Para hablar de los jóvenes soldados que luchan en Ucrania, iba a titular esta columna ‘La roja insignia del valor’, pero pocos saben ya quién es Stephen Crane. Y a estas alturas, qué más da. Lo cierto es que la guerra de Ucrania tampoco importa a nadie, ocupados como estamos en saltar de la prensa a YouTube como yonquis tras su dosis de novedad. Yo misma, buscando mi pico diario, me topé el otro día con un vídeo en TikTok. En él, un grupo de muchachos vestidos de verde caqui con chalecos antibalas, ocupaban los asientos de un autobús. Ninguno superaba los 20 años. El responsable era un soldado que podría tener mi edad y su expresión dura y cansada, me recordó a aquel «rostro de la derrota» de la mejor novela de Pérez-Reverte. Apenas miraba a la cámara: «Chicos jóvenes mueren. Ellos todavía no han visto la vida. Algunas veces lloro en silencio». Sabemos que esa imagen es vieja como el mundo; desde Salamina a Sarajevo, los jóvenes siempre mueren. Pero en mi caso, como en el de tantos padres, esta guerra es egoístamente distinta porque tenemos un hijo en edad de luchar. El otro día hablaba con mi vástago de manera tranquila, medio en broma, como solemos hablar nosotros, de la guerra: «Sabes que te pueden llamar a filas». «Si. Y lo tengo claro. Pienso cortarme un dedo del pie. O los que hagan falta», dijo fríamente. No contesté, pero me quedé dándole vueltas. Fui a mi biblioteca y allí estaban una vez más los abuelos, recordándome las cosas: «Ulises fingió estar loco, se puso un gorro y unció al arado un caballo y un buey. Palamedes, nada más verlo, se dio cuenta de que fingía. Sacó a Telémaco de la cuna, lo puso debajo del arado y dijo: Deja de fingir y únete a los conjurados». En cuanto a Aquiles el colérico, según una antigua leyenda, «su madre, sabiendo que el hijo moriría si luchaba en la Guerra de Troya, lo disfrazó de mujer y lo confió a la casa del rey Licomedes, donde vivió haciéndose pasar por doncella, entre las hijas del rey. Hasta que Ulises descubrió el truco y se lo llevó al campo de batalla». Hay para mí una especie de consuelo en saber que los clásicos le dan la razón a mi hijo. Para hablar de los jóvenes soldados que luchan en Ucrania, iba a titular esta columna ‘La roja insignia del valor’, pero pocos saben ya quién es Stephen Crane. Y a estas alturas, qué más da. Lo cierto es que la guerra de Ucrania tampoco importa a nadie, ocupados como estamos en saltar de la prensa a YouTube como yonquis tras su dosis de novedad. Yo misma, buscando mi pico diario, me topé el otro día con un vídeo en TikTok. En él, un grupo de muchachos vestidos de verde caqui con chalecos antibalas, ocupaban los asientos de un autobús. Ninguno superaba los 20 años. El responsable era un soldado que podría tener mi edad y su expresión dura y cansada, me recordó a aquel «rostro de la derrota» de la mejor novela de Pérez-Reverte. Apenas miraba a la cámara: «Chicos jóvenes mueren. Ellos todavía no han visto la vida. Algunas veces lloro en silencio». Sabemos que esa imagen es vieja como el mundo; desde Salamina a Sarajevo, los jóvenes siempre mueren. Pero en mi caso, como en el de tantos padres, esta guerra es egoístamente distinta porque tenemos un hijo en edad de luchar. El otro día hablaba con mi vástago de manera tranquila, medio en broma, como solemos hablar nosotros, de la guerra: «Sabes que te pueden llamar a filas». «Si. Y lo tengo claro. Pienso cortarme un dedo del pie. O los que hagan falta», dijo fríamente. No contesté, pero me quedé dándole vueltas. Fui a mi biblioteca y allí estaban una vez más los abuelos, recordándome las cosas: «Ulises fingió estar loco, se puso un gorro y unció al arado un caballo y un buey. Palamedes, nada más verlo, se dio cuenta de que fingía. Sacó a Telémaco de la cuna, lo puso debajo del arado y dijo: Deja de fingir y únete a los conjurados». En cuanto a Aquiles el colérico, según una antigua leyenda, «su madre, sabiendo que el hijo moriría si luchaba en la Guerra de Troya, lo disfrazó de mujer y lo confió a la casa del rey Licomedes, donde vivió haciéndose pasar por doncella, entre las hijas del rey. Hasta que Ulises descubrió el truco y se lo llevó al campo de batalla». Hay para mí una especie de consuelo en saber que los clásicos le dan la razón a mi hijo.
Lejos de ítaca
«Lo cierto es que la guerra de Ucrania tampoco importa a nadie, ocupados como estamos en saltar de la prensa a YouTube como yonquis tras su dosis de novedad»
Para hablar de los jóvenes soldados que luchan en Ucrania, iba a titular esta columna ‘La roja insignia del valor’, pero pocos saben ya quién es Stephen Crane. Y a estas alturas, qué más da. Lo cierto es que la guerra de Ucrania tampoco importa … a nadie, ocupados como estamos en saltar de la prensa a YouTube como yonquis tras su dosis de novedad. Yo misma, buscando mi pico diario, me topé el otro día con un vídeo en TikTok. En él, un grupo de muchachos vestidos de verde caqui con chalecos antibalas, ocupaban los asientos de un autobús. Ninguno superaba los 20 años. El responsable era un soldado que podría tener mi edad y su expresión dura y cansada, me recordó a aquel «rostro de la derrota» de la mejor novela de Pérez-Reverte. Apenas miraba a la cámara: «Chicos jóvenes mueren. Ellos todavía no han visto la vida. Algunas veces lloro en silencio». Sabemos que esa imagen es vieja como el mundo; desde Salamina a Sarajevo, los jóvenes siempre mueren. Pero en mi caso, como en el de tantos padres, esta guerra es egoístamente distinta porque tenemos un hijo en edad de luchar. El otro día hablaba con mi vástago de manera tranquila, medio en broma, como solemos hablar nosotros, de la guerra: «Sabes que te pueden llamar a filas». «Si. Y lo tengo claro. Pienso cortarme un dedo del pie. O los que hagan falta», dijo fríamente. No contesté, pero me quedé dándole vueltas. Fui a mi biblioteca y allí estaban una vez más los abuelos, recordándome las cosas: «Ulises fingió estar loco, se puso un gorro y unció al arado un caballo y un buey. Palamedes, nada más verlo, se dio cuenta de que fingía. Sacó a Telémaco de la cuna, lo puso debajo del arado y dijo: Deja de fingir y únete a los conjurados». En cuanto a Aquiles el colérico, según una antigua leyenda, «su madre, sabiendo que el hijo moriría si luchaba en la Guerra de Troya, lo disfrazó de mujer y lo confió a la casa del rey Licomedes, donde vivió haciéndose pasar por doncella, entre las hijas del rey. Hasta que Ulises descubrió el truco y se lo llevó al campo de batalla». Hay para mí una especie de consuelo en saber que los clásicos le dan la razón a mi hijo.
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