Después de Elvis Presley, Bob Dylan, John Lennon y Paul McCartney, la portada de una revista estadounidense de finales de los sesenta se atrevía a augurar que Sly Stone (de nombre real Sylvester Stewart, Denton, Texas, EE UU, 82 años) sería el “nuevo líder” generacional. Con un catálogo más reducido y menos años en la cresta que los anteriores referentes, la afirmación puede ahora resultar exagerada, pero en la época se trataba de una promesa con cierta base de realismo. Al frente de la banda Sly & The Family Stone, el músico afroamericano se estaba convirtiendo en cronista de un cambio de paradigma y poniendo banda sonora al nuevo horizonte al que apuntaban el sueño de la revolución hippie, las protestas contra la guerra de Vietnam o el movimiento por los derechos civiles de la población negra. Dos actuaciones históricas terminaron de coronarlo en 1969, primero en el Festival Cultural de Harlem y después en Woodstock.
Pero a la par que ese nuevo mundo que no acababa de nacer, el brillo de Sly Stone se apagó prematuramente entre adicciones, la presión mediática y actuaciones lastimosas, cuando no cancelaciones repentinas que desataban tumultos. En 1975, solo unos pocos cientos de personas acudieron a ver a Sly & The Family Stone en un recinto en Nueva York con capacidad para más de 6.000, prueba del hartazgo y la desconfianza que suscitaba su nombre. El cantante, como acostumbraba, se presentó una hora tarde y solo estuvo en el escenario 45 minutos. Además del desastre económico, el pinchazo derivó en la disolución práctica del grupo, aunque Sly seguiría publicando discos y dando conciertos con su nombre hasta los ochenta. El documental Sly Lives!: El legado de un genio, que acaba de llegar a España a través de Disney+, encuadra su caída en desgracia dentro de los duros desengaños con que concluyó una década de grandes expectativas, a la vez que pone de relieve la envergadura de una contribución artística imposible de desbaratar, ni siquiera por su propio artífice.
“Hay dos tipos de música negra: la de antes de Sly Stone y la de después”, escribía el crítico estadounidense Joel Selvin en su libro Sly & The Family Stone: An Oral History (1998, inédito en España). Selvin es una de las voces del recién estrenado documental y, preguntado por ICON, se confiesa incapaz de quedarse con una sola “transformación definitiva o decisiva” provocada por Stone. “Todo el modelo era desconocido, ya fuera la composición de la banda, la mezcla de elementos rock, folk y R&B o la temática de las canciones”, responde.
Prodigio desde su infancia, multiinstrumentista y muy influyente DJ, además de productor, músico de sesión e intérprete en directo para múltiples bandas, Sly formó oficialmente el grupo a los 23 años, junto a dos de sus hermanos y otros cinco artistas. El título del primer disco que publicaron, A Whole New Thing (Algo completamente nuevo), de 1967, hacía gala explícita de su ambición, aunque fue el siguiente, Dance To The Music (1968), el que les aupó a nivel comercial y desencadenó un efecto contagio psicodélico y progresivo en el funk contemporáneo.
A finales de 1968, el año del asesinato de Martin Luther King, lanzó un himno para un nuevo tiempo: la emotiva Everyday People, canto a la igualdad que, al grito de “¡Tenemos que vivir juntos!”, llamaba a la unión de hippies blancos y negros, hombres y mujeres. El propio grupo representaba desde su formación esa utopía de coexistencia pacífica (lo componían tres hombres negros, dos mujeres negras y dos hombres blancos), algo que, al favorecer que distintos segmentos se identificaran, pudo a la vez mejorar su proyección comercial. Sly Lives! El legado de un genio recuerda que, en aquella década, la huella de la segregación racial se dejaba ver claramente –una de las integrantes de la banda menciona un incidente con un policía que espetó “¡Follanegros!” a la pareja de entonces de Sly, una chica blanca– y la insoportable violencia cotidiana motivaba, a su vez, que sectores como el Partido de las Panteras Negras consideraran ingenuo el posicionamiento del grupo y pidieran la expulsión de sus miembros caucásicos.
“La composición de la banda era una declaración en sí misma”, afirma Joel Selvin. Para el libro que publicó a finales de los noventa el escritor pudo contar con los testimonios de buena parte del círculo de Sly & The Family Stone y de todos los músicos que formaron parte del grupo, salvo el propio Sly Stone, quien tampoco ha participado en el documental, esta vez por motivos de salud. Stone experimentó una decadencia larga, en la que nunca parecía terminar de tocar fondo. Retirado desde los ochenta, cuando dio algunos conciertos junto a su amigo George Clinton (de Parliament-Funkadelic), su figura pronto se redujo a los usos perniciosos que de ella hacían en televisión, en calidad de fenómeno de feria, y a noticias casi diarias de arrestos por posesión de cocaína. Aceptó, en la primera década del siglo XXI, embarcarse junto a sus excompañeros en una gira donde solo acababa participando en dos o tres canciones por noche, para indignación de un público al que habían vendido una reunión.
Poco a poco sus avistamientos se volvieron más extraños y su comportamiento más reclusivo, hasta ser tildado por la prensa estadounidense como “el J.D. Salinger del funk”. Para Selvin, parte de la explicación de ese retiro es que “sin duda siente melancolía, probablemente algo de culpa y muchos remordimientos” por el talento y potencial desperdiciados. “Todos sus amigos de entonces le miran con lástima, como alguien que lo tenía todo y lo tiró por la borda casi a conciencia”, dice a ICON.
El peso del talento
A diferencia de los documentales musicales canónicos de ascenso, caída y muerte o resurrección, Sly Lives!: El legado de un genio impugna la narrativa típica y niega al espectador un tercer acto al uso. Puede que Sly Stone jamás protagonizase un gran regreso, pero, como se encarga de recordar desde ese victorioso y celebratorio “¡Sly vive!” del título, también escapó de las crueles lógicas sacrificiales del mundo del espectáculo. “Es un viejo negro normal y corriente. Le encantan las películas del oeste y los coches. Por su último cumpleaños me dijo que solo quería comer una pizza grande”, cuenta en la película su hija Novena Carmel, DJ y presentadora de radio. En 2011 se informó de que vivía en la indigencia asistido por un matrimonio mayor que vigilaba que comiese diariamente; no obstante, más tarde amigos y colaboradores cercanos lo desmintieron y explicaron que, según la temporada, se instalaba en una caravana por elección propia. Actualmente se encuentra desintoxicado en una casa del sur de California, acompañado de sus hijos y nietos.
Sly Lives! está dirigida por el músico miembro de The Roots, periodista y cineasta Ahmir Khalid Thompson, más conocido por el nombre artístico de Questlove y ganador del Oscar al mejor documental por Summer Of Soul (2021), largometraje donde igualmente aparecía Sly & The Family Stone, al versar sobre el Festival de Harlem de 1969. Si en aquella película Questlove reflexionaba sobre la omisión mediática de los acontecimientos culturalmente relevantes para la población negra (los conciertos de Harlem tuvieron un número de asistentes próximo al de Woodstock, pero su cobertura fue casi inexistente), en su documental en torno a Sly empieza preguntándose de qué hablamos cuando hablamos de “genio negro”, esa figura ideal, excelente y modélica sobre la que se carga el deber de encarnar los valores más elevados de su comunidad.
Lejos de establecer un relato moralizante de drogadicción y castigo, habla del escrutinio y la exigencia a los que se somete a los artistas afroamericanos de éxito, desde una vara de medir distinta a la de los blancos y menos oportunidades para la redención. En un encadenado de imágenes de celebridades negras a quienes la presión condujo al autosabotaje, se incluye a Will Smith recogiendo el polémico Oscar que ganó en 2022: curiosamente, Questlove fue víctima colateral del famoso tortazo de Smith a Chris Rock, puesto que su galardón era el que se entregaba justo después, mientras el planeta dedicaba su atención al suceso. La alusión a la estrella puede entenderse como un perdón velado del director.
Los miembros vivos de Sly & The Family Stone dedican bonitas palabras en el documental a quien fue su cabeza visible, pese a que en los setenta les alienase por el círculo del que se rodeó, utilizando matones de la mafia como guardaespaldas, o los abandonase en el escenario, a veces diciendo al público que tenía que ir a orinar para luego no volver. Larry Graham, uno de los más influyentes bajistas de todos los tiempos, abandonó el grupo pensando que Stone había ordenado ejecutarle a través de sus sicarios por las disputas internas. Por no hablar de determinadas ocurrencias bañadas en cocaína: al más puro estilo Kanye West, transformó un concierto en el Madison Square Garden en 1974 en su boda ante miles de personas, con bailarinas, rayos láser y la idea de soltar miles de palomas, si bien para esto último no logró el permiso del recinto por no querer pagar seguridad extra. El matrimonio en cuestión con la modelo Kathy Silva solo duró dos años, después de que el hijo común de ambos, Sylvester Jr., fuera atacado por el perro de Sly a causa de una negligencia del cantante. Además de Novena y Sylvester, tiene una tercera hija, Phunne, cuya madre fue la cantante y trompetista del grupo Cynthia Robinson.
Stephen Paley, fotógrafo y diseñador (creó la emblemática portada de su disco de 1971 There’s A Riot Goin’ On, con una bandera de EE UU roja, blanca y negra), declara que Sly se volvió “huraño” después de que él “inventase un alfabeto y otras personas escribiesen libros con ese alfabeto”. Prince modeló su etapa con The Revolution basándose en la imagen de Sly & The Family Stone, y les rindió homenaje interpretando repetidamente en directo Stand! a lo largo de los años. En los noventa, la misma generación que había crecido escuchando en televisión día sí, día también sus escándalos y sus entradas en la cárcel fue la misma que volvió a poner de actualidad su música, sampleada en las canciones de LL Cool J, Beastie Boys, Public Enemy o Janet Jackson.
“Nunca he vivido una vida que no quisiera vivir”, le contó en 2023 Sly Stone al periodista Alexis Petridis, de The Guardian, con motivo de la publicación de su autobiografía Thank You (Falettinme Be Mice Elf Agin) (como la canción homónima de la banda, que podría traducirse Gracias por dejarme de nuevo ser como soy). Tanto en la entrevista como en el libro, Stone esquivaba el cliché del artista maldito y atormentado a la hora de describir su vida. El propio Petridis, uno de los pocos periodistas que ha conseguido hablar con Stone en sus años más elusivos, recordaba que en 2013 tuvo una mucho más accidentada conversación telefónica con él, cuando aún no había dejado las drogas, en la que declaraba que quería formar una nueva banda con músicos albinos para “neutralizar todas las diferencias raciales”, desde el argumento de que “todas las razas tienen albinos”. A sus más de 80 años, el artista tiene una enfermedad pulmonar incapacitante, por lo que el plan de los albinos no podrá salir adelante con él. Sus ideas y su “alfabeto” siguen, sin embargo, a disposición de las que generaciones a las que continúa inspirando.
Después de Elvis Presley, Bob Dylan, John Lennon y Paul McCartney, la portada de una revista estadounidense de finales de los sesenta se atrevía a augurar que Sly Stone (de nombre real Sylvester Stewart, Denton, Texas, EE UU, 82 años) sería el “nuevo líder” generacional. Con un catálogo más reducido y menos años en la cresta que los anteriores referentes, la afirmación puede ahora resultar exagerada, pero en la época se trataba de una promesa con cierta base de realismo. Al frente de la banda Sly & The Family Stone, el músico afroamericano se estaba convirtiendo en cronista de un cambio de paradigma y poniendo banda sonora al nuevo horizonte al que apuntaban el sueño de la revolución hippie, las protestas contra la guerra de Vietnam o el movimiento por los derechos civiles de la población negra. Dos actuaciones históricas terminaron de coronarlo en 1969, primero en el Festival Cultural de Harlem y después en Woodstock.Pero a la par que ese nuevo mundo que no acababa de nacer, el brillo de Sly Stone se apagó prematuramente entre adicciones, la presión mediática y actuaciones lastimosas, cuando no cancelaciones repentinas que desataban tumultos. En 1975, solo unos pocos cientos de personas acudieron a ver a Sly & The Family Stone en un recinto en Nueva York con capacidad para más de 6.000, prueba del hartazgo y la desconfianza que suscitaba su nombre. El cantante, como acostumbraba, se presentó una hora tarde y solo estuvo en el escenario 45 minutos. Además del desastre económico, el pinchazo derivó en la disolución práctica del grupo, aunque Sly seguiría publicando discos y dando conciertos con su nombre hasta los ochenta. El documental Sly Lives!: El legado de un genio, que acaba de llegar a España a través de Disney+, encuadra su caída en desgracia dentro de los duros desengaños con que concluyó una década de grandes expectativas, a la vez que pone de relieve la envergadura de una contribución artística imposible de desbaratar, ni siquiera por su propio artífice.“Hay dos tipos de música negra: la de antes de Sly Stone y la de después”, escribía el crítico estadounidense Joel Selvin en su libro Sly & The Family Stone: An Oral History (1998, inédito en España). Selvin es una de las voces del recién estrenado documental y, preguntado por ICON, se confiesa incapaz de quedarse con una sola “transformación definitiva o decisiva” provocada por Stone. “Todo el modelo era desconocido, ya fuera la composición de la banda, la mezcla de elementos rock, folk y R&B o la temática de las canciones”, responde.Prodigio desde su infancia, multiinstrumentista y muy influyente DJ, además de productor, músico de sesión e intérprete en directo para múltiples bandas, Sly formó oficialmente el grupo a los 23 años, junto a dos de sus hermanos y otros cinco artistas. El título del primer disco que publicaron, A Whole New Thing (Algo completamente nuevo), de 1967, hacía gala explícita de su ambición, aunque fue el siguiente, Dance To The Music (1968), el que les aupó a nivel comercial y desencadenó un efecto contagio psicodélico y progresivo en el funk contemporáneo.A finales de 1968, el año del asesinato de Martin Luther King, lanzó un himno para un nuevo tiempo: la emotiva Everyday People, canto a la igualdad que, al grito de “¡Tenemos que vivir juntos!”, llamaba a la unión de hippies blancos y negros, hombres y mujeres. El propio grupo representaba desde su formación esa utopía de coexistencia pacífica (lo componían tres hombres negros, dos mujeres negras y dos hombres blancos), algo que, al favorecer que distintos segmentos se identificaran, pudo a la vez mejorar su proyección comercial. Sly Lives! El legado de un genio recuerda que, en aquella década, la huella de la segregación racial se dejaba ver claramente –una de las integrantes de la banda menciona un incidente con un policía que espetó “¡Follanegros!” a la pareja de entonces de Sly, una chica blanca– y la insoportable violencia cotidiana motivaba, a su vez, que sectores como el Partido de las Panteras Negras consideraran ingenuo el posicionamiento del grupo y pidieran la expulsión de sus miembros caucásicos.“La composición de la banda era una declaración en sí misma”, afirma Joel Selvin. Para el libro que publicó a finales de los noventa el escritor pudo contar con los testimonios de buena parte del círculo de Sly & The Family Stone y de todos los músicos que formaron parte del grupo, salvo el propio Sly Stone, quien tampoco ha participado en el documental, esta vez por motivos de salud. Stone experimentó una decadencia larga, en la que nunca parecía terminar de tocar fondo. Retirado desde los ochenta, cuando dio algunos conciertos junto a su amigo George Clinton (de Parliament-Funkadelic), su figura pronto se redujo a los usos perniciosos que de ella hacían en televisión, en calidad de fenómeno de feria, y a noticias casi diarias de arrestos por posesión de cocaína. Aceptó, en la primera década del siglo XXI, embarcarse junto a sus excompañeros en una gira donde solo acababa participando en dos o tres canciones por noche, para indignación de un público al que habían vendido una reunión.Poco a poco sus avistamientos se volvieron más extraños y su comportamiento más reclusivo, hasta ser tildado por la prensa estadounidense como “el J.D. Salinger del funk”. Para Selvin, parte de la explicación de ese retiro es que “sin duda siente melancolía, probablemente algo de culpa y muchos remordimientos” por el talento y potencial desperdiciados. “Todos sus amigos de entonces le miran con lástima, como alguien que lo tenía todo y lo tiró por la borda casi a conciencia”, dice a ICON.El peso del talentoA diferencia de los documentales musicales canónicos de ascenso, caída y muerte o resurrección, Sly Lives!: El legado de un genio impugna la narrativa típica y niega al espectador un tercer acto al uso. Puede que Sly Stone jamás protagonizase un gran regreso, pero, como se encarga de recordar desde ese victorioso y celebratorio “¡Sly vive!” del título, también escapó de las crueles lógicas sacrificiales del mundo del espectáculo. “Es un viejo negro normal y corriente. Le encantan las películas del oeste y los coches. Por su último cumpleaños me dijo que solo quería comer una pizza grande”, cuenta en la película su hija Novena Carmel, DJ y presentadora de radio. En 2011 se informó de que vivía en la indigencia asistido por un matrimonio mayor que vigilaba que comiese diariamente; no obstante, más tarde amigos y colaboradores cercanos lo desmintieron y explicaron que, según la temporada, se instalaba en una caravana por elección propia. Actualmente se encuentra desintoxicado en una casa del sur de California, acompañado de sus hijos y nietos.Sly Lives! está dirigida por el músico miembro de The Roots, periodista y cineasta Ahmir Khalid Thompson, más conocido por el nombre artístico de Questlove y ganador del Oscar al mejor documental por Summer Of Soul (2021), largometraje donde igualmente aparecía Sly & The Family Stone, al versar sobre el Festival de Harlem de 1969. Si en aquella película Questlove reflexionaba sobre la omisión mediática de los acontecimientos culturalmente relevantes para la población negra (los conciertos de Harlem tuvieron un número de asistentes próximo al de Woodstock, pero su cobertura fue casi inexistente), en su documental en torno a Sly empieza preguntándose de qué hablamos cuando hablamos de “genio negro”, esa figura ideal, excelente y modélica sobre la que se carga el deber de encarnar los valores más elevados de su comunidad.Lejos de establecer un relato moralizante de drogadicción y castigo, habla del escrutinio y la exigencia a los que se somete a los artistas afroamericanos de éxito, desde una vara de medir distinta a la de los blancos y menos oportunidades para la redención. En un encadenado de imágenes de celebridades negras a quienes la presión condujo al autosabotaje, se incluye a Will Smith recogiendo el polémico Oscar que ganó en 2022: curiosamente, Questlove fue víctima colateral del famoso tortazo de Smith a Chris Rock, puesto que su galardón era el que se entregaba justo después, mientras el planeta dedicaba su atención al suceso. La alusión a la estrella puede entenderse como un perdón velado del director.Los miembros vivos de Sly & The Family Stone dedican bonitas palabras en el documental a quien fue su cabeza visible, pese a que en los setenta les alienase por el círculo del que se rodeó, utilizando matones de la mafia como guardaespaldas, o los abandonase en el escenario, a veces diciendo al público que tenía que ir a orinar para luego no volver. Larry Graham, uno de los más influyentes bajistas de todos los tiempos, abandonó el grupo pensando que Stone había ordenado ejecutarle a través de sus sicarios por las disputas internas. Por no hablar de determinadas ocurrencias bañadas en cocaína: al más puro estilo Kanye West, transformó un concierto en el Madison Square Garden en 1974 en su boda ante miles de personas, con bailarinas, rayos láser y la idea de soltar miles de palomas, si bien para esto último no logró el permiso del recinto por no querer pagar seguridad extra. El matrimonio en cuestión con la modelo Kathy Silva solo duró dos años, después de que el hijo común de ambos, Sylvester Jr., fuera atacado por el perro de Sly a causa de una negligencia del cantante. Además de Novena y Sylvester, tiene una tercera hija, Phunne, cuya madre fue la cantante y trompetista del grupo Cynthia Robinson.Stephen Paley, fotógrafo y diseñador (creó la emblemática portada de su disco de 1971 There’s A Riot Goin’ On, con una bandera de EE UU roja, blanca y negra), declara que Sly se volvió “huraño” después de que él “inventase un alfabeto y otras personas escribiesen libros con ese alfabeto”. Prince modeló su etapa con The Revolution basándose en la imagen de Sly & The Family Stone, y les rindió homenaje interpretando repetidamente en directo Stand! a lo largo de los años. En los noventa, la misma generación que había crecido escuchando en televisión día sí, día también sus escándalos y sus entradas en la cárcel fue la misma que volvió a poner de actualidad su música, sampleada en las canciones de LL Cool J, Beastie Boys, Public Enemy o Janet Jackson.“Nunca he vivido una vida que no quisiera vivir”, le contó en 2023 Sly Stone al periodista Alexis Petridis, de The Guardian, con motivo de la publicación de su autobiografía Thank You (Falettinme Be Mice Elf Agin) (como la canción homónima de la banda, que podría traducirse Gracias por dejarme de nuevo ser como soy). Tanto en la entrevista como en el libro, Stone esquivaba el cliché del artista maldito y atormentado a la hora de describir su vida. El propio Petridis, uno de los pocos periodistas que ha conseguido hablar con Stone en sus años más elusivos, recordaba que en 2013 tuvo una mucho más accidentada conversación telefónica con él, cuando aún no había dejado las drogas, en la que declaraba que quería formar una nueva banda con músicos albinos para “neutralizar todas las diferencias raciales”, desde el argumento de que “todas las razas tienen albinos”. A sus más de 80 años, el artista tiene una enfermedad pulmonar incapacitante, por lo que el plan de los albinos no podrá salir adelante con él. Sus ideas y su “alfabeto” siguen, sin embargo, a disposición de las que generaciones a las que continúa inspirando. Seguir leyendo
Después de Elvis Presley, Bob Dylan, John Lennon y Paul McCartney, la portada de una revista estadounidense de finales de los sesenta se atrevía a augurar que Sly Stone (de nombre real Sylvester Stewart, Denton, Texas, EE UU, 82 años) sería el “nuevo líder” generacional. Con un catálogo más reducido y menos años en la cresta que los anteriores referentes, la afirmación puede ahora resultar exagerada, pero en la época se trataba de una promesa con cierta base de realismo. Al frente de la banda Sly & The Family Stone, el músico afroamericano se estaba convirtiendo en cronista de un cambio de paradigma y poniendo banda sonora al nuevo horizonte al que apuntaban el sueño de la revolución hippie, las protestas contra la guerra de Vietnam o el movimiento por los derechos civiles de la población negra. Dos actuaciones históricas terminaron de coronarlo en 1969, primero en el Festival Cultural de Harlem y después en Woodstock.
Pero a la par que ese nuevo mundo que no acababa de nacer, el brillo de Sly Stone se apagó prematuramente entre adicciones, la presión mediática y actuaciones lastimosas, cuando no cancelaciones repentinas que desataban tumultos. En 1975, solo unos pocos cientos de personas acudieron a ver a Sly & The Family Stone en un recinto en Nueva York con capacidad para más de 6.000, prueba del hartazgo y la desconfianza que suscitaba su nombre. El cantante, como acostumbraba, se presentó una hora tarde y solo estuvo en el escenario 45 minutos. Además del desastre económico, el pinchazo derivó en la disolución práctica del grupo, aunque Sly seguiría publicando discos y dando conciertos con su nombre hasta los ochenta. El documental Sly Lives!: El legado de un genio, que acaba de llegar a España a través de Disney+, encuadra su caída en desgracia dentro de los duros desengaños con que concluyó una década de grandes expectativas, a la vez que pone de relieve la envergadura de una contribución artística imposible de desbaratar, ni siquiera por su propio artífice.

“Hay dos tipos de música negra: la de antes de Sly Stone y la de después”, escribía el crítico estadounidense Joel Selvin en su libro Sly & The Family Stone: An Oral History (1998, inédito en España). Selvin es una de las voces del recién estrenado documental y, preguntado por ICON, se confiesa incapaz de quedarse con una sola “transformación definitiva o decisiva” provocada por Stone. “Todo el modelo era desconocido, ya fuera la composición de la banda, la mezcla de elementos rock, folk y R&B o la temática de las canciones”, responde.
Prodigio desde su infancia, multiinstrumentista y muy influyente DJ, además de productor, músico de sesión e intérprete en directo para múltiples bandas, Sly formó oficialmente el grupo a los 23 años, junto a dos de sus hermanos y otros cinco artistas. El título del primer disco que publicaron, A Whole New Thing (Algo completamente nuevo), de 1967, hacía gala explícita de su ambición, aunque fue el siguiente, Dance To The Music (1968), el que les aupó a nivel comercial y desencadenó un efecto contagio psicodélico y progresivo en el funk contemporáneo.
A finales de 1968, el año del asesinato de Martin Luther King, lanzó un himno para un nuevo tiempo: la emotiva Everyday People, canto a la igualdad que, al grito de “¡Tenemos que vivir juntos!”, llamaba a la unión de hippies blancos y negros, hombres y mujeres. El propio grupo representaba desde su formación esa utopía de coexistencia pacífica (lo componían tres hombres negros, dos mujeres negras y dos hombres blancos), algo que, al favorecer que distintos segmentos se identificaran, pudo a la vez mejorar su proyección comercial. Sly Lives! El legado de un genio recuerda que, en aquella década, la huella de la segregación racial se dejaba ver claramente –una de las integrantes de la banda menciona un incidente con un policía que espetó “¡Follanegros!” a la pareja de entonces de Sly, una chica blanca– y la insoportable violencia cotidiana motivaba, a su vez, que sectores como el Partido de las Panteras Negras consideraran ingenuo el posicionamiento del grupo y pidieran la expulsión de sus miembros caucásicos.

“La composición de la banda era una declaración en sí misma”, afirma Joel Selvin. Para el libro que publicó a finales de los noventa el escritor pudo contar con los testimonios de buena parte del círculo de Sly & The Family Stone y de todos los músicos que formaron parte del grupo, salvo el propio Sly Stone, quien tampoco ha participado en el documental, esta vez por motivos de salud. Stone experimentó una decadencia larga, en la que nunca parecía terminar de tocar fondo. Retirado desde los ochenta, cuando dio algunos conciertos junto a su amigo George Clinton (de Parliament-Funkadelic), su figura pronto se redujo a los usos perniciosos que de ella hacían en televisión, en calidad de fenómeno de feria, y a noticias casi diarias de arrestos por posesión de cocaína. Aceptó, en la primera década del siglo XXI, embarcarse junto a sus excompañeros en una gira donde solo acababa participando en dos o tres canciones por noche, para indignación de un público al que habían vendido una reunión.
Poco a poco sus avistamientos se volvieron más extraños y su comportamiento más reclusivo, hasta ser tildado por la prensa estadounidense como “el J.D. Salinger del funk”. Para Selvin, parte de la explicación de ese retiro es que “sin duda siente melancolía, probablemente algo de culpa y muchos remordimientos” por el talento y potencial desperdiciados. “Todos sus amigos de entonces le miran con lástima, como alguien que lo tenía todo y lo tiró por la borda casi a conciencia”, dice a ICON.
El peso del talento
A diferencia de los documentales musicales canónicos de ascenso, caída y muerte o resurrección, Sly Lives!: El legado de un genio impugna la narrativa típica y niega al espectador un tercer acto al uso. Puede que Sly Stone jamás protagonizase un gran regreso, pero, como se encarga de recordar desde ese victorioso y celebratorio “¡Sly vive!” del título, también escapó de las crueles lógicas sacrificiales del mundo del espectáculo. “Es un viejo negro normal y corriente. Le encantan las películas del oeste y los coches. Por su último cumpleaños me dijo que solo quería comer una pizza grande”, cuenta en la película su hija Novena Carmel, DJ y presentadora de radio. En 2011 se informó de que vivía en la indigencia asistido por un matrimonio mayor que vigilaba que comiese diariamente; no obstante, más tarde amigos y colaboradores cercanos lo desmintieron y explicaron que, según la temporada, se instalaba en una caravana por elección propia. Actualmente se encuentra desintoxicado en una casa del sur de California, acompañado de sus hijos y nietos.

Sly Lives! está dirigida por el músico miembro de The Roots, periodista y cineasta Ahmir Khalid Thompson, más conocido por el nombre artístico de Questlove y ganador del Oscar al mejor documental por Summer Of Soul (2021), largometraje donde igualmente aparecía Sly & The Family Stone, al versar sobre el Festival de Harlem de 1969. Si en aquella película Questlove reflexionaba sobre la omisión mediática de los acontecimientos culturalmente relevantes para la población negra (los conciertos de Harlem tuvieron un número de asistentes próximo al de Woodstock, pero su cobertura fue casi inexistente), en su documental en torno a Sly empieza preguntándose de qué hablamos cuando hablamos de “genio negro”, esa figura ideal, excelente y modélica sobre la que se carga el deber de encarnar los valores más elevados de su comunidad.
Lejos de establecer un relato moralizante de drogadicción y castigo, habla del escrutinio y la exigencia a los que se somete a los artistas afroamericanos de éxito, desde una vara de medir distinta a la de los blancos y menos oportunidades para la redención. En un encadenado de imágenes de celebridades negras a quienes la presión condujo al autosabotaje, se incluye a Will Smith recogiendo el polémico Oscar que ganó en 2022: curiosamente, Questlove fue víctima colateral del famoso tortazo de Smith a Chris Rock, puesto que su galardón era el que se entregaba justo después, mientras el planeta dedicaba su atención al suceso. La alusión a la estrella puede entenderse como un perdón velado del director.

Los miembros vivos de Sly & The Family Stone dedican bonitas palabras en el documental a quien fue su cabeza visible, pese a que en los setenta les alienase por el círculo del que se rodeó, utilizando matones de la mafia como guardaespaldas, o los abandonase en el escenario, a veces diciendo al público que tenía que ir a orinar para luego no volver. Larry Graham, uno de los más influyentes bajistas de todos los tiempos, abandonó el grupo pensando que Stone había ordenado ejecutarle a través de sus sicarios por las disputas internas. Por no hablar de determinadas ocurrencias bañadas en cocaína: al más puro estilo Kanye West, transformó un concierto en el Madison Square Garden en 1974 en su boda ante miles de personas, con bailarinas, rayos láser y la idea de soltar miles de palomas, si bien para esto último no logró el permiso del recinto por no querer pagar seguridad extra. El matrimonio en cuestión con la modelo Kathy Silva solo duró dos años, después de que el hijo común de ambos, Sylvester Jr., fuera atacado por el perro de Sly a causa de una negligencia del cantante. Además de Novena y Sylvester, tiene una tercera hija, Phunne, cuya madre fue la cantante y trompetista del grupo Cynthia Robinson.
Stephen Paley, fotógrafo y diseñador (creó la emblemática portada de su disco de 1971 There’s A Riot Goin’ On, con una bandera de EE UU roja, blanca y negra), declara que Sly se volvió “huraño” después de que él “inventase un alfabeto y otras personas escribiesen libros con ese alfabeto”. Prince modeló su etapa con The Revolution basándose en la imagen de Sly & The Family Stone, y les rindió homenaje interpretando repetidamente en directo Stand! a lo largo de los años. En los noventa, la misma generación que había crecido escuchando en televisión día sí, día también sus escándalos y sus entradas en la cárcel fue la misma que volvió a poner de actualidad su música, sampleada en las canciones de LL Cool J, Beastie Boys, Public Enemy o Janet Jackson.

“Nunca he vivido una vida que no quisiera vivir”, le contó en 2023 Sly Stone al periodista Alexis Petridis, de The Guardian, con motivo de la publicación de su autobiografía Thank You (Falettinme Be Mice Elf Agin) (como la canción homónima de la banda, que podría traducirse Gracias por dejarme de nuevo ser como soy). Tanto en la entrevista como en el libro, Stone esquivaba el cliché del artista maldito y atormentado a la hora de describir su vida. El propio Petridis, uno de los pocos periodistas que ha conseguido hablar con Stone en sus años más elusivos, recordaba que en 2013 tuvo una mucho más accidentada conversación telefónica con él, cuando aún no había dejado las drogas, en la que declaraba que quería formar una nueva banda con músicos albinos para “neutralizar todas las diferencias raciales”, desde el argumento de que “todas las razas tienen albinos”. A sus más de 80 años, el artista tiene una enfermedad pulmonar incapacitante, por lo que el plan de los albinos no podrá salir adelante con él. Sus ideas y su “alfabeto” siguen, sin embargo, a disposición de las que generaciones a las que continúa inspirando.
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