El ‘ New Yorker’ cumple cien años. Cuando su fundador, Harold Ross, compartía con Dorothy Parker y otros miembros de la Mesa Redonda del Algonquin su idea de crear un semanario de actualidad neoyorquina en tono jocoso, sin perder el rigor, nadie lo tomaba en serio. De origen provinciano, falto de experiencia editorial y con abismos culturales —«¿Moby Dick es el hombre o la ballena?»—, Ross no parecía destinado a erigir la sofisticada y prestigiosa revista en la que se convirtió el ‘New Yorker’ en apenas unos años. La razón de su éxito insospechado es uno de los misterios que intenta desentrañar ‘Mis años con Ross’, la biografía del primer gran editor del ‘New Yorker’ escrita por otro de sus pilares: el dibujante, escritor y humorista James Thurber.MEMORIAS ‘Mis años con Ross’ Autor James Thurber Editorial Walden Año 2025 Páginas 380 Precio 18 euros 4Tras un entusiasta prefacio conmemorativo de Rodrigo Fresán , Thurber explica el origen de estas memorias: el encargo de una serie de piezas sobre Ross tras su muerte inesperada en 1951. Según el autor, la tarea de contener la personalidad de su excesivo, contradictorio e inverosímil jefe y amigo resultó más compleja de lo esperado. El libro es la amplificación de ese esfuerzo. Junto a anécdotas compartidas con Ross, Thurber recoge testimonios de quienes convivieron con él desde el lanzamiento de su icónica revista hasta su muerte, veinticinco años después. Capitán y amotinador del barco a un tiempo, Ross podía ser una cosa y su contraria. «Genio irascible y adorable», consideraba que «la perfección se le debía por justicia». Si le era negada, culpaba a otros, a menudo de manera estrambótica. Temido por su «mirada de lupa», le obsesionaban la exactitud y el método; virtudes que caracterizan su legado como editor, pero que en ocasiones llevó a límites paródicos. Despreciaba todo lo que no pudiera comprender —mujeres y poetas, principalmente— y huía de los dobles sentidos , sobre todo respecto a funciones biológicas: «ni baño ni cama». También persiguió la claridad hasta lo explícito y, receloso de toda erudición, no daba nada por sabido: «sólo Houdini o Holmes son universalmente conocidos».La razón del éxito insospechado de ‘The New Yorker’ es uno de los misterios que intenta desentrañar este libroLos dieciséis capítulos que componen el libro arrancan con la muerte de Ross, anteponiendo siempre el reflejo del biografiado al orden cronológico. El particular doctor Johnson de Thurber se muestra a través de anécdotas que alternan luces y sombras e incluyen testimonios de sus detractores. Lo que se extrae de ello no se aleja sin embargo de la hagiografía.Junto al homenaje, estas páginas son un recorrido apasionante por la considerada edad de oro del ‘New Yorker’ y del panorama artístico neoyorquino. Personalidades como Harpo y Groucho Marx, Scott Fitzgerald o Hemingway conviven aquí con nombres poco familiares para el lector español. Aunque algunos asuntos escapan al interés general, sucede sin que desfallezca el ritmo, gracias al dominio del ‘timing’ cómico del autor. El resultado es una narración que combina el matiz con la amenidad . Una de las preocupaciones eternas de Ross fue que nunca decayera el humor. Si estas páginas pasaran por su lupa, quizá afilara el lápiz de corrector, pero no pondría peros a la diversión. El ‘ New Yorker’ cumple cien años. Cuando su fundador, Harold Ross, compartía con Dorothy Parker y otros miembros de la Mesa Redonda del Algonquin su idea de crear un semanario de actualidad neoyorquina en tono jocoso, sin perder el rigor, nadie lo tomaba en serio. De origen provinciano, falto de experiencia editorial y con abismos culturales —«¿Moby Dick es el hombre o la ballena?»—, Ross no parecía destinado a erigir la sofisticada y prestigiosa revista en la que se convirtió el ‘New Yorker’ en apenas unos años. La razón de su éxito insospechado es uno de los misterios que intenta desentrañar ‘Mis años con Ross’, la biografía del primer gran editor del ‘New Yorker’ escrita por otro de sus pilares: el dibujante, escritor y humorista James Thurber.MEMORIAS ‘Mis años con Ross’ Autor James Thurber Editorial Walden Año 2025 Páginas 380 Precio 18 euros 4Tras un entusiasta prefacio conmemorativo de Rodrigo Fresán , Thurber explica el origen de estas memorias: el encargo de una serie de piezas sobre Ross tras su muerte inesperada en 1951. Según el autor, la tarea de contener la personalidad de su excesivo, contradictorio e inverosímil jefe y amigo resultó más compleja de lo esperado. El libro es la amplificación de ese esfuerzo. Junto a anécdotas compartidas con Ross, Thurber recoge testimonios de quienes convivieron con él desde el lanzamiento de su icónica revista hasta su muerte, veinticinco años después. Capitán y amotinador del barco a un tiempo, Ross podía ser una cosa y su contraria. «Genio irascible y adorable», consideraba que «la perfección se le debía por justicia». Si le era negada, culpaba a otros, a menudo de manera estrambótica. Temido por su «mirada de lupa», le obsesionaban la exactitud y el método; virtudes que caracterizan su legado como editor, pero que en ocasiones llevó a límites paródicos. Despreciaba todo lo que no pudiera comprender —mujeres y poetas, principalmente— y huía de los dobles sentidos , sobre todo respecto a funciones biológicas: «ni baño ni cama». También persiguió la claridad hasta lo explícito y, receloso de toda erudición, no daba nada por sabido: «sólo Houdini o Holmes son universalmente conocidos».La razón del éxito insospechado de ‘The New Yorker’ es uno de los misterios que intenta desentrañar este libroLos dieciséis capítulos que componen el libro arrancan con la muerte de Ross, anteponiendo siempre el reflejo del biografiado al orden cronológico. El particular doctor Johnson de Thurber se muestra a través de anécdotas que alternan luces y sombras e incluyen testimonios de sus detractores. Lo que se extrae de ello no se aleja sin embargo de la hagiografía.Junto al homenaje, estas páginas son un recorrido apasionante por la considerada edad de oro del ‘New Yorker’ y del panorama artístico neoyorquino. Personalidades como Harpo y Groucho Marx, Scott Fitzgerald o Hemingway conviven aquí con nombres poco familiares para el lector español. Aunque algunos asuntos escapan al interés general, sucede sin que desfallezca el ritmo, gracias al dominio del ‘timing’ cómico del autor. El resultado es una narración que combina el matiz con la amenidad . Una de las preocupaciones eternas de Ross fue que nunca decayera el humor. Si estas páginas pasaran por su lupa, quizá afilara el lápiz de corrector, pero no pondría peros a la diversión.
CRíTICA DE:
Memorias
Quien fue uno de los pilares —dibujante, escritor y humorista— del ‘New Yorker’, evoca la figura de su primer gran editor y su relación personal y profesional con él
El ‘New Yorker’ cumple cien años. Cuando su fundador, Harold Ross, compartía con Dorothy Parker y otros miembros de la Mesa Redonda del Algonquin su idea de crear un semanario de actualidad neoyorquina en tono jocoso, sin perder el rigor, nadie lo tomaba … en serio.
De origen provinciano, falto de experiencia editorial y con abismos culturales —«¿Moby Dick es el hombre o la ballena?»—, Ross no parecía destinado a erigir la sofisticada y prestigiosa revista en la que se convirtió el ‘New Yorker’ en apenas unos años. La razón de su éxito insospechado es uno de los misterios que intenta desentrañar ‘Mis años con Ross’, la biografía del primer gran editor del ‘New Yorker’ escrita por otro de sus pilares: el dibujante, escritor y humorista James Thurber.

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Autor
James Thurber -
Editorial
Walden -
Año
2025 -
Páginas
380 -
Precio
18 euros
Tras un entusiasta prefacio conmemorativo de Rodrigo Fresán, Thurber explica el origen de estas memorias: el encargo de una serie de piezas sobre Ross tras su muerte inesperada en 1951. Según el autor, la tarea de contener la personalidad de su excesivo, contradictorio e inverosímil jefe y amigo resultó más compleja de lo esperado. El libro es la amplificación de ese esfuerzo. Junto a anécdotas compartidas con Ross, Thurber recoge testimonios de quienes convivieron con él desde el lanzamiento de su icónica revista hasta su muerte, veinticinco años después.
Capitán y amotinador del barco a un tiempo, Ross podía ser una cosa y su contraria. «Genio irascible y adorable», consideraba que «la perfección se le debía por justicia». Si le era negada, culpaba a otros, a menudo de manera estrambótica. Temido por su «mirada de lupa», le obsesionaban la exactitud y el método; virtudes que caracterizan su legado como editor, pero que en ocasiones llevó a límites paródicos.
Despreciaba todo lo que no pudiera comprender —mujeres y poetas, principalmente— y huía de los dobles sentidos, sobre todo respecto a funciones biológicas: «ni baño ni cama». También persiguió la claridad hasta lo explícito y, receloso de toda erudición, no daba nada por sabido: «sólo Houdini o Holmes son universalmente conocidos».
La razón del éxito insospechado de ‘The New Yorker’ es uno de los misterios que intenta desentrañar este libro
Los dieciséis capítulos que componen el libro arrancan con la muerte de Ross, anteponiendo siempre el reflejo del biografiado al orden cronológico. El particular doctor Johnson de Thurber se muestra a través de anécdotas que alternan luces y sombras e incluyen testimonios de sus detractores. Lo que se extrae de ello no se aleja sin embargo de la hagiografía.
Junto al homenaje, estas páginas son un recorrido apasionante por la considerada edad de oro del ‘New Yorker’ y del panorama artístico neoyorquino. Personalidades como Harpo y Groucho Marx, Scott Fitzgerald o Hemingwayconviven aquí con nombres poco familiares para el lector español. Aunque algunos asuntos escapan al interés general, sucede sin que desfallezca el ritmo, gracias al dominio del ‘timing’ cómico del autor. El resultado es una narración que combina el matiz con la amenidad. Una de las preocupaciones eternas de Ross fue que nunca decayera el humor. Si estas páginas pasaran por su lupa, quizá afilara el lápiz de corrector, pero no pondría peros a la diversión.
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