En un tiempo en que el silencio aún poseía dignidad y la espera era un signo de fortaleza interior, aquel matrimonio —el de Alessandra y Lampedusa — se desenvolvió como una sinfonía escrita a pluma, nota a nota, en hojas que cruzaban Europa como aves migratorias. Fueron, quizás, un matrimonio epistolar antes de que existiera siquiera ese término con su connotación moderna, que sugiere lejanía más que unión. Y sin embargo, fueron más íntimos que muchos cuerpos que se rozan sin tocarse de verdad.El amor que se escribe es un amor que se piensa. No está sometido al tirano minuto de lo cotidiano, ni a las trivialidades que arruinan lo sublime. Las cartas los protegieron del desgaste del roce diario, de la vulgaridad de las repeticiones, del tedio que acecha a quienes conviven sin misterio. EPISTOLARIO ‘Un matrimonio epistolar. Correspondencia entre Giuseppe Tomasi di Lampedusa y Alessandra von Stormesse’ Autora Caterina Cardona Editorial Elba Páginas 168 Precio 19,90 euros 4Alessandra y Giuseppe habitaron un mismo mundo mental, aunque los separaran cielos distintos. El norte helado de ella, severo, cargado de niebla intelectual y rigor psicoanalítico. El sur de él, fatigado de sol, noble en su ruina, barroco incluso en sus tristezas.Escribir era, a menudo, escribir al tiempo: al tiempo perdido de sus juventudes separadas, al tiempo presente que parecía desmoronarse con la misma lentitud que los palacios familiares, y al tiempo futuro que sabían incierto, pero que se les ofrecía aún como una posibilidad compartida.Se escribían con un estilo que no se hereda ya, con un ritmo hecho de pausas, de sobreentendidos, de ironías suaves y verdades en voz baja. En cada carta se insinuaba una coreografía antigua , como la de un minué bailado entre columnas jónicas. Porque el papel los obligaba a pensar antes de sentir, y a sentir con una conciencia tal que el sentimiento se volvía forma.Fueron un matrimonio extraño, sin escándalos, sin dramatismos, sin la necesidad de lo cotidianoFueron un matrimonio extraño, sin escándalos, sin dramatismos, sin la necesidad de lo cotidiano. Y precisamente por ello, hicieron suyo lo que otros no fueron capaces de lograr: un vínculo sostenido por la inteligencia, el afecto silencioso y la voluntad de preservar lo esencial . Lo que no se ve. Lo que no se toca. Lo que no se disuelve en la costumbre.Tal vez por eso aún hoy, al releer esas cartas, escuchamos sus voces con más claridad que si hubiésemos vivido a diario junto a ellos. Las almas escritas no envejecen: se vuelven tinta perdurable. En un tiempo en que el silencio aún poseía dignidad y la espera era un signo de fortaleza interior, aquel matrimonio —el de Alessandra y Lampedusa — se desenvolvió como una sinfonía escrita a pluma, nota a nota, en hojas que cruzaban Europa como aves migratorias. Fueron, quizás, un matrimonio epistolar antes de que existiera siquiera ese término con su connotación moderna, que sugiere lejanía más que unión. Y sin embargo, fueron más íntimos que muchos cuerpos que se rozan sin tocarse de verdad.El amor que se escribe es un amor que se piensa. No está sometido al tirano minuto de lo cotidiano, ni a las trivialidades que arruinan lo sublime. Las cartas los protegieron del desgaste del roce diario, de la vulgaridad de las repeticiones, del tedio que acecha a quienes conviven sin misterio. EPISTOLARIO ‘Un matrimonio epistolar. Correspondencia entre Giuseppe Tomasi di Lampedusa y Alessandra von Stormesse’ Autora Caterina Cardona Editorial Elba Páginas 168 Precio 19,90 euros 4Alessandra y Giuseppe habitaron un mismo mundo mental, aunque los separaran cielos distintos. El norte helado de ella, severo, cargado de niebla intelectual y rigor psicoanalítico. El sur de él, fatigado de sol, noble en su ruina, barroco incluso en sus tristezas.Escribir era, a menudo, escribir al tiempo: al tiempo perdido de sus juventudes separadas, al tiempo presente que parecía desmoronarse con la misma lentitud que los palacios familiares, y al tiempo futuro que sabían incierto, pero que se les ofrecía aún como una posibilidad compartida.Se escribían con un estilo que no se hereda ya, con un ritmo hecho de pausas, de sobreentendidos, de ironías suaves y verdades en voz baja. En cada carta se insinuaba una coreografía antigua , como la de un minué bailado entre columnas jónicas. Porque el papel los obligaba a pensar antes de sentir, y a sentir con una conciencia tal que el sentimiento se volvía forma.Fueron un matrimonio extraño, sin escándalos, sin dramatismos, sin la necesidad de lo cotidianoFueron un matrimonio extraño, sin escándalos, sin dramatismos, sin la necesidad de lo cotidiano. Y precisamente por ello, hicieron suyo lo que otros no fueron capaces de lograr: un vínculo sostenido por la inteligencia, el afecto silencioso y la voluntad de preservar lo esencial . Lo que no se ve. Lo que no se toca. Lo que no se disuelve en la costumbre.Tal vez por eso aún hoy, al releer esas cartas, escuchamos sus voces con más claridad que si hubiésemos vivido a diario junto a ellos. Las almas escritas no envejecen: se vuelven tinta perdurable.
CRÍTICA DE:
Epistolario
El autor de ‘El gatopardo’ y su esposa se escribían con un estilo que no se hereda ya, con un ritmo hecho de pausas, de sobreentendidos, de ironías suaves y verdades en voz baja
En un tiempo en que el silencio aún poseía dignidad y la espera era un signo de fortaleza interior, aquel matrimonio —el de Alessandra y Lampedusa— se desenvolvió como una sinfonía escrita a pluma, nota a nota, en hojas que cruzaban Europa como aves … migratorias. Fueron, quizás, un matrimonio epistolar antes de que existiera siquiera ese término con su connotación moderna, que sugiere lejanía más que unión. Y sin embargo, fueron más íntimos que muchos cuerpos que se rozan sin tocarse de verdad.
El amor que se escribe es un amor que se piensa. No está sometido al tirano minuto de lo cotidiano, ni a las trivialidades que arruinan lo sublime. Las cartas los protegieron del desgaste del roce diario, de la vulgaridad de las repeticiones, del tedio que acecha a quienes conviven sin misterio.

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Autora
Caterina Cardona -
Editorial
Elba -
Páginas
168 -
Precio
19,90 euros
Alessandra y Giuseppe habitaron un mismo mundo mental, aunque los separaran cielos distintos. El norte helado de ella, severo, cargado de niebla intelectual y rigor psicoanalítico. El sur de él, fatigado de sol, noble en su ruina, barroco incluso en sus tristezas.
Escribir era, a menudo, escribir al tiempo: al tiempo perdido de sus juventudes separadas, al tiempo presente que parecía desmoronarse con la misma lentitud que los palacios familiares, y al tiempo futuro que sabían incierto, pero que se les ofrecía aún como una posibilidad compartida.
Se escribían con un estilo que no se hereda ya, con un ritmo hecho de pausas, de sobreentendidos, de ironías suaves y verdades en voz baja. En cada carta se insinuaba una coreografía antigua, como la de un minué bailado entre columnas jónicas. Porque el papel los obligaba a pensar antes de sentir, y a sentir con una conciencia tal que el sentimiento se volvía forma.
Fueron un matrimonio extraño, sin escándalos, sin dramatismos, sin la necesidad de lo cotidiano
Fueron un matrimonio extraño, sin escándalos, sin dramatismos, sin la necesidad de lo cotidiano. Y precisamente por ello, hicieron suyo lo que otros no fueron capaces de lograr: un vínculo sostenido por la inteligencia, el afecto silencioso y la voluntad de preservar lo esencial. Lo que no se ve. Lo que no se toca. Lo que no se disuelve en la costumbre.
Tal vez por eso aún hoy, al releer esas cartas, escuchamos sus voces con más claridad que si hubiésemos vivido a diario junto a ellos. Las almas escritas no envejecen: se vuelven tinta perdurable.
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