Esta semana pasada hemos celebrado el funeral y la vida del pintor ítalo español Esteban Villalta Marzi, fallecido a los sesenta y nueve años, tan madrileño como romano. Escribo con un nudo en el corazón que ruge en la garganta. Era un magnífico amigo desde hace ya más de tres décadas, y un grandísimo pintor, de padre pintor, que expuso, entre otras ciudades, en Ginebra y Nueva York. Fue un referente de la movida madrileña en los ochenta y en los noventa. Maestro del pop art, sus cuadros tienen la fuerza de un huracán y esa ternura tan suya. Pintaba flamencas, toreros, manos con gestos, super héroes, a su pareja actual, la bella Pato, de mil maneras sensuales. Tengo uno de sus mejores cuadros, un lienzo enorme donde un torero se lía a mamporros en el patio de una cárcel. Vivía en un piso estudio en Roma, al lado de la plaza de Giordano Bruno, donde nos perdíamos a beber un café o un vino. Recordaba sonriente que de pequeño había roto, sin querer, de un balonazo, un botijo pintado que Picasso le había regalado a su padre. Conocí a Esteban en un local nocturno en el año noventa. Estaba con Gracia, la guapísima madre de su hija Lucrecia. Nos invitó la pareja nada más saludarnos a mí y a la madre de mis hijos a Roma. Lo hablé luego con la madre de mis hijos y allí que fuimos. Esteban, hospitalario, y su mujer, nos regalaron un viaje por toda Italia. Carla, la hermana de Esteban, fue también un amor. Desde el piso del pintor, en el último, se ve la ciudad que tanto amó y que pateamos en ocasiones, al amanecer a Dios iluminando el mundo.En uno de sus muchos viajes a Madrid fuimos a una exposición de Basquiat. El caso es que la vio a velocidad de crucero, de una pasada rapidísima. Yo tardé más, claro. A la salida, tomando una cerveza, me explicó hasta la manera en que el pintor daba los trazos y sus influencias. Villalta Marzi era un sabio. En una viaje a la Toscana, en un restaurante, reparé en un pequeño bodegón perfectamente pintado; era suyo. A mi amigo, como a los grandes, no le gustaba hablar de pintura. En cambio, adoraba la vida, que le ha robado el cáncer.Rezaba todas las noches diez minutos, algo que no contaba pues esperaba la crítica de una movida estúpida en cuestiones de creencias católicas. Mi muy buen amigo hora está pintando a los ángeles que le acogen, tomando un buen tinto con Rafael y Miguel Ángel. Esta semana pasada hemos celebrado el funeral y la vida del pintor ítalo español Esteban Villalta Marzi, fallecido a los sesenta y nueve años, tan madrileño como romano. Escribo con un nudo en el corazón que ruge en la garganta. Era un magnífico amigo desde hace ya más de tres décadas, y un grandísimo pintor, de padre pintor, que expuso, entre otras ciudades, en Ginebra y Nueva York. Fue un referente de la movida madrileña en los ochenta y en los noventa. Maestro del pop art, sus cuadros tienen la fuerza de un huracán y esa ternura tan suya. Pintaba flamencas, toreros, manos con gestos, super héroes, a su pareja actual, la bella Pato, de mil maneras sensuales. Tengo uno de sus mejores cuadros, un lienzo enorme donde un torero se lía a mamporros en el patio de una cárcel. Vivía en un piso estudio en Roma, al lado de la plaza de Giordano Bruno, donde nos perdíamos a beber un café o un vino. Recordaba sonriente que de pequeño había roto, sin querer, de un balonazo, un botijo pintado que Picasso le había regalado a su padre. Conocí a Esteban en un local nocturno en el año noventa. Estaba con Gracia, la guapísima madre de su hija Lucrecia. Nos invitó la pareja nada más saludarnos a mí y a la madre de mis hijos a Roma. Lo hablé luego con la madre de mis hijos y allí que fuimos. Esteban, hospitalario, y su mujer, nos regalaron un viaje por toda Italia. Carla, la hermana de Esteban, fue también un amor. Desde el piso del pintor, en el último, se ve la ciudad que tanto amó y que pateamos en ocasiones, al amanecer a Dios iluminando el mundo.En uno de sus muchos viajes a Madrid fuimos a una exposición de Basquiat. El caso es que la vio a velocidad de crucero, de una pasada rapidísima. Yo tardé más, claro. A la salida, tomando una cerveza, me explicó hasta la manera en que el pintor daba los trazos y sus influencias. Villalta Marzi era un sabio. En una viaje a la Toscana, en un restaurante, reparé en un pequeño bodegón perfectamente pintado; era suyo. A mi amigo, como a los grandes, no le gustaba hablar de pintura. En cambio, adoraba la vida, que le ha robado el cáncer.Rezaba todas las noches diez minutos, algo que no contaba pues esperaba la crítica de una movida estúpida en cuestiones de creencias católicas. Mi muy buen amigo hora está pintando a los ángeles que le acogen, tomando un buen tinto con Rafael y Miguel Ángel.
EL DARDO
esde el piso del pintor, en el último, se ve la ciudad que tanto amó y que pateamos en ocasiones, al amanecer a Dios iluminando el mundo.
Esta semana pasada hemos celebrado el funeral y la vida del pintor ítalo español Esteban Villalta Marzi, fallecido a los sesenta y nueve años, tan madrileño como romano. Escribo con un nudo en el corazón que ruge en la garganta. Era un magnífico amigo desde … hace ya más de tres décadas, y un grandísimo pintor, de padre pintor, que expuso, entre otras ciudades, en Ginebra y Nueva York. Fue un referente de la movida madrileña en los ochenta y en los noventa. Maestro del pop art, sus cuadros tienen la fuerza de un huracán y esa ternura tan suya. Pintaba flamencas, toreros, manos con gestos, super héroes, a su pareja actual, la bella Pato, de mil maneras sensuales. Tengo uno de sus mejores cuadros, un lienzo enorme donde un torero se lía a mamporros en el patio de una cárcel.
Vivía en un piso estudio en Roma, al lado de la plaza de Giordano Bruno, donde nos perdíamos a beber un café o un vino. Recordaba sonriente que de pequeño había roto, sin querer, de un balonazo, un botijo pintado que Picasso le había regalado a su padre. Conocí a Esteban en un local nocturno en el año noventa. Estaba con Gracia, la guapísima madre de su hija Lucrecia. Nos invitó la pareja nada más saludarnos a mí y a la madre de mis hijos a Roma. Lo hablé luego con la madre de mis hijos y allí que fuimos. Esteban, hospitalario, y su mujer, nos regalaron un viaje por toda Italia. Carla, la hermana de Esteban, fue también un amor. Desde el piso del pintor, en el último, se ve la ciudad que tanto amó y que pateamos en ocasiones, al amanecer a Dios iluminando el mundo.
En uno de sus muchos viajes a Madrid fuimos a una exposición de Basquiat. El caso es que la vio a velocidad de crucero, de una pasada rapidísima. Yo tardé más, claro. A la salida, tomando una cerveza, me explicó hasta la manera en que el pintor daba los trazos y sus influencias. Villalta Marzi era un sabio. En una viaje a la Toscana, en un restaurante, reparé en un pequeño bodegón perfectamente pintado; era suyo. A mi amigo, como a los grandes, no le gustaba hablar de pintura. En cambio, adoraba la vida, que le ha robado el cáncer.
Rezaba todas las noches diez minutos, algo que no contaba pues esperaba la crítica de una movida estúpida en cuestiones de creencias católicas. Mi muy buen amigo hora está pintando a los ángeles que le acogen, tomando un buen tinto con Rafael y Miguel Ángel.
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