El director del Festival de Aviñón, al que este verano convirtió en trinchera contra el lepenismo, presenta en Teatros del Canal su revisión de la ‘Hécuba’ de Eurípides. Leer El director del Festival de Aviñón, al que este verano convirtió en trinchera contra el lepenismo, presenta en Teatros del Canal su revisión de la ‘Hécuba’ de Eurípides. Leer
La cantera de Boulbon, en Aviñón, acogió el pasado 30 de julio el estreno de ‘Hécube, pas Hécube’ (‘Hécuba, no Hécuba’), la revisión que el director artístico del festival de teatro de la antigua ciudad papal, Tiago Rodrigues (Amadora, Portugal, 1977) ha hecho de la tragedia de Eurípides. La noche inaugural del montaje coincidió con la primera vuelta de las elecciones legislativas en Francia, en las que se aventuraba una victoria aplastante de la Agrupación Nacional de Marie Le Pen. Rodrigues, hijo de militante contra la dictadura de Salazar, anunció que, si se producía ese triunfo, convertiría el Festival de Aviñón en una «trinchera» contra la ultraderecha. Y decidió ceder el espacio principal de la cita, en el Palacio de los Papas, a diversos creadores y activistas que, a lo largo de toda la noche, protestarían por una amenaza que finalmente no se terminó materializando.
En cualquier caso, la propuesta del director portugués sobre el escenario de la cantera ya suponía un acto cargado de política poética. En ella, miembros de la ‘troupe’ de la Comédie-Française ensayan un montaje de Hécuba en el que la actriz que interpreta a la reina de Troya se enfrenta a un drama personal: su hijo autista ha sufrido un episodio de maltrato en el centro público donde es atendido. Esta subhistoria se basa en un caso real en Suiza del que Rodrigues tuvo conocimiento. «Este escándalo nos recuerda cómo nuestras sociedades, donde una gran parte de la población tiene acceso al bienestar esencial, a veces pueden ser negligentes con respecto a los más vulnerables«, explica Rodrigues sobre el punto de partida.
‘Hécube, pas Hécube’ llega este viernes a los Teatros del Canal de Madrid, donde la Comédie-Française se instalará durante tres jornadas para contar esta historia de desamparo y venganza. Éric Génovèse, Denis Podalydès, Elsa Lepoivre, Loïc Corbery, Gaël Kamilindi, Élissa Alloula y Séphora Pondi serán los representantes de la legendaria institución teatral en la capital española.
Rodrigues, que hace un par de años presentó en el mismo escenario del Canal ‘Dans la mesure de l’impossible’ (sobre las experiencias de los trabajadores de Cruz Roja y otras organizaciones en lugares de conflicto), dice que la propia Hécuba representa esa capacidad, «al ser la más vulnerable de todas»: una reina convertida en esclava por obra de la guerra.
«La vulnerabilidad puede ser una parte de la terapia democrática contra la ultraderecha de inspiración fascista», explica el director a ‘La Lectura’. «Ya el hecho de la vulnerabilidad de la democracia es lo que permite, de un lado, la amenaza de la ultraderecha, pero también la posibilidad de confrontación de ideas, de diversidad de visiones del mundo. Esa vulnerabilidad es un tesoro, una fuente de riqueza intelectual, emocional, política, social. Somos seres complicados, con contradicciones y hay que aceptar que la complejidad del mundo es más interesante que su simplificación».
«Nuestras sociedades, donde una gran parte de la población tiene acceso al bienestar esencial, a veces pueden ser negligentes con respecto a los más vulnerables»
Volviendo a aquella noche de protesta del 30 de junio, Rodrigues replantea la cuestión de qué nos puede enseñar esta pieza de Eurípides a los ciudadanos de 2025. «Las tragedias griegas son tesoros de la humanidad transmitidos de generación en generación desde hace 25 siglos», plantea. «Preferimos el riesgo de tomar posición, por la responsabilidad histórica de actuar en concordancia con los valores que fundaron este festival en 1947, con la ayuda de resistentes antifascistas, que son valores progresistas, humanistas y, con el pasar del tiempo, ecologistas, feministas, antirracistas y, por supuesto, contrarios a lo que defiende la ultraderecha», proclama Rodrigues sobre su posicionamiento. «En ese sentido, el riesgo de actuar y posicionarse como organización fue también una muestra de vulnerabilidad, pero también de fuerza. El hecho de que la democracia sea vulnerable es seguramente una de sus grandes fuerzas«.
Pese a cambiar algunos detalles para acercar la acción a nuestros días, Rodrigues aventura que esta pervivencia a lo largo de 2.500 años se debe a que se trata de «mitos originales que forman parte de nuestra existencia, que dan sentido a nuestro mundo y que nos proporcionan puntos de referencia cuando hablamos de justicia, amor, fe, sociedad, familia, celos, poder…». Las tragedias griegas, sentencia, «nos ofrecen un marco para comprender la experiencia humana».
La investigación judicial en torno a los abusos que ha sufrido el hijo de la intérprete y la espiral de violencia que se desata en torno a Hécuba (condenada a ofrecer en sacrificio a su hija Políxena tras haber perdido a otro vástago, Polidoro), se van superponiendo hasta el punto de actriz y personaje quedan prácticamente indistinguibles.
«Ésta es una pieza que habla de justicia, justicia la legal, la jurídica, pero también justicia como valor ético», apunta su responsable. «La gestión de la frustración a veces es muy difícil porque hay que participar en la sociedad civil», explica. «La justicia se hace, seguro, con política. Pero la justicia social se hace con una multitud de gestos que no son siempre muy sexys o muy interesantes de vivir, con cosas sencillas, como participar en la vida del barrio, escuchar a sus vecinos, hablar a la gente».
«En un contexto donde no hay estado de derecho, la violencia produce violencia»
De ahí una de las principales aportaciones del montaje que llega a Madrid: la figura del abogado defensor de Hécuba. «La Hécuba de Eurípides intentó obtener justicia antes de tomar su venganza», recuerda el director de Aviñón. «Se dirigió a Agamenón, rey de los griegos -en otras palabras, al más alto magistrado- pidiendo justicia por su hijo asesinado. Y la respuesta podría resumirse de la siguiente manera: ‘No voy a hacer nada porque no quiero que los griegos me pueden culpar por haber ayudado a nuestro enemigo, la antigua reina de Troya». Esta actitud, denuncia Rodrigues, puede ser comprensible para quienes, a día de hoy, experimentan conflictos con la administración, como la madre del niño autista, o con cualquier otro engranaje deshumanizado del sistema.
«Es una historia de venganza porque esa mujer no tiene la oportunidad de obtener justicia», añade. Y dice que su actitud es un adelanto de «la convención de Ginebra, 25 siglos antes: En el peor momento, el más violento, en una guerra, la más vulnerable tiene derecho a justicia. Hay un denominador mínimo de justicia sin importar de qué humano se trate». Y aún más: «Cuando la justicia, en cuanto institución, ya sea un rey griego, un juez o un tribunal, dimite de su responsabilidad, abre la puerta a la venganza». Por eso, «en un contexto donde no hay estado de derecho, la violencia produce violencia».
Rodrigues conecta todo ello con otro caso, acaecido precisamente en Aviñón, que es el juicio a los violadores de Giselle Pelicot: «Ella podría haberse quedado en el anonimato, pero dijo que, si lo hubiese hecho, su historia no sería contada. Si no hubiera deseado un juicio público, éste no habría tenido una repercusión tal que provocase un cambio. No es un deseo solamente de venganza, sino de que no pase más, un deseo de responsabilización para el cambio».
«Quizá porque es pobre el teatro queda más libre que otras formas de expresión artística o de comunicación»
Por eso, en cuanto celebraciones de lo colectivo, las obras de teatro como ésta pueden contribuir, según su artífice, a esa utopía de un mundo mejor. En primer lugar, por su intersección con la memoria. «Heiner Müller decía que el teatro es el lugar donde dialogamos con los muertos. Es verdad que cuando representamos Beckett o Chéjov estamos dialogando con ellos. Trabajamos con ellos. Y también trabajamos con la memoria de lo que ensayamos e intentamos reproducir como si fuera la primera vez», explica Rodrigues. El teatro, sostiene, «siempre es un espacio de memoria, de diálogo con el pasado, pero también me parece un espacio tremendamente político de presente, de asamblea humana».
En segundo lugar, por su propia dimensión. «Comparado con otras formas de arte o de comunicación que pueden ser reproducidas industrial o mecánicamente, éste es un espacio de presencia física y, por tanto, para cantidades de público más reducidas», reflexiona. «Pero me parece que eso mismo fue lo que, históricamente, preservó la libertad de discurso del teatro, donde puedes encontrar una complejidad de narrativa mayor que en otros lugares más controlados económicamente, como las plataformas de ‘streaming’, el cine o el mismo internet», relata. «Donde hay más economía hay más control del discurso. Quizá porque es pobre, porque es pequeño, porque es un pequeño mercado de barrio y no un gran supermercado, el teatro queda más libre que otras formas de expresión artística o de comunicación».
Esa mezcla de memoria y libertad de discurso le resulta «esencial hoy en la sociedad y una de las contribuciones quizás más importantes del teatro en la sociedad contemporánea».
Tan es así que asegura: «El día que yo diga que el teatro no puede cambiar a la gente, seguramente sea porque ya no hago teatro o ya no puedo hacerlo». Ahora bien, se pregunta: «¿Cambiar la sociedad?, ¿Cambiar el mundo para mejor? Si la política y la democracia lo tienen tan difícil en hacerlo, ¿cómo esperas que lo haga el teatro? Seguramente, lo haremos mejor con teatro que sin él», concede. «Que sea político e íntimo al mismo tiempo me parece uno de los poderes más importantes del teatro. Que te hable del mundo y de la sociedad, pero también de esta persona y de su historia singular. Es la combinación que necesitamos para mirar el mundo y mirarnos nosotros».
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