Volver a los clásicos viene bien porque -entre otras muchas ventajas- siempre tienen algo que decir en el presente. Y da igual que se trate de historia (como recomienda con frecuencia mi querido Arturo Pérez-Reverte ), literatura, filosofía o lo que se tercie: leer nos hace mejores en todos los sentidos, punto y pelota.Digo esto porque los escándalos políticos del Gobierno invitan a preguntarse con estupor por qué nadie asume sus responsabilidades y dimite. Ojo, vale para hoy como valía para ayer: no hay fecha de caducidad. Mientras me enfado con el mundo y lanzo algún que otro improperio al tendido, me acuerdo de un concepto clásico que viene de perilla: la metáfora de los dos cuerpos del rey (king’s two bodies) de Kantorowicz (original inglés de 1957).Noticia Relacionada opinion Si «Vuelve» Alatriste, las claves del nuevo libro de Arturo Pérez-Reverte: todos somos sus ahijados Adrián J. Sáez Hay libros que hacemos nuestros y que, al mismo tiempo, nos forjan a su imagen y semejanzaSegún esta teoría de teología política, todo rey posee dos cuerpos (o dimensiones): uno natural (personal, privada, con sus ambiciones, flaquezas y pasiones) y otro político (público, con sus deberes y responsabilidades) que tiene que predominar siempre. Un mal ejemplo facilón sería Enrique VIII , que por su decisión calenturienta pasa de rey a tirano. Pero entra toda corrupción, error, favor y vicio de forma y fondo, en realidad.Y quien dice rey dice camarero (cortés hasta con el borde de turno), profesor (que mantiene el tipo en su trabajo) o -quizá con más razón todavía- político del nivel que sea: simple afiliado (o fontanero), ministro correveidile o presidente de altura (natural, pero ojalá también política). Volver a los clásicos viene bien porque -entre otras muchas ventajas- siempre tienen algo que decir en el presente. Y da igual que se trate de historia (como recomienda con frecuencia mi querido Arturo Pérez-Reverte ), literatura, filosofía o lo que se tercie: leer nos hace mejores en todos los sentidos, punto y pelota.Digo esto porque los escándalos políticos del Gobierno invitan a preguntarse con estupor por qué nadie asume sus responsabilidades y dimite. Ojo, vale para hoy como valía para ayer: no hay fecha de caducidad. Mientras me enfado con el mundo y lanzo algún que otro improperio al tendido, me acuerdo de un concepto clásico que viene de perilla: la metáfora de los dos cuerpos del rey (king’s two bodies) de Kantorowicz (original inglés de 1957).Noticia Relacionada opinion Si «Vuelve» Alatriste, las claves del nuevo libro de Arturo Pérez-Reverte: todos somos sus ahijados Adrián J. Sáez Hay libros que hacemos nuestros y que, al mismo tiempo, nos forjan a su imagen y semejanzaSegún esta teoría de teología política, todo rey posee dos cuerpos (o dimensiones): uno natural (personal, privada, con sus ambiciones, flaquezas y pasiones) y otro político (público, con sus deberes y responsabilidades) que tiene que predominar siempre. Un mal ejemplo facilón sería Enrique VIII , que por su decisión calenturienta pasa de rey a tirano. Pero entra toda corrupción, error, favor y vicio de forma y fondo, en realidad.Y quien dice rey dice camarero (cortés hasta con el borde de turno), profesor (que mantiene el tipo en su trabajo) o -quizá con más razón todavía- político del nivel que sea: simple afiliado (o fontanero), ministro correveidile o presidente de altura (natural, pero ojalá también política).
Trujamanerías
«Mientras me enfado con el mundo y lanzo algún que otro improperio al tendido, me acuerdo de un concepto clásico que viene de perilla: la metáfora de los dos cuerpos del rey»
Volver a los clásicos viene bien porque -entre otras muchas ventajas- siempre tienen algo que decir en el presente. Y da igual que se trate de historia (como recomienda con frecuencia mi querido Arturo Pérez-Reverte), literatura, filosofía o lo que se tercie: leer nos … hace mejores en todos los sentidos, punto y pelota.
Digo esto porque los escándalos políticos del Gobierno invitan a preguntarse con estupor por qué nadie asume sus responsabilidades y dimite. Ojo, vale para hoy como valía para ayer: no hay fecha de caducidad. Mientras me enfado con el mundo y lanzo algún que otro improperio al tendido, me acuerdo de un concepto clásico que viene de perilla: la metáfora de los dos cuerpos del rey (king’s two bodies) de Kantorowicz (original inglés de 1957).
Según esta teoría de teología política, todo rey posee dos cuerpos (o dimensiones): uno natural (personal, privada, con sus ambiciones, flaquezas y pasiones) y otro político (público, con sus deberes y responsabilidades) que tiene que predominar siempre. Un mal ejemplo facilón sería Enrique VIII, que por su decisión calenturienta pasa de rey a tirano. Pero entra toda corrupción, error, favor y vicio de forma y fondo, en realidad.
Y quien dice rey dice camarero (cortés hasta con el borde de turno), profesor (que mantiene el tipo en su trabajo) o -quizá con más razón todavía- político del nivel que sea: simple afiliado (o fontanero), ministro correveidile o presidente de altura (natural, pero ojalá también política).
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