Cuando debutaron en el CBGB, en junio de 1975, nadie los habría tomado por un grupo de rock. La banda estaba compuesta por dos hombres y una mujer —vestidos con polos, camisas convencionales, con el pelo corto, bien peinado— que hablaban lo justo entre canción y canción. Eran tan premeditadamente normales que al final pasaron a ser el grupo más extravagante de la promoción de la que también salieron Patti Smith, Blondie y Television. Talking Heads no se parecían a los grupos de rock que había hasta entonces. Y no era solamente su imagen, su estilo también era anómalo. La sección rítmica sufría varias transformaciones dentro de un mismo tema a la vez que incitaba al baile. Las guitarras, claras, limpias, se movían con intuición aritmética. Y las letras, que sublimaban lo cotidiano, estaban interpretadas por alguien que, tal y como escribió Ed McCormack en Rolling Stone, cantaba “como lo habría hecho Tony Perkins si Psicosis hubiese sido un musical”.
El novelista Dave Eggers tenía 12 años cuando un amigo le prestó un casete que contenía el primer álbum de Talking Heads. Acostumbrado a oír a Billy Joel y John Denver en la radio, pensó que “la gente que cantaba aquello estaba loca”. La canción de Talking Heads: 77 que más le trastornó fue ‘Don’t Worry About The Government’, una celebración de los atributos de la vida moderna escrita desde una inquietante fascinación: “Mi edificio tiene todas las ventajas / Me hará la vida más fácil / Será más fácil hacer las cosas / Me relajaré con mis seres queridos / Mis seres queridos, mis seres queridos visitan el edificio / Toman la autopista, aparcan y suben a verme / Yo estaré trabajando, trabajando, pero si vienes a verme / Dejaré lo que esté haciendo, mis amistades son importantes”. “Sigue siendo una de las letras más extrañas que haya cantado nadie”, escribió Eggers en un pequeño ensayo sobre la banda.
David Byrne, Chris Frantz y Tina Weymouth se conocieron en la Escuela de Diseño de Rhode Island. Querían ser artistas, pero terminaron siendo músicos que hacían canciones desde la perspectiva de un artista. “La canción pop es un medio muy eficiente y efectivo para transmitir ideas”, escribieron en un manifiesto. “Algunos términos que la banda espera que se asocien a su imagen son: sinceridad, honestidad, intensidad, sustancia, integridad y diversión”. Esa notable desviación de la norma que fueron en su momento Talking Heads ratifica también la teoría de que, en lo musical, el punk fue un movimiento meramente continuista. El cambio real llegó con el pospunk, y probablemente, los primeros en indicar el camino a seguir fueron ellos al repensar muchos de los códigos habituales en el rock. Lo hicieron al plasmar el ritmo espasmódico de ‘Who Is It?’, o con ‘Tentative Decisions’ y la espiral rítmica que de repente pasa a ser una marcha militar para luego mutar de nuevo a funk blanco.
El músculo rítmico fue uno de los grandes dones de Talking Heads y parte de ese mérito recae en Tina Weymouth, una pionera que conforma el núcleo de mujeres que, a partir de 1976, demostraron que podían tocar los mismos instrumentos que los hombres y ser tan innovadoras como cualquiera de ellos. Desde el primer instante, su instrumento puso de relieve las influencias de la música negra que tenían los tres. La amenazadora línea de bajo que nos introduce en ‘Psycho Killer’ está claramente inspirada en la de ‘Play Something Sweet’, un tema grabado en 1973 por Sylvester cuando aún iba acompañado por la Hot Band. “Lo que nos diferencia de los grupos punk es que a nosotros nos gusta KC & The Sunshine Band y Funkadelic”, dijo Chris Frantz en 1977.
Habían sacado un sencillo a la venta —esa fiesta de candor y extrañamiento que es “Love Goes To Building On Fire”— y ya se disponían a grabar su primer álbum cuando convencieron a Jerry Harrison de que se les uniera (se dice que antes de eso, lo habían intentado con Arthur Russell). Harrison aparcó su carrera de arquitectura y enriqueció el sonido del grupo con su teclado y una segunda guitarra. “Si tenemos éxito será porque somos un grupo original, y nuestra originalidad se hará popular”, le dijo al crítico John Rockwell poco después de sumarse a la formación.
La sección rítmica sufría varias transformaciones dentro de un mismo tema a la vez que incitaba al baile. Las guitarras, claras, limpias, se movían con intuición aritmética
Durante los siguientes tres años, Talking Heads perturbaron el lenguaje del pop por medio de una evolución pasmosa. En su primera gira británica conocieron a Brian Eno y la conexión fue inmediata. Trabajó con ellos como productor en los siguientes tres álbumes, entre los cuales figuran sus obras cumbre: Fear Of Music (1979) y Remain In Light (1980). Jonathan Demme los filmó en concierto y la película resultante, Stop Making Sense —recientemente reestrenada por su 40º aniversario—, les confirió esa popularidad que vaticinaba Harrison. Su influjo se detecta en bandas como Radio Futura, Franz Ferdinand o Animal Collective, e incluso ha llegado al terreno del cómic con Si bailáis, entenderéis mejor las letras (ECC), del madrileño Lorenzo Montatore.
En Talking Heads: 77 la originalidad de los planteamientos del cuarteto ya es manifiesta. La reedición superdeluxe del álbum amplía el campo de visión de lo que el grupo era ya entonces. Aporta maquetas y tomas alternativas que reflejan algunas encrucijadas (por ejemplo, la tensión entre lo popular y lo experimental que los acompañó hasta 1984), entre ellas dos versiones alternativas de ‘Psycho Killer’ —una con el propio Russell al chelo—, el tema que les dio visibilidad. Hay también un concierto registrado en el CBGB en otoño de 1977, cuando su debut salió a la venta, en el que exhiben su particular y dislocada disciplina sonora. Los chicos y la chica que parecían inocentes estudiantes universitarios eran en realidad cuatro intelectuales conspirando acerca de cómo debía sonar el rock del mañana. Música para el cuerpo y la mente cuyo significado, como dice el tebeo de Montatore, se entiende mejor si se baila.
La reedición expandida de su álbum de debut en 1977 amplía el campo de visión sobre lo que ya eran entonces: cuatro intelectuales conspirando acerca de cómo debía sonar el rock del mañana
Cuando debutaron en el CBGB, en junio de 1975, nadie los habría tomado por un grupo de rock. La banda estaba compuesta por dos hombres y una mujer —vestidos con polos, camisas convencionales, con el pelo corto, bien peinado— que hablaban lo justo entre canción y canción. Eran tan premeditadamente normales que al final pasaron a ser el grupo más extravagante de la promoción de la que también salieron Patti Smith, Blondie y Television. Talking Heads no se parecían a los grupos de rock que había hasta entonces. Y no era solamente su imagen, su estilo también era anómalo. La sección rítmica sufría varias transformaciones dentro de un mismo tema a la vez que incitaba al baile. Las guitarras, claras, limpias, se movían con intuición aritmética. Y las letras, que sublimaban lo cotidiano, estaban interpretadas por alguien que, tal y como escribió Ed McCormack en Rolling Stone, cantaba “como lo habría hecho Tony Perkins si Psicosis hubiese sido un musical”.
El novelista Dave Eggers tenía 12 años cuando un amigo le prestó un casete que contenía el primer álbum de Talking Heads. Acostumbrado a oír a Billy Joel y John Denver en la radio, pensó que “la gente que cantaba aquello estaba loca”. La canción de Talking Heads: 77 que más le trastornó fue ‘Don’t Worry About The Government’, una celebración de los atributos de la vida moderna escrita desde una inquietante fascinación: “Mi edificio tiene todas las ventajas / Me hará la vida más fácil / Será más fácil hacer las cosas / Me relajaré con mis seres queridos / Mis seres queridos, mis seres queridos visitan el edificio / Toman la autopista, aparcan y suben a verme / Yo estaré trabajando, trabajando, pero si vienes a verme / Dejaré lo que esté haciendo, mis amistades son importantes”. “Sigue siendo una de las letras más extrañas que haya cantado nadie”, escribió Eggers en un pequeño ensayo sobre la banda.
David Byrne, Chris Frantz y Tina Weymouth se conocieron en la Escuela de Diseño de Rhode Island. Querían ser artistas, pero terminaron siendo músicos que hacían canciones desde la perspectiva de un artista. “La canción pop es un medio muy eficiente y efectivo para transmitir ideas”, escribieron en un manifiesto. “Algunos términos que la banda espera que se asocien a su imagen son: sinceridad, honestidad, intensidad, sustancia, integridad y diversión”. Esa notable desviación de la norma que fueron en su momento Talking Heads ratifica también la teoría de que, en lo musical, el punk fue un movimiento meramente continuista. El cambio real llegó con el pospunk, y probablemente, los primeros en indicar el camino a seguir fueron ellos al repensar muchos de los códigos habituales en el rock. Lo hicieron al plasmar el ritmo espasmódico de ‘Who Is It?’, o con ‘Tentative Decisions’ y la espiral rítmica que de repente pasa a ser una marcha militar para luego mutar de nuevo a funk blanco.
El músculo rítmico fue uno de los grandes dones de Talking Heads y parte de ese mérito recae en Tina Weymouth, una pionera que conforma el núcleo de mujeres que, a partir de 1976, demostraron que podían tocar los mismos instrumentos que los hombres y ser tan innovadoras como cualquiera de ellos. Desde el primer instante, su instrumento puso de relieve las influencias de la música negra que tenían los tres. La amenazadora línea de bajo que nos introduce en ‘Psycho Killer’ está claramente inspirada en la de ‘Play Something Sweet’, un tema grabado en 1973 por Sylvester cuando aún iba acompañado por la Hot Band. “Lo que nos diferencia de los grupos punk es que a nosotros nos gusta KC & The Sunshine Band y Funkadelic”, dijo Chris Frantz en 1977.
Habían sacado un sencillo a la venta —esa fiesta de candor y extrañamiento que es “Love Goes To Building On Fire”— y ya se disponían a grabar su primer álbum cuando convencieron a Jerry Harrison de que se les uniera (se dice que antes de eso, lo habían intentado con Arthur Russell). Harrison aparcó su carrera de arquitectura y enriqueció el sonido del grupo con su teclado y una segunda guitarra. “Si tenemos éxito será porque somos un grupo original, y nuestra originalidad se hará popular”, le dijo al crítico John Rockwell poco después de sumarse a la formación.
La sección rítmica sufría varias transformaciones dentro de un mismo tema a la vez que incitaba al baile. Las guitarras, claras, limpias, se movían con intuición aritmética
Durante los siguientes tres años, Talking Heads perturbaron el lenguaje del pop por medio de una evolución pasmosa. En su primera gira británica conocieron a Brian Eno y la conexión fue inmediata. Trabajó con ellos como productor en los siguientes tres álbumes, entre los cuales figuran sus obras cumbre: Fear Of Music (1979) y Remain In Light (1980). Jonathan Demme los filmó en concierto y la película resultante, Stop Making Sense —recientemente reestrenada por su 40º aniversario—, les confirió esa popularidad que vaticinaba Harrison. Su influjo se detecta en bandas como Radio Futura, Franz Ferdinand o Animal Collective, e incluso ha llegado al terreno del cómic con Si bailáis, entenderéis mejor las letras (ECC), del madrileño Lorenzo Montatore.
En Talking Heads: 77 la originalidad de los planteamientos del cuarteto ya es manifiesta. La reedición superdeluxe del álbum amplía el campo de visión de lo que el grupo era ya entonces. Aporta maquetas y tomas alternativas que reflejan algunas encrucijadas (por ejemplo, la tensión entre lo popular y lo experimental que los acompañó hasta 1984), entre ellas dos versiones alternativas de ‘Psycho Killer’ —una con el propio Russell al chelo—, el tema que les dio visibilidad. Hay también un concierto registrado en el CBGB en otoño de 1977, cuando su debut salió a la venta, en el que exhiben su particular y dislocada disciplina sonora. Los chicos y la chica que parecían inocentes estudiantes universitarios eran en realidad cuatro intelectuales conspirando acerca de cómo debía sonar el rock del mañana. Música para el cuerpo y la mente cuyo significado, como dice el tebeo de Montatore, se entiende mejor si se baila.
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