La actriz Verónica Echegui se ha ido del cine con sigilo, de un modo completamente distinto al que llegó a él, vestida de la Juani en la película de Bigas Luna. Con poco más de veinte años y en su primer largometraje, Verónica Echegui atropella sin miramientos la cámara de Bigas Luna y compone un personaje, la Juani, que se queda colocado en la estantería de los más potentes, naturales, frescos y frescachones de la historia del cine español. Una joven de barrio, carne evidente de cañón, que decide disparar la bala y escapar de la vulgaridad y tristeza que la rodea. La película de Bigas Luna estaría ya perdida entre su filmografía de no ser porque Verónica Echegui puso en ella sus tres grandes cualidades como actriz: la garra, la alegría y el descaro.Ha hecho muchas películas, y varias de ellas mejor ahormadas que ‘Yo soy la Juani’, pero siempre acudió al rodaje de todas esas películas posteriores con ese trío de atributos que han colocado a sus personajes en el centro y sostén del cine que ha hecho. Verónica Echegui ha sido, casi sin excepción, lo mejor de las películas que componen su filmografía, y su capacidad para transformar el agua insípida en agua con gas, que de su papel saltaran chispas, ha convertido en potables muchas películas.Su fuerza arrolladora la vertió enseguida en una película que afortunadamente la contiene, ‘El patio de mi cárcel’, de Belén Macías, que ella misma, recién llegada, hace luminosa junto a actrices enormes, como Candela Peña, Blanca Portillo o Ana Wagener. A Icíar Bollain le elevó tres peldaños su ‘Katmandú, un espejo en el cielo’, donde obra el milagro de hacerse creíble, adorable, como maestra de escuela en un ambiente paupérrimo y atroz.Creíble como ‘poligonera’, creíble como maestra, también creíble como jueza en ‘Justicia artificial’, alegre en el drama, de risa hermosa y contagiosa, seria en la comedia, dura en el thriller y siempre con un punto de descaro y procacidad que subía dos o tres grados la temperatura de la escena. Lamentablemente, se ha ido con sigilo y pronto, y deja la sensación de que sólo ha podido dejarnos media Verónica. La actriz Verónica Echegui se ha ido del cine con sigilo, de un modo completamente distinto al que llegó a él, vestida de la Juani en la película de Bigas Luna. Con poco más de veinte años y en su primer largometraje, Verónica Echegui atropella sin miramientos la cámara de Bigas Luna y compone un personaje, la Juani, que se queda colocado en la estantería de los más potentes, naturales, frescos y frescachones de la historia del cine español. Una joven de barrio, carne evidente de cañón, que decide disparar la bala y escapar de la vulgaridad y tristeza que la rodea. La película de Bigas Luna estaría ya perdida entre su filmografía de no ser porque Verónica Echegui puso en ella sus tres grandes cualidades como actriz: la garra, la alegría y el descaro.Ha hecho muchas películas, y varias de ellas mejor ahormadas que ‘Yo soy la Juani’, pero siempre acudió al rodaje de todas esas películas posteriores con ese trío de atributos que han colocado a sus personajes en el centro y sostén del cine que ha hecho. Verónica Echegui ha sido, casi sin excepción, lo mejor de las películas que componen su filmografía, y su capacidad para transformar el agua insípida en agua con gas, que de su papel saltaran chispas, ha convertido en potables muchas películas.Su fuerza arrolladora la vertió enseguida en una película que afortunadamente la contiene, ‘El patio de mi cárcel’, de Belén Macías, que ella misma, recién llegada, hace luminosa junto a actrices enormes, como Candela Peña, Blanca Portillo o Ana Wagener. A Icíar Bollain le elevó tres peldaños su ‘Katmandú, un espejo en el cielo’, donde obra el milagro de hacerse creíble, adorable, como maestra de escuela en un ambiente paupérrimo y atroz.Creíble como ‘poligonera’, creíble como maestra, también creíble como jueza en ‘Justicia artificial’, alegre en el drama, de risa hermosa y contagiosa, seria en la comedia, dura en el thriller y siempre con un punto de descaro y procacidad que subía dos o tres grados la temperatura de la escena. Lamentablemente, se ha ido con sigilo y pronto, y deja la sensación de que sólo ha podido dejarnos media Verónica.
La película de Bigas Luna estaría ya perdida entre su filmografía de no ser porque Verónica Echegui puso en ella sus tres grandes cualidades como actriz
La actriz Verónica Echegui se ha ido del cine con sigilo, de un modo completamente distinto al que llegó a él, vestida de la Juani en la película de Bigas Luna. Con poco más de veinte años y en su primer largometraje, Verónica Echegui … atropella sin miramientos la cámara de Bigas Luna y compone un personaje, la Juani, que se queda colocado en la estantería de los más potentes, naturales, frescos y frescachones de la historia del cine español. Una joven de barrio, carne evidente de cañón, que decide disparar la bala y escapar de la vulgaridad y tristeza que la rodea. La película de Bigas Luna estaría ya perdida entre su filmografía de no ser porque Verónica Echegui puso en ella sus tres grandes cualidades como actriz: la garra, la alegría y el descaro.
Ha hecho muchas películas, y varias de ellas mejor ahormadas que ‘Yo soy la Juani’, pero siempre acudió al rodaje de todas esas películas posteriores con ese trío de atributos que han colocado a sus personajes en el centro y sostén del cine que ha hecho. Verónica Echegui ha sido, casi sin excepción, lo mejor de las películas que componen su filmografía, y su capacidad para transformar el agua insípida en agua con gas, que de su papel saltaran chispas, ha convertido en potables muchas películas.
Su fuerza arrolladora la vertió enseguida en una película que afortunadamente la contiene, ‘El patio de mi cárcel’, de Belén Macías, que ella misma, recién llegada, hace luminosa junto a actrices enormes, como Candela Peña, Blanca Portillo o Ana Wagener. A Icíar Bollain le elevó tres peldaños su ‘Katmandú, un espejo en el cielo’, donde obra el milagro de hacerse creíble, adorable, como maestra de escuela en un ambiente paupérrimo y atroz.
Creíble como ‘poligonera’, creíble como maestra, también creíble como jueza en ‘Justicia artificial’, alegre en el drama, de risa hermosa y contagiosa, seria en la comedia, dura en el thriller y siempre con un punto de descaro y procacidad que subía dos o tres grados la temperatura de la escena. Lamentablemente, se ha ido con sigilo y pronto, y deja la sensación de que sólo ha podido dejarnos media Verónica.
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