Aunque se temió lo peor, todo quedó en un susto. Mayúsculo, eso sí. Muleteaba el novillero Mariscal Ruiz al quinto de la noche cuando, en un inesperado y seco derrote, el animal le levantó los pies del suelo y el sevillano cayó a plomo sobre la arena. Todo el mundo esperaba que se incorporara inmediatamente, pero no fue así.
Ante la conmoción general, el joven torero quedó tendido en el ruedo completamente inerte. Rápidamente, sus compañeros acudieron al rescate, lograron quitarle al toro de encima, y lo trasladaron con urgencia a la enfermería. Desde allí, un rato después, llegaba el parte médico, afortunadamente, tranquilizador: Mariscal Ruiz, que hasta caer herido se había mostrado excesivamente frío y encimista, sufría un traumatismo craneoencefálico y una contusión en la clavícula derecha. Pronóstico reservado.
El citado percance fue lo más notorio de un soporífero festejo marcado por la falta de casta de la muy seria novillada de Los Chospes. Por trapío y, casi, por edad (todos, salvo el cuarto, cumplían los cuatro años en agosto), se podría haber lidiado como corrida de toros en cualquier plaza de segunda categoría, incluso en alguna de primera. Una de las muchas injusticias de la tauromaquia actual: chavales que empiezan y se enfrentan a encierros mucho más fuertes que aquellos que matan, tarde tras tarde, las llamadas figuras del toreo.
Lamentablemente, la de Los Chospes fue solo eso, fachada. Salvo el sexto, que tuvo algo de fondo y movilidad, ninguno dio opciones. Mansos en los caballos, la mayoría, llegaban agotados y parados al último tercio, imposibilitando cualquier esperanza de emoción y lucimiento. Y para uno que medio embiste… se va sin torear.
Ese último le tocó en suerte a Juan Alberto Torrijos, que se presentaba en Madrid, y que dio muchos pases, la mayoría enganchados, pero no dijo nada. Mecánico y desprovisto de oficio, tampoco anduvo lucido frente al blando tercero. Pero no pasa nada, como le tocaron las palmas los cuatro amigos y familiares de turno, ni corto ni perezoso, salió a saludar en ambos turnos. Manda narices.
La misma poca vergüenza torera tuvo el también debutante Nino Julian. Al igual que su compañero, salió a saludar en el tercio con cuatro palmas. El francés, todo firmeza, anduvo más que correcto, primero ante un novillo noble, pero muy parado, y luego frente a un cuarto manso y a la defensiva, pero no hubo ovación merecedora de saludo alguno, sobre todo teniendo en cuenta el infame bajonazo con el que despachó al que abrió plaza.
Novilleros que salen a saludar tras un espadazo en los blandos y sin que (casi) nadie se lo pida, picadores que fallan estrepitosamente y barrenan sin pudor (y sin multa, claro), los continuos “¡Viva España!” a voz en grito sin venir a cuento (ya, incluso, con el torero cuadrándose para matar)… Así está Madrid, a la altura de Paticojos de Abajo.
Aunque se temió lo peor, todo quedó en un susto. Mayúsculo, eso sí. Muleteaba el novillero Mariscal Ruiz al quinto de la noche cuando, en un inesperado y seco derrote, el animal le levantó los pies del suelo y el sevillano cayó a plomo sobre la arena. Todo el mundo esperaba que se incorporara inmediatamente, pero no fue así. Ante la conmoción general, el joven torero quedó tendido en el ruedo completamente inerte. Rápidamente, sus compañeros acudieron al rescate, lograron quitarle al toro de encima, y lo trasladaron con urgencia a la enfermería. Desde allí, un rato después, llegaba el parte médico, afortunadamente, tranquilizador: Mariscal Ruiz, que hasta caer herido se había mostrado excesivamente frío y encimista, sufría un traumatismo craneoencefálico y una contusión en la clavícula derecha. Pronóstico reservado.El citado percance fue lo más notorio de un soporífero festejo marcado por la falta de casta de la muy seria novillada de Los Chospes. Por trapío y, casi, por edad (todos, salvo el cuarto, cumplían los cuatro años en agosto), se podría haber lidiado como corrida de toros en cualquier plaza de segunda categoría, incluso en alguna de primera. Una de las muchas injusticias de la tauromaquia actual: chavales que empiezan y se enfrentan a encierros mucho más fuertes que aquellos que matan, tarde tras tarde, las llamadas figuras del toreo.Lamentablemente, la de Los Chospes fue solo eso, fachada. Salvo el sexto, que tuvo algo de fondo y movilidad, ninguno dio opciones. Mansos en los caballos, la mayoría, llegaban agotados y parados al último tercio, imposibilitando cualquier esperanza de emoción y lucimiento. Y para uno que medio embiste… se va sin torear. Ese último le tocó en suerte a Juan Alberto Torrijos, que se presentaba en Madrid, y que dio muchos pases, la mayoría enganchados, pero no dijo nada. Mecánico y desprovisto de oficio, tampoco anduvo lucido frente al blando tercero. Pero no pasa nada, como le tocaron las palmas los cuatro amigos y familiares de turno, ni corto ni perezoso, salió a saludar en ambos turnos. Manda narices.La misma poca vergüenza torera tuvo el también debutante Nino Julian. Al igual que su compañero, salió a saludar en el tercio con cuatro palmas. El francés, todo firmeza, anduvo más que correcto, primero ante un novillo noble, pero muy parado, y luego frente a un cuarto manso y a la defensiva, pero no hubo ovación merecedora de saludo alguno, sobre todo teniendo en cuenta el infame bajonazo con el que despachó al que abrió plaza.Novilleros que salen a saludar tras un espadazo en los blandos y sin que (casi) nadie se lo pida, picadores que fallan estrepitosamente y barrenan sin pudor (y sin multa, claro), los continuos “¡Viva España!” a voz en grito sin venir a cuento (ya, incluso, con el torero cuadrándose para matar)… Así está Madrid, a la altura de Paticojos de Abajo. Seguir leyendo
Aunque se temió lo peor, todo quedó en un susto. Mayúsculo, eso sí. Muleteaba el novillero Mariscal Ruiz al quinto de la noche cuando, en un inesperado y seco derrote, el animal le levantó los pies del suelo y el sevillano cayó a plomo sobre la arena. Todo el mundo esperaba que se incorporara inmediatamente, pero no fue así.
Ante la conmoción general, el joven torero quedó tendido en el ruedo completamente inerte. Rápidamente, sus compañeros acudieron al rescate, lograron quitarle al toro de encima, y lo trasladaron con urgencia a la enfermería. Desde allí, un rato después, llegaba el parte médico, afortunadamente, tranquilizador: Mariscal Ruiz, que hasta caer herido se había mostrado excesivamente frío y encimista, sufría un traumatismo craneoencefálico y una contusión en la clavícula derecha. Pronóstico reservado.
El citado percance fue lo más notorio de un soporífero festejo marcado por la falta de casta de la muy seria novillada de Los Chospes. Por trapío y, casi, por edad (todos, salvo el cuarto, cumplían los cuatro años en agosto), se podría haber lidiado como corrida de toros en cualquier plaza de segunda categoría, incluso en alguna de primera. Una de las muchas injusticias de la tauromaquia actual: chavales que empiezan y se enfrentan a encierros mucho más fuertes que aquellos que matan, tarde tras tarde, las llamadas figuras del toreo.
Lamentablemente, la de Los Chospes fue solo eso, fachada. Salvo el sexto, que tuvo algo de fondo y movilidad, ninguno dio opciones. Mansos en los caballos, la mayoría, llegaban agotados y parados al último tercio, imposibilitando cualquier esperanza de emoción y lucimiento. Y para uno que medio embiste… se va sin torear.
Ese último le tocó en suerte a Juan Alberto Torrijos, que se presentaba en Madrid, y que dio muchos pases, la mayoría enganchados, pero no dijo nada. Mecánico y desprovisto de oficio, tampoco anduvo lucido frente al blando tercero. Pero no pasa nada, como le tocaron las palmas los cuatro amigos y familiares de turno, ni corto ni perezoso, salió a saludar en ambos turnos. Manda narices.
La misma poca vergüenza torera tuvo el también debutante Nino Julian. Al igual que su compañero, salió a saludar en el tercio con cuatro palmas. El francés, todo firmeza, anduvo más que correcto, primero ante un novillo noble, pero muy parado, y luego frente a un cuarto manso y a la defensiva, pero no hubo ovación merecedora de saludo alguno, sobre todo teniendo en cuenta el infame bajonazo con el que despachó al que abrió plaza.
Novilleros que salen a saludar tras un espadazo en los blandos y sin que (casi) nadie se lo pida, picadores que fallan estrepitosamente y barrenan sin pudor (y sin multa, claro), los continuos “¡Viva España!” a voz en grito sin venir a cuento (ya, incluso, con el torero cuadrándose para matar)… Así está Madrid, a la altura de Paticojos de Abajo.
Los Chospes / Nino Julian, Mariscal Ruiz, Torrijos
Novillos de Los Chospes, bien presentados, de gran seriedad la mayoría, mansos, nobles y muy descastados. El único con algo de fondo y movilidad fue el 6º.
Nino Julian: bajonazo (leves palmas y sale a saludar); estocada corta perpendicular (palmitas y saluda); bajonazo en el que mató por Mariscal Ruiz (silencio).
Mariscal Ruiz: medio metisaca en los blandos y estocada baja _aviso_ (silencio); herido durante la faena al 5º.
Juan Alberto Torrijos: pinchazo y estocada corta (leves palmas y sale a saludar); pinchazo hondo caído y tres descabellos (leves palmas y saluda).
Plaza de toros de Las Ventas. Jueves 10 de julio. 3ª novillada nocturna del certamen ‘Cénate Las Ventas’. Más de un tercio de entrada (9.683 espectadores, según la empresa).
EL PAÍS