Si bien fue la ficción narrativa el género que elevó a Mario Vargas Llosa a la cima mundial de la literatura, el escritor peruano reconoció en más de una ocasión que se había iniciado en la escritura como dramaturgo y que, de haber sido más alentador el mundo del espectáculo en su país cuando daba sus primeros pasos, probablemente se hubiese dedicado al teatro mucho más que a la novela. Y no cabe duda de que mantuvo a lo largo de toda su carrera un gran interés por el arte escénico, que se materializó en un puñado de obras dramáticas, algunas más redondas que otras, donde pueden encontrarse muchos de los rasgos y preocupaciones que definen su estilo como autor.
La década de los 80 fue el periodo en el que más esfuerzos dedicó a las tablas, aunque ya en 1952, con solo 15 años, había escrito y llevado a escena en el ámbito escolar de su Piura natal «La huida del Inca», un texto hoy perdido, y considerado por él mismo como un descuidado ensayo juvenil, que nunca se molestó en publicar. Por este motivo, se ha señalado siempre «La señorita de Tacna», estrenada en 1981 en Buenos Aires con la popular Norma Aleandro como protagonista, como su primara obra teatral. Una pieza que se representaría en nuestro país solo un año después, enmarcada en una producción de Aurora Bautista que ella misma interpretó junto a Daniel Dicenta y Julieta Serrano, entre otros. La función indaga en el proceso creativo de un escritor y en ella se encuentran dos grandes temas que Vargas Llosa abordaría luego una y otra vez: la fantasía como un paraíso inexpugnable de libertad individual y la quimérica lucha del creador por dar a esa fantasía una categoría de realidad que no sabremos nunca si tiene o no tiene en un sentido estricto. Y serán precisamente estos los asuntos medulares de su siguiente obra: «Kathie y el hipopótamo». Estrenada en Caracas en 1983, la obra, que gira de nuevo en torno a la propia escritura, se inspira en la experiencia real de Vargas Llosa cuando ejerció de negro en París para una millonaria que quería publicar un libro acerca de sus viajes por países exóticos. Como parte de un proyecto inconcluso de Natalio Grueso -al frente entonces del Teatro Español- que tenía como objetivo subir a las tablas toda la obra dramática del nobel, Magüi Mira dirigió en 2013 una producción con Ana Belén, Ginés García Millán, Eva Rufo y Jorge Basanta como protagonistas. A punto de estrenar esta noche en los Teatros del Canal «Me trataste con Olvido», Rufo recuerda la implicación del laureado escritor en aquel montaje: “Vino a cuantas reuniones le pedimos y fue siempre muy cálido con todos nosotros. Le recuerdo, en la rueda de prensa de presentación, reflexionando sobre el valor de la ficción, y cómo lo relacionaba con los personajes de la obra. Hablaba de la imaginación como vía de escape en las vidas que no nos gustan o que no nos hacen sentirnos plenos. Simplemente escucharle pensar en voz alta fue un regalo para mí”.
En 1986 Vagas Llosa alumbraría una nueva pieza en los escenarios de su país: ‘La chunga’. Dirigida en España un año después por Miguel Narros, con Emma Suárez, Pepe Sancho y Nati Mistral en el reparto, la obra seguía explorando la subjetividad y el punto de vista a la hora de interpretar la realidad, aunque introduce algunos otros temas de índole social como la violencia contra las mujeres o lo homofobia. Aitana Sánchez-Gijón, Asier Etxeandía e Irene Escolar fueron algunos de sus intérpretes cuando volvió a ponerse en pie en 2013, ahora con dirección de Joan Ollé, dentro del mencionado proyecto de Natalio Grueso en el Teatro Español.
Un año después se estrenaría en este mismo coliseo madrileño ‘El loco de los balcones’. Gustavo Tambascio fue en esta ocasión el encargado de dirigir esta obra de 1993 -es la siguiente a ‘La chunga’ en orden de creación- en la que la ilusión funciona como salvaguarda de un esplendor pasado, simbolizado en la arquitectura colonial, que entra en conflicto con la cruda realidad del presente. José Sacristán, Fernando Soto, Candela Serrat, Juan Antonio Lumbreras y Emilio Gavira fueron algunos de los actores protagonistas de aquel montaje.
Con ‘Ojos bonitos, cuadros feos’, escrita en 1996, el autor regresa en cierto modo a la creación como tema argumental, pero se traslada del mundo de la literatura al de la pintura. El rigor aparente de un crítico de arte a la hora de emitir sus juicios y de entender el valor de las obras contrasta con su frustración como pintor y con su reprimida homosexualidad en una función estrenada en España en 2005 e interpretada por Manuel Tejada, Miguel Hermoso y Ruth Día a las órdenes de Ramón Ballesteros. Una vez más, la fantasía, convertida aquí en fingimiento, sirve de parapeto a un personaje sumido en una realidad que no le resulta cómoda.
Mucho menos interesante y original fue la producción dramática de Vargas Llosa en el presente siglo. Atrás quedaba su inteligente poética sobre los sueños individuales y sobre la plenitud vital asentada en la imaginación cuando, en 2006, el propio escritor -a las órdenes de Joan Ollé- se subió al escenario de Mérida junto a su amiga Aitana Sánchez-Gijón para interpretar una adaptación de la ‘Odisea’ firmada por él mismo, y de escaso valor teatral, que llevó el nombre de «Odiseo y Penélope».
La idea de la libertad individual y el sentido del arte asomaron tímidamente de nuevo en su siguiente obra: «Al pie del Támesis», una pieza de 2008 articulada como un extenso diálogo en el que dos personajes que acaban de reencontrarse tras muchos años evocan un pasado ya extinto en el que conviven la alegría y el dolor. Ese mismo año el escritor vuelve a compartir escenario, en «Las mil noches y una noche», con Aitana Sánchez-Gijón. Otra vez es Joan Ollé el encargado de dirigir la anodina adaptación que hizo el nobel del maravilloso clásico oriental sobre los cuentos que Scheherezade relata cada noche al sultán Shahriar. Y otra vez el desconcierto se apoderó del público viendo los infructuosos e innecesarios esfuerzos del escritor por dar el pego como intérprete.
No sería esta la última vez que lo hiciese. Por desgracia, volvió a reincidir en 2015 con «Los cuentos de la peste», otra adaptación firmada por él mismo y dirigida por Ollé, en este caso de ocho de los 100 relatos que integran el «Decamerón» de Boccaccio. El hecho de estar arropado esta vez por un elenco más amplio con excelentes actores -Pedro Casablanc, Marta Poveda y Óscar de la Fuente, junto a la incondicional Aitana Sánchez Gijón- no fue suficiente para que su presencia como actor no resultase llamativa, por incomprensible, en una propuesta, por otra parte, bastante pobre desde el punto de vista conceptual.
En cuanto a las novelas del escritor que han sido llevados a las tablas en España, cabe citar «La ciudad y los perros» (1982), con un joven Antonio Banderas dentro del reparto; «Pantaleón y las visitadoras» (1996), dirigida por Gustavo Pérez Puig; o, más recientemente, «La fiesta del Chivo» (2021), protagonizada por Juan Echanove, bajo la batuta de Carlos Saura, en un proyecto en el que volvió a estar implicado, en este caso como autor de la versión, Natalio Grueso.
En apenas una decena de títulos, el escritor encontró un estilo propio y consistente como dramaturgo en el que se advierte una defensa a ultranza de la libertad y la imaginación
Si bien fue la ficción narrativa el género que elevó a Mario Vargas Llosa a la cima mundial de la literatura, el escritor peruano reconoció en más de una ocasión que se había iniciado en la escritura como dramaturgo y que, de haber sido más alentador el mundo del espectáculo en su país cuando daba sus primeros pasos, probablemente se hubiese dedicado al teatro mucho más que a la novela. Y no cabe duda de que mantuvo a lo largo de toda su carrera un gran interés por el arte escénico, que se materializó en un puñado de obras dramáticas, algunas más redondas que otras, donde pueden encontrarse muchos de los rasgos y preocupaciones que definen su estilo como autor.
La década de los 80 fue el periodo en el que más esfuerzos dedicó a las tablas, aunque ya en 1952, con solo 15 años, había escrito y llevado a escena en el ámbito escolar de su Piura natal «La huida del Inca», un texto hoy perdido, y considerado por él mismo como un descuidado ensayo juvenil, que nunca se molestó en publicar. Por este motivo, se ha señalado siempre «La señorita de Tacna», estrenada en 1981 en Buenos Aires con la popular Norma Aleandro como protagonista, como su primara obra teatral. Una pieza que se representaría en nuestro país solo un año después, enmarcada en una producción de Aurora Bautista que ella misma interpretó junto a Daniel Dicenta y Julieta Serrano, entre otros. La función indaga en el proceso creativo de un escritor y en ella se encuentran dos grandes temas que Vargas Llosa abordaría luego una y otra vez: la fantasía como un paraíso inexpugnable de libertad individual y la quimérica lucha del creador por dar a esa fantasía una categoría de realidad que no sabremos nunca si tiene o no tiene en un sentido estricto. Y serán precisamente estos los asuntos medulares de su siguiente obra: «Kathie y el hipopótamo». Estrenada en Caracas en 1983, la obra, que gira de nuevo en torno a la propia escritura, se inspira en la experiencia real de Vargas Llosa cuando ejerció de negro en París para una millonaria que quería publicar un libro acerca de sus viajes por países exóticos. Como parte de un proyecto inconcluso de Natalio Grueso -al frente entonces del Teatro Español- que tenía como objetivo subir a las tablas toda la obra dramática del nobel, Magüi Mira dirigió en 2013 una producción con Ana Belén, Ginés García Millán, Eva Rufo y Jorge Basanta como protagonistas. A punto de estrenar esta noche en los Teatros del Canal «Me trataste con Olvido», Rufo recuerda la implicación del laureado escritor en aquel montaje: “Vino a cuantas reuniones le pedimos y fue siempre muy cálido con todos nosotros. Le recuerdo, en la rueda de prensa de presentación, reflexionando sobre el valor de la ficción, y cómo lo relacionaba con los personajes de la obra. Hablaba de la imaginación como vía de escape en las vidas que no nos gustan o que no nos hacen sentirnos plenos. Simplemente escucharle pensar en voz alta fue un regalo para mí”.
En 1986 Vagas Llosa alumbraría una nueva pieza en los escenarios de su país: ‘La chunga’. Dirigida en España un año después por Miguel Narros, con Emma Suárez, Pepe Sancho y Nati Mistral en el reparto, la obra seguía explorando la subjetividad y el punto de vista a la hora de interpretar la realidad, aunque introduce algunos otros temas de índole social como la violencia contra las mujeres o lo homofobia. Aitana Sánchez-Gijón, Asier Etxeandía e Irene Escolar fueron algunos de sus intérpretes cuando volvió a ponerse en pie en 2013, ahora con dirección de Joan Ollé, dentro del mencionado proyecto de Natalio Grueso en el Teatro Español.
Un año después se estrenaría en este mismo coliseo madrileño ‘El loco de los balcones’. Gustavo Tambascio fue en esta ocasión el encargado de dirigir esta obra de 1993 -es la siguiente a ‘La chunga’ en orden de creación- en la que la ilusión funciona como salvaguarda de un esplendor pasado, simbolizado en la arquitectura colonial, que entra en conflicto con la cruda realidad del presente. José Sacristán, Fernando Soto, Candela Serrat, Juan Antonio Lumbreras y Emilio Gavira fueron algunos de los actores protagonistas de aquel montaje.
Con ‘Ojos bonitos, cuadros feos’, escrita en 1996, el autor regresa en cierto modo a la creación como tema argumental, pero se traslada del mundo de la literatura al de la pintura. El rigor aparente de un crítico de arte a la hora de emitir sus juicios y de entender el valor de las obras contrasta con su frustración como pintor y con su reprimida homosexualidad en una función estrenada en España en 2005 e interpretada por Manuel Tejada, Miguel Hermoso y Ruth Día a las órdenes de Ramón Ballesteros. Una vez más, la fantasía, convertida aquí en fingimiento, sirve de parapeto a un personaje sumido en una realidad que no le resulta cómoda.
Mucho menos interesante y original fue la producción dramática de Vargas Llosa en el presente siglo. Atrás quedaba su inteligente poética sobre los sueños individuales y sobre la plenitud vital asentada en la imaginación cuando, en 2006, el propio escritor -a las órdenes de Joan Ollé- se subió al escenario de Mérida junto a su amiga Aitana Sánchez-Gijón para interpretar una adaptación de la ‘Odisea’ firmada por él mismo, y de escaso valor teatral, que llevó el nombre de «Odiseo y Penélope».
La idea de la libertad individual y el sentido del arte asomaron tímidamente de nuevo en su siguiente obra: «Al pie del Támesis», una pieza de 2008 articulada como un extenso diálogo en el que dos personajes que acaban de reencontrarse tras muchos años evocan un pasado ya extinto en el que conviven la alegría y el dolor. Ese mismo año el escritor vuelve a compartir escenario, en «Las mil noches y una noche», con Aitana Sánchez-Gijón. Otra vez es Joan Ollé el encargado de dirigir la anodina adaptación que hizo el nobel del maravilloso clásico oriental sobre los cuentos que Scheherezade relata cada noche al sultán Shahriar. Y otra vez el desconcierto se apoderó del público viendo los infructuosos e innecesarios esfuerzos del escritor por dar el pego como intérprete.
No sería esta la última vez que lo hiciese. Por desgracia, volvió a reincidir en 2015 con «Los cuentos de la peste», otra adaptación firmada por él mismo y dirigida por Ollé, en este caso de ocho de los 100 relatos que integran el «Decamerón» de Boccaccio. El hecho de estar arropado esta vez por un elenco más amplio con excelentes actores -Pedro Casablanc, Marta Poveda y Óscar de la Fuente, junto a la incondicional Aitana Sánchez Gijón- no fue suficiente para que su presencia como actor no resultase llamativa, por incomprensible, en una propuesta, por otra parte, bastante pobre desde el punto de vista conceptual.
En cuanto a las novelas del escritor que han sido llevados a las tablas en España, cabe citar «La ciudad y los perros» (1982), con un joven Antonio Banderas dentro del reparto; «Pantaleón y las visitadoras» (1996), dirigida por Gustavo Pérez Puig; o, más recientemente, «La fiesta del Chivo» (2021), protagonizada por Juan Echanove, bajo la batuta de Carlos Saura, en un proyecto en el que volvió a estar implicado, en este caso como autor de la versión, Natalio Grueso.
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