Sergio Peris-Mencheta (Madrid, 1975) camina despacio. Se mueve despacio. Posa ante la cámara sin quitarse el sombrero –«es mi ‘outfit’ actual», sonríe– y se sienta. Hay serenidad en su mirada y en sus palabras, que se apasionan cuando hablan de teatro –«sí, me da subidón», reconoce– y del estreno en los Teatros del Canal de ‘Blaubeeren’, una obra de Moisés Kaufman y Amanda Gronich que él ha dirigido. Concide el estreno con la publicación de ‘730 días’ (Planeta), un libro en el que Peris-Mencheta cuenta el viaje y sus vivencias de la leucemia y el transplante de médula que ha atravesado en ese tiempo. «Me pareció que podía ser algo bueno en lo que apoyarse, centrarse y revisar, pero quería saber si tendría las fuerzas suficientes para escribir». Las tuvo, y se dio cuenta de que era un trabajo que, igual que los ensayos de una obra de teatro, me subía la vibración, me encontraba muy a gusto; tenía momentos de mucho dolor, y vi que tenía un desván, pero entrar en él ha sido muy saludable para mí a nivel terapéutico, espiritual, y emocional».Ha escrito el libro, confiesa, para él mismo y le ha servido, primero, «para hablar con el niño que fui, con la persona que ha vivido y superado esta enfermedad, y el que ahora está lidiando con los dolores. También para hablar con papá y con mamá». Y es que diríase que el actor y director tenía una cuenta pendiente con su padre –que falleció hace años víctima también de la leucemia–, a quien culpaba de una excesiva «exigencia conmigo mismo y de una falta de autoestima, que me llevaban a sentirme un fraude permanentemente y a creerme más una crítica negativa que una positiva». Pero el libro es un agradecimiento «a la ciencia por todo lo que ha hecho por salvarme la vida; a mi papá y a mi mamá por todo lo bueno y lo no tan bueno; y a esta enfermedad. No me cambio por el que era antes ni de coña. No le recomiendo a nadie pasar lo que yo he pasado, pero lo he pasado y lo quiero aprovechar».—Se puede decir que es usted el mismo, pero una versión 2.0…—No lo sé, pero sí sé que ahora me fijo en otras cosas, que me tomo todo con mucha más calma, y principalmente que escucho a mi cuerpo. 700 días después me sigue doliendo todo, incluso más que antes, porque la recuperación es más dura de llevar que el propio proceso. Y eso me hace estar en contacto con el presente; me toco, me acaricio, me masajeo… Y estoy aquí hablando con usted y no pienso en si voy a quedar bien o mal.«Ahora me fijo en otras cosas, me tomo todo con mucha más calma, y principalmente escucho a mi cuerpo. 700 días después me sigue doliendo todo, incluso más que antes, porque la recuperación es más dura de llevar que el propio proceso»—¿Y cuál es su situación actual clínicamente?—Voy al hospital cada dos semanas para que me hagan analíticas y renovar la medicación. Lo que estoy tomando me inmunodeprime y me tiene muy expuesto a según qué temperaturas, al sol, y tiene unos efectos secundarios que provoca que me duelan los tobillos, las articulaciones en general, las rodillas, las muñecas, que tenga las manos hinchadas… Cada tanto aparece un nuevo bicho al que enfrentarse y con el que convivir unos días. En resumen, estoy ahora mismo en observación.—¿Y de moral?—La tengo casi toda. Lo que no tengo es toda la energía que me gustaría que, por otro lado, no me vendría bien tenerla. Me toca ir paso a paso y aprender de esta experiencia.—Su familia ha sido básica.—Sí, especialmente Marta [Marta Solaz, su mujer], que no se ha separado de mí en ningún momento. Ha estado las veinticuatro horas conmigo, durmiendo en un sillón durante un mes y pico, yendo a todas las revisiones conmigo, esperándome en la sala de espera en cualquiera de los tratamientos que me han hecho. Lo hacíamos juntos todo. Vinieron mis suegros a Los Ángeles a cuidar de los niños, y ha estado conmigo todo el tiempo. Sergio ha echado mucho de menos, confiesa, Madrid. «Mucho, mucho… Y el teatro. Yo sabía que lo amaba, pero no tanto. Me he dado cuenta de lo importante que es también para mi salud y lo importante que es que lo haga sin presión, sin prisa, sin autoexigencia, sin crítico interno. Ahora pienso en mí, en pasármelo bien en el proceso de ensayos; en respirar y en dejar en paz a los actores y que respiren también. Yo he sido el mayor crítico conmigo mismo, pero ahora lo estoy jubilando».—¿Es ahora más indulgente, más compasivo?—Eso es, compasivo… Compasivo. Sin perder de vista que he tenido la suerte de dirigir sin presión porque no dependía de ella para vivir; yo gano el dinero actuando, no dirigiendo. Eso ha sido una bendición, me ha calmado mucho. No puedo todavía actuar porque no me responde el cuerpo ni tengo la energía que requiere… Pero dirigir me cambia la vibración, entro en un mundo que muchas veces me ha abducido totalmente. Y ahora siento que las cosas fluyen solas y se van colocando. Siempre ha sido así, pero con un crítico interior y un infravalorador interno representado durante muchos años papá; pero lo tengo tan integrado que yo soy mi propio enemigo.«Ahora siento que las cosas fluyen solas y se van colocando. Siempre ha sido así, pero con un crítico interior y un infravalorador interno representado durante muchos años papá; pero lo tengo tan integrado que yo soy mi propio enemigo»—¿Pensó mucho en su padre cuando te diagnosticaron?—Tanto mi padre como mi abuelo murieron de leucemia y, de hecho, di por sentado que era genético. Pero no, ni genético ni hereditario. Pero supongo que la propensión a autocastigarse sí lo es, porque me consta que mi padre era muy autocrítico también, que mi abuelo lo era con mi padre y que también supongo que lo sería consigo mismo. Y yo estoy haciendo un esfuerzo ímprobo por no serlo con mis hijos.—¿Y ahora incluso más?—Ellos son mis maestros, aprendo un montón de ellos todos los días.—¿Ha redescubierto a sus amigos, a quiénes lo eran de verdad y quiénes no?—Muchos de mis amigos queridos me dieron por muerto; y no sólo amigos, incluso familiares que conocían mis antecedentes. Hubo a quien les costó más mandarme un mensaje –aunque yo no leía los mensajes, los leía Marta– y estar cerca muy a su pesar, y lo entiendo. De lo que sí que me he dado cuenta es de qué tipo de persona me quita mucha energía. Pero no porque sea mala gente ni porque me quieran mal, sino porque es gente con la que, en el estado en el que estoy, no puedo estar; por lo menos ahora, a lo mejor en un futuro sí. Ahora estoy en la etapa del no esfuerzo, de que las cosas se colocan solas sin que yo tenga que empujarlas.—¿Y cuándo se sintió preparado para volver a dirigir teatro?—La distancia entre ‘Cielos’ y ‘14.4’, que dirigí ya enfermo, es la que siempre ha habido entre todos mis montajes. No hubo un momento en que decidiera no puedo dirigir, en que me dirigiera a mí mismo. De hecho, el documental que hemos rodado Marta y yo, que se estrenará este año, y que habla de cómo lo creativo ayuda a lo curativo, empieza con un mensaje de mi socia, de Nuria, diciéndome qué hacemos con ‘14.4’. «No podemos parar; yo estoy enfermo pero no estoy muerto, así que creo que hay que hacerlo».Sergio Peris-Mencheta cuenta uno de los ensayos, desde el hospital y a través de Zoom, de ‘14.4’, un monólogo protagonizado por Ahmed Younoussi. «Yo estaba con el gotero en la habitación montando una escena. Señalé a cama y le dije que era la pasarela que le conducía al público. No se lo dije, en realidad, se lo mimé porque no tenía voz. Marta me traducía. La pared era otro elemento, y lo señalaba con el bastón; esa escena está montada agarrado al suero justo después del trasplante, no tenía ni fuerzas, pero de repente me levanté y monté toda la escena. Seguimos ensayando y después caí rendido. Pero en ese momento yo había revivido».—¿Cómo le han ayudado el teatro y el libro?—Y el documental… Han influido de maneras distintas; el teatro ha influido más en lo creativo, de cómo me activo, y el documental era por la necesidad de contar esta historia y decir que había otros que estaban pasando lo mismo que yo. El libro también quiere decirles que no están solos; yo, a pesar de estar muy bien rodeado, me sentía rematadamente solo. El libro y el documental tienen un propósito divulgativo pero desde la experiencia; no pretendo dar ninguna lección ni hablar de la leucemia.«Una de las cosas que han cambiado en mí en cuanto a la interpretación es que no quiero volver a ser el tío que se sube a un caballo y se pone una armadura, aunque esté bien físicamente»—¿Y se ha sentido culpable en algún momento de estar enfermo?—No sé si es culpable la palabra, me he sentido quizás más responsable de poder dejar a mis hijos solos, a mi chica sola; de no despedirme de mis seres queridos, de mis amigos, porque estaban a 9.000 kilómetros. Quedarme en Estados Unidos era la mejor decisión que podía tomar, yo no estaba en condiciones de coger un avión y venir a España. Me abrazó la sanidad americana porque gracias al sindicato de actores no tuve que pagar. Si no, habría sido… Ojo, habría sido lo mismo que aquí. Hay mucho que cambiar en la sanidad, pero una de ellas es saber lo que cuesta un tratamiento para ser conscientes de la suerte que tenemos con la sanidad pública. Y lo mismo con la educación. Saber lo que cuesta, lo que no te estás gastando. Mi tratamiento habría costado lo mismo aquí que en Estados Unidos: 4,5 millones de dólares. Tenemos que ser conscientes de lo que cuesta y de lo que nos estamos ahorrando.—Volvamos al teatro y a ‘Blaubeeren’. ¿Qué vio en esta obra para querer contarla?—Me leí el texto dos veces seguidas y me encantó. Le dije a Nuria que me encantaba. La idea, primero, era que lo dirigiera el autor, Moisés Kaufman, porque quería dirigirlo él en España; pero cogió un vuelo para ver una función de ‘Ladies Football Club’. Y me pidió que lo dirigiera yo. De la obra me llamó la atención, en primer lugar, que el protagonista es un álbum de fotos, algo a priori antiteatral; también me gusta la manera en que está escrito, porque se convierte en un thriller de investigación donde el público está permanentemente activo. Desde el punto de vista del fondo, habla de uno de los temas que más me atrae, que es la memoria. En la obra no usan la palabra memoria en ningún momento, pero emplea una metáfora muy bonita, que son cosas abandonadas en cajas. Hablar de la memoria con mayúsculas es no solo hacer justicia, sino también de rendir un homenaje a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros bisabuelos. Y sobre todo me interesaba cómo se está estructurado el texto, que hace que no lo mejore una charla TED, sino que podemos darle vida a esas fotografías sin usar la inteligencia artificial y que el público use la imaginación, mucho más poderosa siempre que todo, incluso la mejor de las inteligencias artificiales.Noticias relacionadas estandar No Sergio Peris-Mencheta cumple 50: nuevos proyectos tras su diagnóstico de leucemia Marina Ortiz Cortés estandar No ‘Ladies Football Club’, la historia de las mujeres que saltaron de las fábricas a los campos de fútbol Julio Bravo—Dice que todavía no puede actuar, ¿se ha planteado algún plazo para volver?—No. Y una de las cosas que han cambiado en mí es que no quiero volver a ser el tío que se sube a un caballo y se pone una armadura, aunque esté bien físicamente… Yo me reconcilié con la interpretación en una película que se llama ’18 comidas’, donde saco a pasear mi lado femenino, más frágil, más sensible. Pude aparcar el machirulismo, estoy harto del macho alfa. Las cosas que me están ofreciendo ahora son en esa línea y además, requieren una preparación física en la que no confío. No tengo prisa. Estamos bien, relativamente desahogados. No le digo que no me preocupe un poco que se hayan olvidado de mí –solo hay una directora de casting que me llama recurrentemente–, pero no me veo volviendo a corto plazo a Estados Unidos, que es donde tengo más trabajo. Sinceramente prefiero trabajar aquí y si en un momento dado veo que me siento con fuerzas para subirme a un escenario, tengo un proyecto, un texto de José Padilla, detrás del que llevo mucho tiempo. Pero es mucho curro, y no es que no me sienta con la capacidad de hacerlo en escena, que tampoco, sino que tendría que aprenderme una hora y cuarto de texto y hablar en búlgaro, en español, en árabe, en italiano, en francés y en inglés. Es realmente es una paliza, pero es algo que me apetece mucho, es el proyecto que más me apetece a medio plazo; pero no me veo volviendo a actuar ahora, a no ser que sea algo fácil y sencillo físicamente… Y que no sea un narcotraficante ni un tío del medievo subido a un caballo. Sergio Peris-Mencheta (Madrid, 1975) camina despacio. Se mueve despacio. Posa ante la cámara sin quitarse el sombrero –«es mi ‘outfit’ actual», sonríe– y se sienta. Hay serenidad en su mirada y en sus palabras, que se apasionan cuando hablan de teatro –«sí, me da subidón», reconoce– y del estreno en los Teatros del Canal de ‘Blaubeeren’, una obra de Moisés Kaufman y Amanda Gronich que él ha dirigido. Concide el estreno con la publicación de ‘730 días’ (Planeta), un libro en el que Peris-Mencheta cuenta el viaje y sus vivencias de la leucemia y el transplante de médula que ha atravesado en ese tiempo. «Me pareció que podía ser algo bueno en lo que apoyarse, centrarse y revisar, pero quería saber si tendría las fuerzas suficientes para escribir». Las tuvo, y se dio cuenta de que era un trabajo que, igual que los ensayos de una obra de teatro, me subía la vibración, me encontraba muy a gusto; tenía momentos de mucho dolor, y vi que tenía un desván, pero entrar en él ha sido muy saludable para mí a nivel terapéutico, espiritual, y emocional».Ha escrito el libro, confiesa, para él mismo y le ha servido, primero, «para hablar con el niño que fui, con la persona que ha vivido y superado esta enfermedad, y el que ahora está lidiando con los dolores. También para hablar con papá y con mamá». Y es que diríase que el actor y director tenía una cuenta pendiente con su padre –que falleció hace años víctima también de la leucemia–, a quien culpaba de una excesiva «exigencia conmigo mismo y de una falta de autoestima, que me llevaban a sentirme un fraude permanentemente y a creerme más una crítica negativa que una positiva». Pero el libro es un agradecimiento «a la ciencia por todo lo que ha hecho por salvarme la vida; a mi papá y a mi mamá por todo lo bueno y lo no tan bueno; y a esta enfermedad. No me cambio por el que era antes ni de coña. No le recomiendo a nadie pasar lo que yo he pasado, pero lo he pasado y lo quiero aprovechar».—Se puede decir que es usted el mismo, pero una versión 2.0…—No lo sé, pero sí sé que ahora me fijo en otras cosas, que me tomo todo con mucha más calma, y principalmente que escucho a mi cuerpo. 700 días después me sigue doliendo todo, incluso más que antes, porque la recuperación es más dura de llevar que el propio proceso. Y eso me hace estar en contacto con el presente; me toco, me acaricio, me masajeo… Y estoy aquí hablando con usted y no pienso en si voy a quedar bien o mal.«Ahora me fijo en otras cosas, me tomo todo con mucha más calma, y principalmente escucho a mi cuerpo. 700 días después me sigue doliendo todo, incluso más que antes, porque la recuperación es más dura de llevar que el propio proceso»—¿Y cuál es su situación actual clínicamente?—Voy al hospital cada dos semanas para que me hagan analíticas y renovar la medicación. Lo que estoy tomando me inmunodeprime y me tiene muy expuesto a según qué temperaturas, al sol, y tiene unos efectos secundarios que provoca que me duelan los tobillos, las articulaciones en general, las rodillas, las muñecas, que tenga las manos hinchadas… Cada tanto aparece un nuevo bicho al que enfrentarse y con el que convivir unos días. En resumen, estoy ahora mismo en observación.—¿Y de moral?—La tengo casi toda. Lo que no tengo es toda la energía que me gustaría que, por otro lado, no me vendría bien tenerla. Me toca ir paso a paso y aprender de esta experiencia.—Su familia ha sido básica.—Sí, especialmente Marta [Marta Solaz, su mujer], que no se ha separado de mí en ningún momento. Ha estado las veinticuatro horas conmigo, durmiendo en un sillón durante un mes y pico, yendo a todas las revisiones conmigo, esperándome en la sala de espera en cualquiera de los tratamientos que me han hecho. Lo hacíamos juntos todo. Vinieron mis suegros a Los Ángeles a cuidar de los niños, y ha estado conmigo todo el tiempo. Sergio ha echado mucho de menos, confiesa, Madrid. «Mucho, mucho… Y el teatro. Yo sabía que lo amaba, pero no tanto. Me he dado cuenta de lo importante que es también para mi salud y lo importante que es que lo haga sin presión, sin prisa, sin autoexigencia, sin crítico interno. Ahora pienso en mí, en pasármelo bien en el proceso de ensayos; en respirar y en dejar en paz a los actores y que respiren también. Yo he sido el mayor crítico conmigo mismo, pero ahora lo estoy jubilando».—¿Es ahora más indulgente, más compasivo?—Eso es, compasivo… Compasivo. Sin perder de vista que he tenido la suerte de dirigir sin presión porque no dependía de ella para vivir; yo gano el dinero actuando, no dirigiendo. Eso ha sido una bendición, me ha calmado mucho. No puedo todavía actuar porque no me responde el cuerpo ni tengo la energía que requiere… Pero dirigir me cambia la vibración, entro en un mundo que muchas veces me ha abducido totalmente. Y ahora siento que las cosas fluyen solas y se van colocando. Siempre ha sido así, pero con un crítico interior y un infravalorador interno representado durante muchos años papá; pero lo tengo tan integrado que yo soy mi propio enemigo.«Ahora siento que las cosas fluyen solas y se van colocando. Siempre ha sido así, pero con un crítico interior y un infravalorador interno representado durante muchos años papá; pero lo tengo tan integrado que yo soy mi propio enemigo»—¿Pensó mucho en su padre cuando te diagnosticaron?—Tanto mi padre como mi abuelo murieron de leucemia y, de hecho, di por sentado que era genético. Pero no, ni genético ni hereditario. Pero supongo que la propensión a autocastigarse sí lo es, porque me consta que mi padre era muy autocrítico también, que mi abuelo lo era con mi padre y que también supongo que lo sería consigo mismo. Y yo estoy haciendo un esfuerzo ímprobo por no serlo con mis hijos.—¿Y ahora incluso más?—Ellos son mis maestros, aprendo un montón de ellos todos los días.—¿Ha redescubierto a sus amigos, a quiénes lo eran de verdad y quiénes no?—Muchos de mis amigos queridos me dieron por muerto; y no sólo amigos, incluso familiares que conocían mis antecedentes. Hubo a quien les costó más mandarme un mensaje –aunque yo no leía los mensajes, los leía Marta– y estar cerca muy a su pesar, y lo entiendo. De lo que sí que me he dado cuenta es de qué tipo de persona me quita mucha energía. Pero no porque sea mala gente ni porque me quieran mal, sino porque es gente con la que, en el estado en el que estoy, no puedo estar; por lo menos ahora, a lo mejor en un futuro sí. Ahora estoy en la etapa del no esfuerzo, de que las cosas se colocan solas sin que yo tenga que empujarlas.—¿Y cuándo se sintió preparado para volver a dirigir teatro?—La distancia entre ‘Cielos’ y ‘14.4’, que dirigí ya enfermo, es la que siempre ha habido entre todos mis montajes. No hubo un momento en que decidiera no puedo dirigir, en que me dirigiera a mí mismo. De hecho, el documental que hemos rodado Marta y yo, que se estrenará este año, y que habla de cómo lo creativo ayuda a lo curativo, empieza con un mensaje de mi socia, de Nuria, diciéndome qué hacemos con ‘14.4’. «No podemos parar; yo estoy enfermo pero no estoy muerto, así que creo que hay que hacerlo».Sergio Peris-Mencheta cuenta uno de los ensayos, desde el hospital y a través de Zoom, de ‘14.4’, un monólogo protagonizado por Ahmed Younoussi. «Yo estaba con el gotero en la habitación montando una escena. Señalé a cama y le dije que era la pasarela que le conducía al público. No se lo dije, en realidad, se lo mimé porque no tenía voz. Marta me traducía. La pared era otro elemento, y lo señalaba con el bastón; esa escena está montada agarrado al suero justo después del trasplante, no tenía ni fuerzas, pero de repente me levanté y monté toda la escena. Seguimos ensayando y después caí rendido. Pero en ese momento yo había revivido».—¿Cómo le han ayudado el teatro y el libro?—Y el documental… Han influido de maneras distintas; el teatro ha influido más en lo creativo, de cómo me activo, y el documental era por la necesidad de contar esta historia y decir que había otros que estaban pasando lo mismo que yo. El libro también quiere decirles que no están solos; yo, a pesar de estar muy bien rodeado, me sentía rematadamente solo. El libro y el documental tienen un propósito divulgativo pero desde la experiencia; no pretendo dar ninguna lección ni hablar de la leucemia.«Una de las cosas que han cambiado en mí en cuanto a la interpretación es que no quiero volver a ser el tío que se sube a un caballo y se pone una armadura, aunque esté bien físicamente»—¿Y se ha sentido culpable en algún momento de estar enfermo?—No sé si es culpable la palabra, me he sentido quizás más responsable de poder dejar a mis hijos solos, a mi chica sola; de no despedirme de mis seres queridos, de mis amigos, porque estaban a 9.000 kilómetros. Quedarme en Estados Unidos era la mejor decisión que podía tomar, yo no estaba en condiciones de coger un avión y venir a España. Me abrazó la sanidad americana porque gracias al sindicato de actores no tuve que pagar. Si no, habría sido… Ojo, habría sido lo mismo que aquí. Hay mucho que cambiar en la sanidad, pero una de ellas es saber lo que cuesta un tratamiento para ser conscientes de la suerte que tenemos con la sanidad pública. Y lo mismo con la educación. Saber lo que cuesta, lo que no te estás gastando. Mi tratamiento habría costado lo mismo aquí que en Estados Unidos: 4,5 millones de dólares. Tenemos que ser conscientes de lo que cuesta y de lo que nos estamos ahorrando.—Volvamos al teatro y a ‘Blaubeeren’. ¿Qué vio en esta obra para querer contarla?—Me leí el texto dos veces seguidas y me encantó. Le dije a Nuria que me encantaba. La idea, primero, era que lo dirigiera el autor, Moisés Kaufman, porque quería dirigirlo él en España; pero cogió un vuelo para ver una función de ‘Ladies Football Club’. Y me pidió que lo dirigiera yo. De la obra me llamó la atención, en primer lugar, que el protagonista es un álbum de fotos, algo a priori antiteatral; también me gusta la manera en que está escrito, porque se convierte en un thriller de investigación donde el público está permanentemente activo. Desde el punto de vista del fondo, habla de uno de los temas que más me atrae, que es la memoria. En la obra no usan la palabra memoria en ningún momento, pero emplea una metáfora muy bonita, que son cosas abandonadas en cajas. Hablar de la memoria con mayúsculas es no solo hacer justicia, sino también de rendir un homenaje a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros bisabuelos. Y sobre todo me interesaba cómo se está estructurado el texto, que hace que no lo mejore una charla TED, sino que podemos darle vida a esas fotografías sin usar la inteligencia artificial y que el público use la imaginación, mucho más poderosa siempre que todo, incluso la mejor de las inteligencias artificiales.Noticias relacionadas estandar No Sergio Peris-Mencheta cumple 50: nuevos proyectos tras su diagnóstico de leucemia Marina Ortiz Cortés estandar No ‘Ladies Football Club’, la historia de las mujeres que saltaron de las fábricas a los campos de fútbol Julio Bravo—Dice que todavía no puede actuar, ¿se ha planteado algún plazo para volver?—No. Y una de las cosas que han cambiado en mí es que no quiero volver a ser el tío que se sube a un caballo y se pone una armadura, aunque esté bien físicamente… Yo me reconcilié con la interpretación en una película que se llama ’18 comidas’, donde saco a pasear mi lado femenino, más frágil, más sensible. Pude aparcar el machirulismo, estoy harto del macho alfa. Las cosas que me están ofreciendo ahora son en esa línea y además, requieren una preparación física en la que no confío. No tengo prisa. Estamos bien, relativamente desahogados. No le digo que no me preocupe un poco que se hayan olvidado de mí –solo hay una directora de casting que me llama recurrentemente–, pero no me veo volviendo a corto plazo a Estados Unidos, que es donde tengo más trabajo. Sinceramente prefiero trabajar aquí y si en un momento dado veo que me siento con fuerzas para subirme a un escenario, tengo un proyecto, un texto de José Padilla, detrás del que llevo mucho tiempo. Pero es mucho curro, y no es que no me sienta con la capacidad de hacerlo en escena, que tampoco, sino que tendría que aprenderme una hora y cuarto de texto y hablar en búlgaro, en español, en árabe, en italiano, en francés y en inglés. Es realmente es una paliza, pero es algo que me apetece mucho, es el proyecto que más me apetece a medio plazo; pero no me veo volviendo a actuar ahora, a no ser que sea algo fácil y sencillo físicamente… Y que no sea un narcotraficante ni un tío del medievo subido a un caballo.
Sergio Peris-Mencheta (Madrid, 1975) camina despacio. Se mueve despacio. Posa ante la cámara sin quitarse el sombrero –«es mi ‘outfit’ actual», sonríe– y se sienta. Hay serenidad en su mirada y en sus palabras, que se apasionan cuando hablan de teatro –«sí, me da … subidón», reconoce– y del estreno en los Teatros del Canal de ‘Blaubeeren’, una obra de Moisés Kaufman y Amanda Gronich que él ha dirigido. Concide el estreno con la publicación de ‘730 días’ (Planeta), un libro en el que Peris-Mencheta cuenta el viaje y sus vivencias de la leucemia y el transplante de médula que ha atravesado en ese tiempo. «Me pareció que podía ser algo bueno en lo que apoyarse, centrarse y revisar, pero quería saber si tendría las fuerzas suficientes para escribir». Las tuvo, y se dio cuenta de que era un trabajo que, igual que los ensayos de una obra de teatro, me subía la vibración, me encontraba muy a gusto; tenía momentos de mucho dolor, y vi que tenía un desván, pero entrar en él ha sido muy saludable para mí a nivel terapéutico, espiritual, y emocional».
Ha escrito el libro, confiesa, para él mismo y le ha servido, primero, «para hablar con el niño que fui, con la persona que ha vivido y superado esta enfermedad, y el que ahora está lidiando con los dolores. También para hablar con papá y con mamá». Y es que diríase que el actor y director tenía una cuenta pendiente con su padre –que falleció hace años víctima también de la leucemia–, a quien culpaba de una excesiva «exigencia conmigo mismo y de una falta de autoestima, que me llevaban a sentirme un fraude permanentemente y a creerme más una crítica negativa que una positiva». Pero el libro es un agradecimiento «a la ciencia por todo lo que ha hecho por salvarme la vida; a mi papá y a mi mamá por todo lo bueno y lo no tan bueno; y a esta enfermedad. No me cambio por el que era antes ni de coña. No le recomiendo a nadie pasar lo que yo he pasado, pero lo he pasado y lo quiero aprovechar».
—Se puede decir que es usted el mismo, pero una versión 2.0…
—No lo sé, pero sí sé que ahora me fijo en otras cosas, que me tomo todo con mucha más calma, y principalmente que escucho a mi cuerpo. 700 días después me sigue doliendo todo, incluso más que antes, porque la recuperación es más dura de llevar que el propio proceso. Y eso me hace estar en contacto con el presente; me toco, me acaricio, me masajeo… Y estoy aquí hablando con usted y no pienso en si voy a quedar bien o mal.
«Ahora me fijo en otras cosas, me tomo todo con mucha más calma, y principalmente escucho a mi cuerpo. 700 días después me sigue doliendo todo, incluso más que antes, porque la recuperación es más dura de llevar que el propio proceso»
—¿Y cuál es su situación actual clínicamente?
—Voy al hospital cada dos semanas para que me hagan analíticas y renovar la medicación. Lo que estoy tomando me inmunodeprime y me tiene muy expuesto a según qué temperaturas, al sol, y tiene unos efectos secundarios que provoca que me duelan los tobillos, las articulaciones en general, las rodillas, las muñecas, que tenga las manos hinchadas… Cada tanto aparece un nuevo bicho al que enfrentarse y con el que convivir unos días. En resumen, estoy ahora mismo en observación.
—¿Y de moral?
—La tengo casi toda. Lo que no tengo es toda la energía que me gustaría que, por otro lado, no me vendría bien tenerla. Me toca ir paso a paso y aprender de esta experiencia.
—Su familia ha sido básica.
—Sí, especialmente Marta [Marta Solaz, su mujer], que no se ha separado de mí en ningún momento. Ha estado las veinticuatro horas conmigo, durmiendo en un sillón durante un mes y pico, yendo a todas las revisiones conmigo, esperándome en la sala de espera en cualquiera de los tratamientos que me han hecho. Lo hacíamos juntos todo. Vinieron mis suegros a Los Ángeles a cuidar de los niños, y ha estado conmigo todo el tiempo.
Sergio ha echado mucho de menos, confiesa, Madrid. «Mucho, mucho… Y el teatro. Yo sabía que lo amaba, pero no tanto. Me he dado cuenta de lo importante que es también para mi salud y lo importante que es que lo haga sin presión, sin prisa, sin autoexigencia, sin crítico interno. Ahora pienso en mí, en pasármelo bien en el proceso de ensayos; en respirar y en dejar en paz a los actores y que respiren también. Yo he sido el mayor crítico conmigo mismo, pero ahora lo estoy jubilando».
—¿Es ahora más indulgente, más compasivo?
—Eso es, compasivo… Compasivo. Sin perder de vista que he tenido la suerte de dirigir sin presión porque no dependía de ella para vivir; yo gano el dinero actuando, no dirigiendo. Eso ha sido una bendición, me ha calmado mucho. No puedo todavía actuar porque no me responde el cuerpo ni tengo la energía que requiere… Pero dirigir me cambia la vibración, entro en un mundo que muchas veces me ha abducido totalmente. Y ahora siento que las cosas fluyen solas y se van colocando. Siempre ha sido así, pero con un crítico interior y un infravalorador interno representado durante muchos años papá; pero lo tengo tan integrado que yo soy mi propio enemigo.
«Ahora siento que las cosas fluyen solas y se van colocando. Siempre ha sido así, pero con un crítico interior y un infravalorador interno representado durante muchos años papá; pero lo tengo tan integrado que yo soy mi propio enemigo»
—¿Pensó mucho en su padre cuando te diagnosticaron?
—Tanto mi padre como mi abuelo murieron de leucemia y, de hecho, di por sentado que era genético. Pero no, ni genético ni hereditario. Pero supongo que la propensión a autocastigarse sí lo es, porque me consta que mi padre era muy autocrítico también, que mi abuelo lo era con mi padre y que también supongo que lo sería consigo mismo. Y yo estoy haciendo un esfuerzo ímprobo por no serlo con mis hijos.
—¿Y ahora incluso más?
—Ellos son mis maestros, aprendo un montón de ellos todos los días.
—¿Ha redescubierto a sus amigos, a quiénes lo eran de verdad y quiénes no?
—Muchos de mis amigos queridos me dieron por muerto; y no sólo amigos, incluso familiares que conocían mis antecedentes. Hubo a quien les costó más mandarme un mensaje –aunque yo no leía los mensajes, los leía Marta– y estar cerca muy a su pesar, y lo entiendo. De lo que sí que me he dado cuenta es de qué tipo de persona me quita mucha energía. Pero no porque sea mala gente ni porque me quieran mal, sino porque es gente con la que, en el estado en el que estoy, no puedo estar; por lo menos ahora, a lo mejor en un futuro sí. Ahora estoy en la etapa del no esfuerzo, de que las cosas se colocan solas sin que yo tenga que empujarlas.
—¿Y cuándo se sintió preparado para volver a dirigir teatro?
—La distancia entre ‘Cielos’ y ‘14.4’, que dirigí ya enfermo, es la que siempre ha habido entre todos mis montajes. No hubo un momento en que decidiera no puedo dirigir, en que me dirigiera a mí mismo. De hecho, el documental que hemos rodado Marta y yo, que se estrenará este año, y que habla de cómo lo creativo ayuda a lo curativo, empieza con un mensaje de mi socia, de Nuria, diciéndome qué hacemos con ‘14.4’. «No podemos parar; yo estoy enfermo pero no estoy muerto, así que creo que hay que hacerlo».
Sergio Peris-Mencheta cuenta uno de los ensayos, desde el hospital y a través de Zoom, de ‘14.4’, un monólogo protagonizado por Ahmed Younoussi. «Yo estaba con el gotero en la habitación montando una escena. Señalé a cama y le dije que era la pasarela que le conducía al público. No se lo dije, en realidad, se lo mimé porque no tenía voz. Marta me traducía. La pared era otro elemento, y lo señalaba con el bastón; esa escena está montada agarrado al suero justo después del trasplante, no tenía ni fuerzas, pero de repente me levanté y monté toda la escena. Seguimos ensayando y después caí rendido. Pero en ese momento yo había revivido».
—¿Cómo le han ayudado el teatro y el libro?
—Y el documental… Han influido de maneras distintas; el teatro ha influido más en lo creativo, de cómo me activo, y el documental era por la necesidad de contar esta historia y decir que había otros que estaban pasando lo mismo que yo. El libro también quiere decirles que no están solos; yo, a pesar de estar muy bien rodeado, me sentía rematadamente solo. El libro y el documental tienen un propósito divulgativo pero desde la experiencia; no pretendo dar ninguna lección ni hablar de la leucemia.
«Una de las cosas que han cambiado en mí en cuanto a la interpretación es que no quiero volver a ser el tío que se sube a un caballo y se pone una armadura, aunque esté bien físicamente»
—¿Y se ha sentido culpable en algún momento de estar enfermo?
—No sé si es culpable la palabra, me he sentido quizás más responsable de poder dejar a mis hijos solos, a mi chica sola; de no despedirme de mis seres queridos, de mis amigos, porque estaban a 9.000 kilómetros. Quedarme en Estados Unidos era la mejor decisión que podía tomar, yo no estaba en condiciones de coger un avión y venir a España. Me abrazó la sanidad americana porque gracias al sindicato de actores no tuve que pagar. Si no, habría sido… Ojo, habría sido lo mismo que aquí. Hay mucho que cambiar en la sanidad, pero una de ellas es saber lo que cuesta un tratamiento para ser conscientes de la suerte que tenemos con la sanidad pública. Y lo mismo con la educación. Saber lo que cuesta, lo que no te estás gastando. Mi tratamiento habría costado lo mismo aquí que en Estados Unidos: 4,5 millones de dólares. Tenemos que ser conscientes de lo que cuesta y de lo que nos estamos ahorrando.
—Volvamos al teatro y a ‘Blaubeeren’. ¿Qué vio en esta obra para querer contarla?
—Me leí el texto dos veces seguidas y me encantó. Le dije a Nuria que me encantaba. La idea, primero, era que lo dirigiera el autor, Moisés Kaufman, porque quería dirigirlo él en España; pero cogió un vuelo para ver una función de ‘Ladies Football Club’. Y me pidió que lo dirigiera yo. De la obra me llamó la atención, en primer lugar, que el protagonista es un álbum de fotos, algo a priori antiteatral; también me gusta la manera en que está escrito, porque se convierte en un thriller de investigación donde el público está permanentemente activo. Desde el punto de vista del fondo, habla de uno de los temas que más me atrae, que es la memoria. En la obra no usan la palabra memoria en ningún momento, pero emplea una metáfora muy bonita, que son cosas abandonadas en cajas. Hablar de la memoria con mayúsculas es no solo hacer justicia, sino también de rendir un homenaje a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros bisabuelos. Y sobre todo me interesaba cómo se está estructurado el texto, que hace que no lo mejore una charla TED, sino que podemos darle vida a esas fotografías sin usar la inteligencia artificial y que el público use la imaginación, mucho más poderosa siempre que todo, incluso la mejor de las inteligencias artificiales.
—Dice que todavía no puede actuar, ¿se ha planteado algún plazo para volver?
—No. Y una de las cosas que han cambiado en mí es que no quiero volver a ser el tío que se sube a un caballo y se pone una armadura, aunque esté bien físicamente… Yo me reconcilié con la interpretación en una película que se llama ’18 comidas’, donde saco a pasear mi lado femenino, más frágil, más sensible. Pude aparcar el machirulismo, estoy harto del macho alfa. Las cosas que me están ofreciendo ahora son en esa línea y además, requieren una preparación física en la que no confío. No tengo prisa. Estamos bien, relativamente desahogados. No le digo que no me preocupe un poco que se hayan olvidado de mí –solo hay una directora de casting que me llama recurrentemente–, pero no me veo volviendo a corto plazo a Estados Unidos, que es donde tengo más trabajo. Sinceramente prefiero trabajar aquí y si en un momento dado veo que me siento con fuerzas para subirme a un escenario, tengo un proyecto, un texto de José Padilla, detrás del que llevo mucho tiempo. Pero es mucho curro, y no es que no me sienta con la capacidad de hacerlo en escena, que tampoco, sino que tendría que aprenderme una hora y cuarto de texto y hablar en búlgaro, en español, en árabe, en italiano, en francés y en inglés. Es realmente es una paliza, pero es algo que me apetece mucho, es el proyecto que más me apetece a medio plazo; pero no me veo volviendo a actuar ahora, a no ser que sea algo fácil y sencillo físicamente… Y que no sea un narcotraficante ni un tío del medievo subido a un caballo.
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