A las dos de la tarde del pasado martes, el teatro Príncipe Gran Vía de Madrid, donde se graba del tirón La revuelta para emitirse, convenientemente editado, después del telediario de Televisión Española, bullía de gente haciendo cosas: reunión de guionistas en el sótano, pruebas de cámara en la grada y el escenario, y algunos de los integrantes del público merodeando ya por los alrededores, ansiosos porque empezara el espectáculo, aunque las puertas no abren hasta las 17.00. Al entrar, al primero que se van a encontrar es a Sergio Bezos, el encargado de animarlos y seleccionar a los más y menos graciosos. Así, cuando Broncano hace su aparición estelar, el respetable ya está dispuesto a darlo todo. Pero nosotros charlamos antes de todo eso, en el camerino de Bezos, un chiscón minúsculo lleno de trastos y cachivaches, con un cartel gigantesco celebrando su reciente premio Ondas. Esta fue la conversación. Las dos primeras preguntas las contestó tres días después, por teléfono, tras el incidente por el que el programa rival, El hormiguero, frustró la entrevistas de un invitado de La revuelta justo antes de salir a escena.
DE LOS BEZOS DE TODA LA VIDA
Sergio Bezos (Móstoles, Madrid, 34 años) es, según autodefinición, un «culo inquieto». Estudió Comunicación Audiovisual y tres años de saxo en el Conservatorio y cursó tres másters a la vez que trabajó de documentalista en El objetivo y en First Dates. Pero su auténtica vocación, la comedia, tiraba más fuerte y le ha llevado a una carrera de actuaciones en bares y auditorios que ha culminado, de momento, con su papel de alma del público antes y durante el show de La revuelta.
El cómico, de 34 años, encargado de calentar al público en el programa de David Broncano, cree que su humor se basa en la naturalidad y la falta de pretensiones: “Sí, he podido madurar, pero tampoco he querido”
A las dos de la tarde del pasado martes, el teatro Príncipe Gran Vía de Madrid, donde se graba del tirón La revuelta para emitirse, convenientemente editado, después del telediario de Televisión Española, bullía de gente haciendo cosas: reunión de guionistas en el sótano, pruebas de cámara en la grada y el escenario, y algunos de los integrantes del público merodeando ya por los alrededores, ansiosos porque empezara el espectáculo, aunque las puertas no abren hasta las 17.00. Al entrar, al primero que se van a encontrar es a Sergio Bezos, el encargado de animarlos y seleccionar a los más y menos graciosos. Así, cuando Broncano hace su aparición estelar, el respetable ya está dispuesto a darlo todo. Pero nosotros charlamos antes de todo eso, en el camerino de Bezos, un chiscón minúsculo lleno de trastos y cachivaches, con un cartel gigantesco celebrando su reciente premio Ondas. Esta fue la conversación. Las dos primeras preguntas las contestó tres días después, por teléfono, tras el incidente por el que el programa rival, El hormiguero, frustró la entrevistas de un invitado de La revuelta justo antes de salir a escena.
¿A quién quiere más, a David Broncano o a Pablo Motos?
No puedo elegir. A David le quiero, trabajo con él y es mi amigo. A Pablo no le conozco, pero también he sido espectador de El hormiguero, y es un buen programa. Nosotros, el lunes, volveremos a hacer chistes. Tampoco es que sepamos hacer muchas más cosas.
¿Hay mucho culto al líder en La revuelta?
A ver, David Broncano es una persona que destaca porque es muy listo, pero lo mejor de él es que escucha a todo el mundo, a gente tan lista como él. Entonces es doblemente listo. Ahí lo dejo.
David Broncano es una persona que destaca porque es muy listo, pero lo mejor de él es que escucha a todo el mundo, a gente tan lista como él”
Se apellida Bezos, ¿le toca algo Jeff Bezos, el dueño de Amazon?
Pues vas a flipar, pero lo mismo sí. Mi abuelo y su abuelo paterno, el padre de su padre adoptivo, son del mismo pueblo: Villafrechós, en Valladolid. El abuelo de Jeff emigró a Cuba, y el mío, no, pero, vamos, que tampoco somos tantos Bezos en España, unos 1.000, y puede que seamos primos cuartos o quintos.
Demasiados para repartir la herencia.
Con que me toque un 0,0000001% de la pasta de Jeff, me conformo. Pero ya he tenido ofertas. Cuando Amazon solo vendía libros, me contactó por Facebook una prima directa suya, una señora cubana que vive en Estados Unidos y que escribe poesía anticastrista, diciéndome que en España no vendía muchos libros y que si yo, que era famosete, la ayudaba a promocionarlos, me pagaba. Le respondí que gracias, pero que, justo, el perfil de mis amigos igual no era muy anticastrista. La tía se cabreó y me quitó la amistad en Facebook.
¿Qué cosas no le hacen gracia?
Pues es que yo voy evolucionando. He cambiado mucho en el último año. Yo he crecido con Aída, y he mamado cosas fuertes, pero me estoy replanteando las cosas.
O sea, que ha entrado en usted la corrección política.
Bueno, imagino que sí. Cuando empezaba actuando en bares, experimenté con todo. He hecho chistes de todo. Al principio te apetece mucho innovar, ir al límite, decir barbaridades, probar. Pero, ahora, pienso: ¿es necesario? A lo mejor ya no me gusta ese estilo. El racismo, por ejemplo. A veces, el público suelta barbaridades y mi papel es surfearlo y encauzar la conversación hacia otros terrenos sin regañar a nadie. En esto hay que entender que tu punto de vista no es el único.
Tiene 34 años. ¿Se considera un chico, un hombre, un chaval?
Pues soy medio adolescente, joven. Pero es que en mi generación no hemos podido ser adultos antes. La gente de mi edad, mis amigos de Móstoles, por ejemplo, solo un 1% se está comprando un piso ahora. No han tenido estabilidad laboral. No hemos podido jugar a ser adultos todavía.
¿Sigue viviendo en Móstoles?
No, vivo en Madrid. Me mudé con 27 años. Al principio compartí piso, pero mis padres me ayudaron a comprarme uno, y sé que soy un privilegiado. No tengo que ver con nadie que me rodea ni soy ejemplo de mi generación.
Entonces, usted sí que ha podido ser adulto.
Sí, aunque tampoco he querido. La verdad es que soy muy joven, soy infantil en el sentido de que no he tenido prisa para hacer ciertas cosas. Y luego está la comedia, que también es un trabajo que te permite ser inmaduro, porque eso es gracioso. No es como trabajar en una oficina, que a lo mejor el propio entorno te obliga a madurar. Aquí parecemos todos tontos, la verdad.
Pero detrás de esa tontería habrá curro, ¿no?
Sí, sí, sí. La verdad es que yo nunca he rechazado un trabajo. He trabajado desde becario de documentalista en El objetivo, de Ana Pastor, hasta de logger en First Dates. Transcribía lo que se decían los que iban a buscar pareja en las citas. Yo acababa de romper con mi pareja de cuatro años y me acuerdo de teclear viendo cómo la gente encontraba el amor de su vida. Lo pasé fatal. Luego se me pasó, pero hubo unos mesecillos duros, y, encima, no ligué.
¿Por qué es tan entusiasta el público de La revuelta?
A ver, en un show de comedia la gente va a pasárselo bien. Lo que sí noto de único en este programa es que se colectiviza mucho la energía. La gente viene como muy individual, cada uno con su movida a cuestas, y, de repente, la energía se hace de todos, y, aunque sean doctores y doctoras, acaban siendo todos igual de tontos.
Soy como una especie de radiador que te pones a los pies y te hace sentirte calentito. Como que no molesto, y tampoco quieres que te dé mucho la chapa, pero hago cálido el programa”
¿Por qué cree que ocurre eso?
Pues porque la gente viene con muchas ganas, el programa les gusta mucho, y les hace muchísima ilusión venir a verlo. La revuelta es un poco el Cortylandia de los niños mayores. Creo que hay muchas ganas de reír, de desconectar un poco de la rutina. Yo me lo paso muy bien en mi trabajo, pero, normalmente, en el día a día, la gente no se ríe tanto. Muchas veces, al acabar, me dicen que hacía mucho que no se reían tanto. Cambian su actitud vital aunque sea un ratito, y eso se nota.
¿Por qué pone esos ojitos a la cámara? ¿Qué cree que transmite?
Por lo que me está llegando, creo que parezco un buen nieto. Hay muchas amigas, y chicas del público, que me dicen que su madre, o su abuela, me quieren adoptar, que les encanto. Entonces, bueno, supongo que transmito buen rollo, no sé, como soy tranquilo, supongo que soy como una especie de radiador que te pones a los pies y te hace sentirte calentito. Como que no molesto, y tampoco quieres que te dé mucho la chapa, pero hago cálido el programa.
O sea, que, en La revuelta tampoco liga.
Me cuentan mis amigos que es difícil conocer a alguien: o alguien te presenta a alguien, o de casualidad. Yo es que aquí, en Madrid, me relaciono mucho con mi entorno, somos la mayoría cómicos, guionistas, y tenemos horarios diferentes. Menos mal que tengo otros grupos de amigos que son como la salvación, porque si no estaría todo el día hablando de curro, y por mucho que nuestro curro sea el chiste, al final es curro.
Mi plan B era el máster del profesorado que hice para ser profesor de música en un instituto”
¿Tiene un plan B por si deja de ser gracioso?
Bueno, mi plan B era el máster del profesorado que hice para ser profesor de música en un instituto, por ejemplo. O sea, que la enseñanza podría ser mi plan B perfectamente. Ahora estoy aquí, pero, justo en este sector, el audiovisual, el currículo da igual, no importa en absoluto. Es todo muy efímero. A lo mejor este programa dentro de dos años no está y por haber estado aquí no quiere decir nada.
No me diga que tiene síndrome del impostor.
No, porque me gusta mucho lo que hago y justo en el papel que tengo aquí creo que lo hago bien. Estoy contento, y me lo curro mucho. Pienso, reflexiono, cambio cosas. Cuando sí lo he podido tener es cuando toco el saxofón, que más que tocarlo, lo soplo. Estudié unos años en el Conservatorio, pero, al pasar del grado elemental al superior me catearon Teoría, y, aunque saqué un 9,5 en saxo, me echaron del Conservatorio. Volví a entrar y, ya a los años, me empezó a gustar mucho el jazz y seguí estudiando por mi cuenta. Aquí me han puesto a tocar y me siento superimpostor, pero muchas veces, la percepción que tengo de mí mismo no se corresponde con la realidad.
¿Tiende a creer a quienes le critican o quienes le halagan?
Tengo ego, pero muy controlado. Me lo dijo David desde el primer día. Da igual cómo lo hagas hoy, porque mañana lo tienes que hacer otra vez. Tú siempre vas a intentar que sea lo mejor, y si no lo consigues, pues mañana lo vuelves a intentar.
¿Ha ido al psicólogo para lo del ego?
Sí, para trabajar algunas cosas que creía que me remaban en contra, y luego tengo amigos, buenos amigos. Mi compañero Pablo Ibarburu, por ejemplo, me da mis buenas chapitas. Y luego David, que también es muy buen compañero, de escucharte, de llamarte por teléfono: los amigos son importantes.
¿Qué opina de quienes llaman generación de cristal a los jóvenes?
No sé si estoy muy de acuerdo con eso. Creo que es más bien una generación que se está atreviendo a contar sus sentimientos. Si revisas las anteriores, la única diferencia es que no se han cuidado, no han tenido la posibilidad de gestionar sus emociones. Yo veía a mi abuelo, por ejemplo, y muy feliz no ha sido, y encima, no ha tenido ayuda para expresar ciertas emociones. En cambio, las generaciones más jóvenes tienen empatía y capacidad de contar sentimientos, es supersana. La mía no la hemos tenido del todo, pero vamos aprendiendo. No veo gente especialmente más frágil, es exactamente igual, lo que pasa es que no le preocupa contar sus sentimientos.
Las generaciones más jóvenes tienen empatía y capacidad de contar sentimientos”
¿No se cansa de ser el gracioso del grupo?
A ver, soy un poco disparatado y, en general, me lo paso bien en todas partes, pero a veces me canso, y lo que quiero es escuchar al resto y ver qué pasa ahí. Aunque, vamos, es que está guapo mi curro, es que mola, a mí me gusta mucho. Entonces, cuando empiezas con la tontería, se te va pasando todo.
Habla todo el rato de “tontería” al referirse a su humor. ¿Nos damos demasiada importancia?
Sí, eso pasa mucho. A mucha gente le pasa que quiere molar todo el rato, y creo que asumir que también somos la mierda está bastante guay también. Hay veces que te apetece reírte de algo más inteligente o de una situación concreta, o de un contraste, hay muchos momentos para elegir qué te apetece o qué te hace gracia, y luego está la típica risa esa primaria, al final nos reímos casi todos de lo mismo.
Mucha gente quiere molar todo el rato, y creo que asumir que también somos la mierda está bastante guay también”
¿A veces el público es más gracioso que los cómicos del escenario?
La gente es increíble sin quererlo. Cuando alguien intenta llamar la atención para que le saquen en el programa, es un fracaso. La clave del público es que es muy natural. A la gente le gusta esa transparencia, y la transmite. Entonces, a veces hay gente que quiere epatar con un chiste y no arranca una risa y, al revés, gente que no quiere participar, o es tímida, y que ya a nivel gestual transmite tanta naturalidad que lo sacamos.
¿Ha llorado alguna vez en el programa?
Pues sí, yo es que soy muy sensible, y si veo llorar a alguien, lloro. El año pasado, en La resistencia, hubo una chica que contó que se iba a morir en 5 años y que quería pasárselos muy bien y me impresionó eso tan radical. Y después de eso, ponte a hacer chistes.
¿Le han llamado alguna vez cursi?
No, pero, en mi adolescencia, viniendo de Móstoles, flipas. Fui a un cole de integración porque tengo una hermana con una discapacidad, y pase de un cole en que la cosa era “Vamos a ayudar a una persona en silla de ruedas” a otro en el que la cosa era “A ver a quién dejamos en silla de ruedas”. Fue un arco de transformación brutal.
¿Sufrio bullying?
En que en mi instituto no había bullying porque era todo el rato vamos a romper el sistema. Entonces, si había que tirar el mobiliario por la ventana, se hacía. Yo nunca hacía nada, yo estaba ahí, en clase, flipando. Pero bueno, considero que he vivido en un entorno que no era el mío y cuando vas creciendo y evolucionando, vas encontrando tu círculo.
¿Se está haciendo rico con La revuelta?
A ver, me está yendo bien, pero tampoco tengo yo un tren de vida especial: no hago mucho, no hago viajes locos. Además, tampoco te creas que me va tan, tan bien. Ojalá pronto lo note y diga, madre mía, qué de pasta tengo, pero, vamos, en principio, me mantengo.
Pues voy con las preguntas clásicas de Broncano: ¿dinero en el banco?
Más que el año pasado y menos que el próximo.
¿Relaciones sexuales en el último mes?
Más que el mes pasado y menos que el próximo.
Venga ya.
Esa pregunta, y llevo muchos programas escuchándola, es igual de incómoda para todo el mundo. Y esa es precisamente su gracia.
DE LOS BEZOS DE TODA LA VIDA
Sergio Bezos (Móstoles, Madrid, 34 años) es, según autodefinición, un «culo inquieto». Estudió Comunicación Audiovisual y tres años de saxo en el Conservatorio y cursó tres másters a la vez que trabajó de documentalista en El objetivo y en First Dates. Pero su auténtica vocación, la comedia, tiraba más fuerte y le ha llevado a una carrera de actuaciones en bares y auditorios que ha culminado, de momento, con su papel de alma del público antes y durante el show de La revuelta.
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