Es 16 de agosto de 1969, Bethel, Nueva York. Festival de Woodstock . El día más trascendental para la carrera de un joven inmigrante mexicano de 22 años recién cumplidos llamado Carlos Santana . Está en el momento adecuado en el lugar adecuado. Nerviosísimo, claro. Llega el momento de subir al escenario y de pronto se le acerca alguien. Es Jerry García , sonriente, cómo no, y lleva algo en la mano. El líder de Grateful Dead extiende el brazo, le dice que abra la boca y suavemente deposita un tripi en su lengua. «No pude decirle que no, no me dio ni tiempo. Además, ¡era Jerry García! Aquello empezó a subir enseguida y me entró el miedo. Me quedé unos segundos bajo el escenario, arrodillado, rezando al Todopoderoso para que me ayudara y todo saliera bien. Al subir y empezar a tocar, mi guitarra se convirtió en una serpiente, una serpiente que no paraba de culebrear en mis manos. ¿Que cómo pude controlar la situación? Me encomendé a Dios, porque él sabía lo que me estaba pasando, y él iluminó mi mente y mis dedos para que pudiera articular mi música. Allí fue donde todos me descubrieron, a Hendrix le encanté, y le encanté a todo el público, que se puso de pie al escucharme porque les traje algo delicioso, picante, muy nutritivo. Aún me da escalofríos pensar en ese día», recuerda el ‘guitar-hero’ 56 años después.Aquella actuación no fue la primera en la que Santana dejó extasiada a la juventud gringa, eso ya había ocurrido en el Fillmore West de San Francisco en 1966, cuando fue prácticamente empujado a las tablas por el promotor Bill Graham para sustituir a Paul Butterfield, incapaz de tocar de lo borracho que iba. Pero en Woodstock, su púa abrió el cielo y su ‘Soul Sacrifice’ elevó hacia lo alto a las hordas hippies en un pentecostés psicodélico de rock latino que le otorgó su página en la historia.El año siguiente publicó su obra maestra y superventas ‘Abraxas’, y aunque mantuvo su condición de leyenda durante las tres décadas siguientes, en las que priorizó la profundización de sus búsquedas de fusión latina y jazzística, el éxito comercial masivo se le resistió hasta 1999, cuando reconquistó el mundo con los treinta millones de copias vendidos de ‘Supernatural’, álbum donde se rodeó hábilmente de estrellas pop del momento para reconectar con el nuevo ‘mainstream’. Un ‘mainstream’ ya radicalmente diferente.Este año ha repetido –más o menos– la fórmula en ‘Sentient’, un disco que recopila viejas colaboraciones con Michael Jackson, Smokey Robinson, Miles Davis, Paolo Rustichelli –«el Quincy Jones europeo», dice el guitarrista de Jalisco–, Darryl ‘DMC’ McDaniels y Cindy Blackman Santana (su mujer, que es la baterista de Lenny Kravitz), entre otros. Sin embargo, serán todos sus grandes clásicos los que protagonizarán la gira española que arranca este sábado en el festival Guitar BCN de Barcelona (Palau Sant Jordi) y que pasará por Madrid (Noches del Botánico, días 28 y 29), Valencia (Marina Norte, día 31), Murcia (Plaza de Toros, 1 de agosto), Marbella (Satélite, 3 de agosto) y Jerez de la Frontera (Tío Pepe Festival, 4 de agosto).—Hace poco hemos perdido a Brian Wilson, a Sly Stone, que también tocó en Woodstock… ¿Cómo se siente cuando le llega la noticia de la muerte de una leyenda de los sesenta?—Mi esposa me dijo el otro día que se había fijado en que en mis entrevistas, siempre digo que los mejores de Woodstock fuimos Sly Stone, Jimi Hendrix y Santana. Ellos ya están en el otro lado, pero yo todavía sigo aquí y más fuerte que nunca gracias a Dios.—La primera canción que aprendió a tocar con la guitarra fue ‘Apache’, ¿verdad?—’Apache’ y ‘Bésame mucho’, por mi padre, que tocaba música de Agustín Lara, el Cole Porter mexicano. También aprendí ‘La cucaracha’, ‘Cielito lindo’ y ‘Guadalajara’, para tocarlas en las cantinas y que me dieran dinero para comer tacos y tomar tequila (risas).—¿Y a día de hoy sigue aprendiendo?—Siempre se aprende algo nuevo. Por ejemplo, quiero que mi próximo disco tenga un toque clásico. Ahorita estoy aprendiendo cosas de Andrés Segovia, ¡música imperial!—En 2019 sacó un disco con Concha Buika, ‘Africa Speaks’, que es realmente increíble. ¿Cómo se conocieron?—Son cosas de Dios, que a veces te pone las personas adecuadas en tu camino. La conocí en San Francisco y no fue una coincidencia, fue el plan de Dios. Es una dama increíble, ella y yo estamos en la misma armonía, sentimos en la misma frecuencia. Me encantó compartir con ella la experiencia africana. Yo siempre he aprendido de los ritmos, los sabores y los colores de África. Yo allí no soy un turista, soy parte de la familia musical del continente. Otros músicos famosos van allí y nadie los reconoce, pero cuando yo voy, la gente sabe quién soy.—¿Qué tienen en común las superestrellas que le acompañan en su nuevo álbum ‘Sentient’?—El rock’n’roll. Porque el rock’n’roll no es sólo Chuck Berry. Para mí el rock’n’roll es Miles Davis, es Michael Jackson, es también Paco de Lucía, Manitas de Plata, y hasta Andrés Segovia. Para mí el rock’n’roll son dos brazos que abrazan a todos los géneros. —¿Cómo está viviendo la situación de los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos?—Ellos nos necesitan a nosotros más que nosotros a ellos. Nosotros les ponemos la comida en la mesa, somos ‘baby-sitters’, obreros… También nos discriminan en la industria musical, porque no hay bandas hispanohablantes en el Rock & Roll Hall of Fame, ¡ni tampoco está José Feliciano, por ejemplo! También nos necesitan musicalmente. Su música sólo viene de Europa, pero la nuestra tiene raíces africanas, nativas centroamericanas y caribeñas, y también viene de la polka checoslovaca y alemana, del vals francés… Hay algo que la gente no sabe, y es que la palabra mariachi viene del francés ‘marriage’, que significa matrimonio: los mariachis eran originalmente músicos de bodas. La mexicana es una música riquísima. Si no fuera por Bob Dylan, la música estadounidense se habría quedado como una calabaza hueca. Él le dio profundidad, y desde entonces la música norteamericana ha estado a la altura de la británica. De hecho, me molesta mucho que se le dé más mérito a los ingleses porque tuvieron a los Beatles, cuando en realidad ellos aprendieron mucho de Bob Dylan, y en buena medida evolucionaron gracias a su influencia. Estados Unidos tuvo a Dylan, y eso equilibró la balanza.—Llegó a trabajar con él, ¿verdad?-Hice una gira europea con él en 1984, y fue muy agradable. Una noche cenó conmigo, y fue un honor. Él sabía que yo lo admiraba y me mostró mucho respeto. Recuerdo que en un momento dado me miró a los ojos y me dijo: «Tú eres el último de los hippies, Carlos. Todos han cambiado, pero tú eres el único que ha mantenido ese espíritu en su trayectoria, esa dignidad, esos principios de paz y amor…».—Malos tiempos para ese eslogan.—¡No, no, no! La Humanidad está lista para graduarse. Estamos listos para recordar que ante todo somos luz, somos divinos. Podemos articular el lenguaje de los ángeles, y podemos manifestar milagros y bendiciones. Como dijo mi gurú Jimi Hendrix, «cuando el poder del amor esté por encima del amor al poder, estaremos preparados para entrar en una nueva era». Este mundo está dominado por gente ignorante, que no tiene luz. Sólo quieren poder. Pero podemos curarnos juntos escuchando música de frecuencia divina. ‘All you need is love’ de los Beatles, ‘One love’ de Bob Marley, ‘Blowin’ in the wind’ de Dylan… hay música que, si la tocamos todos los días, puede cambiar la frecuencia de la Humanidad. Por eso yo estoy planeando hacer un evento mundial, un Woodstock global, para 2027. Ahorita Dios está poniendo todos los elementos en orden para que suceda. Es 16 de agosto de 1969, Bethel, Nueva York. Festival de Woodstock . El día más trascendental para la carrera de un joven inmigrante mexicano de 22 años recién cumplidos llamado Carlos Santana . Está en el momento adecuado en el lugar adecuado. Nerviosísimo, claro. Llega el momento de subir al escenario y de pronto se le acerca alguien. Es Jerry García , sonriente, cómo no, y lleva algo en la mano. El líder de Grateful Dead extiende el brazo, le dice que abra la boca y suavemente deposita un tripi en su lengua. «No pude decirle que no, no me dio ni tiempo. Además, ¡era Jerry García! Aquello empezó a subir enseguida y me entró el miedo. Me quedé unos segundos bajo el escenario, arrodillado, rezando al Todopoderoso para que me ayudara y todo saliera bien. Al subir y empezar a tocar, mi guitarra se convirtió en una serpiente, una serpiente que no paraba de culebrear en mis manos. ¿Que cómo pude controlar la situación? Me encomendé a Dios, porque él sabía lo que me estaba pasando, y él iluminó mi mente y mis dedos para que pudiera articular mi música. Allí fue donde todos me descubrieron, a Hendrix le encanté, y le encanté a todo el público, que se puso de pie al escucharme porque les traje algo delicioso, picante, muy nutritivo. Aún me da escalofríos pensar en ese día», recuerda el ‘guitar-hero’ 56 años después.Aquella actuación no fue la primera en la que Santana dejó extasiada a la juventud gringa, eso ya había ocurrido en el Fillmore West de San Francisco en 1966, cuando fue prácticamente empujado a las tablas por el promotor Bill Graham para sustituir a Paul Butterfield, incapaz de tocar de lo borracho que iba. Pero en Woodstock, su púa abrió el cielo y su ‘Soul Sacrifice’ elevó hacia lo alto a las hordas hippies en un pentecostés psicodélico de rock latino que le otorgó su página en la historia.El año siguiente publicó su obra maestra y superventas ‘Abraxas’, y aunque mantuvo su condición de leyenda durante las tres décadas siguientes, en las que priorizó la profundización de sus búsquedas de fusión latina y jazzística, el éxito comercial masivo se le resistió hasta 1999, cuando reconquistó el mundo con los treinta millones de copias vendidos de ‘Supernatural’, álbum donde se rodeó hábilmente de estrellas pop del momento para reconectar con el nuevo ‘mainstream’. Un ‘mainstream’ ya radicalmente diferente.Este año ha repetido –más o menos– la fórmula en ‘Sentient’, un disco que recopila viejas colaboraciones con Michael Jackson, Smokey Robinson, Miles Davis, Paolo Rustichelli –«el Quincy Jones europeo», dice el guitarrista de Jalisco–, Darryl ‘DMC’ McDaniels y Cindy Blackman Santana (su mujer, que es la baterista de Lenny Kravitz), entre otros. Sin embargo, serán todos sus grandes clásicos los que protagonizarán la gira española que arranca este sábado en el festival Guitar BCN de Barcelona (Palau Sant Jordi) y que pasará por Madrid (Noches del Botánico, días 28 y 29), Valencia (Marina Norte, día 31), Murcia (Plaza de Toros, 1 de agosto), Marbella (Satélite, 3 de agosto) y Jerez de la Frontera (Tío Pepe Festival, 4 de agosto).—Hace poco hemos perdido a Brian Wilson, a Sly Stone, que también tocó en Woodstock… ¿Cómo se siente cuando le llega la noticia de la muerte de una leyenda de los sesenta?—Mi esposa me dijo el otro día que se había fijado en que en mis entrevistas, siempre digo que los mejores de Woodstock fuimos Sly Stone, Jimi Hendrix y Santana. Ellos ya están en el otro lado, pero yo todavía sigo aquí y más fuerte que nunca gracias a Dios.—La primera canción que aprendió a tocar con la guitarra fue ‘Apache’, ¿verdad?—’Apache’ y ‘Bésame mucho’, por mi padre, que tocaba música de Agustín Lara, el Cole Porter mexicano. También aprendí ‘La cucaracha’, ‘Cielito lindo’ y ‘Guadalajara’, para tocarlas en las cantinas y que me dieran dinero para comer tacos y tomar tequila (risas).—¿Y a día de hoy sigue aprendiendo?—Siempre se aprende algo nuevo. Por ejemplo, quiero que mi próximo disco tenga un toque clásico. Ahorita estoy aprendiendo cosas de Andrés Segovia, ¡música imperial!—En 2019 sacó un disco con Concha Buika, ‘Africa Speaks’, que es realmente increíble. ¿Cómo se conocieron?—Son cosas de Dios, que a veces te pone las personas adecuadas en tu camino. La conocí en San Francisco y no fue una coincidencia, fue el plan de Dios. Es una dama increíble, ella y yo estamos en la misma armonía, sentimos en la misma frecuencia. Me encantó compartir con ella la experiencia africana. Yo siempre he aprendido de los ritmos, los sabores y los colores de África. Yo allí no soy un turista, soy parte de la familia musical del continente. Otros músicos famosos van allí y nadie los reconoce, pero cuando yo voy, la gente sabe quién soy.—¿Qué tienen en común las superestrellas que le acompañan en su nuevo álbum ‘Sentient’?—El rock’n’roll. Porque el rock’n’roll no es sólo Chuck Berry. Para mí el rock’n’roll es Miles Davis, es Michael Jackson, es también Paco de Lucía, Manitas de Plata, y hasta Andrés Segovia. Para mí el rock’n’roll son dos brazos que abrazan a todos los géneros. —¿Cómo está viviendo la situación de los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos?—Ellos nos necesitan a nosotros más que nosotros a ellos. Nosotros les ponemos la comida en la mesa, somos ‘baby-sitters’, obreros… También nos discriminan en la industria musical, porque no hay bandas hispanohablantes en el Rock & Roll Hall of Fame, ¡ni tampoco está José Feliciano, por ejemplo! También nos necesitan musicalmente. Su música sólo viene de Europa, pero la nuestra tiene raíces africanas, nativas centroamericanas y caribeñas, y también viene de la polka checoslovaca y alemana, del vals francés… Hay algo que la gente no sabe, y es que la palabra mariachi viene del francés ‘marriage’, que significa matrimonio: los mariachis eran originalmente músicos de bodas. La mexicana es una música riquísima. Si no fuera por Bob Dylan, la música estadounidense se habría quedado como una calabaza hueca. Él le dio profundidad, y desde entonces la música norteamericana ha estado a la altura de la británica. De hecho, me molesta mucho que se le dé más mérito a los ingleses porque tuvieron a los Beatles, cuando en realidad ellos aprendieron mucho de Bob Dylan, y en buena medida evolucionaron gracias a su influencia. Estados Unidos tuvo a Dylan, y eso equilibró la balanza.—Llegó a trabajar con él, ¿verdad?-Hice una gira europea con él en 1984, y fue muy agradable. Una noche cenó conmigo, y fue un honor. Él sabía que yo lo admiraba y me mostró mucho respeto. Recuerdo que en un momento dado me miró a los ojos y me dijo: «Tú eres el último de los hippies, Carlos. Todos han cambiado, pero tú eres el único que ha mantenido ese espíritu en su trayectoria, esa dignidad, esos principios de paz y amor…».—Malos tiempos para ese eslogan.—¡No, no, no! La Humanidad está lista para graduarse. Estamos listos para recordar que ante todo somos luz, somos divinos. Podemos articular el lenguaje de los ángeles, y podemos manifestar milagros y bendiciones. Como dijo mi gurú Jimi Hendrix, «cuando el poder del amor esté por encima del amor al poder, estaremos preparados para entrar en una nueva era». Este mundo está dominado por gente ignorante, que no tiene luz. Sólo quieren poder. Pero podemos curarnos juntos escuchando música de frecuencia divina. ‘All you need is love’ de los Beatles, ‘One love’ de Bob Marley, ‘Blowin’ in the wind’ de Dylan… hay música que, si la tocamos todos los días, puede cambiar la frecuencia de la Humanidad. Por eso yo estoy planeando hacer un evento mundial, un Woodstock global, para 2027. Ahorita Dios está poniendo todos los elementos en orden para que suceda.
Es 16 de agosto de 1969, Bethel, Nueva York. Festival de Woodstock. El día más trascendental para la carrera de un joven inmigrante mexicano de 22 años recién cumplidos llamado Carlos Santana. Está en el momento adecuado en el lugar adecuado. Nerviosísimo, claro. … Llega el momento de subir al escenario y de pronto se le acerca alguien. Es Jerry García, sonriente, cómo no, y lleva algo en la mano. El líder de Grateful Dead extiende el brazo, le dice que abra la boca y suavemente deposita un tripi en su lengua. «No pude decirle que no, no me dio ni tiempo. Además, ¡era Jerry García! Aquello empezó a subir enseguida y me entró el miedo. Me quedé unos segundos bajo el escenario, arrodillado, rezando al Todopoderoso para que me ayudara y todo saliera bien. Al subir y empezar a tocar, mi guitarra se convirtió en una serpiente, una serpiente que no paraba de culebrear en mis manos. ¿Que cómo pude controlar la situación? Me encomendé a Dios, porque él sabía lo que me estaba pasando, y él iluminó mi mente y mis dedos para que pudiera articular mi música. Allí fue donde todos me descubrieron, a Hendrix le encanté, y le encanté a todo el público, que se puso de pie al escucharme porque les traje algo delicioso, picante, muy nutritivo. Aún me da escalofríos pensar en ese día», recuerda el ‘guitar-hero’ 56 años después.
Aquella actuación no fue la primera en la que Santana dejó extasiada a la juventud gringa, eso ya había ocurrido en el Fillmore West de San Francisco en 1966, cuando fue prácticamente empujado a las tablas por el promotor Bill Graham para sustituir a Paul Butterfield, incapaz de tocar de lo borracho que iba. Pero en Woodstock, su púa abrió el cielo y su ‘Soul Sacrifice’ elevó hacia lo alto a las hordas hippies en un pentecostés psicodélico de rock latino que le otorgó su página en la historia.
El año siguiente publicó su obra maestra y superventas ‘Abraxas’, y aunque mantuvo su condición de leyenda durante las tres décadas siguientes, en las que priorizó la profundización de sus búsquedas de fusión latina y jazzística, el éxito comercial masivo se le resistió hasta 1999, cuando reconquistó el mundo con los treinta millones de copias vendidos de ‘Supernatural’, álbum donde se rodeó hábilmente de estrellas pop del momento para reconectar con el nuevo ‘mainstream’. Un ‘mainstream’ ya radicalmente diferente.
Este año ha repetido –más o menos– la fórmula en ‘Sentient’, un disco que recopila viejas colaboraciones con Michael Jackson, Smokey Robinson, Miles Davis, Paolo Rustichelli –«el Quincy Jones europeo», dice el guitarrista de Jalisco–, Darryl ‘DMC’ McDaniels y Cindy Blackman Santana (su mujer, que es la baterista de Lenny Kravitz), entre otros. Sin embargo, serán todos sus grandes clásicos los que protagonizarán la gira española que arranca este sábado en el festival Guitar BCN de Barcelona (Palau Sant Jordi) y que pasará por Madrid (Noches del Botánico, días 28 y 29), Valencia (Marina Norte, día 31), Murcia (Plaza de Toros, 1 de agosto), Marbella (Satélite, 3 de agosto) y Jerez de la Frontera (Tío Pepe Festival, 4 de agosto).
—Hace poco hemos perdido a Brian Wilson, a Sly Stone, que también tocó en Woodstock… ¿Cómo se siente cuando le llega la noticia de la muerte de una leyenda de los sesenta?
—Mi esposa me dijo el otro día que se había fijado en que en mis entrevistas, siempre digo que los mejores de Woodstock fuimos Sly Stone, Jimi Hendrix y Santana. Ellos ya están en el otro lado, pero yo todavía sigo aquí y más fuerte que nunca gracias a Dios.
—La primera canción que aprendió a tocar con la guitarra fue ‘Apache’, ¿verdad?
—’Apache’ y ‘Bésame mucho’, por mi padre, que tocaba música de Agustín Lara, el Cole Porter mexicano. También aprendí ‘La cucaracha’, ‘Cielito lindo’ y ‘Guadalajara’, para tocarlas en las cantinas y que me dieran dinero para comer tacos y tomar tequila (risas).
—¿Y a día de hoy sigue aprendiendo?
—Siempre se aprende algo nuevo. Por ejemplo, quiero que mi próximo disco tenga un toque clásico. Ahorita estoy aprendiendo cosas de Andrés Segovia, ¡música imperial!
—En 2019 sacó un disco con Concha Buika, ‘Africa Speaks’, que es realmente increíble. ¿Cómo se conocieron?
—Son cosas de Dios, que a veces te pone las personas adecuadas en tu camino. La conocí en San Francisco y no fue una coincidencia, fue el plan de Dios. Es una dama increíble, ella y yo estamos en la misma armonía, sentimos en la misma frecuencia. Me encantó compartir con ella la experiencia africana. Yo siempre he aprendido de los ritmos, los sabores y los colores de África. Yo allí no soy un turista, soy parte de la familia musical del continente. Otros músicos famosos van allí y nadie los reconoce, pero cuando yo voy, la gente sabe quién soy.
—¿Qué tienen en común las superestrellas que le acompañan en su nuevo álbum ‘Sentient’?
—El rock’n’roll. Porque el rock’n’roll no es sólo Chuck Berry. Para mí el rock’n’roll es Miles Davis, es Michael Jackson, es también Paco de Lucía, Manitas de Plata, y hasta Andrés Segovia. Para mí el rock’n’roll son dos brazos que abrazan a todos los géneros.
—¿Cómo está viviendo la situación de los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos?
—Ellos nos necesitan a nosotros más que nosotros a ellos. Nosotros les ponemos la comida en la mesa, somos ‘baby-sitters’, obreros… También nos discriminan en la industria musical, porque no hay bandas hispanohablantes en el Rock & Roll Hall of Fame, ¡ni tampoco está José Feliciano, por ejemplo! También nos necesitan musicalmente. Su música sólo viene de Europa, pero la nuestra tiene raíces africanas, nativas centroamericanas y caribeñas, y también viene de la polka checoslovaca y alemana, del vals francés… Hay algo que la gente no sabe, y es que la palabra mariachi viene del francés ‘marriage’, que significa matrimonio: los mariachis eran originalmente músicos de bodas. La mexicana es una música riquísima. Si no fuera por Bob Dylan, la música estadounidense se habría quedado como una calabaza hueca. Él le dio profundidad, y desde entonces la música norteamericana ha estado a la altura de la británica. De hecho, me molesta mucho que se le dé más mérito a los ingleses porque tuvieron a los Beatles, cuando en realidad ellos aprendieron mucho de Bob Dylan, y en buena medida evolucionaron gracias a su influencia. Estados Unidos tuvo a Dylan, y eso equilibró la balanza.
—Llegó a trabajar con él, ¿verdad?
-Hice una gira europea con él en 1984, y fue muy agradable. Una noche cenó conmigo, y fue un honor. Él sabía que yo lo admiraba y me mostró mucho respeto. Recuerdo que en un momento dado me miró a los ojos y me dijo: «Tú eres el último de los hippies, Carlos. Todos han cambiado, pero tú eres el único que ha mantenido ese espíritu en su trayectoria, esa dignidad, esos principios de paz y amor…».
—Malos tiempos para ese eslogan.
—¡No, no, no! La Humanidad está lista para graduarse. Estamos listos para recordar que ante todo somos luz, somos divinos. Podemos articular el lenguaje de los ángeles, y podemos manifestar milagros y bendiciones. Como dijo mi gurú Jimi Hendrix, «cuando el poder del amor esté por encima del amor al poder, estaremos preparados para entrar en una nueva era». Este mundo está dominado por gente ignorante, que no tiene luz. Sólo quieren poder. Pero podemos curarnos juntos escuchando música de frecuencia divina. ‘All you need is love’ de los Beatles, ‘One love’ de Bob Marley, ‘Blowin’ in the wind’ de Dylan… hay música que, si la tocamos todos los días, puede cambiar la frecuencia de la Humanidad. Por eso yo estoy planeando hacer un evento mundial, un Woodstock global, para 2027. Ahorita Dios está poniendo todos los elementos en orden para que suceda.
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