En el precario o inercial sistema del arte español hay pocas cosas que podamos considerar que han cumplido su cometido y, sobre todo, hayan permitido que los artistas tengan soporte y espacios en los que presentar sus obras. Pienso en los Talleres del Círculo de Bellas Artes, que durante la década de los ochenta fueron decisivos, la Muestra de Arte Joven que ofrecía una perspectiva bien articulada de lo que sucedía en el Estado de las Autonomías, las Becas Banesto y las de la Fundación Botín, los proyectos que se montaron en el Espai Quatre del Casal Solleric de Palma de Mallorca o las exposiciones que se realizaban en la Sala de Avenida de América en Madrid que fueron, para muchos jóvenes creadores, su ‘bautismo’ en un mundo en el que en ocasiones da la impresión de que falta de todo y sobran muchas chorradas. Noticias relacionadas estandar Si Crítica de: ‘Caps [i] bous’, de Bernardí Roig, en el Museo Arqueológico Nacional: en el principio fue la metáfora Fernando Castro Flórez estandar Si HOMENAJE A PIERRE GONNORD La ilusionante historia de Pedro ‘el francés’ Javier Díaz-GuardiolaSin duda, ‘Generaciones’, tras un cuarto de siglo de actividad, es uno de los proyectos referenciales, con miles de artistas que concurrieron, numerosos jurados que realizaron la complicada tarea de seleccionar y públicos que fueron interactuando a lo largo de los años con lo expuesto. Este proyecto sostenido por La Casa Encendida merece, de entrada, el más sincero de los reconocimientos.Otra cosa es analizar, si tal cosa fuera posible, el comisariado realizado por Rocío Gracia, sobre toda esa intensa y larga historia del premio. La intención es, según se declara, ofrecer «una lectura de la evolución de los intereses de los artistas y la crítica en España durante el primer cuarto del siglo XXI», algo que me parece que no se hace en ningún sentido. Indigesto batiburrilloEso que se califican como «vestigios» o «restos» ha terminado por tomar la forma de indigesto batiburrillo, alejado de cualquier perspectiva reflexiva. No faltan términos evanescentes como «negociación simbólica de una identidad» o alusiones a la transversalidad o, en el colmo de lo incomprensible, «derivas sobre la representación más allá de lo representado». Aunque se recurra a la convención de los géneros (bodegón, paisaje, historia y costumbrismo), lo cierto es que la experiencia estética es la de algo absolutamente caótico, un verdadero desaguisado en el que las obras se perjudican entre sí y hasta las cartelas terminan por estar dispuestas sin ton ni son. El ‘ruido visual’ se amplifica con el griterío de una vídeo-instalación de Álvaro Perdices que contamina todos los espacios. Si lo que se pretendía generar era desasosiego o hasta irritabilidad, el éxito es completo. La cacofonía ‘generacional’ evita que podamos singularizar o tratar de entender algo. Lástima, porque en esta colección hay artista y piezas estupendas, entre las que destacaría las pinturas de Daniel Verbis, Iñaki Gracenea o Elena Alonso, los planteamientos sutilmente reduccionistas de Miguel Marina o el reportaje de Cova Macías. Última hornada. De arriba abajo, aportaciones en Generación 25 de Elián Stolarsky, Isabel Merchante y Marina González Guerreiro LCELa edición actual de ‘ Generaciones’ tampoco escapa del «síndrome de la voz expandida», una cuestión que invento y propongo para dar cuenta de la saturación de sonidos y discursos que interfieren en cualquier deseo de sentido. Simon Reynolds señala en su ensayo ‘Futuromanía’ (2024), que el auto-tune es la gran innovación técnica que condiciona el desarrollo de la música actual. Desde ‘Belive’, de Cher, todos, hasta los más chapuceros, han conseguido entonar y, al mismo tiempo, robotizar la emocionalidad. Esa sensación de ensamblaje técnico y despropósito estético sobre precarios mimbres conceptuales es la que deja el encuentro con las piezas de Marina González Guerreiro, Noela Covelo, Tana Garrido, Javier Velázquez, Álvaro Chior, Elián Stolarsky , Isabel Merchante y Mar Reykjavik.En esa nueva hornada de artistas predominan los vídeos con temáticas como la traducción y la censura, el paisaje neutralizado por un robot entendido como «máquina emocional», la erosión del significado materializado por un ‘canto rodado’, el intento de atender a «aquello que suena y no está codificado por el lenguaje» o una meditación sobre la vida familiar inspirada en los movimientos ambientalistas con referencia que van desde la crítica de Andrea Soto a Foucault hasta la novela ‘Crisis in Zefra’. Todo suena bastante hermético y, acaso, deseen escapar de la hermenéutica. Aquí también está la cosa bastante enmarañada. Apenas pude sintonizar, incapaz de esa condición ‘vibratoria’ anhelada en la globalización imaginada, con la ‘instalación textil’ de Elián Stolarsky que remite a la ‘aphantasia’, ese trastorno que impide visualizar mentalmente las imágenes. Los herederos del trauma intentan, todavía, coser los fragmentos, rescatar las vidas dañadas, trabajando, a la manera del ‘bricoleur’, para que tengamos imágenes pese a todo.Celebraciones en La Casa Encendida ‘Veinticuatro años y un día’. Colección. Comisaria: Rocío Gracia Ipiña. Una estrella. ‘Generación 25’. Colectiva. Comisaria: Andrea Muniain. Dos estrellas. La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Hasta el 29 de junio Esas telas, en un tiempo donde parece que regresa el icono desnudo del cuadrado negro, me sacaron un momento del desánimo. Apenas un parpadeo, antes de que el ruido (de todo lo demás) y la furia volviera a imponer su ley. En el precario o inercial sistema del arte español hay pocas cosas que podamos considerar que han cumplido su cometido y, sobre todo, hayan permitido que los artistas tengan soporte y espacios en los que presentar sus obras. Pienso en los Talleres del Círculo de Bellas Artes, que durante la década de los ochenta fueron decisivos, la Muestra de Arte Joven que ofrecía una perspectiva bien articulada de lo que sucedía en el Estado de las Autonomías, las Becas Banesto y las de la Fundación Botín, los proyectos que se montaron en el Espai Quatre del Casal Solleric de Palma de Mallorca o las exposiciones que se realizaban en la Sala de Avenida de América en Madrid que fueron, para muchos jóvenes creadores, su ‘bautismo’ en un mundo en el que en ocasiones da la impresión de que falta de todo y sobran muchas chorradas. Noticias relacionadas estandar Si Crítica de: ‘Caps [i] bous’, de Bernardí Roig, en el Museo Arqueológico Nacional: en el principio fue la metáfora Fernando Castro Flórez estandar Si HOMENAJE A PIERRE GONNORD La ilusionante historia de Pedro ‘el francés’ Javier Díaz-GuardiolaSin duda, ‘Generaciones’, tras un cuarto de siglo de actividad, es uno de los proyectos referenciales, con miles de artistas que concurrieron, numerosos jurados que realizaron la complicada tarea de seleccionar y públicos que fueron interactuando a lo largo de los años con lo expuesto. Este proyecto sostenido por La Casa Encendida merece, de entrada, el más sincero de los reconocimientos.Otra cosa es analizar, si tal cosa fuera posible, el comisariado realizado por Rocío Gracia, sobre toda esa intensa y larga historia del premio. La intención es, según se declara, ofrecer «una lectura de la evolución de los intereses de los artistas y la crítica en España durante el primer cuarto del siglo XXI», algo que me parece que no se hace en ningún sentido. Indigesto batiburrilloEso que se califican como «vestigios» o «restos» ha terminado por tomar la forma de indigesto batiburrillo, alejado de cualquier perspectiva reflexiva. No faltan términos evanescentes como «negociación simbólica de una identidad» o alusiones a la transversalidad o, en el colmo de lo incomprensible, «derivas sobre la representación más allá de lo representado». Aunque se recurra a la convención de los géneros (bodegón, paisaje, historia y costumbrismo), lo cierto es que la experiencia estética es la de algo absolutamente caótico, un verdadero desaguisado en el que las obras se perjudican entre sí y hasta las cartelas terminan por estar dispuestas sin ton ni son. El ‘ruido visual’ se amplifica con el griterío de una vídeo-instalación de Álvaro Perdices que contamina todos los espacios. Si lo que se pretendía generar era desasosiego o hasta irritabilidad, el éxito es completo. La cacofonía ‘generacional’ evita que podamos singularizar o tratar de entender algo. Lástima, porque en esta colección hay artista y piezas estupendas, entre las que destacaría las pinturas de Daniel Verbis, Iñaki Gracenea o Elena Alonso, los planteamientos sutilmente reduccionistas de Miguel Marina o el reportaje de Cova Macías. Última hornada. De arriba abajo, aportaciones en Generación 25 de Elián Stolarsky, Isabel Merchante y Marina González Guerreiro LCELa edición actual de ‘ Generaciones’ tampoco escapa del «síndrome de la voz expandida», una cuestión que invento y propongo para dar cuenta de la saturación de sonidos y discursos que interfieren en cualquier deseo de sentido. Simon Reynolds señala en su ensayo ‘Futuromanía’ (2024), que el auto-tune es la gran innovación técnica que condiciona el desarrollo de la música actual. Desde ‘Belive’, de Cher, todos, hasta los más chapuceros, han conseguido entonar y, al mismo tiempo, robotizar la emocionalidad. Esa sensación de ensamblaje técnico y despropósito estético sobre precarios mimbres conceptuales es la que deja el encuentro con las piezas de Marina González Guerreiro, Noela Covelo, Tana Garrido, Javier Velázquez, Álvaro Chior, Elián Stolarsky , Isabel Merchante y Mar Reykjavik.En esa nueva hornada de artistas predominan los vídeos con temáticas como la traducción y la censura, el paisaje neutralizado por un robot entendido como «máquina emocional», la erosión del significado materializado por un ‘canto rodado’, el intento de atender a «aquello que suena y no está codificado por el lenguaje» o una meditación sobre la vida familiar inspirada en los movimientos ambientalistas con referencia que van desde la crítica de Andrea Soto a Foucault hasta la novela ‘Crisis in Zefra’. Todo suena bastante hermético y, acaso, deseen escapar de la hermenéutica. Aquí también está la cosa bastante enmarañada. Apenas pude sintonizar, incapaz de esa condición ‘vibratoria’ anhelada en la globalización imaginada, con la ‘instalación textil’ de Elián Stolarsky que remite a la ‘aphantasia’, ese trastorno que impide visualizar mentalmente las imágenes. Los herederos del trauma intentan, todavía, coser los fragmentos, rescatar las vidas dañadas, trabajando, a la manera del ‘bricoleur’, para que tengamos imágenes pese a todo.Celebraciones en La Casa Encendida ‘Veinticuatro años y un día’. Colección. Comisaria: Rocío Gracia Ipiña. Una estrella. ‘Generación 25’. Colectiva. Comisaria: Andrea Muniain. Dos estrellas. La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Hasta el 29 de junio Esas telas, en un tiempo donde parece que regresa el icono desnudo del cuadrado negro, me sacaron un momento del desánimo. Apenas un parpadeo, antes de que el ruido (de todo lo demás) y la furia volviera a imponer su ley.
En el precario o inercial sistema del arte español hay pocas cosas que podamos considerar que han cumplido su cometido y, sobre todo, hayan permitido que los artistas tengan soporte y espacios en los que presentar sus obras.
Pienso en los Talleres del Círculo … de Bellas Artes, que durante la década de los ochenta fueron decisivos, la Muestra de Arte Joven que ofrecía una perspectiva bien articulada de lo que sucedía en el Estado de las Autonomías, las Becas Banesto y las de la Fundación Botín, los proyectos que se montaron en el Espai Quatre del Casal Solleric de Palma de Mallorca o las exposiciones que se realizaban en la Sala de Avenida de América en Madrid que fueron, para muchos jóvenes creadores, su ‘bautismo’ en un mundo en el que en ocasiones da la impresión de que falta de todo y sobran muchas chorradas.
Sin duda, ‘Generaciones’, tras un cuarto de siglo de actividad, es uno de los proyectos referenciales, con miles de artistas que concurrieron, numerosos jurados que realizaron la complicada tarea de seleccionar y públicos que fueron interactuando a lo largo de los años con lo expuesto. Este proyecto sostenido por La Casa Encendida merece, de entrada, el más sincero de los reconocimientos.
Otra cosa es analizar, si tal cosa fuera posible, el comisariado realizado por Rocío Gracia, sobre toda esa intensa y larga historia del premio. La intención es, según se declara, ofrecer «una lectura de la evolución de los intereses de los artistas y la crítica en España durante el primer cuarto del siglo XXI», algo que me parece que no se hace en ningún sentido.
Indigesto batiburrillo
Eso que se califican como «vestigios» o «restos» ha terminado por tomar la forma de indigesto batiburrillo, alejado de cualquier perspectiva reflexiva. No faltan términos evanescentes como «negociación simbólica de una identidad» o alusiones a la transversalidad o, en el colmo de lo incomprensible, «derivas sobre la representación más allá de lo representado».
Aunque se recurra a la convención de los géneros (bodegón, paisaje, historia y costumbrismo), lo cierto es que la experiencia estética es la de algo absolutamente caótico, un verdadero desaguisado en el que las obras se perjudican entre sí y hasta las cartelas terminan por estar dispuestas sin ton ni son. El ‘ruido visual’ se amplifica con el griterío de una vídeo-instalación de Álvaro Perdices que contamina todos los espacios.
Si lo que se pretendía generar era desasosiego o hasta irritabilidad, el éxito es completo. La cacofonía ‘generacional’ evita que podamos singularizar o tratar de entender algo. Lástima, porque en esta colección hay artista y piezas estupendas, entre las que destacaría las pinturas de Daniel Verbis, Iñaki Gracenea o Elena Alonso, los planteamientos sutilmente reduccionistas de Miguel Marina o el reportaje de Cova Macías.



De arriba abajo, aportaciones en Generación 25 de Elián Stolarsky, Isabel Merchante y Marina González Guerreiro
LCE
La edición actual de ‘Generaciones’ tampoco escapa del «síndrome de la voz expandida», una cuestión que invento y propongo para dar cuenta de la saturación de sonidos y discursos que interfieren en cualquier deseo de sentido. Simon Reynolds señala en su ensayo ‘Futuromanía’ (2024), que el auto-tune es la gran innovación técnica que condiciona el desarrollo de la música actual.
Desde ‘Belive’, de Cher, todos, hasta los más chapuceros, han conseguido entonar y, al mismo tiempo, robotizar la emocionalidad. Esa sensación de ensamblaje técnico y despropósito estético sobre precarios mimbres conceptuales es la que deja el encuentro con las piezas de Marina González Guerreiro,Noela Covelo, Tana Garrido, Javier Velázquez, Álvaro Chior, Elián Stolarsky, Isabel Merchante y Mar Reykjavik.
En esa nueva hornada de artistas predominan los vídeos con temáticas como la traducción y la censura, el paisaje neutralizado por un robot entendido como «máquina emocional», la erosión del significado materializado por un ‘canto rodado’, el intento de atender a «aquello que suena y no está codificado por el lenguaje» o una meditación sobre la vida familiar inspirada en los movimientos ambientalistas con referencia que van desde la crítica de Andrea Soto a Foucault hasta la novela ‘Crisis in Zefra’. Todo suena bastante hermético y, acaso, deseen escapar de la hermenéutica.
Aquí también está la cosa bastante enmarañada. Apenas pude sintonizar, incapaz de esa condición ‘vibratoria’ anhelada en la globalización imaginada, con la ‘instalación textil’ de Elián Stolarsky que remite a la ‘aphantasia’, ese trastorno que impide visualizar mentalmente las imágenes. Los herederos del trauma intentan, todavía, coser los fragmentos, rescatar las vidas dañadas, trabajando, a la manera del ‘bricoleur’, para que tengamos imágenes pese a todo.
Celebraciones en La Casa Encendida
‘Veinticuatro años y un día’. Colección. Comisaria: Rocío Gracia Ipiña. Una estrella.
‘Generación 25’. Colectiva. Comisaria: Andrea Muniain. Dos estrellas.
La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Hasta el 29 de junio
Esas telas, en un tiempo donde parece que regresa el icono desnudo del cuadrado negro, me sacaron un momento del desánimo. Apenas un parpadeo, antes de que el ruido (de todo lo demás) y la furia volviera a imponer su ley.
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