El 9 de julio de 1995, The Grateful Dead ofrecía en Chicago su último concierto. Justo un mes después su líder, Jerry Garcia, fallecía a los 53 años por complicaciones derivadas de su diabetes. Pese a estar inactivos durante la segunda mitad de aquella década, fue el segundo grupo que más dinero recaudó en los años noventa, solo superado por los Rolling Stones. No fue este el único récord batido por esa banda, creada en Palo Alto (California) en 1965: se estima que durante sus 30 años de trayectoria tocaron en directo para unos 25 millones de personas (lo que los convertiría en el grupo que más público ha convocado en toda la historia del rock). La máxima afluencia la consiguieron en 1973, en el festival Summer Jam At Watkins Glen, al que se dice que acudieron 600.000 personas. Poco antes del final de su carrera, congregaron a 90.000 en su histórico concierto con Bob Dylan en Vermont, también en EE UU.
Además es el grupo que más álbumes ha colocado en la lista de ventas de su país, uno de los fenómenos sociales y culturales que definió el siglo XX en Norteamérica, muy ligado al nacimiento de la contracultura de los años sesenta, objeto de numerosos ensayos y estudios académicos, y dueño de, probablemente, la legión de fans más fiel que ha existido.
A los 60 años de su formación, los supervivientes de la banda lo celebran ahora con una caja de ni más ni menos que 60 cedés, titulada Enjoying The Ride, que incluye grabaciones en directo de toda su trayectoria. Para quien quiera introducirse en su universo de un modo menos ambicioso, su discográfica, Warner, acaba de publicar también su primera colección de grandes éxitos en un solo vinilo. Su título es Greatest Hits e incluye nueve temas.
Un grupo único
Jerry Garcia (voz y guitarra), Bob Weir (guitarra y voz), Ron “Pigpen” McKernan (teclados y armónica), Phil Lesh (bajo) y Bill Kreutzmann (batería) comenzaron fogueándose en bares del área de la bahía de San Francisco con el nombre de The Warlocks, hasta que alguien les dijo que ya existía otro grupo que se llamaba así. Eligieron, entonces, llamarse The Grateful Dead. Adquirieron soltura ofreciendo cinco pases diarios durante cinco noches a la semana en un local llamado In Room, y el primer concierto con su nombre definitivo se produjo el 4 de diciembre de 1965 como parte de los Acid Tests puestos en marcha por el escritor Ken Kesey. Estas eran unas fiestas, con música y proyecciones en directo, ligadas al consumo de LSD (por entonces todavía legal en California) y que fueron uno de los hitos que marcaron el inicio del movimiento hippy y la psicodelia.
Allí, los miembros del grupo liderado por Garcia comenzaron a desarrollar su comunicación cuasitelepática, que derivó en un estilo basado en la improvisación, más cercano a las dinámicas del jazz que al lenguaje tradicional del rock. Dos años después, coincidieron con Big Brother And The Holding Company (la banda liderada por Janis Joplin) y con el poeta Allen Ginsberg en un evento benéfico para los Hare Krishna en su templo de San Francisco. Otra actuación legendaria fue la que ofrecieron en mayo de 1968 en la Universidad de Columbia, en Nueva York, durante las protestas estudiantiles contra la guerra de Vietnam, y para la que camuflaron el equipo en el camión que llevaba el pan a las cafeterías del campus. Cuando la policía se dio cuenta, ellos ya estaban en plena jam psicodélica. No tuvieron tanta suerte en 1970, cuando, en otra de sus giras, los agentes del orden entraron en su hotel de Bourbon Street, en Nueva Orleáns, y detuvieron a 19 personas por posesión de drogas.
“Deadheads” en una Norteamérica mítica
La psicodelia triposa e improvisada con la que comenzaron The Grateful Dead fue poniendo la semilla de lo que luego sería el rock progresivo (de hecho, ellos comenzaron al mismo tiempo que Pink Floyd estaba haciendo algo bastante parecido en Inglaterra). Pero su perspectiva era más libre. Ellos nunca salían al escenario con un repertorio prefijado, sino que iban dejando que los temas fluyeran, a menudo enlazando varios a la vez como parte de sus improvisaciones. Generalmente, las canciones que iban apareciendo en sus discos habían sido probadas anteriormente en directo: una costumbre que han ido siguiendo muchos grupos a lo largo de los años, desde sus alumnos aventajados Phish hasta bandas aparentemente tan distantes de ellos como Animal Collective o Swans. Pero, dentro de sus viajes cósmicos, también había algo muy enraizado en su tierra, dejando que afloraran influencias del country, el folk y el blues, y jugando siempre con un imaginario y una narrativa que tenía mucho que ver con los grandes mitos norteamericanos, especialmente en las letras que les escribió su colaborador Robert Hunter. Según Denis McNally, biógrafo del grupo, en ellas crearon “una hiperamericana no literal, que tejía un tapiz psicodélico y caleidoscópico con la esperanza de dilucidar el carácter nacional de Estados Unidos”.
Ahí, por ejemplo, es donde advierte su mayor influjo Javier Vielba, líder del grupo vallisoletano Arizona Baby. “En 1970, en los álbumes Workingman’s Dead y American Beauty optaron por un sonido eminentemente acústico y unos juegos de voces, muy cercanos al sonido Laurel Canyon y a grupos como Crosby, Stills, Nash & Young, que creo que han sido tan influyentes como su faceta más levitativa y expansiva”, explica el músico. Sin embargo su mánager, y antiguo periodista musical, José María Rey, opina que “la esencia del grupo está en su álbum de estudio anterior, Aoxomoxoa, de 1969” e introduce una anécdota poco conocida. “En la contraportada de ese disco sale la primera foto conocida de Courtney Love, con 6 o 7 añitos, ya que era la hija de uno de los roadies”.
El líder de Arizona Baby destaca también “esa filosofía de cercanía con sus seguidores, formando una gran familia”. En ese aspecto, The Grateful Dead fueron también únicos e importantísimos para mucha gente. A lo largo de los 2.300 conciertos que ofrecieron en su vida cultivaron un sentido de comunidad muy especial con sus fans, que popularmente eran conocidos como deadheads. Muchos de ellos les seguían en sus giras, durante meses, o incluso años enteros. La banda propiciaba que se creasen mercadillos, conocidos como Shakedown Street, en los aledaños de los recintos donde actuaban. Eran lugares de encuentro e intercambio de todo tipo de objetos e información por parte de los deadheads. Y, de entre todo lo que allí se encontraba, tenían especial protagonismo las casetes con grabaciones de sus conciertos, una práctica que a la banda no solo no le molestaba, sino que la fomentaba, hasta el punto de que podían poner micros con pértiga sobre la audiencia para que la calidad de sonido de sus grabaciones fuese mejor. Probablemente ahí ostenten otro récord: el del grupo del que han circulado más directos piratas (muchos de los cuales también hicieron ellos oficiales). Ese sentimiento de compartir libremente estaba en ellos desde sus inicios, cuando ayudaron a la comunidad local de San Francisco aportando comida, alojamiento y atención médica gratuita a quien lo necesitara. Otro récord más: hay quien dice que es la banda que ha ofrecido más conciertos gratis en la historia de la música.
“Pese al cinismo que legó la era hippie, creo que la aventura de Garcia y Grateful Dead es un buen ejemplo de lo que el hippismo debió haber sido: autogestión paralela a la industria discográfica, comunión entre artistas y público, vivencia en comunidad”, afirma Isabel Guerrero, periodista musical en Rockdelux. “Creo que no existe una experiencia similar a la de los deadheads, su impacto subcultural y cultural, que ha atravesado distintas generaciones de personas. Quizá sean un fenómeno muy estadounidense, pero en el mejor sentido del término, por preconizar una vivencia de espíritus libres, que ahora nos sonará naíf pero era lo que representaba cualquier concierto de la banda. Creo que sus inabarcables bootlegs, grabados por los fans, simbolizan a la perfección la esencia de Grateful Dead: abraza la libertad, diviértete, comparte”.
Su ideal de autogestión lo aunaron con un gran olfato para los negocios. En 1973 ya crearon su propio sello discográfico, Grateful Dead Records. Su carrera fue gestionada con mano de hierro por Hal Kant, a quien apodaban “el zar”. Pese a su aparente descontrol a la hora de permitir que se grabasen sus conciertos y se distribuyesen esas cintas pirateadas con total libertad, el representante y abogado consiguió millones de dólares para el grupo en concepto de propiedad intelectual y derechos de merchandising. También fue una de las primeras bandas de rock que consiguió poseer los másters de sus grabaciones.
En lo que se refiere al merchandising, poseen varios hitos singulares. Por ejemplo, la marca de helados Ben & Jerry’s (cuyos propietarios, obviamente, tenían que ser fans de los Grateful Dead), crearon el primer helado bautizado en honor a un músico de rock: el Cherry Garcia. Y, cada 23 de noviembre, celebran el “Día del García” regalando uno de ellos a quien acredite tener ese apellido.
Más sorprendente fue su curiosa relación con la selección de baloncesto de Lituania en las Olimpiadas de Barcelona de 1992. Recién independizados de la URSS, los lituanos no tenían el dinero necesario para sufragar su viaje a los juegos. Sarunas Marciulionis, una de sus estrellas, que jugaba en la NBA, se dedicó a buscar financiación y la historia atrajo a The Grateful Dead. Se ofrecieron a pagarles el viaje a Barcelona y, además, a diseñar su equipamiento deportivo por medio de su colaborador Greg Speirs. Aquellas camisetas estilo tie-dye causaron sensación, sobre todo después de que los lituanos acabasen ganando la medalla de bronce frente al Equipo Unificado (formado por todos los estados miembros de la antigua Unión Soviética, salvo las repúblicas bálticas). Aquello hizo de la camiseta de Speirs todo un símbolo de orgullo nacional en el país de Sabonis, Kurtinaitis y compañía.
Más allá del esplendor hippy
Otro de los logros de The Grateful Dead fue el conseguir mantenerse una vez que la contracultura de los años sesenta pasó de moda. Ellos estuvieron en su mismo epicentro: tocaron en los festivales de Monterey y Woodstock y debería haber sido el grupo que cerrara el infausto festival de Altamont, en diciembre de 1969, que se considera el acto de defunción de la década prodigiosa. Sus logros musicales también contribuyeron a su supervivencia, como asegura Isabel Guerrero: “La de Jerry Garcia es una de mis voces masculinas preferidas, me fascina por su extraordinaria sensibilidad. No hay más que escucharle en canciones como Dark Star o Death Don’t Have No Mercy. Musicalmente, filtraron el tradicionalismo norteamericano asumiendo su zeitgeist psicodélico y modelando un estilo propio e inimitable que ha influido a una enorme cantidad de grupos hasta hoy. Y, a nivel personal, a diferencia de otros tándems artísticos, era importante que Garcia, tan drogata, modesto y juguetón, y Bob Weir, un adonis a la guitarra, fuesen tan opuestos como complementarios, generando unos equilibrios posibles con los demás miembros fundadores”.
La eclosión punk no solo no terminó con ellos, sino que les hizo vivir uno de sus momentos de mayor gloria. En 1977 publicaron uno de sus discos mejor recibidos, Terrapin Station; ofrecieron su concierto más mitificado, el de la Universidad de Cornell; y batieron otro récord, el del Raceway Park de Nueva Jersey, con 107.000 asistentes de pago. Durante 47 años, fue el concierto de un solo artista con más entradas vendidas en EE UU. En 1981, ofrecieron el único concierto de su carrera en España, en el Palacio de los Deportes de Montjuic, en Barcelona, pero esa fue una época más difícil para el grupo, debido a la adicción a la heroína en que cayó Garcia. Como recordaba Diego A. Manrique en su obituario, el líder de la banda “se tuvo que enfrentar a la policía y a un ultimátum de sus compañeros, pero reaccionó positivamente y supo mantener la dignidad en un mundo cambiante”.
El líder, cada vez más flojo de voz y vitalidad en el escenario, tocó fondo en julio de 1986, cuando cayó en coma diabético y tuvo que cancelar todos los conciertos que tenía programados aquel año. Pero su resurrección fue espectacular: su álbum de 1987, In The Dark, fue el más vendido de su carrera e incluso metió por primera vez un single en las listas de éxitos, Touch Of Grey.
Ese mismo año, la banda hizo una gira acompañando a Bob Dylan, hito que se documentó en el álbum Dylan & The Dead. Tras la muerte de Garcia, en 1995, los miembros supervivientes intentaron mantener la llama con diversos nombres, hasta que, en junio de 2015, Weir, Lesh, Hart y Kretuzmann organizaron en California y Chicago cinco conciertos que, bajo el título Fare Thee Well: Celebrating 50 Years of the Grateful Dead, sirvieron como despedida final, y homenaje a la memoria de su amado líder. Aunque lo presentaron con el nombre del grupo, ya no era The Grateful Dead. Pero sus fans lo celebraron como si lo fuesen.
La banda californiana celebra el 60 aniversario de su formación con una caja mastodóntica de 60 cedés y otro disco de grandes éxitos
El 9 de julio de 1995, The Grateful Dead ofrecía en Chicago su último concierto. Justo un mes después su líder, Jerry Garcia, fallecía a los 53 años por complicaciones derivadas de su diabetes. Pese a estar inactivos durante la segunda mitad de aquella década, fue el segundo grupo que más dinero recaudó en los años noventa, solo superado por los Rolling Stones. No fue este el único récord batido por esa banda, creada en Palo Alto (California) en 1965: se estima que durante sus 30 años de trayectoria tocaron en directo para unos 25 millones de personas (lo que los convertiría en el grupo que más público ha convocado en toda la historia del rock). La máxima afluencia la consiguieron en 1973, en el festival Summer Jam At Watkins Glen, al que se dice que acudieron 600.000 personas. Poco antes del final de su carrera, congregaron a 90.000 en su histórico concierto con Bob Dylan en Vermont, también en EE UU.
Además es el grupo que más álbumes ha colocado en la lista de ventas de su país, uno de los fenómenos sociales y culturales que definió el siglo XX en Norteamérica, muy ligado al nacimiento de la contracultura de los años sesenta, objeto de numerosos ensayos y estudios académicos, y dueño de, probablemente, la legión de fans más fiel que ha existido.
A los 60 años de su formación, los supervivientes de la banda lo celebran ahora con una caja de ni más ni menos que 60 cedés, titulada Enjoying The Ride, que incluye grabaciones en directo de toda su trayectoria. Para quien quiera introducirse en su universo de un modo menos ambicioso, su discográfica, Warner, acaba de publicar también su primera colección de grandes éxitos en un solo vinilo. Su título es Greatest Hits e incluye nueve temas.
Un grupo único
Jerry Garcia (voz y guitarra), Bob Weir (guitarra y voz), Ron “Pigpen” McKernan (teclados y armónica), Phil Lesh (bajo) y Bill Kreutzmann (batería) comenzaron fogueándose en bares del área de la bahía de San Francisco con el nombre de The Warlocks, hasta que alguien les dijo que ya existía otro grupo que se llamaba así. Eligieron, entonces, llamarse The Grateful Dead. Adquirieron soltura ofreciendo cinco pases diarios durante cinco noches a la semana en un local llamado In Room, y el primer concierto con su nombre definitivo se produjo el 4 de diciembre de 1965 como parte de los Acid Tests puestos en marcha por el escritor Ken Kesey. Estas eran unas fiestas, con música y proyecciones en directo, ligadas al consumo de LSD (por entonces todavía legal en California) y que fueron uno de los hitos que marcaron el inicio del movimiento hippy y la psicodelia.

Allí, los miembros del grupo liderado por Garcia comenzaron a desarrollar su comunicación cuasitelepática, que derivó en un estilo basado en la improvisación, más cercano a las dinámicas del jazz que al lenguaje tradicional del rock. Dos años después, coincidieron con Big Brother And The Holding Company (la banda liderada por Janis Joplin) y con el poeta Allen Ginsberg en un evento benéfico para los Hare Krishna en su templo de San Francisco. Otra actuación legendaria fue la que ofrecieron en mayo de 1968 en la Universidad de Columbia, en Nueva York, durante las protestas estudiantiles contra la guerra de Vietnam, y para la que camuflaron el equipo en el camión que llevaba el pan a las cafeterías del campus. Cuando la policía se dio cuenta, ellos ya estaban en plena jam psicodélica. No tuvieron tanta suerte en 1970, cuando, en otra de sus giras, los agentes del orden entraron en su hotel de Bourbon Street, en Nueva Orleáns, y detuvieron a 19 personas por posesión de drogas.
“Deadheads” en una Norteamérica mítica
La psicodelia triposa e improvisada con la que comenzaron The Grateful Dead fue poniendo la semilla de lo que luego sería el rock progresivo (de hecho, ellos comenzaron al mismo tiempo que Pink Floyd estaba haciendo algo bastante parecido en Inglaterra). Pero su perspectiva era más libre. Ellos nunca salían al escenario con un repertorio prefijado, sino que iban dejando que los temas fluyeran, a menudo enlazando varios a la vez como parte de sus improvisaciones. Generalmente, las canciones que iban apareciendo en sus discos habían sido probadas anteriormente en directo: una costumbre que han ido siguiendo muchos grupos a lo largo de los años, desde sus alumnos aventajados Phish hasta bandas aparentemente tan distantes de ellos como Animal Collective o Swans. Pero, dentro de sus viajes cósmicos, también había algo muy enraizado en su tierra, dejando que afloraran influencias del country, el folk y el blues, y jugando siempre con un imaginario y una narrativa que tenía mucho que ver con los grandes mitos norteamericanos, especialmente en las letras que les escribió su colaborador Robert Hunter. Según Denis McNally, biógrafo del grupo, en ellas crearon “una hiperamericana no literal, que tejía un tapiz psicodélico y caleidoscópico con la esperanza de dilucidar el carácter nacional de Estados Unidos”.
Ahí, por ejemplo, es donde advierte su mayor influjo Javier Vielba, líder del grupo vallisoletano Arizona Baby. “En 1970, en los álbumes Workingman’s Dead y American Beauty optaron por un sonido eminentemente acústico y unos juegos de voces, muy cercanos al sonido Laurel Canyon y a grupos como Crosby, Stills, Nash & Young, que creo que han sido tan influyentes como su faceta más levitativa y expansiva”, explica el músico. Sin embargo su mánager, y antiguo periodista musical, José María Rey, opina que “la esencia del grupo está en su álbum de estudio anterior, Aoxomoxoa, de 1969” e introduce una anécdota poco conocida. “En la contraportada de ese disco sale la primera foto conocida de Courtney Love, con 6 o 7 añitos, ya que era la hija de uno de los roadies”.

El líder de Arizona Baby destaca también “esa filosofía de cercanía con sus seguidores, formando una gran familia”. En ese aspecto, The Grateful Dead fueron también únicos e importantísimos para mucha gente. A lo largo de los 2.300 conciertos que ofrecieron en su vida cultivaron un sentido de comunidad muy especial con sus fans, que popularmente eran conocidos como deadheads. Muchos de ellos les seguían en sus giras, durante meses, o incluso años enteros. La banda propiciaba que se creasen mercadillos, conocidos como Shakedown Street, en los aledaños de los recintos donde actuaban. Eran lugares de encuentro e intercambio de todo tipo de objetos e información por parte de los deadheads. Y, de entre todo lo que allí se encontraba, tenían especial protagonismo las casetes con grabaciones de sus conciertos, una práctica que a la banda no solo no le molestaba, sino que la fomentaba, hasta el punto de que podían poner micros con pértiga sobre la audiencia para que la calidad de sonido de sus grabaciones fuese mejor. Probablemente ahí ostenten otro récord: el del grupo del que han circulado más directos piratas (muchos de los cuales también hicieron ellos oficiales). Ese sentimiento de compartir libremente estaba en ellos desde sus inicios, cuando ayudaron a la comunidad local de San Francisco aportando comida, alojamiento y atención médica gratuita a quien lo necesitara. Otro récord más: hay quien dice que es la banda que ha ofrecido más conciertos gratis en la historia de la música.
“Pese al cinismo que legó la era hippie, creo que la aventura de Garcia y Grateful Dead es un buen ejemplo de lo que el hippismo debió haber sido: autogestión paralela a la industria discográfica, comunión entre artistas y público, vivencia en comunidad”, afirma Isabel Guerrero, periodista musical en Rockdelux. “Creo que no existe una experiencia similar a la de los deadheads, su impacto subcultural y cultural, que ha atravesado distintas generaciones de personas. Quizá sean un fenómeno muy estadounidense, pero en el mejor sentido del término, por preconizar una vivencia de espíritus libres, que ahora nos sonará naíf pero era lo que representaba cualquier concierto de la banda. Creo que sus inabarcables bootlegs, grabados por los fans,simbolizan a la perfección la esencia de Grateful Dead: abraza la libertad, diviértete, comparte”.

Su ideal de autogestión lo aunaron con un gran olfato para los negocios. En 1973 ya crearon su propio sello discográfico, Grateful Dead Records. Su carrera fue gestionada con mano de hierro por Hal Kant, a quien apodaban “el zar”. Pese a su aparente descontrol a la hora de permitir que se grabasen sus conciertos y se distribuyesen esas cintas pirateadas con total libertad, el representante y abogado consiguió millones de dólares para el grupo en concepto de propiedad intelectual y derechos de merchandising. También fue una de las primeras bandas de rock que consiguió poseer los másters de sus grabaciones.
En lo que se refiere al merchandising, poseen varios hitos singulares. Por ejemplo, la marca de helados Ben & Jerry’s (cuyos propietarios, obviamente, tenían que ser fans de los Grateful Dead), crearon el primer helado bautizado en honor a un músico de rock: el Cherry Garcia. Y, cada 23 de noviembre, celebran el “Día del García” regalando uno de ellos a quien acredite tener ese apellido.
Más sorprendente fue su curiosa relación con la selección de baloncesto de Lituania en las Olimpiadas de Barcelona de 1992. Recién independizados de la URSS, los lituanos no tenían el dinero necesario para sufragar su viaje a los juegos. Sarunas Marciulionis, una de sus estrellas, que jugaba en la NBA, se dedicó a buscar financiación y la historia atrajo a The Grateful Dead. Se ofrecieron a pagarles el viaje a Barcelona y, además, a diseñar su equipamiento deportivo por medio de su colaborador Greg Speirs. Aquellas camisetas estilo tie-dye causaron sensación, sobre todo después de que los lituanos acabasen ganando la medalla de bronce frente al Equipo Unificado (formado por todos los estados miembros de la antigua Unión Soviética, salvo las repúblicas bálticas). Aquello hizo de la camiseta de Speirs todo un símbolo de orgullo nacional en el país de Sabonis, Kurtinaitis y compañía.
Más allá del esplendor hippy
Otro de los logros de The Grateful Dead fue el conseguir mantenerse una vez que la contracultura de los años sesenta pasó de moda. Ellos estuvieron en su mismo epicentro: tocaron en los festivales de Monterey y Woodstock y debería haber sido el grupo que cerrara el infausto festival de Altamont, en diciembre de 1969, que se considera el acto de defunción de la década prodigiosa. Sus logros musicales también contribuyeron a su supervivencia, como asegura Isabel Guerrero: “La de Jerry Garcia es una de mis voces masculinas preferidas, me fascina por su extraordinaria sensibilidad. No hay más que escucharle en canciones como Dark Star o Death Don’t Have No Mercy. Musicalmente, filtraron el tradicionalismo norteamericano asumiendo su zeitgeist psicodélico y modelando un estilo propio e inimitable que ha influido a una enorme cantidad de grupos hasta hoy. Y, a nivel personal, a diferencia de otros tándems artísticos, era importante que Garcia, tan drogata, modesto y juguetón, y Bob Weir, un adonis a la guitarra, fuesen tan opuestos como complementarios, generando unos equilibrios posibles con los demás miembros fundadores”.

La eclosión punk no solo no terminó con ellos, sino que les hizo vivir uno de sus momentos de mayor gloria. En 1977 publicaron uno de sus discos mejor recibidos, Terrapin Station; ofrecieron su concierto más mitificado, el de la Universidad de Cornell; y batieron otro récord, el del Raceway Park de Nueva Jersey, con 107.000 asistentes de pago. Durante 47 años, fue el concierto de un solo artista con más entradas vendidas en EE UU. En 1981, ofrecieron el único concierto de su carrera en España, en el Palacio de los Deportes de Montjuic, en Barcelona, pero esa fue una época más difícil para el grupo, debido a la adicción a la heroína en que cayó Garcia. Como recordaba Diego A. Manrique en su obituario, el líder de la banda “se tuvo que enfrentar a la policía y a un ultimátum de sus compañeros, pero reaccionó positivamente y supo mantener la dignidad en un mundo cambiante”.
El líder, cada vez más flojo de voz y vitalidad en el escenario, tocó fondo en julio de 1986, cuando cayó en coma diabético y tuvo que cancelar todos los conciertos que tenía programados aquel año. Pero su resurrección fue espectacular: su álbum de 1987, In The Dark, fue el más vendido de su carrera e incluso metió por primera vez un single en las listas de éxitos, Touch Of Grey.
Ese mismo año, la banda hizo una gira acompañando a Bob Dylan, hito que se documentó en el álbum Dylan & The Dead. Tras la muerte de Garcia, en 1995, los miembros supervivientes intentaron mantener la llama con diversos nombres, hasta que, en junio de 2015, Weir, Lesh, Hart y Kretuzmann organizaron en California y Chicago cinco conciertos que, bajo el título Fare Thee Well: Celebrating 50 Years of the Grateful Dead, sirvieron como despedida final, y homenaje a la memoria de su amado líder. Aunque lo presentaron con el nombre del grupo, ya no era The Grateful Dead. Pero sus fans lo celebraron como si lo fuesen.
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