«La vida entera es un proceso de demolición», escribió Francis S. Fitzgerald e n ‘El derrumbe’, un ensayo de 1936. Asediado por el alcoholismo, las deudas, sus desencuentros con Hollywood y, sobre todo, por la enfermedad mental de su esposa Zelda, allí Fitzgerald hace un recuento descarnado de su hundimiento personal. Una debacle que era también colectiva, pues su depresión se produjo en simultáneo a la otra, la financiera del año 1929. De allí el título original del ensayo, ‘The Crack-Up’, que luego utilizaría Edmund Wilson en 1945 para la primera recopilación de los escritos periodísticos del autor de ‘El gran Gatsby’. No obstante, el contexto depauperado de los años 30 no fue suficiente consuelo. Pocos años antes, Fitzgerald se había convertido en el escritor mejor pagado de los Estados Unidos, es decir, del mundo. El ‘Saturday Evening Post’ le pagaba 4.000 dólares por artículo. Un prestigio que se forjó desde la publicación de su primera novela, ‘A este lado del paraíso’, de 1920, que en ese entonces alcanzó los 50.000 ejemplares vendidos. Cifras exorbitantes que contrastan con los 750 dólares que obtuvo por los tres textos de ‘El derrumbe’ y, más aún, con el último cheque que llegó a recibir por la venta de sus libros: 13, 13 dólares. Otra víctima de la Fama, ese horrendo monstruo que, según Virgilio en la ‘Eneida’, difunde tanto la mentira y la maldad, como lo que es cierto. Lo peor es que, con ese nombre, el cadáver abandonado se convierte en una alegoríaEn la ‘Metamorfosis’, Ovidio hace una acotación sobre el lugar donde habita la Fama. Dice que es «un lugar en el medio del orbe, entre la tierra, el océano y las regiones celestes (…) desde allí se puede ver lo ocurre en todas partes, aún en las regiones más alejadas, y todas las voces llegan hasta aquellos huecos oídos». Sería una especie de Aleph o caverna platónica audiovisual. A día de hoy, la fama se ha convertido en sinónimo de popularidad y prestigio. En caso contrario, debemos anteponerse el adjetivo «mala» para precisar a qué tipo de fama nos referimos. El sentido original de la palabra, entendida como «voz pública» ha decaído. Sin embargo, esta semana he leído precisamente una noticia que me ha llevado a escribir esta nota. La del hombre que encontraron en su apartamento en Valencia y que había fallecido hacía 15 años , sin que nadie, ni los vecinos ni los familiares, ni los mil y un aparatos burocráticos del estado español, nadie, se hubiera dado cuenta de que había muerto. El hombre se llamaba Antonio Famoso. Puede que no haya cosa más triste que morirse y que pasen tantos años sin que nadie pregunte por ti ni le importe tu ausencia. Lo peor es que, con ese nombre, el cadáver abandonado se convierte en una alegoría. En ese apartamento en el que ni siquiera los malos olores levantaron sospechas, resuenan todas las voces del mundo. En ese ignorado mausoleo de un hombre olvidado, puede verse lo ocurre en todas partes, como diría Virgilio. Resumámoslo citando, de nuevo, a F. S. Fitzgerald: «Todo de lo más inhumano e impersonal, ¿no creen? Pero qué quieren que les diga, amigos, salvo que esa y no otra es la auténtica señal de que todo alrededor nuestro se desmorona». «La vida entera es un proceso de demolición», escribió Francis S. Fitzgerald e n ‘El derrumbe’, un ensayo de 1936. Asediado por el alcoholismo, las deudas, sus desencuentros con Hollywood y, sobre todo, por la enfermedad mental de su esposa Zelda, allí Fitzgerald hace un recuento descarnado de su hundimiento personal. Una debacle que era también colectiva, pues su depresión se produjo en simultáneo a la otra, la financiera del año 1929. De allí el título original del ensayo, ‘The Crack-Up’, que luego utilizaría Edmund Wilson en 1945 para la primera recopilación de los escritos periodísticos del autor de ‘El gran Gatsby’. No obstante, el contexto depauperado de los años 30 no fue suficiente consuelo. Pocos años antes, Fitzgerald se había convertido en el escritor mejor pagado de los Estados Unidos, es decir, del mundo. El ‘Saturday Evening Post’ le pagaba 4.000 dólares por artículo. Un prestigio que se forjó desde la publicación de su primera novela, ‘A este lado del paraíso’, de 1920, que en ese entonces alcanzó los 50.000 ejemplares vendidos. Cifras exorbitantes que contrastan con los 750 dólares que obtuvo por los tres textos de ‘El derrumbe’ y, más aún, con el último cheque que llegó a recibir por la venta de sus libros: 13, 13 dólares. Otra víctima de la Fama, ese horrendo monstruo que, según Virgilio en la ‘Eneida’, difunde tanto la mentira y la maldad, como lo que es cierto. Lo peor es que, con ese nombre, el cadáver abandonado se convierte en una alegoríaEn la ‘Metamorfosis’, Ovidio hace una acotación sobre el lugar donde habita la Fama. Dice que es «un lugar en el medio del orbe, entre la tierra, el océano y las regiones celestes (…) desde allí se puede ver lo ocurre en todas partes, aún en las regiones más alejadas, y todas las voces llegan hasta aquellos huecos oídos». Sería una especie de Aleph o caverna platónica audiovisual. A día de hoy, la fama se ha convertido en sinónimo de popularidad y prestigio. En caso contrario, debemos anteponerse el adjetivo «mala» para precisar a qué tipo de fama nos referimos. El sentido original de la palabra, entendida como «voz pública» ha decaído. Sin embargo, esta semana he leído precisamente una noticia que me ha llevado a escribir esta nota. La del hombre que encontraron en su apartamento en Valencia y que había fallecido hacía 15 años , sin que nadie, ni los vecinos ni los familiares, ni los mil y un aparatos burocráticos del estado español, nadie, se hubiera dado cuenta de que había muerto. El hombre se llamaba Antonio Famoso. Puede que no haya cosa más triste que morirse y que pasen tantos años sin que nadie pregunte por ti ni le importe tu ausencia. Lo peor es que, con ese nombre, el cadáver abandonado se convierte en una alegoría. En ese apartamento en el que ni siquiera los malos olores levantaron sospechas, resuenan todas las voces del mundo. En ese ignorado mausoleo de un hombre olvidado, puede verse lo ocurre en todas partes, como diría Virgilio. Resumámoslo citando, de nuevo, a F. S. Fitzgerald: «Todo de lo más inhumano e impersonal, ¿no creen? Pero qué quieren que les diga, amigos, salvo que esa y no otra es la auténtica señal de que todo alrededor nuestro se desmorona».
«La vida entera es un proceso de demolición», escribió Francis S. Fitzgerald en ‘El derrumbe’, un ensayo de 1936. Asediado por el alcoholismo, las deudas, sus desencuentros con Hollywood y, sobre todo, por la enfermedad mental de su esposa Zelda, allí Fitzgerald hace … un recuento descarnado de su hundimiento personal. Una debacle que era también colectiva, pues su depresión se produjo en simultáneo a la otra, la financiera del año 1929. De allí el título original del ensayo, ‘The Crack-Up’, que luego utilizaría Edmund Wilson en 1945 para la primera recopilación de los escritos periodísticos del autor de ‘El gran Gatsby’.
No obstante, el contexto depauperado de los años 30 no fue suficiente consuelo. Pocos años antes, Fitzgerald se había convertido en el escritor mejor pagado de los Estados Unidos, es decir, del mundo. El ‘Saturday Evening Post’ le pagaba 4.000 dólares por artículo.
Un prestigio que se forjó desde la publicación de su primera novela, ‘A este lado del paraíso’, de 1920, que en ese entonces alcanzó los 50.000 ejemplares vendidos. Cifras exorbitantes que contrastan con los 750 dólares que obtuvo por los tres textos de ‘El derrumbe’ y, más aún, con el último cheque que llegó a recibir por la venta de sus libros: 13, 13 dólares. Otra víctima de la Fama, ese horrendo monstruo que, según Virgilio en la ‘Eneida’, difunde tanto la mentira y la maldad, como lo que es cierto.
Lo peor es que, con ese nombre, el cadáver abandonado se convierte en una alegoría
En la ‘Metamorfosis’, Ovidio hace una acotación sobre el lugar donde habita la Fama. Dice que es «un lugar en el medio del orbe, entre la tierra, el océano y las regiones celestes (…) desde allí se puede ver lo ocurre en todas partes, aún en las regiones más alejadas, y todas las voces llegan hasta aquellos huecos oídos». Sería una especie de Aleph o caverna platónica audiovisual.
A día de hoy, la fama se ha convertido en sinónimo de popularidad y prestigio. En caso contrario, debemos anteponerse el adjetivo «mala» para precisar a qué tipo de fama nos referimos. El sentido original de la palabra, entendida como «voz pública» ha decaído. Sin embargo, esta semana he leído precisamente una noticia que me ha llevado a escribir esta nota.
La del hombre que encontraron en su apartamento en Valencia y que había fallecido hacía 15 años, sin que nadie, ni los vecinos ni los familiares, ni los mil y un aparatos burocráticos del estado español, nadie, se hubiera dado cuenta de que había muerto. El hombre se llamaba Antonio Famoso.
Puede que no haya cosa más triste que morirse y que pasen tantos años sin que nadie pregunte por ti ni le importe tu ausencia. Lo peor es que, con ese nombre, el cadáver abandonado se convierte en una alegoría. En ese apartamento en el que ni siquiera los malos olores levantaron sospechas, resuenan todas las voces del mundo. En ese ignorado mausoleo de un hombre olvidado, puede verse lo ocurre en todas partes, como diría Virgilio. Resumámoslo citando, de nuevo, a F. S. Fitzgerald: «Todo de lo más inhumano e impersonal, ¿no creen? Pero qué quieren que les diga, amigos, salvo que esa y no otra es la auténtica señal de que todo alrededor nuestro se desmorona».
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