Indignado por los atascos en aeropuertos y estaciones de tren, tomo un taxi veloz hacia el aeropuerto de Barcelona para poneros ante vuestro espejo. Porque mi indignación no es contra la tecnología, contra Adif , Aena o el Gobierno, sino contra vosotros, viajeros. Viajar ya no es algo que podamos hacer las personas formales. Tal como las estatuas humanas son signo inequívoco de que por aquella calle no puedes volver a pasear, los aeropuertos arrasados por la muchedumbre y la aviación masiva nos avisan de que estamos fuera de lugar.Hubo un tiempo en que viajar, como el salmón ahumado , era un lujo. Ver mundo era una superación en un mundo desconectado, escaso, casi sin vídeos, con fotografías que no servían para hacerse una idea y que eran pocas y siempre las mismas. Viajar era en sí caro, confortable, no tan importante como el destino pero notable, destacable, digno de ser consignado en el diario.Hoy todo está más cerca, es más conocido, tenemos imágenes de sobra para entenderlo sin ir y con la realidad virtual cuesta distinguir cuál de las dos experiencias es la mejor. Viajar ya no marca la diferencia. Los aviones son hoy transportes de ganado . Llego a El Prat y me pongo en la entrada de la cola del detector de metales. Son las 7 de la mañana. Es una cola multitudinaria, con dos operarios que gritan con menos delicadeza que el pastor a las ovejas. Unos gritos hirientes , humillantes, pero el único ofendido soy yo y las hordas de gente y más gente –siempre llegan más– siguen las instrucciones sin alteración ni respuesta perceptible al agresivo estímulo.Noticia Relacionada Después, ‘naide’ opinion Si ‘Touristgohomers go home’ Chapu ApaolazaAsí no se trata ni al ganado, pienso, pero luego miro a mi alrededor y es la fiesta de la bermuda , el bañador, la chancla y no son ni la mitad los que esta mañana se han duchado. Familias que se marchan de vacaciones con niños de 7-8 que sus padres les han permitido raparse media cabeza o dejarse una coleta. Todos en camiseta sin mangas, progenitores y vástagos, como si fueran jugadores de baloncesto.Es el momento de retirarnos. Viajar no. Me he levantado a las seis de la mañana en pleno mes de julio y me he gastado 60 euros en el taxi de ida y vuelta para contártelo. Ahora lo importante, lo distinguido, no es tratar de brillar en lo excepcional sino asegurarse una rutina cómoda, y más que cómoda, confortable. Es tu día a día asegurado lo que refleja tu personalidad, y no tus excentricidades puntuales. Para eso están los influencers y los instagramers , los apologetas del «vivir una experiencia», que es al lujo lo que el reguetón a la música. ¿Qué crees que puedes hacer en la Fontana di Trevi ? ¿Cuál crees que va a ser tu aportación a las pirámides egipcias? ¿Cuánta carne humana tendrás que ver, oler y tocar, por cada trozo de piedra que puedas ver entre millones de turistas y bajo un sol atroz? El problema no son los atascos, los errores técnicos o humanos. Ni la culpa es de Pedro Sánchez. El problema es qué haces tú aquí, con todo el mundo. Es tu culpa porque el colapso y los imprevistos son consustanciales a las masas. Mira bien esta cola, las bolsas de tabaco de liar en los bolsillos traseros, las palabras que se dicen los unos a los otros, y si te atreves a arrimarte, dime a qué huele tanta trashumancia.El viaje por el viaje, por ir a un lugar y verlo, ha dejado de tener sentido como ocio civilizado. Lo moderno, lo elaborado, lo elevado es tener una vida agradable . En esta cola no conozco a nadie, ni nadie me conoce a mí, lo que es mucho más significativo. Mochilas más grandes que las espaldas que las cargan, más gritos de los operarios, este trato a tantas personas amontonadas recuerdo haberlo visto en películas de final trágico. Un operario grita muy cerca de donde estoy y me giro y le digo que es de muy mala educación tratar a los demás de este modo tan desagradable. Y noto cómo me mira con esa superioridad del funcionario con peto y uniforme que sabe que sólo en estas muy particulares circunstancias puede permitirse ser déspota con el otro y decide darse el gustazo. Cuando viajas eres exactamente esto: carne de cañón de red social, vacilante expresión bovina, el sueño hecho realidad de este peto uniformado que ha encontrado por fin a alguien a quien humillar. Indignado por los atascos en aeropuertos y estaciones de tren, tomo un taxi veloz hacia el aeropuerto de Barcelona para poneros ante vuestro espejo. Porque mi indignación no es contra la tecnología, contra Adif , Aena o el Gobierno, sino contra vosotros, viajeros. Viajar ya no es algo que podamos hacer las personas formales. Tal como las estatuas humanas son signo inequívoco de que por aquella calle no puedes volver a pasear, los aeropuertos arrasados por la muchedumbre y la aviación masiva nos avisan de que estamos fuera de lugar.Hubo un tiempo en que viajar, como el salmón ahumado , era un lujo. Ver mundo era una superación en un mundo desconectado, escaso, casi sin vídeos, con fotografías que no servían para hacerse una idea y que eran pocas y siempre las mismas. Viajar era en sí caro, confortable, no tan importante como el destino pero notable, destacable, digno de ser consignado en el diario.Hoy todo está más cerca, es más conocido, tenemos imágenes de sobra para entenderlo sin ir y con la realidad virtual cuesta distinguir cuál de las dos experiencias es la mejor. Viajar ya no marca la diferencia. Los aviones son hoy transportes de ganado . Llego a El Prat y me pongo en la entrada de la cola del detector de metales. Son las 7 de la mañana. Es una cola multitudinaria, con dos operarios que gritan con menos delicadeza que el pastor a las ovejas. Unos gritos hirientes , humillantes, pero el único ofendido soy yo y las hordas de gente y más gente –siempre llegan más– siguen las instrucciones sin alteración ni respuesta perceptible al agresivo estímulo.Noticia Relacionada Después, ‘naide’ opinion Si ‘Touristgohomers go home’ Chapu ApaolazaAsí no se trata ni al ganado, pienso, pero luego miro a mi alrededor y es la fiesta de la bermuda , el bañador, la chancla y no son ni la mitad los que esta mañana se han duchado. Familias que se marchan de vacaciones con niños de 7-8 que sus padres les han permitido raparse media cabeza o dejarse una coleta. Todos en camiseta sin mangas, progenitores y vástagos, como si fueran jugadores de baloncesto.Es el momento de retirarnos. Viajar no. Me he levantado a las seis de la mañana en pleno mes de julio y me he gastado 60 euros en el taxi de ida y vuelta para contártelo. Ahora lo importante, lo distinguido, no es tratar de brillar en lo excepcional sino asegurarse una rutina cómoda, y más que cómoda, confortable. Es tu día a día asegurado lo que refleja tu personalidad, y no tus excentricidades puntuales. Para eso están los influencers y los instagramers , los apologetas del «vivir una experiencia», que es al lujo lo que el reguetón a la música. ¿Qué crees que puedes hacer en la Fontana di Trevi ? ¿Cuál crees que va a ser tu aportación a las pirámides egipcias? ¿Cuánta carne humana tendrás que ver, oler y tocar, por cada trozo de piedra que puedas ver entre millones de turistas y bajo un sol atroz? El problema no son los atascos, los errores técnicos o humanos. Ni la culpa es de Pedro Sánchez. El problema es qué haces tú aquí, con todo el mundo. Es tu culpa porque el colapso y los imprevistos son consustanciales a las masas. Mira bien esta cola, las bolsas de tabaco de liar en los bolsillos traseros, las palabras que se dicen los unos a los otros, y si te atreves a arrimarte, dime a qué huele tanta trashumancia.El viaje por el viaje, por ir a un lugar y verlo, ha dejado de tener sentido como ocio civilizado. Lo moderno, lo elaborado, lo elevado es tener una vida agradable . En esta cola no conozco a nadie, ni nadie me conoce a mí, lo que es mucho más significativo. Mochilas más grandes que las espaldas que las cargan, más gritos de los operarios, este trato a tantas personas amontonadas recuerdo haberlo visto en películas de final trágico. Un operario grita muy cerca de donde estoy y me giro y le digo que es de muy mala educación tratar a los demás de este modo tan desagradable. Y noto cómo me mira con esa superioridad del funcionario con peto y uniforme que sabe que sólo en estas muy particulares circunstancias puede permitirse ser déspota con el otro y decide darse el gustazo. Cuando viajas eres exactamente esto: carne de cañón de red social, vacilante expresión bovina, el sueño hecho realidad de este peto uniformado que ha encontrado por fin a alguien a quien humillar.
Indignado por los atascos en aeropuertos y estaciones de tren, tomo un taxi veloz hacia el aeropuerto de Barcelona para poneros ante vuestro espejo. Porque mi indignación no es contra la tecnología, contra Adif, Aena o el Gobierno, sino contra vosotros, viajeros. Viajar ya … no es algo que podamos hacer las personas formales. Tal como las estatuas humanas son signo inequívoco de que por aquella calle no puedes volver a pasear, los aeropuertos arrasados por la muchedumbre y la aviación masiva nos avisan de que estamos fuera de lugar.
Hubo un tiempo en que viajar, como el salmón ahumado, era un lujo. Ver mundo era una superación en un mundo desconectado, escaso, casi sin vídeos, con fotografías que no servían para hacerse una idea y que eran pocas y siempre las mismas. Viajar era en sí caro, confortable, no tan importante como el destino pero notable, destacable, digno de ser consignado en el diario.
Hoy todo está más cerca, es más conocido, tenemos imágenes de sobra para entenderlo sin ir y con la realidad virtual cuesta distinguir cuál de las dos experiencias es la mejor. Viajar ya no marca la diferencia. Los aviones son hoy transportes de ganado. Llego a El Prat y me pongo en la entrada de la cola del detector de metales. Son las 7 de la mañana. Es una cola multitudinaria, con dos operarios que gritan con menos delicadeza que el pastor a las ovejas. Unos gritos hirientes, humillantes, pero el único ofendido soy yo y las hordas de gente y más gente –siempre llegan más– siguen las instrucciones sin alteración ni respuesta perceptible al agresivo estímulo.
Así no se trata ni al ganado, pienso, pero luego miro a mi alrededor y es la fiesta de la bermuda, el bañador, la chancla y no son ni la mitad los que esta mañana se han duchado. Familias que se marchan de vacaciones con niños de 7-8 que sus padres les han permitido raparse media cabeza o dejarse una coleta. Todos en camiseta sin mangas, progenitores y vástagos, como si fueran jugadores de baloncesto.
Es el momento de retirarnos. Viajar no. Me he levantado a las seis de la mañana en pleno mes de julio y me he gastado 60 euros en el taxi de ida y vuelta para contártelo. Ahora lo importante, lo distinguido, no es tratar de brillar en lo excepcional sino asegurarse una rutina cómoda, y más que cómoda, confortable. Es tu día a día asegurado lo que refleja tu personalidad, y no tus excentricidades puntuales. Para eso están los influencers y los instagramers, los apologetas del «vivir una experiencia», que es al lujo lo que el reguetón a la música. ¿Qué crees que puedes hacer en la Fontana di Trevi? ¿Cuál crees que va a ser tu aportación a las pirámides egipcias? ¿Cuánta carne humana tendrás que ver, oler y tocar, por cada trozo de piedra que puedas ver entre millones de turistas y bajo un sol atroz? El problema no son los atascos, los errores técnicos o humanos. Ni la culpa es de Pedro Sánchez. El problema es qué haces tú aquí, con todo el mundo. Es tu culpa porque el colapso y los imprevistos son consustanciales a las masas. Mira bien esta cola, las bolsas de tabaco de liar en los bolsillos traseros, las palabras que se dicen los unos a los otros, y si te atreves a arrimarte, dime a qué huele tanta trashumancia.
El viaje por el viaje, por ir a un lugar y verlo, ha dejado de tener sentido como ocio civilizado. Lo moderno, lo elaborado, lo elevado es tener una vida agradable. En esta cola no conozco a nadie, ni nadie me conoce a mí, lo que es mucho más significativo. Mochilas más grandes que las espaldas que las cargan, más gritos de los operarios, este trato a tantas personas amontonadas recuerdo haberlo visto en películas de final trágico.
Un operario grita muy cerca de donde estoy y me giro y le digo que es de muy mala educación tratar a los demás de este modo tan desagradable. Y noto cómo me mira con esa superioridad del funcionario con peto y uniforme que sabe que sólo en estas muy particulares circunstancias puede permitirse ser déspota con el otro y decide darse el gustazo. Cuando viajas eres exactamente esto: carne de cañón de red social, vacilante expresión bovina, el sueño hecho realidad de este peto uniformado que ha encontrado por fin a alguien a quien humillar.
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