurovisión con una canción tan exquisita, ‘Amar pelos dois’, que casi pareció un abuso presentarla a semejante concurso. Luego pasó por el trance más delicado de su vida, esos meses, entre septiembre de 2017 y febrero de 2018, que pasó en el hospital, estrenando corazón y con la vida pendiendo de un hilo. Al otro lado del túnel le esperaba una carrera musical que estaba arrancando con contundencia y cómplices amigas como Sílvia Pérez Cruz. “Llevábamos ya unos cuantos años pensando en la posibilidad de hacer algo juntos”, explica Salvador, “aunque nos limitábamos a actuaciones esporádicas, porque los dos somos animales de directo y tampoco coincidíamos tan a menudo como nos hubiese gustado. Yo la invitaba a comer cuando grababa disco en Barcelona, y alguna vez insistí en colarla en el estudio para que hiciese unos coros”.Aseguran que tienen mucho en común: “Para empezar, la afinidad entre nuestras respectivas culturas”, dice Cruz. “Yo soy una lusófila convencida, Lisboa es uno de los lugares donde más disfruto y más acogida me siento y mi hermana lleva 20 años viviendo en el Alentejo, una parte de Portugal que amo. Además, me entusiasma la relación tan especial que tiene Salvador con Cataluña y con la cultura catalana. De todas las maravillosas ciudades en que Jenna y él podrían haber decidido vivir, Lisboa, París, Londres o Nueva York, han elegido Barcelona, es aquí donde han decidido criar a su hija”. Salvador añade: “Jenna y Sílvia se adoran, tienen una comunicación intuitiva, casi telepática, a veces me da hasta un poco de miedo. Y Sílvia es una española que conoce y aprecia muy sinceramente Portugal, su cultura y su gente”. Más allá de eso, Sílvia reconoce en Salvador “una ingenuidad y una autenticidad conmovedoras”. “Es muy sensible, muy emotivo. Se comunica de manera directa y sincera, a corazón abierto”, añade.“Sílvia también es muy de verdad”, concede su amigo, “al menos conmigo”. En 2023, por fin, grabaron un tema juntos, ‘Em moro’, cuarto movimiento del álbum conceptual de Sílvia Toda la vida, un día: “Para convencerle de que se viniese a cantarlo conmigo solo tuve que darle un argumento: que lo había escrito pensando en él”. Lo grabaron sentados en el suelo a apenas un par de metros del sofá en que conversamos, sobre la alfombra en que dormita ahora mismo la perra de Alberto Pérez, guardiana espiritual del estudio. “Estábamos ahí, a muy poca distancia el uno del otro”, recuerda Salvador, “y se produjo un momento de una intensidad muy rara. Cantábamos mirándonos a los ojos y a duras penas podíamos contener las lágrimas. Hacia el final, los dos desafinamos ligeramente y yo pensé: ‘Qué lástima, era una toma perfecta, pero la acabarán descartando’. Pero la conservaron, porque la intensidad de lo que transmite acabó pesando mucho más que cualquier pequeña imperfección técnica”.Tras ‘Em moro’, vino ‘Recordarte’, el tema que cantaron al alimón durante la ceremonia de los Goya de 2024. Sonó como acompañamiento musical a las imágenes de los miembros de la Academia de Cine que habían fallecido durante el año. Salvador pensó que su interpretación iba a verse interrumpida una y otra vez por los habituales aplausos de los académicos a sus compañeros caídos. “Pero nadie aplaudió. Nos escucharon en un silencio sobrecogedor, reverente. Hubo algún aplauso esporádico cuando apareció el rostro de algún actor muy popular, pero se silenciaba al instante. La canción es muy corta, pero Sílvia le añadió un arreglo para que llegase a los cerca de siete minutos que duraba el montaje. Fue un momento extraordinario”, recuerda Sobral. Sílvia completa el relato explicando que, al bajarse del escenario, tanto ellos como su acompañante, la chelista Marta Roma, estaban “eufóricos y con ganas de más, mucho más”.Ese día, según reconocen ahora, empezó a gestarse Sílvia & Salvador. “Para mí, fue fundamental que la iniciativa partiese de Sílvia. Fue la primera que dijo en voz alta: ‘Tenemos que hacer un disco juntos’. Yo no me hubiese atrevido, la respeto demasiado. Pero si Sílvia me dice que salte, solo pregunto hasta dónde”, dice él. “Agradezco los elogios”, responde ella, “pero quiero dejar muy claro que la admiración es mutua, que Salvador ha sido siempre una de las personas con las que más me apetecía tirar adelante un proyecto en común. Además, sin él no hubiese podido hacer un álbum tan ecléctico y políglota como este. Él canta a la perfección en cinco idiomas, coge al vuelo el fraseo y el swing de cada uno. Es como un superpoder: cambia de capa, como Superman, y se convierte en belga, estadounidense, andaluz o mallorquín. Yo aprendo mucho a su lado. Me saca de mi zona de confort y, a la vez, me escucha, me cuida y me tiene en cuenta”.En estos días de convivencia tan estrecha, con su criatura discográfica en pleno proceso de gestación, Sílvia y Salvador echan de menos “haber tenido la posibilidad de trasnochar, salir de juerga juntos, compartir unos vinos”. Lo que sí han hecho es comer juntos en el gallego de la esquina, hablar de las canciones y de nuestras familias con el caldo y el codillo en la mesa. En unas semanas se van de gira juntos. Para Salvador, es ese ritual, la carretera, compartir un escenario noche tras noche, el que de verdad tiene sentido: “Yo no soy muy de discos. Soy más de directo. Si entro en el estudio de vez en cuando es porque mi agente insiste en ello y porque tengo que dar argumentos a los promotores para que me sigan contratando. Pero la experiencia del directo es, para mí, la verdadera esencia de la música”. “Venga, reconoce que esta vez has disfrutado”, apostilla Sílvia con una sonrisa. “Sí, mucho más de lo habitual. Por la forma en que lo hemos grabado y por la atmósfera que hemos conseguido crear entre todos. Y también porque apenas he tenido que componer, que es algo que suele angustiarme”.Sílvia considera que editar un álbum en la era de Spotify es un acto de cortesía con los que aún disfrutan escuchando las canciones en un contexto más amplio, conceptual y narrativo, formando parte de un todo, como los capítulos de una novela. “No sé cuántos oyentes así quedarán, pero yo, definitivamente, soy uno de ellos”, dice. Coincide, pese a todo, con Salvador en que el directo es la experiencia musical más genuina y satisfactoria: “Sobre un escenario, dejo de ser yo misma y, a la vez, soy más yo que nunca. Es una sensación muy potente, conectada de manera muy íntima con lo que te decía antes sobre la conciencia de estar aquí ahora”. La gerundense añade: “En un mundo tan individualista como el nuestro, siento que necesitamos rituales que desarrollen en nosotros una conciencia íntima de comunidad, de compartir algo significativo. Pocas cosas me entusiasman tanto como ver a un grupo de personas que tal vez tengan muy poco en común cantando juntas, bailando juntas, conmoviéndose a la vez”.Mientras posan para el fotógrafo, Sílvia Pérez Cruz canturrea la primera estrofa de un estándar de jazz, ‘Bewitched’, y Salvador Sobral la acompaña al piano. Ha bastado una mirada para que el lisboeta captase al vuelo lo que la gerundense estaba a punto de cantar: “En realidad, somos un poco siameses”, bromea él, “creo que la única cosa importante que Sílvia y yo no compartimos es la pasión por el fútbol”. Hoy, por cierto, se enfrentan en la ida de los octavos de final de la Champions League el Benfica y el Fútbol Club Barcelona, el equipo al que sigue desde la infancia y el de su ciudad de adopción, cuyo himno ya ha empezado a cantar su hija de poco más de dos años: “Estoy un poco nervioso”, reconoce el cantante portugués, “me temo que nos van a pasar por encima. Intento tomarme el fútbol con actitud contemplativa y filosófica, para no llevarme disgustos, pero la verdad es que no lo consigo del todo”. “El fútbol es otro estupendo ritual colectivo”, apunta Cruz. “Sí, pero a ti no te interesa”. “Ya. La verdad es que no” Seguir leyendo
En el álbum que han hecho juntos Sílvia Pérez Cruz y Salvador Sobral se llora por Palestina, se citan unos versos sencillos y exultantes de Miquel Martí i Pol, se habla de incurrir en muertes chiquitas y de poner el corazón por delante, se reivindica la energía telúrica del recuerdo, se nos exhorta a creer en el amor, a “estar presentes” y a cuidarnos unos a otros. Suenan ecos de ranchera, de fado, de chanson francesa juguetona y un poco bastarda, de canción mediterránea mestiza y arrabalera. Se canta en portugués, español, catalán, inglés y francés, y ahí están las voces de ambos (pulcras, expresivas y “ligeras”, según la propia Sílvia) secundadas por la guitarra acústica, el banjo y la mandolina de Sebastià Gris, los chelos de Marta Roma, las guitarras y coros de Darío Barroso, el piano de Marco Mezquida, los bombos, cajones, panderos y pedales de sonido del productor Juan R. Berbín, la guitarra acústica y la marimba de Sílvia, el piano de Salvador. Jorge Drexler, Carlos Montfort, Mezquida, Lau Noah, Javier Galiana de la Rosa y un par de miembros de la familia de Salvador (su hermana, Luisa Sobral, y su esposa, Jenna Thiam) han arrimado el hombro aportando letras y música.
Es, según nos cuenta Sílvia, un caldo con múltiples ingredientes al que han añadido una generosa dosis “de amor”. Sílvia & Salvador se titula, porque es el fruto de la amistad que los une y de la gentil fusión de sus respectivos universos personales y musicales. Se ha grabado en apenas una semana, en formato analógico y reproduciendo en el estudio las condiciones del directo, intentando instilarle “verdad” y energía artesanal. Al final del tercero de los temas se ha incluido un breve diálogo que Jorge Drexler comparte con Sílvia y Salvador que no sabe si titularlo ‘El corazón por delante’ o ‘El corazón al volante’: “Es una duda constitucional de la canción”, les cuenta. “A mí me gusta más ‘El corazón por delante’, que me suena a una manera de vivir”, le responde Pérez Cruz. “Yo, que me siento más legitimado que nadie para cantar sobre el corazón”, añade Sobral, que padeció una enfermedad cardiaca, una dilatación del ventrículo, y recibió un trasplante en otoño de 2017, apenas cuatro meses después de ganar el Festival de Eurovisión. “Te digo, como autoridad en el tema, que me suena mejor ‘El corazón por delante’, pero tú decides”, dice.

Sílvia y Salvador nos reciben en Sol de Sants Studio en Barcelona, en la misma sala donde, pocas horas antes, acaban de grabar el último tema de su disco. Han sido siete sesiones muy intensas, “de 10 u 11 horas diarias”, según cuenta Sílvia. Y sigue: “Con Marta, Juan, Sebastià o Darío acampando en el estudio con nosotros y muchos otros músicos entrando y saliendo para tocar el piano, hacer coros o hacer una jam espontánea”. “Ha sido todo muy libre, muy loco”, añade Salvador en su peculiar mallorquín con acento lisboeta, “pero, a la vez, ha tenido ese punto de planificación metódica y atención al detalle que Sílvia sabe darle a su trabajo”.
Alberto Pérez, propietario del estudio, ingeniero de sonido y multiinstrumentista (ha trabajado con Morcheeba, C. Tangana o Chano Domínguez), nos confirma en un aparte, mientras los cantantes posan, que todo ha fluido “con una naturalidad pasmosa”. Añade que es “un placer” trabajar con “verdaderos músicos, que asumen el riesgo de grabar en cinta y en directo, sin trampa ni artificio, buscando esa química y esa magia que solo tiene la música auténtica y desnuda”. El primer single, según nos cuenta, va a ser ‘Ben poca cosa tens’, “una canción larga, de combustión lenta e instrumentación simple y austera”. En cierto sentido, “el antisingle, porque es el tipo de canción que menos esperas que suene por la radio, pero la mayoría de los que la han escuchado están de acuerdo en que tiene un aura, que es intensa y auténtica”.
Salvador Sobral, nacido en Lisboa hace 35 años, hijo de aristócrata, hermano de cantante y compositora, cuenta que descubrió a Sílvia Pérez Cruz (42 años, nacida en Palafrugell, provincia de Girona) en 2012, cuando él acababa de completar un Erasmus en Mallorca y se había establecido en Barcelona, donde acabaría de formarse como músico. “Un compatriota que era mánager del músico alentejano António Zambujo me reconoció por la calle, dijo mi nombre y me pidió que le prestase mi cargador de Mac. Se lo dejé y él me pasó un par de entradas para el concierto de António. En cuanto llegué al local, la que estaba en el escenario era Sílvia, que acababa de grabar su primer disco en solitario. Nunca había oído hablar de ella, pero lo que escuché aquella tarde me dejó noqueado: era una versión idealizada de lo que yo mismo quería hacer. La voz, la instrumentación, las melodías, la presencia escénica. Pocos meses después la vi cantando con un pianista en el Gulbenkian de Lisboa y aún me impresionó más”, recuerda. “Cuatro años más tarde, un amigo de Salvador me habló de él después de un concierto en Jamboree”, detalla Sílvia. “Me dijo que conocía a un cantante de jazz portugués que estaba empezando a abrirse paso y al que le gustaba mucho mi música. Me llamaba la atención que hubiese vivido en Barcelona y Palma de Mallorca, así que fui a verlo a un club de Lisboa. Allí, a apenas un par de metros, me encontré con un chico que me pareció jovencísimo y que cantaba maravillosamente, con una sensibilidad, una actitud, un control de la voz, de la posición del cuerpo… Luego nos presentaron y descubrimos que teníamos mucho en común. Así que, en mi siguiente viaje a Lisboa, le invité a cantar conmigo en el Centro Cultural de Belém”.

“Sílvia es generosa con su tiempo”, tercia Salvador, “es cálida, cercana. Cuando está contigo te presta toda su atención, te hace sentir que no querría estar en ninguna otra parte. Sabe estar presente, esa cualidad de la que se habla tanto ahora y que tan poca gente tiene”. “Me alegro de transmitir esa impresión”, responde la catalana. “Salvador suele decirme que le parezco una persona muy centrada y serena, pero lo cierto es que yo más bien tengo la sensación de llevar una vida muy ajetreada. Tolero niveles de estrés muy altos desde hace unos 17 años, cuando fui madre y, en paralelo, mi carrera empezó a arrancar. Pero sí intento cultivar esa paz interior y, sobre todo, centrarme en el instante, en el aquí y el ahora, esta conversación que estoy teniendo con vosotros. Luego ya pensaré que mañana toco en Palma de Mallorca y a continuación tengo que volver para las mezclas del disco”.
En 2017, Sobral ganó el Festival de Eurovisión con una canción tan exquisita, ‘Amar pelos dois’, que casi pareció un abuso presentarla a semejante concurso. Luego pasó por el trance más delicado de su vida, esos meses, entre septiembre de 2017 y febrero de 2018, que pasó en el hospital, estrenando corazón y con la vida pendiendo de un hilo. Al otro lado del túnel le esperaba una carrera musical que estaba arrancando con contundencia y cómplices amigas como Sílvia Pérez Cruz. “Llevábamos ya unos cuantos años pensando en la posibilidad de hacer algo juntos”, explica Salvador, “aunque nos limitábamos a actuaciones esporádicas, porque los dos somos animales de directo y tampoco coincidíamos tan a menudo como nos hubiese gustado. Yo la invitaba a comer cuando grababa disco en Barcelona, y alguna vez insistí en colarla en el estudio para que hiciese unos coros”.

Aseguran que tienen mucho en común: “Para empezar, la afinidad entre nuestras respectivas culturas”, dice Cruz. “Yo soy una lusófila convencida, Lisboa es uno de los lugares donde más disfruto y más acogida me siento y mi hermana lleva 20 años viviendo en el Alentejo, una parte de Portugal que amo. Además, me entusiasma la relación tan especial que tiene Salvador con Cataluña y con la cultura catalana. De todas las maravillosas ciudades en que Jenna y él podrían haber decidido vivir, Lisboa, París, Londres o Nueva York, han elegido Barcelona, es aquí donde han decidido criar a su hija”. Salvador añade: “Jenna y Sílvia se adoran, tienen una comunicación intuitiva, casi telepática, a veces me da hasta un poco de miedo. Y Sílvia es una española que conoce y aprecia muy sinceramente Portugal, su cultura y su gente”. Más allá de eso, Sílvia reconoce en Salvador “una ingenuidad y una autenticidad conmovedoras”. “Es muy sensible, muy emotivo. Se comunica de manera directa y sincera, a corazón abierto”, añade.
“Sílvia también es muy de verdad”, concede su amigo, “al menos conmigo”. En 2023, por fin, grabaron un tema juntos, ‘Em moro’, cuarto movimiento del álbum conceptual de Sílvia Toda la vida, un día: “Para convencerle de que se viniese a cantarlo conmigo solo tuve que darle un argumento: que lo había escrito pensando en él”. Lo grabaron sentados en el suelo a apenas un par de metros del sofá en que conversamos, sobre la alfombra en que dormita ahora mismo la perra de Alberto Pérez, guardiana espiritual del estudio. “Estábamos ahí, a muy poca distancia el uno del otro”, recuerda Salvador, “y se produjo un momento de una intensidad muy rara. Cantábamos mirándonos a los ojos y a duras penas podíamos contener las lágrimas. Hacia el final, los dos desafinamos ligeramente y yo pensé: ‘Qué lástima, era una toma perfecta, pero la acabarán descartando’. Pero la conservaron, porque la intensidad de lo que transmite acabó pesando mucho más que cualquier pequeña imperfección técnica”.
Tras ‘Em moro’, vino ‘Recordarte’, el tema que cantaron al alimón durante la ceremonia de los Goya de 2024. Sonó como acompañamiento musical a las imágenes de los miembros de la Academia de Cine que habían fallecido durante el año. Salvador pensó que su interpretación iba a verse interrumpida una y otra vez por los habituales aplausos de los académicos a sus compañeros caídos. “Pero nadie aplaudió. Nos escucharon en un silencio sobrecogedor, reverente. Hubo algún aplauso esporádico cuando apareció el rostro de algún actor muy popular, pero se silenciaba al instante. La canción es muy corta, pero Sílvia le añadió un arreglo para que llegase a los cerca de siete minutos que duraba el montaje. Fue un momento extraordinario”, recuerda Sobral. Sílvia completa el relato explicando que, al bajarse del escenario, tanto ellos como su acompañante, la chelista Marta Roma, estaban “eufóricos y con ganas de más, mucho más”.
Ese día, según reconocen ahora, empezó a gestarse Sílvia & Salvador. “Para mí, fue fundamental que la iniciativa partiese de Sílvia. Fue la primera que dijo en voz alta: ‘Tenemos que hacer un disco juntos’. Yo no me hubiese atrevido, la respeto demasiado. Pero si Sílvia me dice que salte, solo pregunto hasta dónde”, dice él. “Agradezco los elogios”, responde ella, “pero quiero dejar muy claro que la admiración es mutua, que Salvador ha sido siempre una de las personas con las que más me apetecía tirar adelante un proyecto en común. Además, sin él no hubiese podido hacer un álbum tan ecléctico y políglota como este. Él canta a la perfección en cinco idiomas, coge al vuelo el fraseo y el swing de cada uno. Es como un superpoder: cambia de capa, como Superman, y se convierte en belga, estadounidense, andaluz o mallorquín. Yo aprendo mucho a su lado. Me saca de mi zona de confort y, a la vez, me escucha, me cuida y me tiene en cuenta”.
En estos días de convivencia tan estrecha, con su criatura discográfica en pleno proceso de gestación, Sílvia y Salvador echan de menos “haber tenido la posibilidad de trasnochar, salir de juerga juntos, compartir unos vinos”. Lo que sí han hecho es comer juntos en el gallego de la esquina, hablar de las canciones y de nuestras familias con el caldo y el codillo en la mesa. En unas semanas se van de gira juntos. Para Salvador, es ese ritual, la carretera, compartir un escenario noche tras noche, el que de verdad tiene sentido: “Yo no soy muy de discos. Soy más de directo. Si entro en el estudio de vez en cuando es porque mi agente insiste en ello y porque tengo que dar argumentos a los promotores para que me sigan contratando. Pero la experiencia del directo es, para mí, la verdadera esencia de la música”. “Venga, reconoce que esta vez has disfrutado”, apostilla Sílvia con una sonrisa. “Sí, mucho más de lo habitual. Por la forma en que lo hemos grabado y por la atmósfera que hemos conseguido crear entre todos. Y también porque apenas he tenido que componer, que es algo que suele angustiarme”.
Sílvia considera que editar un álbum en la era de Spotify es un acto de cortesía con los que aún disfrutan escuchando las canciones en un contexto más amplio, conceptual y narrativo, formando parte de un todo, como los capítulos de una novela. “No sé cuántos oyentes así quedarán, pero yo, definitivamente, soy uno de ellos”, dice. Coincide, pese a todo, con Salvador en que el directo es la experiencia musical más genuina y satisfactoria: “Sobre un escenario, dejo de ser yo misma y, a la vez, soy más yo que nunca. Es una sensación muy potente, conectada de manera muy íntima con lo que te decía antes sobre la conciencia de estar aquí ahora”. La gerundense añade: “En un mundo tan individualista como el nuestro, siento que necesitamos rituales que desarrollen en nosotros una conciencia íntima de comunidad, de compartir algo significativo. Pocas cosas me entusiasman tanto como ver a un grupo de personas que tal vez tengan muy poco en común cantando juntas, bailando juntas, conmoviéndose a la vez”.
Mientras posan para el fotógrafo, Sílvia Pérez Cruz canturrea la primera estrofa de un estándar de jazz, ‘Bewitched’, y Salvador Sobral la acompaña al piano. Ha bastado una mirada para que el lisboeta captase al vuelo lo que la gerundense estaba a punto de cantar: “En realidad, somos un poco siameses”, bromea él, “creo que la única cosa importante que Sílvia y yo no compartimos es la pasión por el fútbol”. Hoy, por cierto, se enfrentan en la ida de los octavos de final de la Champions League el Benfica y el Fútbol Club Barcelona, el equipo al que sigue desde la infancia y el de su ciudad de adopción, cuyo himno ya ha empezado a cantar su hija de poco más de dos años: “Estoy un poco nervioso”, reconoce el cantante portugués, “me temo que nos van a pasar por encima. Intento tomarme el fútbol con actitud contemplativa y filosófica, para no llevarme disgustos, pero la verdad es que no lo consigo del todo”. “El fútbol es otro estupendo ritual colectivo”, apunta Cruz. “Sí, pero a ti no te interesa”. “Ya. La verdad es que no”
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