Hace unos días, con el codo apoyado en la barra de la sevillana Hostería del Laurel, caí en la cuenta de que todavía es noviembre, un mes que para mí siempre será de los muertos y el Tenorio antes que de los disfraces y el truco o trato. Aquella obra teatral comenzaba su primer acto precisamente en este lugar y hoy sigue siendo la pieza más representada en la historia de la Literatura española desde su estreno allá por 1844, o sea hace ahora exactamente 180 años. Y sólo por eso, si fuéramos ingleses o americanos, ya habríamos hecho una película que se titulara ‘Zorrilla in Love’, pues como ocurre en muy pocas ocasiones y esta es una de ellas, protagonista y autor se confunden: el personaje de ficción cobra una vida tan fuera de las bibliotecas y tan dentro de las casas, que afirmaríamos que verdaderamente existió: Sherlock Holmes , Don Quijote, Romeo o Julieta, son ejemplos claros. Don Juan, definitivo. En el caso del Tenorio, los antecedentes librescos y reales en los que Zorrilla se inspiró eran múltiples. Desde el «seductor Mañara» fundador del Hospital de los Venerables, hasta el ‘El Burlador de Sevilla’ (que por lo visto ya no es obra de Tirso, sino de Andrés de Claramonte): aquel niño pijo del Barroco, de personalidad narcisista lindando con la psicopatía, que finalmente es castigado mediante una estatua de piedra que cobra vida. Y es que no podemos olvidar que el Barroco es muy de castigar y el Romanticismo es más de salvar en el último momento; por eso don José Zorrilla, revolucionario de los versos, el teatro y la leyenda donjuanista, permitió que el amor salvara a su criatura. También, añado yo, quizás fue indulgente porque él mismo había sido un tanto «donjuán»: líos amorosos, deudas y éxitos, el vallisoletano levantó pasión y odio a partes iguales llegando a una vejez de ruina: criticado por los literatos, pero amado por el pueblo, que lo aplaudía en el teatro y lo olvidaba en la calle. Lamentando su mala suerte, don José murió solo y sin un duro , como Cervantes, como Quevedo, como Góngora, como Pío Baroja , como tantos genios españoles. La RAE corrió con los gastos de su multitudinario entierro. Ortega y Gasset dijo entonces aquello de que «todo español lleva un Don Juan dentro». Yo creo que lo que llevamos dentro los españoles es un desgraciado y genial José Zorrilla. Hace unos días, con el codo apoyado en la barra de la sevillana Hostería del Laurel, caí en la cuenta de que todavía es noviembre, un mes que para mí siempre será de los muertos y el Tenorio antes que de los disfraces y el truco o trato. Aquella obra teatral comenzaba su primer acto precisamente en este lugar y hoy sigue siendo la pieza más representada en la historia de la Literatura española desde su estreno allá por 1844, o sea hace ahora exactamente 180 años. Y sólo por eso, si fuéramos ingleses o americanos, ya habríamos hecho una película que se titulara ‘Zorrilla in Love’, pues como ocurre en muy pocas ocasiones y esta es una de ellas, protagonista y autor se confunden: el personaje de ficción cobra una vida tan fuera de las bibliotecas y tan dentro de las casas, que afirmaríamos que verdaderamente existió: Sherlock Holmes , Don Quijote, Romeo o Julieta, son ejemplos claros. Don Juan, definitivo. En el caso del Tenorio, los antecedentes librescos y reales en los que Zorrilla se inspiró eran múltiples. Desde el «seductor Mañara» fundador del Hospital de los Venerables, hasta el ‘El Burlador de Sevilla’ (que por lo visto ya no es obra de Tirso, sino de Andrés de Claramonte): aquel niño pijo del Barroco, de personalidad narcisista lindando con la psicopatía, que finalmente es castigado mediante una estatua de piedra que cobra vida. Y es que no podemos olvidar que el Barroco es muy de castigar y el Romanticismo es más de salvar en el último momento; por eso don José Zorrilla, revolucionario de los versos, el teatro y la leyenda donjuanista, permitió que el amor salvara a su criatura. También, añado yo, quizás fue indulgente porque él mismo había sido un tanto «donjuán»: líos amorosos, deudas y éxitos, el vallisoletano levantó pasión y odio a partes iguales llegando a una vejez de ruina: criticado por los literatos, pero amado por el pueblo, que lo aplaudía en el teatro y lo olvidaba en la calle. Lamentando su mala suerte, don José murió solo y sin un duro , como Cervantes, como Quevedo, como Góngora, como Pío Baroja , como tantos genios españoles. La RAE corrió con los gastos de su multitudinario entierro. Ortega y Gasset dijo entonces aquello de que «todo español lleva un Don Juan dentro». Yo creo que lo que llevamos dentro los españoles es un desgraciado y genial José Zorrilla.
Lejos de ítaca
«El vallisoletano levantó pasión y odio a partes iguales llegando a una vejez de ruina: criticado por los literatos, pero amado por el pueblo, que lo aplaudía en el teatro y lo olvidaba en la calle»
Hace unos días, con el codo apoyado en la barra de la sevillana Hostería del Laurel, caí en la cuenta de que todavía es noviembre, un mes que para mí siempre será de los muertos y el Tenorio antes que de los disfraces y el …
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