Podría ser una foto sin más, pero para ciertos ojos no lo es. Primero porque aparece Rafael el Gallo (hecho inexcusable de pasar desapercibido), segundo porque le acompaña Pepe Luis Vázquez, y tercero porque ambos pasean por ese marco que es la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza. La instantánea tiene cierto halo filosófico, ambos toreros parece como si hubiesen salido de aquella pintura de la escuela de Atenas realizada por el artista renacentista Rafael Sanzio. Podrían ser pues Sócrates (el de San Bernardo, claro) y Aristóteles. No diré que Heráclito o Diógenes, pues a éstos los asemejo más con Belmonte y Paula. Imagino que en dicho encuentro el Gallo y Pepe Luis andarían divagando sobre asuntos tan mundanos como cotidianos, de aquello de cuántos cafés se había ya tomado Rafael, o de si le habían traído unos puros de Cuba, y es que la sola aparición del Gallo invita a fantasear con esa imaginación de lo soñante. Ambos aparecen elegantemente vestidos de calle. Pepe Luis con traje y corbata, mientras Rafael, pitillo entre sus dedos, lleva una chaqueta de sport cruzada con seis botones, pañuelo al cuello, su sempiterno sombrero y para mitigar el acuciante sol mañanero unas grandes gafas. A ambos lados de tan insigne pasillo, se aprecian sillas amontonadas. Evidentemente no es tarde de toros, sino de simple tertulia, o quizás de algún acto. Lo cierto es que esos dos hombres, más bien bajitos y absortos en sus coloquios, sólo podrían ser una cosa… toreros. Se dice con manido tópico aquello de serlo y parecerlo, pero sólo en quienes lo son, eso de parecerlo es un simple reflejo, una consecuencia sin más de lo que uno es. De hecho, en las numerosas fotos que con celo guardo del Gallo (así como tantas de José y Juan), se aprecia que ya sea vestido de calle, o bien en pijama, llevan consigo ese áurea de lo santificado, ¡y no por ser éstos santos!, sino por hacer diabluras ante el toro y santificarse en ellas. Es como si uno pensara que el Gallo, o bien iba o bien venía de la Maestranza siempre, o de tal o cual ganadería, eternamente impregnado del toro y su piel. Y es que hay algo que, en sus gestos, siempre está toreando, incluso y sobre todo, cuando ya no toreaba, como aquella foto de Rafael fumando un puro y soñando con aquello de la espantá. Podría ser una foto sin más, pero para ciertos ojos no lo es. Primero porque aparece Rafael el Gallo (hecho inexcusable de pasar desapercibido), segundo porque le acompaña Pepe Luis Vázquez, y tercero porque ambos pasean por ese marco que es la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza. La instantánea tiene cierto halo filosófico, ambos toreros parece como si hubiesen salido de aquella pintura de la escuela de Atenas realizada por el artista renacentista Rafael Sanzio. Podrían ser pues Sócrates (el de San Bernardo, claro) y Aristóteles. No diré que Heráclito o Diógenes, pues a éstos los asemejo más con Belmonte y Paula. Imagino que en dicho encuentro el Gallo y Pepe Luis andarían divagando sobre asuntos tan mundanos como cotidianos, de aquello de cuántos cafés se había ya tomado Rafael, o de si le habían traído unos puros de Cuba, y es que la sola aparición del Gallo invita a fantasear con esa imaginación de lo soñante. Ambos aparecen elegantemente vestidos de calle. Pepe Luis con traje y corbata, mientras Rafael, pitillo entre sus dedos, lleva una chaqueta de sport cruzada con seis botones, pañuelo al cuello, su sempiterno sombrero y para mitigar el acuciante sol mañanero unas grandes gafas. A ambos lados de tan insigne pasillo, se aprecian sillas amontonadas. Evidentemente no es tarde de toros, sino de simple tertulia, o quizás de algún acto. Lo cierto es que esos dos hombres, más bien bajitos y absortos en sus coloquios, sólo podrían ser una cosa… toreros. Se dice con manido tópico aquello de serlo y parecerlo, pero sólo en quienes lo son, eso de parecerlo es un simple reflejo, una consecuencia sin más de lo que uno es. De hecho, en las numerosas fotos que con celo guardo del Gallo (así como tantas de José y Juan), se aprecia que ya sea vestido de calle, o bien en pijama, llevan consigo ese áurea de lo santificado, ¡y no por ser éstos santos!, sino por hacer diabluras ante el toro y santificarse en ellas. Es como si uno pensara que el Gallo, o bien iba o bien venía de la Maestranza siempre, o de tal o cual ganadería, eternamente impregnado del toro y su piel. Y es que hay algo que, en sus gestos, siempre está toreando, incluso y sobre todo, cuando ya no toreaba, como aquella foto de Rafael fumando un puro y soñando con aquello de la espantá.
Molinetes y Trincherazos
La instantánea tiene cierto halo filosófico, ambos toreros parece como si hubiesen salido de aquella pintura de la escuela de Atenas realizada por el artista renacentista Rafael Sanzio
Podría ser una foto sin más, pero para ciertos ojos no lo es. Primero porque aparece Rafael el Gallo (hecho inexcusable de pasar desapercibido), segundo porque le acompaña Pepe Luis Vázquez, y tercero porque ambos pasean por ese marco que es la Puerta del Príncipe … de la Real Maestranza. La instantánea tiene cierto halo filosófico, ambos toreros parece como si hubiesen salido de aquella pintura de la escuela de Atenas realizada por el artista renacentista Rafael Sanzio. Podrían ser pues Sócrates (el de San Bernardo, claro) y Aristóteles. No diré que Heráclito o Diógenes, pues a éstos los asemejo más con Belmonte y Paula. Imagino que en dicho encuentro el Gallo y Pepe Luis andarían divagando sobre asuntos tan mundanos como cotidianos, de aquello de cuántos cafés se había ya tomado Rafael, o de si le habían traído unos puros de Cuba, y es que la sola aparición del Gallo invita a fantasear con esa imaginación de lo soñante. Ambos aparecen elegantemente vestidos de calle. Pepe Luis con traje y corbata, mientras Rafael, pitillo entre sus dedos, lleva una chaqueta de sport cruzada con seis botones, pañuelo al cuello, su sempiterno sombrero y para mitigar el acuciante sol mañanero unas grandes gafas. A ambos lados de tan insigne pasillo, se aprecian sillas amontonadas. Evidentemente no es tarde de toros, sino de simple tertulia, o quizás de algún acto. Lo cierto es que esos dos hombres, más bien bajitos y absortos en sus coloquios, sólo podrían ser una cosa… toreros. Se dice con manido tópico aquello de serlo y parecerlo, pero sólo en quienes lo son, eso de parecerlo es un simple reflejo, una consecuencia sin más de lo que uno es. De hecho, en las numerosas fotos que con celo guardo del Gallo (así como tantas de José y Juan), se aprecia que ya sea vestido de calle, o bien en pijama, llevan consigo ese áurea de lo santificado, ¡y no por ser éstos santos!, sino por hacer diabluras ante el toro y santificarse en ellas. Es como si uno pensara que el Gallo, o bien iba o bien venía de la Maestranza siempre, o de tal o cual ganadería, eternamente impregnado del toro y su piel. Y es que hay algo que, en sus gestos, siempre está toreando, incluso y sobre todo, cuando ya no toreaba, como aquella foto de Rafael fumando un puro y soñando con aquello de la espantá.
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