Ahí está. En la posición número 307 de la lista de libros recién retirados de la biblioteca Nimitz de la Academia Naval de Estados Unidos. El libro se titula Cigar Smoke and Violet Water: Gendered Discourse in the Stories of Emilia Pardo Bazán (humo de cigarro y brisas de violetas. Discurso de género en los cuentos de Emilia Pardo Bazán, 1998). La obra es de Joyce Tolliver, una reconocida investigadora de literatura decimonónica y profesora titular de la Universidad de Illinois, Urbana-Champaign, en la misma Facultad que, en su día, acogió a Javier Cercas y a Luisa Elena Delgado, finalista del Premio Nacional de Ensayo en 2015.
“Lo primero que se me ocurrió era maravillarme de que hubiera sido parte de su colección antes de la purga”, me contó Tolliver cuando hablé con ella hace unos días. La purga la anunció el 28 de marzo el ahora sitiado secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, cuando ordenó a la Academia Naval identificar y retirar libros de la biblioteca posiblemente relacionados con la política de diversidad, equidad e inclusión (DEI). La Academia cumplió con las órdenes varios días después. Tolliver es tajante al respecto. Son “tácticas de intimidación,” dice, “la supresión de cualquier análisis crítico de los aspectos de la vida humana que la actual Administración teme más, como son el género, la normatividad sexual y la raza”.
Que Trump tenga una vendetta contra las políticas de diversidad se conoce de sobra. Pero que haya señalado a las Fuerzas Navales como el primer lugar donde desencadenarlo en el ámbito del libro revela la sandez con la que la Administración suele hacer su política. Podrían haber empezado con la CIA o el FBI, instituciones que disponen de una larga y documentada historia de investigación literaria, como analizan los libros de Joel Whitney y William Maxwell. La Academia Naval, en cambio, tiene bastante menos trayectoria filológica.
Su ineptitud literaria se ve reflejada en la selección de títulos censurados. “No parece que los censores hubieran leído casi ninguno de los libros prohibidos,” afirma Tolliver. Y es verdad. Los casi 400 libros que aparecen en la lista se escogieron a partir de “búsquedas de palabras clave”, tal y como admitió el portavoz de la Academia. Mientras que retiraron un libro académico sobre Pardo Bazán, salvaron otros como Mein Kampf y The Bell Curve, este último una versión sofisticada de racismo científico publicada en 1994.
Ante esto, ¿qué hemos de pensar? ¿Se puede llamar censura la retirada de estos títulos de una biblioteca pública? Sí, claro. ¿Una purga ideológica? Por supuesto. ¿Un ataque frontal contra la libertad de expresión y la primera enmienda de la Constitución de Estados Unidos? Sin lugar a duda. Pero por ello no hemos de asumir que la política de Trump se cocinó minuciosamente en un laboratorio de expurgación ideológica. Todo lo contrario. Es arbitrario, irreflexivo e impredecible. Y por eso debería alarmarnos.
La censura de libros en Estados Unidos tiene una larga historia. Se remonta a la época puritana del siglo XVII, pero toma un giro decisivo en el año 1873, cuando se aprobó la Ley Comstock, prohibiendo “el comercio y la circulación de literatura obscena”. Es la misma ley que, tras la derogación de Roe contra Wade en 2022, se ha utilizado para limitar el envío de píldoras abortivas por correo. Desde finales del siglo XIX se ha recurrido a la Ley Comstock para prohibir todo tipo de libros, incluyendo los famosos casos de Ulises, de James Joyce, y Adiós a las armas, de Ernest Hemingway.
Pero desde el año 2021, la censura ha acelerado de forma alarmante gracias a grupos religiosos y conservadores. En noviembre, la filial norteamericana de PEN, la asociación mundial de escritores, publicó un informe revelando que, en los últimos tres años, el número de instancias de censura de libro en Estados Unidos había crecido de forma exponencial, llegando a las 10.046 instancias en 2023-2024. En el mismo periodo, el número de títulos afectados más que se duplicó, alcanzando los 4.321 libros. La mayoría se dirige hacia jóvenes de entre 12 y 18 años, como Diecinueve minutos, por Jodi Picoult, el libro hoy día más censurado del país. Pero entre ellos también se encuentran títulos canónicos de la literatura mundial, como El cuento de la criada, de Margaret Atwood; Ojos azules, de Toni Morrison, o Cometas en el cielo, de Khaled Hosseini.
La censura es una estrategia curiosa. Sea el ámbito que sea, suele producir el efecto contrario al deseado. Además, suele venir de los mismos que se declaran amantes de los supuestos “valores americanos” y la llamada “diversidad de perspectivas”. Curioso entonces que ni esos valores ni esa diversidad se pueden consentir en los espacios más fundamentales del aprendizaje de la libertad como son el aula o la biblioteca. La censura de libros no tiene mayoría social. Como no les queda otra, recurren al poder legislativo y ahora al ejecutivo. Ergo, lo que hizo Hegseth con un libro sobre el discurso de género en la obra de Emilia Pardo Bazán.
“Si es que en algún momento algún estudiante de la Academia Naval ha abierto mi libro”, cuenta Tolliver, “espero sobre todo que haya llegado a apreciar el tesoro que son los cuentos de Pardo Bazán”. Tesoros no solo porque hayan contribuido a la creación del naturalismo literario, sino también por haber insistido precisamente en lo que pretende contraponer la derecha norteamericana a la DEI: la igualdad. “Con suerte”, continúa Tolliver, sus lectores en la academia habrán “llegado a apreciar la actualidad de Pardo Bazán en temas de género y escritura, expresada en 1884: que no debe haber dos literaturas separadas, ‘una femenina, que trasciende a brisas de violetas; otra masculina, que apesta a cigarro”. Debe haber una sola, sin censura para aquellos libros que no huelan ni a violetas ni a cigarros. Debe haber igualdad.
Ahí está. En la posición número 307 de la lista de libros recién retirados de la biblioteca Nimitz de la Academia Naval de Estados Unidos. El libro se titula Cigar Smoke and Violet Water: Gendered Discourse in the Stories of Emilia Pardo Bazán (humo de cigarro y brisas de violetas. Discurso de género en los cuentos de Emilia Pardo Bazán, 1998). La obra es de Joyce Tolliver, una reconocida investigadora de literatura decimonónica y profesora titular de la Universidad de Illinois, Urbana-Champaign, en la misma Facultad que, en su día, acogió a Javier Cercas y a Luisa Elena Delgado, finalista del Premio Nacional de Ensayo en 2015.“Lo primero que se me ocurrió era maravillarme de que hubiera sido parte de su colección antes de la purga”, me contó Tolliver cuando hablé con ella hace unos días. La purga la anunció el 28 de marzo el ahora sitiado secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, cuando ordenó a la Academia Naval identificar y retirar libros de la biblioteca posiblemente relacionados con la política de diversidad, equidad e inclusión (DEI). La Academia cumplió con las órdenes varios días después. Tolliver es tajante al respecto. Son “tácticas de intimidación,” dice, “la supresión de cualquier análisis crítico de los aspectos de la vida humana que la actual Administración teme más, como son el género, la normatividad sexual y la raza”.Que Trump tenga una vendetta contra las políticas de diversidad se conoce de sobra. Pero que haya señalado a las Fuerzas Navales como el primer lugar donde desencadenarlo en el ámbito del libro revela la sandez con la que la Administración suele hacer su política. Podrían haber empezado con la CIA o el FBI, instituciones que disponen de una larga y documentada historia de investigación literaria, como analizan los libros de Joel Whitney y William Maxwell. La Academia Naval, en cambio, tiene bastante menos trayectoria filológica.Su ineptitud literaria se ve reflejada en la selección de títulos censurados. “No parece que los censores hubieran leído casi ninguno de los libros prohibidos,” afirma Tolliver. Y es verdad. Los casi 400 libros que aparecen en la lista se escogieron a partir de “búsquedas de palabras clave”, tal y como admitió el portavoz de la Academia. Mientras que retiraron un libro académico sobre Pardo Bazán, salvaron otros como Mein Kampf y The Bell Curve, este último una versión sofisticada de racismo científico publicada en 1994.Ante esto, ¿qué hemos de pensar? ¿Se puede llamar censura la retirada de estos títulos de una biblioteca pública? Sí, claro. ¿Una purga ideológica? Por supuesto. ¿Un ataque frontal contra la libertad de expresión y la primera enmienda de la Constitución de Estados Unidos? Sin lugar a duda. Pero por ello no hemos de asumir que la política de Trump se cocinó minuciosamente en un laboratorio de expurgación ideológica. Todo lo contrario. Es arbitrario, irreflexivo e impredecible. Y por eso debería alarmarnos.La censura de libros en Estados Unidos tiene una larga historia. Se remonta a la época puritana del siglo XVII, pero toma un giro decisivo en el año 1873, cuando se aprobó la Ley Comstock, prohibiendo “el comercio y la circulación de literatura obscena”. Es la misma ley que, tras la derogación de Roe contra Wade en 2022, se ha utilizado para limitar el envío de píldoras abortivas por correo. Desde finales del siglo XIX se ha recurrido a la Ley Comstock para prohibir todo tipo de libros, incluyendo los famosos casos de Ulises, de James Joyce, y Adiós a las armas, de Ernest Hemingway.Pero desde el año 2021, la censura ha acelerado de forma alarmante gracias a grupos religiosos y conservadores. En noviembre, la filial norteamericana de PEN, la asociación mundial de escritores, publicó un informe revelando que, en los últimos tres años, el número de instancias de censura de libro en Estados Unidos había crecido de forma exponencial, llegando a las 10.046 instancias en 2023-2024. En el mismo periodo, el número de títulos afectados más que se duplicó, alcanzando los 4.321 libros. La mayoría se dirige hacia jóvenes de entre 12 y 18 años, como Diecinueve minutos, por Jodi Picoult, el libro hoy día más censurado del país. Pero entre ellos también se encuentran títulos canónicos de la literatura mundial, como El cuento de la criada, de Margaret Atwood; Ojos azules, de Toni Morrison, o Cometas en el cielo, de Khaled Hosseini.La censura es una estrategia curiosa. Sea el ámbito que sea, suele producir el efecto contrario al deseado. Además, suele venir de los mismos que se declaran amantes de los supuestos “valores americanos” y la llamada “diversidad de perspectivas”. Curioso entonces que ni esos valores ni esa diversidad se pueden consentir en los espacios más fundamentales del aprendizaje de la libertad como son el aula o la biblioteca. La censura de libros no tiene mayoría social. Como no les queda otra, recurren al poder legislativo y ahora al ejecutivo. Ergo, lo que hizo Hegseth con un libro sobre el discurso de género en la obra de Emilia Pardo Bazán.“Si es que en algún momento algún estudiante de la Academia Naval ha abierto mi libro”, cuenta Tolliver, “espero sobre todo que haya llegado a apreciar el tesoro que son los cuentos de Pardo Bazán”. Tesoros no solo porque hayan contribuido a la creación del naturalismo literario, sino también por haber insistido precisamente en lo que pretende contraponer la derecha norteamericana a la DEI: la igualdad. “Con suerte”, continúa Tolliver, sus lectores en la academia habrán “llegado a apreciar la actualidad de Pardo Bazán en temas de género y escritura, expresada en 1884: que no debe haber dos literaturas separadas, ‘una femenina, que trasciende a brisas de violetas; otra masculina, que apesta a cigarro”. Debe haber una sola, sin censura para aquellos libros que no huelan ni a violetas ni a cigarros. Debe haber igualdad. Seguir leyendo
Ahí está. En la posición número 307 de la lista de libros recién retirados de la biblioteca Nimitz de la Academia Naval de Estados Unidos. El libro se titula Cigar Smoke and Violet Water: Gendered Discourse in the Stories of Emilia Pardo Bazán (humo de cigarro y brisas de violetas. Discurso de género en los cuentos de Emilia Pardo Bazán, 1998). La obra es de Joyce Tolliver, una reconocida investigadora de literatura decimonónica y profesora titular de la Universidad de Illinois, Urbana-Champaign, en la misma Facultad que, en su día, acogió a Javier Cercas y a Luisa Elena Delgado, finalista del Premio Nacional de Ensayo en 2015.
“Lo primero que se me ocurrió era maravillarme de que hubiera sido parte de su colección antes de la purga”, me contó Tolliver cuando hablé con ella hace unos días. La purga la anunció el 28 de marzo el ahora sitiado secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, cuando ordenó a la Academia Naval identificar y retirar libros de la biblioteca posiblemente relacionados con la política de diversidad, equidad e inclusión (DEI). La Academia cumplió con las órdenes varios días después. Tolliver es tajante al respecto. Son “tácticas de intimidación,” dice, “la supresión de cualquier análisis crítico de los aspectos de la vida humana que la actual Administración teme más, como son el género, la normatividad sexual y la raza”.
Que Trump tenga una vendetta contra las políticas de diversidad se conoce de sobra. Pero que haya señalado a las Fuerzas Navales como el primer lugar donde desencadenarlo en el ámbito del libro revela la sandez con la que la Administración suele hacer su política. Podrían haber empezado con la CIA o el FBI, instituciones que disponen de una larga y documentada historia de investigación literaria, como analizan los libros de Joel Whitney y William Maxwell. La Academia Naval, en cambio, tiene bastante menos trayectoria filológica.
Su ineptitud literaria se ve reflejada en la selección de títulos censurados. “No parece que los censores hubieran leído casi ninguno de los libros prohibidos,” afirma Tolliver. Y es verdad. Los casi 400 libros que aparecen en la lista se escogieron a partir de “búsquedas de palabras clave”, tal y como admitió el portavoz de la Academia. Mientras que retiraron un libro académico sobre Pardo Bazán, salvaron otros como Mein Kampf y The Bell Curve, este último una versión sofisticada de racismo científico publicada en 1994.
Ante esto, ¿qué hemos de pensar? ¿Se puede llamar censura la retirada de estos títulos de una biblioteca pública? Sí, claro. ¿Una purga ideológica? Por supuesto. ¿Un ataque frontal contra la libertad de expresión y la primera enmienda de la Constitución de Estados Unidos? Sin lugar a duda. Pero por ello no hemos de asumir que la política de Trump se cocinó minuciosamente en un laboratorio de expurgación ideológica. Todo lo contrario. Es arbitrario, irreflexivo e impredecible. Y por eso debería alarmarnos.
La censura de libros en Estados Unidos tiene una larga historia. Se remonta a la época puritana del siglo XVII, pero toma un giro decisivo en el año 1873, cuando se aprobó la Ley Comstock, prohibiendo “el comercio y la circulación de literatura obscena”. Es la misma ley que, tras la derogación de Roe contra Wade en 2022, se ha utilizado para limitar el envío de píldoras abortivas por correo. Desde finales del siglo XIX se ha recurrido a la Ley Comstock para prohibir todo tipo de libros, incluyendo los famosos casos de Ulises, de James Joyce, y Adiós a las armas, de Ernest Hemingway.
Pero desde el año 2021, la censura ha acelerado de forma alarmante gracias a grupos religiosos y conservadores. En noviembre, la filial norteamericana de PEN, la asociación mundial de escritores, publicó un informe revelando que, en los últimos tres años, el número de instancias de censura de libro en Estados Unidos había crecido de forma exponencial, llegando a las 10.046 instancias en 2023-2024. En el mismo periodo, el número de títulos afectados más que se duplicó, alcanzando los 4.321 libros. La mayoría se dirige hacia jóvenes de entre 12 y 18 años, como Diecinueve minutos, por Jodi Picoult, el libro hoy día más censurado del país. Pero entre ellos también se encuentran títulos canónicos de la literatura mundial, como El cuento de la criada, de Margaret Atwood; Ojos azules, de Toni Morrison, o Cometas en el cielo, de Khaled Hosseini.
La censura es una estrategia curiosa. Sea el ámbito que sea, suele producir el efecto contrario al deseado. Además, suele venir de los mismos que se declaran amantes de los supuestos “valores americanos” y la llamada “diversidad de perspectivas”. Curioso entonces que ni esos valores ni esa diversidad se pueden consentir en los espacios más fundamentales del aprendizaje de la libertad como son el aula o la biblioteca. La censura de libros no tiene mayoría social. Como no les queda otra, recurren al poder legislativo y ahora al ejecutivo. Ergo, lo que hizo Hegseth con un libro sobre el discurso de género en la obra de Emilia Pardo Bazán.
“Si es que en algún momento algún estudiante de la Academia Naval ha abierto mi libro”, cuenta Tolliver, “espero sobre todo que haya llegado a apreciar el tesoro que son los cuentos de Pardo Bazán”. Tesoros no solo porque hayan contribuido a la creación del naturalismo literario, sino también por haber insistido precisamente en lo que pretende contraponer la derecha norteamericana a la DEI: la igualdad. “Con suerte”, continúa Tolliver, sus lectores en la academia habrán “llegado a apreciar la actualidad de Pardo Bazán en temas de género y escritura, expresada en 1884: que no debe haber dos literaturas separadas, ‘una femenina, que trasciende a brisas de violetas; otra masculina, que apesta a cigarro”. Debe haber una sola, sin censura para aquellos libros que no huelan ni a violetas ni a cigarros. Debe haber igualdad.
EL PAÍS