Jean Luc Godard afirmaba que “a veces la realidad es demasiado compleja. Las historias le dan forma”. Y Margaret Atwood que “las historias son lo que nos hace humanos. Sin ellas, nos perderíamos en la confusión del mundo”. Y Joan Didion, en una sentencia que he repetido en cientos de ocasiones, que “nos contamos historias para poder sobrevivir”.
Ninguna de estas frases, que aluden a la importancia del relato para contarnos y dotar de sentido al mundo, pertenece a Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad, de Lola López Mondéjar (Molina de Segura, 1958), y, sin embargo, todas ellas podrían hacerlo. Merecido ganador del Premio Anagrama de Ensayo 2024, en Sin relato, la psicoanalista y escritora ahonda en un mal —epidemia si nos ponemos solemnes— que asola nuestros días: la progresiva pérdida de narratividad que sufre el individuo posmoderno, la merma de facultades a la hora de contarse a sí mismo y construir un relato que dote de continuidad y sentido a lo vivido. Con rigor y erudición, logrando algo que en el mundo ensayístico me parece siempre un reto, que el resultado sea a la vez accesible y exigente, esa voz tan reconocible de López Mondéjar nos guía en esta exploración honesta y lúcida a partir de la intersección de algunos saberes como la filosofía, la sociología, la literatura, el cine o el psicoanálisis.
La experta ve cada vez más pacientes, en especial jóvenes, cuyas historias son una sucesión de anécdotas sin un relato que les dé continuidad
El ser humano es fundamentalmente un buscador de sentido: narrarnos forma parte tanto de la construcción de nuestra identidad individual como social. Y, sin embargo, cuenta López Mondéjar que, en su consulta, empezó a recibir cada vez con más frecuencia a pacientes, en especial jóvenes, cuyas historias eran una sucesión de anécdotas sin un yo que las dotara de continuidad. Esta pérdida de narratividad, según apunta su hipótesis, está asociada no a una simple dificultad de trasladar el pensamiento a la palabra sino a un deterioro del pensamiento que se explica, en parte, por un vaciamiento de nuestro mundo interno, circunstancia más agravada aún en aquellos nacidos ya en la era digital.
Para ahondar en esta hipótesis y para ir desgranándola, pone su propia experiencia y la de compañeros de su profesión en diálogo con Walter Benjamin, Günther Anders, Richard Sennett, René Girard. De su anterior ensayo, el brillante Invulnerables e invertebrados, recupera en estas páginas un concepto interesante para explicar la situación actual, el de los hombres y mujeres huecos. De él se vale para retrotraerse a comienzos del siglo XX y detectar los mecanismos que movían los hilos de esos hombres y mujeres huecos, marionetas que facilitaron el advenimiento del nazismo, y establece una correlación entre ellos y nosotros, entre ellos y lo que supone vivir plegados al vaciamiento progresivo que impone el mundo digital. Por ello, en Sin relato dedica un considerable número de páginas a profundizar en los devastadores efectos en nuestro psiquismo que produce el hecho de haberse rendido sin criterio a la tecnología, efectos que repercuten, en especial, en la fragmentación de nuestra atención. Efectos que promueven la abolición de la diversidad de un mundo interior propio para ser sustituido por una individualidad homogénea y conformista. Desaparece el yo crítico para fusionarse con un mundo externo lleno de reclamos constantes y superficiales.
“¿Somos hoy pues, menos humanos?”, se pregunta López Mondéjar, y la respuesta está cercana al sí. En esta propuesta interesantísima que es Sin relato, disecciona a la perfección el punto sin retorno al que parecemos haber llegado, pero lo hace sin ánimo de sentar cátedra ni moralizar. Lo hace con el ánimo de encender la luz, de decirnos a nosotros, los lectores, al otro lado de la página, que aún cabe la esperanza. Poner límites a la digitalización es una tarea imprescindible para recuperar la presencialidad, la conversación y el pensamiento crítico. También para recuperar nuestro relato de hombres y mujeres huecos. No hay soluciones mágicas ni misteriosas, tampoco a golpe de clic. Es una cuestión de querer abrir los ojos. Tan simple y complicado como eso.
Jean Luc Godard afirmaba que “a veces la realidad es demasiado compleja. Las historias le dan forma”. Y Margaret Atwood que “las historias son lo que nos hace humanos. Sin ellas, nos perderíamos en la confusión del mundo”. Y Joan Didion, en una sentencia que he repetido en cientos de ocasiones, que “nos contamos historias para poder sobrevivir”.Ninguna de estas frases, que aluden a la importancia del relato para contarnos y dotar de sentido al mundo, pertenece a Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad, de Lola López Mondéjar (Molina de Segura, 1958), y, sin embargo, todas ellas podrían hacerlo. Merecido ganador del Premio Anagrama de Ensayo 2024, en Sin relato, la psicoanalista y escritora ahonda en un mal —epidemia si nos ponemos solemnes— que asola nuestros días: la progresiva pérdida de narratividad que sufre el individuo posmoderno, la merma de facultades a la hora de contarse a sí mismo y construir un relato que dote de continuidad y sentido a lo vivido. Con rigor y erudición, logrando algo que en el mundo ensayístico me parece siempre un reto, que el resultado sea a la vez accesible y exigente, esa voz tan reconocible de López Mondéjar nos guía en esta exploración honesta y lúcida a partir de la intersección de algunos saberes como la filosofía, la sociología, la literatura, el cine o el psicoanálisis.La experta ve cada vez más pacientes, en especial jóvenes, cuyas historias son una sucesión de anécdotas sin un relato que les dé continuidadEl ser humano es fundamentalmente un buscador de sentido: narrarnos forma parte tanto de la construcción de nuestra identidad individual como social. Y, sin embargo, cuenta López Mondéjar que, en su consulta, empezó a recibir cada vez con más frecuencia a pacientes, en especial jóvenes, cuyas historias eran una sucesión de anécdotas sin un yo que las dotara de continuidad. Esta pérdida de narratividad, según apunta su hipótesis, está asociada no a una simple dificultad de trasladar el pensamiento a la palabra sino a un deterioro del pensamiento que se explica, en parte, por un vaciamiento de nuestro mundo interno, circunstancia más agravada aún en aquellos nacidos ya en la era digital.Para ahondar en esta hipótesis y para ir desgranándola, pone su propia experiencia y la de compañeros de su profesión en diálogo con Walter Benjamin, Günther Anders, Richard Sennett, René Girard. De su anterior ensayo, el brillante Invulnerables e invertebrados, recupera en estas páginas un concepto interesante para explicar la situación actual, el de los hombres y mujeres huecos. De él se vale para retrotraerse a comienzos del siglo XX y detectar los mecanismos que movían los hilos de esos hombres y mujeres huecos, marionetas que facilitaron el advenimiento del nazismo, y establece una correlación entre ellos y nosotros, entre ellos y lo que supone vivir plegados al vaciamiento progresivo que impone el mundo digital. Por ello, en Sin relato dedica un considerable número de páginas a profundizar en los devastadores efectos en nuestro psiquismo que produce el hecho de haberse rendido sin criterio a la tecnología, efectos que repercuten, en especial, en la fragmentación de nuestra atención. Efectos que promueven la abolición de la diversidad de un mundo interior propio para ser sustituido por una individualidad homogénea y conformista. Desaparece el yo crítico para fusionarse con un mundo externo lleno de reclamos constantes y superficiales.“¿Somos hoy pues, menos humanos?”, se pregunta López Mondéjar, y la respuesta está cercana al sí. En esta propuesta interesantísima que es Sin relato, disecciona a la perfección el punto sin retorno al que parecemos haber llegado, pero lo hace sin ánimo de sentar cátedra ni moralizar. Lo hace con el ánimo de encender la luz, de decirnos a nosotros, los lectores, al otro lado de la página, que aún cabe la esperanza. Poner límites a la digitalización es una tarea imprescindible para recuperar la presencialidad, la conversación y el pensamiento crítico. También para recuperar nuestro relato de hombres y mujeres huecos. No hay soluciones mágicas ni misteriosas, tampoco a golpe de clic. Es una cuestión de querer abrir los ojos. Tan simple y complicado como eso. Seguir leyendo
Jean Luc Godard afirmaba que “a veces la realidad es demasiado compleja. Las historias le dan forma”. Y Margaret Atwood que “las historias son lo que nos hace humanos. Sin ellas, nos perderíamos en la confusión del mundo”. Y Joan Didion, en una sentencia que he repetido en cientos de ocasiones, que “nos contamos historias para poder sobrevivir”.
Ninguna de estas frases, que aluden a la importancia del relato para contarnos y dotar de sentido al mundo, pertenece a Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad, de Lola López Mondéjar (Molina de Segura, 1958), y, sin embargo, todas ellas podrían hacerlo. Merecido ganador del Premio Anagrama de Ensayo 2024, en Sin relato, la psicoanalista y escritora ahonda en un mal —epidemia si nos ponemos solemnes— que asola nuestros días: la progresiva pérdida de narratividad que sufre el individuo posmoderno, la merma de facultades a la hora de contarse a sí mismo y construir un relato que dote de continuidad y sentido a lo vivido. Con rigor y erudición, logrando algo que en el mundo ensayístico me parece siempre un reto, que el resultado sea a la vez accesible y exigente, esa voz tan reconocible de López Mondéjar nos guía en esta exploración honesta y lúcida a partir de la intersección de algunos saberes como la filosofía, la sociología, la literatura, el cine o el psicoanálisis.
La experta ve cada vez más pacientes, en especial jóvenes, cuyas historias son una sucesión de anécdotas sin un relato que les dé continuidad
El ser humano es fundamentalmente un buscador de sentido: narrarnos forma parte tanto de la construcción de nuestra identidad individual como social. Y, sin embargo, cuenta López Mondéjar que, en su consulta, empezó a recibir cada vez con más frecuencia a pacientes, en especial jóvenes, cuyas historias eran una sucesión de anécdotas sin un yo que las dotara de continuidad. Esta pérdida de narratividad, según apunta su hipótesis, está asociada no a una simple dificultad de trasladar el pensamiento a la palabra sino a un deterioro del pensamiento que se explica, en parte, por un vaciamiento de nuestro mundo interno, circunstancia más agravada aún en aquellos nacidos ya en la era digital.
Para ahondar en esta hipótesis y para ir desgranándola, pone su propia experiencia y la de compañeros de su profesión en diálogo con Walter Benjamin, Günther Anders, Richard Sennett, René Girard. De su anterior ensayo, el brillante Invulnerables e invertebrados, recupera en estas páginas un concepto interesante para explicar la situación actual, el de los hombres y mujeres huecos. De él se vale para retrotraerse a comienzos del siglo XX y detectar los mecanismos que movían los hilos de esos hombres y mujeres huecos, marionetas que facilitaron el advenimiento del nazismo, y establece una correlación entre ellos y nosotros, entre ellos y lo que supone vivir plegados al vaciamiento progresivo que impone el mundo digital. Por ello, en Sin relato dedica un considerable número de páginas a profundizar en los devastadores efectos en nuestro psiquismo que produce el hecho de haberse rendido sin criterio a la tecnología, efectos que repercuten, en especial, en la fragmentación de nuestra atención. Efectos que promueven la abolición de la diversidad de un mundo interior propio para ser sustituido por una individualidad homogénea y conformista. Desaparece el yo crítico para fusionarse con un mundo externo lleno de reclamos constantes y superficiales.
“¿Somos hoy pues, menos humanos?”, se pregunta López Mondéjar, y la respuesta está cercana al sí. En esta propuesta interesantísima que es Sin relato, disecciona a la perfección el punto sin retorno al que parecemos haber llegado, pero lo hace sin ánimo de sentar cátedra ni moralizar. Lo hace con el ánimo de encender la luz, de decirnos a nosotros, los lectores, al otro lado de la página, que aún cabe la esperanza. Poner límites a la digitalización es una tarea imprescindible para recuperar la presencialidad, la conversación y el pensamiento crítico. También para recuperar nuestro relato de hombres y mujeres huecos. No hay soluciones mágicas ni misteriosas, tampoco a golpe de clic. Es una cuestión de querer abrir los ojos. Tan simple y complicado como eso.
Lola López Mondéjar
Anagrama, 2024
344 páginas. 19,90 euros
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